Los Mártires del Zenta, beatificados

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Ya son beatos los Mártires del Zenta, que eran parte una expedición misionera, asesinados por indios antropófagos del en 1683. Los indios mataron en esa ocasión a 20 cristianos, pero la Iglesia beatifica a los dos que eran sacerdotes, porque de los otros mártires no se conocen los nombres, sólo algún dato: murieron dos laicos españoles, un negro, un mulato, dos niñas, una mujer indígena y once indios. En la iconografía en la diócesis de Nueva Orán, Argentina, figuran junto a los dos sacerdotes.

Pedro Ortiz de Zárate, rico encomendero y político, al enviudar joven se hizo sacerdote, y años después, ya con 60 años y con enfermedades, se lanzó a una misión de evangelización peligrosa a territorio salvaje.

Juan Antonio Solinas, jesuita natural de Cerdeña (entonces parte de la monarquía hispánica), participó en las guerras guaraníes contra los esclavistas portugueses. Conociendo lenguas indias, se apuntó también a esta expedición arriesgada. La Iglesia celebrará su memoria cada 27 de octubre, día que alcanzaron el martirio.

La ceremonia de beatificación tuvo lugar el 2 de julio de 2022, presidida por el prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, el cardenal Marcello Semeraro, y concelebrada por el Nuncio Apostólico, Miroslaw Adamczyk; con el obispo de Nueva Orán, Luis Antonio Scozzina; el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Aurelio Poli; y numerosos obispos argentinos y autoridades jesuitas. Entre los asistentes se encontraban la postuladora de la causa de canonización, la hermana Isabel Fernández; y autoridades nacionales y locales como el director nacional de Culto Católico, Luis Saguier Fonrouge; el gobernador de Salta, Gustavo Sáenz; y el vicegobernador de la provincia de Jujuy, Carlos Guillermo Haquim.

Pedro Ortiz de Zárate nació hacia 1622. Su abuelo, un vasco del mismo nombre, fue uno de los fundadores de la presencia española en Jujuy, la región del noroeste argentino que hace frontera con Chile y Bolivia actualmente. Encomendero y único hijo varón de encomendero, Pedro mostró su religiosidad desde joven, y también su enojo cuando se cometían abusos contra los indios.

Su madre murió cuando tenía 11 años y su padre cuando tenía 16. Quedó como heredero de una rica encomienda. Conoció a religiosos que murieron mártires, como Gaspar Osorio, Antonio Ripario y Sebastián Alarcón, asesinados por indios chiriguanos y recordados como «los Apóstoles del Chaco».

Pedro se casó en 1644, con 22 años, en un matrimonio que resolvía un conflicto entre grandes familias y aportaba paz a la región. Ese mismo año le nombraban alcalde de Jujuy. Administraba un territorio enorme, con población india de diversas etnias y también española. Tuvo dos hijos. Cuando su esposa murió tras diez años de matrimonio, Pedro quedó viudo con 33 y dejó la educación de sus hijos a su suegra. Tres años después se hizo sacerdote.

Estudió filosofía y teología con los jesuitas, aunque no entró en la Compañía. Dejó sus riquezas para dedicarse a tareas humildes. A los 39 años era nombrado párroco de Jujuy. Buscó defender a los indios en las encomiendas y abrir capillas en cada una. Dedicó 24 años a la parroquia. Hacía venir músicos de Perú, que él pagaba, para mejorar la liturgia. Acompañado de sirvientes, llevaba pan a las casas de los enfermos. Atendía especialmente a los indios.

En 1682 llegó un permiso del Rey para que Pedro, ya casi con 60 años, pudiera ir al territorio de los indios paganos y belicosos a evangelizar el Chaco: “Estando ya en el umbral de los sesenta años y dada la poca salud a causa de los continuos sufrimientos, deseo ardientemente gastar aquello que me queda de la vida en esta empresa”, escribió. Juntó 30 soldados y otros 30 indios armados, y mercancías para llevar a los indios: vacas, mulas, tabaco, yerba del Paraguay, tela, algodón.

El veterano de la guerra contra los esclavistas

Juan Antonio Solinas nació en 1643 en Oliena (Cerdeña). Estudió con los jesuitas de Cerdeña, se ordenó sacerdote en Sevilla en 1673 y llegó a Buenos Aires al año siguiente. Trabajó en las misiones entre los ríos Paraná y Uruguay: “Era ayuda para los pobres, a los que proveía sustento y vestido: médico para los enfermos, que curaba con gran delicadeza; y universal remedio de todos los males del cuerpo. Por esto los indios lo veneraban con afecto de hijos”, escribió un contemporáneo.

Aprendió con fluidez el guaraní. En 1678 Solinas se vio implicado en curaciones milagrosas: niños que se curaban de una epidemia cuando los llevaban a la capilla y pedían la intercesión de San Ignacio y una mujer tras un mal parto, que perdía sangre hasta que le puso un anillo que había estado en la mano de San Francisco Javier. Se convirtió en un confesor frecuente entre los españoles de Corrientes y los indios hohonás.

En 1680 participó, con otros tres sacerdotes, en una expedición de 3.000 indios guaraníes, con permiso de la autoridad española, cruzando unos mil kilómetros de caminos imposibles, para atacar una fortaleza de esclavistas portugueses. La victoria fue para los indios y sus aliados españoles. Como sacerdote confesó y ungió a todo tipo de moribundos: españoles, portugueses, tupis y guaraníes. En 1683, con 40 años, se sumó a la expedición de Pedro Ortiz de Zárate hacia el Chaco.

Indios antropófagos, brujos y caciques de guerra

Los indios de la zona pertenecían a distintas etnias. Gran parte de las tribus (chiriguanos, tobas, mocobíes, vilelas, abipones y otros) “se sustentan de carne humana”, escribía en su carta anual el jesuita Tomás Dombidas.

Cada tribu tenía su propio cacique, aunque con poca autoridad excepto en tiempo de guerra. Hay estudiosos que señalan que reconocían la existencia de una divinidad suprema, llamada Hojtój (Gran Espíritu), pero lejana, a la que no rendían culto. Sí realizaban rituales para aplacar a una divinidad maligna, llamada Tac–juaj.

Si la vida de los dos sacerdotes merece una teleserie, la expedición en si merece una película. El grupo ascendió y después bajó los 4.550 metros de la precordillera Salto–Jujeña, pasó por pantanos y ríos desbordados en la estación de las lluvias y soportó el asedio de los mosquitos que desfiguraban el rostro y las manos de las personas.

La expedición llegó al Valle del Zenta y fundó un fuerte llamado San Rafael como refugio y centro evangelizador. En pocos meses, con regalos y amistades, consiguieron atraer a unas 400 familias de indios ojotas, taños y tobas. Había mal ambiente entre distintas tribus y algunos acudían buscando la protección de los españoles, que sumaban una protección de 30 soldados blancos y 30 indios. Al menos 4 soldados españoles se escaparon de allí en cuanto pudieron.

Don Pedro y el padre Solinas escribieron una carta solicitando que se les enviase otro misionero, explicando las características necesarias. “Primero: debe ser totalmente desprendido del mundo y bien resuelto en los peligros y dificultades; segundo: su caridad debe ser suma, para nada miedoso, con un rostro alegre, un corazón amplio, sin escrúpulos impertinentes, porque debe tratar con gente desnuda, no muy diferente de las fieras. Su Reverencia no debería enviar a quien no tuviera tales cualidades, porque sería más un peso que una ayuda”.

Solinas escribió a los jesuitas explicando su deseo de ir a los indios vilelas: «Toda esta gente unida y que viene poco a poco, se muestra satisfecha no sólo porque cree en las verdades que le hemos presentado, sino también porque está convencida de que nosotros nos quedaremos con ellos y no los abandonaremos, ni mucho menos los obligaremos, como pasó hace diez años, a ir a las tierras de los españoles. Al contrario, los evangelizaremos y convertiremos en su mismo territorio, y les daremos los alimentos necesarios y todos los otros beneficios posibles. ¡Que Dios tenga cuidado de nosotros!”

En octubre, los dos sacerdotes y un grupo de 23 acompañantes (dos españoles, un mulato, un negro una mujer indígena, dos niñas y dieciséis indios) estaban en una capillita construida por ellos en una pradera rodeada de bosques, esperando que llegara una caravana con provisiones que venía de Salta. Estaban en las cercanías del río Bermejo y del río Santa María. Querían redirigir la caravana de forma que no asustase a los indios de San Rafael.

Llegaron entonces unos 500 o más indios con armas y pinturas de guerra. Unos 150 eran tobas y el resto eran cinco caciques mocovíes con sus guerreros. No había entre ellos niños ni mujeres. Durante unos días les rodearon. Los misioneros les ofrecieron regalos, vestidos, alimentos…, los indios respondían con sonrisas y gestos amables. Pero les aislaban. Al parecer esperaban más refuerzos. Un cacique amigo, de los indios mataguayos, explicó en secreto a los sacerdotes que iban a ser asesinados.

La mañana del 27 de octubre de 1683 los sacerdotes oraron y celebraron misa. Después hablaron de Dios con sus asediadores, en tono amistoso. Por la tarde, los indios, al parecer azuzados por hechiceros de sus clanes, cargaron con flechas y lanzas y garrotes-macanas, contra los misioneros y todos sus acompañantes. Los mataron, los desnudaron, les clavaron una flecha a cada uno ya muertos y les cortaron a todos la cabeza, para llevárselas.

Se salvó un indio de la misión, que pudo escapar con un caballo encontrado en las cercanías y que, pocos días después, pudo contar todo lo sucedido a los cristianos de Humahuaca.

Cuando llegó la expedición de Salta, el sargento mayor Lorenzo Arias quería atacar y matar a los culpables, pero el padre Diego Ruiz que le acompañaba lo impidió, diciendo que había venido a convertir infieles, no a matarlos.

Jesús Caraballo

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2 thoughts on “Los Mártires del Zenta, beatificados”

  1. Gracias por el artículo.
    Impresionan profundamente los hechos narrados. Y aún mas lo que dejan entrever: la historia de España y su papel trascendente para todos los seres humanos, sean cristianos o no lo sean.

  2. Muy interesante conocer nuestra gran historia y las grandes personas que hicieron nuestro glorioso pasado de ESPAÑA. Gracias JJesús por darlo a conocer.

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