EPIDEMIAS EN ESPAÑA

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Ilustración del tratamiento de la peste en la Edad Media

«Haze este miserable mal, que desamparen padres a hijos, y hijos a padres, no ay amigo tan fiel a quien no debilite, y enflaquezca contra la cosa amada. Es azote, y castigo del Cielo, es una bestia fiera, y cruel dragón (dize Galeno) que con invisible cuerpo, y malignante natura, se esparze por el ayre, despedazando, y sorbiendo quantos delante halla. Y en conclusión, es de tan horrible essencia, que de todos los millares de hombres que alcanza con su aliento, la mayor parte mata. Y assi suele aniquilar Reynos, destruyr Provincias, y dexar muchas ciudades desiertas, no perdonando a niño, o viejo».

Pons A P. Patología y Clínica Médicas. Tomo VI. Enfermedades Infecciosas. Ed. Salvat. Barcelona. España. 1952.

         Otoño de 1347. Amanece en Barcelona. Como cualquier niño de su edad, Ferrán juega en la calle, un arco hecho con ramas de olivo en una mano y una flecha en la otra, en busca de un buen lugar donde poder seguir con las prácticas de tiro. Lo hace cada día y a todas horas, porque cuando sea mayor quiere ser como su padre y participar en las partidas de montería comunales patrocinadas por Pedro III que se organizan para acabar con las alimañas que amenazan las cosechas. La mañana es agradable, así que el pequeño se decide a abandonar la ciudad e internarse en el bosque para buscar un lugar tranquilo donde seguir entrenando.

No ha transcurrido más de una legua y se encuentra junto al riachuelo con una gran cantidad de caravanas que han parado para descansar. Oculto entre unos arbustos, Ferrán los observa. Son hombres de piel curtida por el sol, la arena y las penurias de los caminos. Tienen aspecto de comerciantes, con sus capiellos sucios y pellotes zurcidos. Por lo que ha escuchado a sus padres, supone que deben ser los que la ciudad lleva esperando desde hace días. Los hombres de la Ruta de la Seda.

Parecen enfermos, advierte Ferrán. Están pálidos, y por la pinta se diría que sufrieran de calentura maligna, manchas, pintas, landres, carbuncos, desvaríos, modorras, temores, tristezas, sed, cansancio, fastidio, vómitos, ensueños, congojas, inquietudes, frío en los estremos, y fuego interno, pulsos desiguales, muy pequeños, y frequentes, y todas las malicias y trayciones, que en los demás particulares venenos se hallan.

Es tan horrible su aspecto que por un momento Ferrán llega a pensar que son cadáveres andantes, especialmente uno de ellos, con el rostro repleto de bubas que al moverse deja a su paso un olor pestilente que le revuelve las entrañas. Aterrorizado, el niño se olvida del arco y la flecha y sale huyendo de allí, tratando de dejar atrás el hediondo hálito de la muerte que se apresta a rondar Barcelona.

SIGLOS XIV-XV. LA PESTE

La peste, procedente de Asia (¿nos suena de algo?), debió entrar por Europa a través de las numerosas caravanas procedentes de la Ruta de la Seda. Sería a finales del año 1347 cuando la enfermedad se propagó con inusitada rapidez a través de Italia y Francia hasta llegar a España, entrando al país por Gerona, Barcelona y Tarragona en la primavera de 1348. Comenzaría así un lustro (de 1347 a 1351) en el que la epidemia segó la vida de veinticuatro millones de personas en todo el continente, lo que supone una proporción de tres fallecidos por cada diez habitantes.

Por aquella época vivía en Lérida un médico llamado Jaume d’Agramunt (¿?-Lérida, 1350), quien dedicó sus esfuerzos en estudiar lo que vendría a llamarse epidemia o pestilencia y mortandad de gentes, más conocida hoy como peste negra, y cuyo resultado recogió en el Regiment de preservació a epidímia e pestilència e mortaldats (Métodos de protección contra la epidemia y pestilencia y muertes), donde recomendaba no arrojar dentro de las ciudades o en su cercanía animales muertos y otros desperdicios orgánicos, así como quemar todo lo que hubiera estado en contacto con los infectados.

La forma de actuar (protocolo, lo llamaríamos hoy) era la siguiente: una vez fallecido el enfermo había que recoger todas las ropas, muebles y otros objetos de su propiedad para quemarlos. En el cuarto en el que había muerto se tenían que picar, revocar y blanquear las paredes y enladrillar de nuevo el suelo. La quema de los enseres debía hacerse a media legua de distancia, de modo que los vapores no se introduzcan en la villa.

SIGLOS XVI y XVII. MÁS PESTE.

Las crónicas recogen sendos episodios epidemiológicos en 1501, con la peste en Barcelona, y en 1507 en Cádiz, repitiéndose de nuevo en Cataluña con propagación hasta Sevilla, ciudad donde se produjo otra enfermedad pestilencial en 1510. En 1515, de nuevo aconteció la plaga en la Ciudad Condal, en 1518 una calentura de garganta afectó a los caballos en Navarra y en 1519, como consecuencia de un terremoto en Játiva, hubo una pestilencia en Valencia que pasó a Zaragoza y a Barcelona, donde se aplacó allá por 1521.

En 1523, la peste atacó Mallorca, extendiéndose a Valencia. Durante 1524, en Játiva hubo peste de landres, una tumefacción inflamatoria, y el mismo año Sevilla tuvo otra irrupción pestilente grave. Repitiose posteriormente la epidemia en Játiva (1527), desde donde se dispersó por Aragón un año después hasta 1530.

En 1533 la epidemia incendió de nuevo Aragón y en 1542 se produjo una plaga de langostas bermejas y pestilenciales procedentes de Turquía. En 1551 un trigo corrompido trajo una epidemia en Valencia y cuatro años después hubo otra expansión. En el año 1557 otro contagio, atribuido a los moriscos, surgió en Granada y al año siguiente,1558, también la padecieron en Murcia y Barcelona.

Llegó en 1560 la enfermedad a Burgos y hubo nuevo contagio en Barcelona, al igual que en 1563 y 1564, esta vez en Zaragoza, a causa de la compra de ropa francesa. En 1565, se reprodujo en Sevilla una peste ya conocida y en 1568 sufrió otra embestida.

En 1580 acontecieron catarros mortales en Madrid y Barcelona, así como viruelas en Sevilla. En 1581 persistiría la peste en Sevilla, desplazándose a Extremadura y León. Por su parte, Valladolid la sufriría alrededor de 1584 y Toledo hizo frente a la viruela los dos años siguientes, llegando a Madrid en 1587 y a Burgos, donde hizo estragos durante tres años consecutivos, con importantes coletazos posteriores en 1598, 1603 y 1604.

Allá por 1589 la peste desembarcaba en Barcelona y en 1590, en Valladolid, donde estaba la Corte, se extendieron fiebres contagiosas. Otra peste se declaró en Sevilla desde 1594 a 1597 y en 1596 se propagó desde Vizcaya a Castilla, terminando el siglo con el contagio flamenco de 1599 que trajo la peste bubónica desde Santander a Sevilla, ciudad que sufriría una epidemia de peste conocida después como la peste atlántica. En este caso, las bubas no tuvieron origen en los barcos que llegaban de América o el Mediterráneo hasta España, como era habitual, sino en navíos procedentes de Flandes que fondearon en puertos de la costa cantábrica

Como hemos visto, fue aquella una época de constantes epidemias y limitados avances médicos, cuando todavía no se sabía distinguir unas de las otras, hecho que queda constancia en la pluma de Baltasar Gracián:

Lo que sé es que mientras los ignorantes médicos andan disputando sobre si es peste o es contagio, ya ha perecido más de la mitad de una ciudad; y al cabo, toda su disputa viene a parar en que la que, al principio, o por crédito o por incredulidad, se tuvo por contagio, después al echar de las sisas o gabelas fue peste confirmada y aun pestilencia incurable de las bolsas».

Por aquellos entonces se hablaba mucho del “garrotillo«, lo que hoy conocemos como difteria, que atacaba la garganta de sus víctimas al modo del garrote del verdugo, cuya causa dependía de una sustancia crasa y compacta a medida de membrana, que afectaba el tragadero, la garganta y las fauces, como si fuera un lazo, de tal suerte que las partes necesariamente llegan a juntarse, del mismo modo que se le tuerce al cuello con una soga. Entre 1583 y 1638 se produjeron hasta seis oleadas de esta epidemia en España, extendiéndose a Italia (allí la llamaron pedancone maligna) en 1618. Esta enfermedad fue estudiada, entre otros, por Luis Mercado (1525?-1611), natural de Valladolid, en sus «Consultationes morborum complicatorum et gravissimorum» (1613) y Juan de Villarreal en su «De signis, causis, essentia, prognostico et curatione morbi soffocantis«(1611), quien describió aquella enfermedad como contagiosa fomite et per contactum, non vero ad distans; es decir por contacto, aunque esta no se propagaba por hálito ni se diseminaba por el aire.

«abierta la boca y deprimida la lengua, unas veces se notaba un ápice enteramente blanco que salía de lo hondo de la garganta y que impedía la deglución; otras, cierta costra, como una membrana que ceñía las fauces, no perfectamente blanca, sino declinado a lívida, cuya variedad nace de la diferencia de las causas. Aunque la lengua puede presentase blanca y no sea un síntoma propio y patognomónico de esta enfermedad, sin embargo, existiendo al mismo tiempo la dificultad de tragar y la epidemia reinante, puedes estar bien seguro de que esta enfermedad es el garrotillo.

         Con relación a la peste, el más cruel y opuesto enemigo que la naturaleza humana tiene, se recomendaba Huir luego, huir lejos y huir largo tiempo. Así lo describió en 1623 Juan Sorapan de Rieros en su libro Medicina española contenido en proverbios vulgares de nuestra lengua.

Súbita, y desaforadamente asalta el corazón (parte más principal del hombre, y que es fuente, y origen de la vida) y con su veneno, y malicia, le destruye. como de buenos efectos, para lo que se recomienda la sangría de la vena cefálica, antes que otros hayan hecho igual recomendación; en que ha propuesto los toques locales con ácido nítrico diluido, antes que Delpech

El siglo XVII también sufrió muchas epidemias: 1607, 1609, 1611, 1615, 1618 en Sevilla o la 1619 en Levante son algunos ejemplos.

La peste de 1646 a 1652 se propagó por España desde varios puertos andaluces. En 1647 se declaró la epidemia en Alcalá de Henares y en junio de ese año en una localidad cercana a Valencia. De allí la pestilencia pasó a Castellón y al Maestrazgo aragonés, luego a Murcia y Cartagena, ya en 1648, alcanzando Sevilla, Córdoba, Málaga o Cádiz.

En 1666 se produjo otra plaga en la ciudad hispalense, aunque la tercera peste más relevante del siglo tuvo lugar en 1676, en el puerto de Cartagena, tras el desembarco de ropas procedentes de Inglaterra. De allí pasó a Murcia y a Totana. Aunque se dio por extinguida en 1677, persistió en la ciudad del Segura, surgiendo otra en 1678, concretamente en Málaga (traída desde Orán), que abarcó Granada, Antequera, Ronda y Motril. También se advirtió en Orihuela y llegó hasta El Puerto de Santa María.

¿Y cómo se combatía la epidemia? Pues como podían: en 1647, en Valencia, se ordenó que en las puertas de acceso a Madrid se mojaran en vinagre las cartas y documentos que provinieran de aquel reino y además que la correspondencia procedente de Alicante y Orihuela se trajese a la Corte directamente sin pasar por Valencia. En 1649 se prohibió que ninguna persona de cualquier calidad y condición que hubiera estado un mes en las ciudades de Sevilla, Málaga, Cádiz, Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda o en las villas de La Algaba y Valencia, penetrara en Madrid bajo ningún pretexto ni trajera de los referidos lugares ropa ni ninguna otra cosa de cualquier género que fuera. Además, se ordenó que ninguna persona admitiera en su casa, posada o mesón a nadie que viniese de dichos lugares. El castigo para los infractores de este bando era pena de muerte y confiscación de todos sus bienes.

SIGLO XIX. CÓLERA.

El cólera no apareció en España hasta 1831. De las seis pandemias conocidas entre 1817 y 1923, cuatro afectaron a España. Entre 1833 y 1885 ocasionaron cerca de 800.000 muertes (en una población de 15 millones), y no fueron más gracias a Jaime Ferrán i Clúa (1851-1929) y su ensayo de una vacuna.

Mayo, 1885. Una epidemia de cólera, con origen en Marsella, asolaba Valencia, En tan sólo unas semanas se diagnosticaron casi 8.000 casos, razón por la que las autoridades sanitarias contactaron con el doctor Ferrán, quien ya llevaba tiempo trabajando en una vacuna contra el Vibrio cholerae.

El doctor se trasladó a Marsella, donde se hizo con cinco muestras microbiológicas en Marsella y regresó a España para continuar con sus estudios, pero los funcionarios de aduanas le retuvieron en la frontera de la Junquera alegando riesgo de contagio biológico. Tal fue la rigidez de los agentes que el valenciano tuvo que tirar de ingenio para solventar el problema, ocultando las muestras en uno de sus calcetines.

Después de emplear a su propia familia de improvisadas cobayas, el epidemiólogo inició la vacunación masiva de los valencianos con 30.000 dosis anticoléricas. Los resultados no se hicieron esperar: la vacuna –la primera de la historia frente a esta enfermedad–– fue un verdadero éxito.

Como anécdota que nos recuerda que hay cosas que no cambian por mucho tiempo que pase, conviene recordar el surgimiento del cantonalismo o federalismo sanitario en plena pandemia: un fenómeno de insurrección y desobediencia de algunos poderes locales contra el Gobierno central, cuando este decidió permitir la libre circulación de personas y mercancías y abolir medidas cuarentenarias para evitar el daño económico que producían. Por otra parte, también se produjo la huida de los ciudadanos más pudientes desde sus residencias habituales hacia lugares más saludables, como zonas rurales o lugares de veraneo en el norte de España, o al extranjero.

SIGLO XX. GRIPE ESPAÑOLA.

La mal llamada ‘gripe española’ (virus ‘Influenza A del subtipo H1N1) irrumpió en enero de 1918 y duró hasta diciembre de 1920. El origen tuvo lugar en Estados Unidos, concretamente en el Estado de Kansas, y se transmitió a través de los soldados norteamericanos que vinieron a combatir a Europa durante la I Guerra Mundial. España, país neutral en la contienda bélica, le dedicó una extensa cobertura informativa a la enfermedad, de ahí que, pese a ser un problema internacional, se le diera el nombre con el que ha pasado a la historia.

Los efectos de la gripe fueron devastadores: entre 50 y 100 millones de muertos a lo largo de tres oleadas. En nuestro país resultaron afectados cerca de 8 millones de personas, con más de 200.000 muertes.

SIGLO XXI. COVID-19.

¿Qué decir aquí? Pues que la historia se sigue escribiendo día a día…

Este ha sido un breve resumen de las epidemias más importantes que han asolado a España en los últimos siglos, que, por lo que se puede apreciar, han sido muchas y variadas, cada cual soportada como Dios y los avances médicos daban a entender. Aunque después de escribir este artículo, me permito un momento de optimismo y llegar a una conclusión que bien podemos aplicar a esta COVID-19 que nos ha tocado vivir: que como tantas otras veces, de esta también saldremos.

Ricardo Aller Hernández

BIBLIOGRAFÍA

Epidemias de peste en España en los siglos XVI y XVII-Lanza Digital.

Las pestes en los siglos XVI y XVII y Sevilla-Pedro de tena-Libertad Digital

El garrotillo (Difteria) en España- scielo.conicyt.cl

El médico que salvó la vida d emiles d epersonas escondiendo bacterias en su calcetín-ABC

La gran epidemia medieval-La Vanguardia

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