Una leyenda de fidelidad y libertad

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El suplicio de Cabrit y Bassa

Que la realidad supera en ocasiones la ficción no es una frase hecha. Los mallorquines tenemos este relato muy interiorizado, un relato que forma parte de la historia normativa, la que se plasma en los libros académicos, además de las leyendas del pueblo, las que fijan en la memoria colectiva unos hechos antiguos distinguiéndose por su relevancia. Como si de un Targaryen se tratara, el Rey Alfonso III de Aragón se mostró inmisericorde frente a aquellos que cuestionaron su poder. Especialmente crudo fue con los mallorquines encargados de defender el portón de Alaró, uno de los castells roquers (castillos entre rocas) de Mallorca, a quienes no dudó en ajusticiar de una escabrosa forma nada más tomar el control de la estratégica plaza. Hoy rememoramos lo sucedido en el Castell (castillo) d’Alaró cuando un rey vilipendiado decidió dar una lección a todo el mundo.

A una altura de 822 metros, el Puig d’Alaró fue desde tiempos remotos un lugar idóneo para el refugio y la observación. Fue habitado ya en época talayótica y en el año 902 sus habitantes resistieron la invasión de las tropas musulmanas. También fue foco de resistencia, en este caso árabe, ante la conquista de 1229 por parte de la Corona de Aragón. No obstante, el castillo de Hisn Alarun, que así fue nombrado por los musulmanes, es conocido por un triste episodio histórico: el asedio al que fue sometido por el rey Alfonso III de Aragón, quien había declarado la guerra al rey mallorquín Jaume II. Famoso por ser donde los nobles mallorquines Cabrit (cabrito en castellano)  y Bassa (charco), resistieron el asedio del Rey Alfonso, pues ellos eran leales a su rey Jaime. El Rey Alfonso prometió que cuando los venciera los mataría asados vivos y lo cumplió. Las murallas del castillo de Alaró, que se adaptan hasta fundirse con la roca, fueron levantadas en el siglo XIV. En el siglo XVII se construyó un oratorio en el interior del recinto amurallado, bajo la advocación de Nuestra Señora del Refugio.

Todo empieza por el principio, y en este caso el inicio es una guerra, un inicio repetido y recurrente en la época medieval cuando los conflictos por temas religiosos, morales y económicos eran casi el pan de cada día. Más que de una guerra hablamos en este caso de un despliegue de tropas y unas tímidas escaramuzas, a decir verdad. Maniobras militares que a la mayoría de la población de Mallorca les parecieron pugnas dinásticas que no cambiarían mucho sus vidas y en las que no debían inmiscuirse. Tras algunas décadas de cierta independencia, el Reino de Mallorca se tambalea.

La relación feudal entre dos ramas de la misma casa se revela problemática. Además, los derechos de cada territorio implican relaciones de poder con terceros que en ocasiones plantean contradicciones. De un lado tenemos a Jaume, ostentador por deseo de su padre de la corona mallorquina, y de otro a su sobrino, el infante  Alfonso, a quien también su padre, Pedro el Grande, le habría pedido retomar el dominio directo del archipiélago. La argucia legal, la excusa para dar inicio a la confrontación, la encontraron en una supuesta colaboración de la Corona de Mallorca en un intento de invasión francesa en tierras de Cataluña y Aragón (1285). En noviembre y como represalia, Alfonso atacó las posiciones baleáricas. Sus escuadras enfilaron hacia Ibiza y Mallorca. En pocas semanas culminaron su campaña militar y no contento con ello, acabó con la dominación andalusí de Menorca, Isla que repobló según dicen las crónicas de «buena gente catalana» y asegurándose su lealtad, en su camino de amasar influencia hacia el este a través del mar.

Durante la guerra entre Alfonso III de Aragón y Jaume II de Mallorca, las tropas continentales tomaron ventaja rápidamente y solo tuvieron que concentrarse en algunos reductos rebeldes. Uno de los más activos fue la guarnición que se resistía a ceder el dominio del Castell d’Alaró. Algunos recordaban cómo los musulmanes habían evitado apenas medio siglo antes la dominación cristiana de la Isla resistiendo desde su peñasco. Cuentan que al mismo monarca Alfons (Anfós en catalán antiguo), que ya era rey por la muerte de su padre, no le hacía ninguna ilusión esperar mucho tiempo para asegurarse el dominio completo de la ínsula díscola. Quizás por ello dirigió el asedio en persona y exigió la entrega del castillo a sus defendores Guillem Capello, llamado Cabrit, y Guillem Bassa.

En este punto el relato popular hace de las suyas y afirma que los defensores respondieron al monarca con sorna. Casi se habrían reído de él en su cara. Cuenta la tradición popular que dijeron que en en la isla no sabían nada de ningún Anfós, que en Mallorca, los anfosos (meros) son pescados que se comen cocinados al horno. Dijeron que Mallorca solo tenía un Rey: el Rey Jaume. Puede que esa afirmación tenga más de leyenda que de realidad. El caso es que Alfonso no iba a permitir que Cabrit y Bassa se rieran los últimos

Finalmente, los mallorquines sublevados, ocupantes de la cima de Alaró, el 30 de diciembre de 1285, desmoralizados, hambrientos y enfermos se tuvieron que someter a su enemigo. Quién sabe bajo qué promesas declinaron alargar interminablemente el asedio y abrieron las puertas. Las tropas aragonesas y catalanas tomaron control de esta posición, que ya vivió escaramuzas destacadas en el pasado, por ejemplo, en los primeros años del siglo X, durante la conquista islámica de Mallorca, donde sus ocupantes ofrecieron una resistencia numantina. Su importancia radica tanto en su inexpugnable dominio de la peña como en la espléndida perspectiva que su atalaya ofrece de todo el llano de la Isla y las dos bahías.

Tomado el botín de guerra por parte del Rey a los irreverentes Cabrit y Bassa les esperaba un final de sufrimiento. El Rey Alfonso ordenó agrupar a los prisioneros preguntando quienes eran Cabrit y Bassa.

–      “Yo soy Cabrit, vasallo de Jaime II de Mallorques y mientras viva le seré fiel”.

–      “Yo soy Bassa y hago mías las palabras de mi compañero”.

El Rey sentenció:  “Palabra os di y palabra de Rey no miente. Así que Cabrit te asaré como un cabrito, y tu Bassa, lo secundarás y no serás charco (bassa en catalán) que apague el fuego que yo mismo encenderé”. La leyenda afirma que la amenaza se cumplió, el Rey mandó hacer una hoguera y que ataran a los dos en un hierro que colocaron encima de la misma pira, y con una manivela, fueron dándoles vueltas asándolos vivos hasta que sus cuerpos se consumieron.

El papa Nicolás IV al tener noticia de tan atroz tormento, excomulgó a Alfonso, ofreciéndole luego el perdón a cambio de erigir un altar en la Catedral de Mallorca en honor a los dos hombres y depositar en él sus reliquias. Así fue como los restos de Cabrit y Bassa fueron sepultados dentro del Altar de la Capilla de Nuestra Señora de la Piedad de la Catedral, situada entre el antiguo arco del trascoro y la Sala Capitular. En el retablo de esta capilla figuran unas pinturas donde están representados los dos personajes.

No solo impactó el ajusticiamiento en la Isla. Con toda probabilidad la noticia salió de las fronteras propias, donde el Rey no tenía muy buena fama al haber sido ya excomulgado. Durante largo tiempo se sostuvo la hipótesis de que los dos personajes que defendían el castell eran en realidad legendarios. De hecho, algunos estudiosos resaltan la escasez de referencias contemporáneas y el hecho de que ninguno de los cronistas medievales de mayor peso los mencione en sus obras, a pesar de la magnitud del hecho y de su trascendencia para la Corona mallorquina y por extensión para la aragonesa. Algunos historiadores lo explican como un movimiento de la cancillería real para silenciar la humillación del Rey, excomulgado tras su trato salvaje de dos plebeyos que le debían obediencia. No obstante, no hay que olvidar el papel protagonista que jugó el pontífice católico en la ecuación política y geoestratégica que sustenta todos estos movimientos. En efecto, existe un amplio consenso en que el propio papa de Roma ejercía por aquel entonces como un jefe de estado más, defendiendo los pingües intereses intrincados en la cuestión siciliana que el estado vaticano ostentaba. Sicilia fue la cuestión de poder que originó parte de los conflictos de Alfonso con sus homólogos francés y mallorquín, por lo que la excomunión de los reyes de Aragón se planteó como un buen mecanismo de presión para resolver los asuntos políticos a su conveniencia.

En todo caso, los nombres de Cabrit y Bassa aparecen en el Breviarium Maioricensis, el breviario propio para decir misa de la diócesis de Mallorca que se utilizó durante largo tiempo y que fue sustituido por el romano en el siglo XVI, quedando olvidado el antiguo culto mallorquín que asciende a los castilleros de Alaró hasta el nivel de mártires. Casi santos, adorados y festejados por el pueblo, que bien recordaba los sucesos a la sombra de la montaña y cuya historia se fijaba para las generaciones posteriores tanto en retablos como en grabados. Por otro lado, la bibliografía descubrió allá por el siglo XIX un documento del año 1300 en la Audiencia de Mallorca. En él Guillem y Berenguer Bassa, hijos y herederos de Guillem Bassa, «condenado a muerte y confiscados sus bienes catorce años antes» reclamaban sus derechos. Esa fecha nos lleva a 1286, justo la fecha de la muerte de los defensores.

Por otra parte, un documento medieval conocido como capbreu, recoge el beneplácito del Rey Sancho I de Mallorca para que los restos de Cabrit y Bassa reposen en la Capella de la Pietat de la Seu. Este hecho se ha interpretado como que Sancho recibió de sus familiares una deuda pendiente para expiar sus pecados, que tenían que ver con la condena a los hombres fieles a Jaume. Los mallorquines ven en ellos el símbolo de todos cuantos lucharon para defender la independencia del reino mallorquín, se hicieron estatuas y pinturas que estuvieron en muchas iglesias de los pueblos. En el oratorio de Nuestra Señora del Refugio, dentro del recinto del castillo, se ven unas pinturas representando a los mártires de Alaró. En el mismo pueblo, también es interesante la iglesia parroquial de los siglos XVII-XVIII. Son dos personajes históricos, dos mallorquines de a pie que con el tiempo se han ganado un lugar de privilegio en la mente colectiva, personificando los valores de libertad y fidelidad a la tierra.

Jaime Mascaró

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