Concurso V Centenario: Una chica navegante

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Narración creada por Elena, 2º ESO

Enviada por Prof. Mayte Madera

Colegio Santa Teresa

Siempre he vivido en Sanlúcar de Barrameda, una ciudad que se encuentra al lado de la costa. Supongo que no podía quejarme, mi padre ganaba una buena cantidad de dinero con su negocio y mi madre siempre nos llevaba los mejores platos a la mesa pero me faltaba algo de emoción, solo por ser una chica me tenían demasiadas cosas prohibidas. Necesitaba algo más de libertad y la única persona que parecía entender eso era mi abuela, que tenía el mismo espíritu aventurero que yo. Por cierto, mi nombre es Jimena. Supongo que a estas alturas te estarás preguntando qué hago aquí contándote esto. Bien, resulta que acabo de terminar la mayor aventura de mi vida y creo que se merece una historia. Cuando todo ocurrió yo tenía tan solo dieciocho años. Estaba en casa ayudando a mi abuela a remendar algunas prendas cuando mi padre entró con uno de sus clientes más frecuentes. “Te has enterado de la expedición que embarcará esta tarde”,  dijo el hombre. “Como para no saberlo, es lo único de lo que se habla» contestó mi padre. No escuché más de aquella conversación, simplemente me perdí en mis pensamientos. Solo había navegado una vez, cuando era pequeña y no me alejé demasiado de la orilla, pero esa sensación me encantó y se quedó conmigo todos estos años.

Mi abuela, como siempre, leyó mi mente.

-¿Por qué no subes a uno de esos barcos?-Me dijo.

-Abuela no puedo hacer eso, papá no me dejará ir y aunque lo hiciera, jamás dejarían subir a una mujer.

-¿Pero a ti te haría ilusión?-Insistía.

-La verdad es que me encantaría, ya sé que no es un trabajo fácil, pero…

-Entonces no hay más que hablar- Contestó mi abuela.

Me llevó al baño, no sin antes coger las tijeras sobre la mesa y antes de que pudiera decir o hacer nada me cortó mi largo cabello rubio. Luego me dijo que la esperase y al cabo de unos minutos volvió con un montón de ropa vieja de mi padre. Me puse uno de los conjuntos y me miré al espejo. Realmente estaba irreconocible. La abuela me dijo que bajase por la ventana, así que le di un beso de despedida y me fui.

Al llegar al puerto me quedé impactada, las naos eran realmente enormes y había un montón de hombres terminando de subir provisiones a las embarcaciones. Me subí a una de ellas y más tarde supe que se trataba de la nao Victoria. Ni siquiera me preguntaron mi nombre, solo mi posición en el barco así que solo dije que era una aprendiz. Me dijeron dónde dormiría y cuáles serían mis tareas diarias. Eran bastante duras y tardarás, pero no me quejé, después de todo, no debería estar allí. Antes de darme cuenta las manos se alejaron del puerto y solo entonces me di cuenta del gran cambio que estaba a punto de dar mi vida. Pasaron unos cinco o seis meses, era imposible saberlo con exactitud. Mi vida transcurría normal y ya me había acostumbrado a mi nueva vida. Sobretodo limpiaba, pero como eso era algo a lo que estaba acostumbrada no me costó demasiado. Sabía que esa paz era demasiado buena y que algo malo iba a suceder, y no me equivocaba. Pasaron otros dos meses y después un año. Cada vez estaba más ocupada y no me dio tiempo de pensar en otra cosa que no fueran mis tareas. Llegamos a las tierras descubiertas por un español llamado Cristóbal y allí comenzaron los problemas. Todavía no sé cómo,  pero terminé delante del mismísimo Fernando de Magallanes, quien estaba a cargo de la expedición. Una ola bastante grande hizo que la Victoria se tambaleara y el mismo movimiento provocó que perdiera el equilibrio, haciendo que callera al suelo y me metiera todo un cubo de pescado encima. El capitán me miró sin poder aguantar su risa. Me dijo que me tomará un descanso para cambiarme de ropa y así lo hice. Al rato otro grumete me dijo que el capitán me buscaba y que me dirigiera a su “despacho”. Una vez allí, el hombre me invitó a sentarme y él fue el primero en hablar.

-Dime cuál es tu nombre, chico.

Vaya por dios esa era la pregunta que menos me esperaba. Lo cierto es que había tratado de evitar a toda costa hablar con otras personas en el barco.

-Me llamo Juan Jiménez- Mentí.

-¿Estás seguro de que no es Jimena?- Dijo mientras me enseñaba un medallón. Instintivamente me llevé las manos a mi cuello. Ese medallón me lo regaló mi padre cuando su negocio empezó a ir bien. Era de oro y tenía mi nombre grabado, y, si lo abrías, se podía ver una foto mía, obviamente con mi pelo largo y mi ropa habitual. Debió de desprenderse de mi cuello cuando me caí

El capitán pareció comprender mi angustia y me preguntó algo más calmado que antes:

-¿Qué estás haciendo tu aquí? ¿No sabes que las mujeres no pueden navegar?

-Si lo sé señor es solo que es mi sueño y no podía desperdiciar esta oportunidad…- Dije con un hilo de voz.

Hablamos un rato más y que conté toda la historia detalladamente. Finalmente, el capitán me miró pensativo y después me dijo:

-Está bien,  guardaré tu secreto, pero tienes que prometer que no harás más espectáculos como el de antes ni ninguno parecido.- Obviamente se refería a mi desastrosa caída. Yo asentí con la cabeza y él me  dijo que ya podía marcharme y así lo hice. De nuevo, todo volvió a la normalidad de forma temporal. Pasaron los meses (perdí la cuenta) y llegamos a unas islas. Al principio todo iba bien, pero un día, Fernando murió y para colmo alguien se enteró de mi secreto y se encargó de difundirlo por toda la tripulación. Todos comenzaron a odiarle y me convertí en el centro de todas las miradas, lo cual no me agradaba para nada. Ni si quiera me preocupaba la escasez de comida, de hecho, a veces pensaba que lo mejor era que yo desapareciese. Pronto eligieron a un nuevo capitán,  Juan Sebastián Elcano, el cual por supuesto estaba al tanto de mi situación y no tardó en pedirme que me reuniera con él.

-Siéntate, Jimena,  creo que tienes mucho que contarme.

Entonces le conté toda la historia, le dije también que el antiguo capitán sabía de mi secreto y no tenía idea de por qué me había defendido.

-Bien, muchacha, esto es lo que haremos: No puedo dejarte aquí tirada en mitad del océano, pero tampoco puedes quedarte aquí sin hacer nada, así que te encargarás de cocinar para la tripulación y en tu tiempo libre, ayudarás a limpiar.

Le agradecí y salí de la habitación.

Pasó un tiempo y cada vez morían más hombres, lo cual lamentaba enormemente, pero mirando el lado bueno (sin tratar de sonar desagradable),  era que cada vez tenía que preparar menos comida. Tampoco todo fue tan duro. Un día conocí a un chico dos años mayor que yo y me defendió de unos hombres que me estaban insultando. Desde entonces nos hemos vuelto cercanos y más tarde me di cuenta de lo que realmente sentía por él. Llegamos a mi querida ciudad. No tienes idea de la ilusión que me hacía volver. De 5 años, solo una volvió sana y salva, y con menos de veinte supervivientes y estoy muy orgullosa de decir que Raúl (el chico del que había hablado antes) y yo somos dos de ellos. Además él era de una buena familia así que mi padre le dio permiso para pedirme matrimonio. Aunque no todo fue felicidad, ya que al llegar mis padres me dijeron que mi abuela falleció hacía un año. Ahora estoy aquí para enfrentarme a mi siguiente gran aventura, la de ser mamá. No sé si seré la mejor madre, pero de lo que sí estoy segura es que apoyaré al niño o niña en todo lo que decida.

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