LA BATALLA DEL CAMPO DE LA VERDAD

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          Hablar de la bravura de los hispanos de su ardor guerrero y de su “antes morir que rendirse”, desde los tiempos más remotos de la historia, es ya casi un tópico.

          Cneo Pompeyo Trogo historiador galo-romanizado del siglo I a. C., perteneciente a la tribu de los voconcios de la Galia, cobró renombre durante la época de Augusto por sus trabajos sobre historia.

          Es curiosa la descripción de la bravura de los hispanos cuando al referirse a ellos, manifiesta:

          El cuerpo de sus hombres está preparado para el hambre y la fatiga y su espíritu para la muerte. Todos son de una dura y rigurosa sobriedad. Prefieren la guerra a la inactividad y, si les falta un enemigo fuera, lo buscan en su propia tierra. A menudo mueren a causa de las torturas por su silencio sobre las confidencias a ellos hechas: hasta tal punto para ellos es más fuerte su preocupación por el secreto que por la vida. Se elogia también la firmeza de aquel esclavo que en la guerra púnica, habiendo vengado a su amo, empezó a reír en medio de las torturas y venció la crueldad de los verdugos con su serena alegría. Es un pueblo de viva agilidad y espíritu inquieto y para la mayoría son más queridos sus caballos de guerra y sus armas que su propia sangre.

          Es preciso acudir a una batalla ocurrida en Córdoba en pleno siglo XIV, concretamente  en el año 1350, que dio nombre a la zona que, desde hace siglos, se  conoce como Campo de la Verdad en la margen izquierda del río Guadalquivir, en donde existe una elevación conocida como El Cerro, en la cual se encuentra ubicada la iglesia de Jesús Divino Obrero. En este altozano se han encontrado materiales pertenecientes a la cultura del Calcolítico, que se datan con anterioridad al asentamiento de la Colina de los Quemados.

          Los restos descubiertos son un fragmento de un vaso campaniforme hallado en los años cuarenta del siglo pasado, así como diversos materiales datables entre el Calcolítico y época tartésica y varias porciones de platos con borde engrosado, cuencos hemisféricos, y dos trozos de cerámica con decoración campaniforme de tipo inciso.

          La continuidad de este asentamiento, durante el II milenio a. C., se comprueba con las últimas excavaciones efectuadas en la Colina de los Quemados.

          Bien, en esta zona hoy intensamente poblada  ― como lo fue durante la época romana donde se asentaba el suburbio Saqunda, y posteriormente en tiempos de los musulmanes ―, se hallaba el Arrabal del Mediodía, famoso por la revuelta que en 198 de la Hégira (31 de Agosto de 813, de la era cristiana), tuvo allí su inicio.

          Este arrabal, llamado también Saqunda, como hemos dicho, desde la época de los romanos no era un distrito de chabolas o viviendas diseminadas, sino que estaba compuesto por un importante enclave urbano donde el propio emir Alhaken ben Hixen fundó una almunia, que hoy podríamos llamar una finca de recreo, y además mezquitas, cementerios, baños y otros centros asistenciales. Por lo tanto, estamos hablando de una zona muy extensa, que ocuparía desde el puente romano hasta el meandro que forma el río en Miraflores, en la margen izquierda

          Este emir descuidaba el gobierno de la ciudad y solo  le satisfacen los juegos, la caza, los placeres de todo tipo y la bebida, por ello se hizo odioso a los habitantes de la ciudad, además de por sus múltiples ejecuciones caprichosas y arbitrarias.

          El estado de descontento y cierta situación, al parecer entre un soldado de Hixen, un mameluco que llevó su espada a casa de un bruñidor del arrabal para hacerla limpiar, y como este la remitiera a su dueño más tarde de lo convenido, el mameluco tomó la espada y golpeó con ella al obrero hasta dejarle muerto.     

Este innecesario accidente hizo que los habitantes del Arrabal se alzasen en armas contra el emir y los disturbios fueron tan intensos y embravecidos que los habitantes de y todos los otros arrabales le siguieron empuñaran las armas,

          No nos extenderemos en este suceso, sino simplemente añadiremos que los habitantes de los arrabales fueron dominados, y el de Mediodía fue arrasado a sangre y fuego y sus campos sembrados de sal para hacerlos improductivos y allí no pudiese habitar nadie.

          Esta situación duró hasta que el Rey Fernando III entró en Córdoba y la zona que mencionamos pudo ser repoblada.

Abreviaremos las luchas dinásticas entre Pedro I (llamado el Cruel por sus venganzas) y su hermanastro enrique de Trastámara.

Alfonso XI había vivido en barraganía con una hermosa dama sevillana llamada Leonor de Guzmán que le dio diez hijos, cosa que nunca fue bien vista por Pedro.

Pedro ocupa el trono y tiene que enfrentarse a la apetencias al mismo de su hermanastro Enrique, lo que provoca una guerra civil en Castilla

Para conocer los pormenores del caso hay que remontarse a 1350, cuando a la muerte en Gibraltar del rey castellano Alfonso XI, su único hijo legítimo, el príncipe Pedro, ocupó el trono de Castilla. Pedro, nunca había visto con buenos ojos las infidelidades conyugales de su padre con Leonor de Guzmán.

 Los primeros meses de reinado fueron conflictivos con la amante de su padre y algunos hijos de esta, que poco después fueron apresados y ejecutados. El mayor de los hermanos vivos en ese momento, Enrique de Trastámara, huyó a Portugal y más tarde a Francia, buscando apoyos para iniciar una guerra contra su hermanastro. Una guerra civil por el trono de Castilla que terminó en 1369 con la muerte de Pedro. La batalla del Campo de la Verdad sucedió en el contexto de esta guerra civil.

Desde un primer momento, la ciudad de Córdoba se puso de parte de Enrique de Trastámara, defendiendo el derecho al trono de Castilla del hijo bastardo del rey Alfonso XI contra el monarca legítimo que, a causa de sus crímenes y venganzas, empezaba a ser conocido como Pedro I “el Cruel”. Según la crónica del historiador contemporáneo a los hechos, Pedro López de Ayala, el rey Pedro y su aliado el rey de Granada Mohamed V, se dirigieron a Córdoba en mayo de 1368 con 7.000 caballos y 80.000 peones y ballesteros. Cuando llegaron a la margen izquierda del río tomaron la torre de la Calahorra (que entonces era más pequeña) y, cruzando el puente, alcanzaron el alcázar, donde colocaron sus pendones. Las gentes de Córdoba, creyendo que las tropas granadinas asaltarían la ciudad, se lanzaron a las calles en defensa de esta, haciendo retroceder a los musulmanes.

Las tropas cristianas de Córdoba comandadas por D. Alonso Fernández de Córdoba se aprestaron a defender la ciudad, y bajando por la calle del Palacio Episcopal, la madre de D. Alonso, Doña Aldonza de Haro, que estaba asomada a una ventana de este, preguntó a su hijo si iba a entregar la ciudad a sus enemigos, a lo que D. Alonso contestó: “Mi señora, vamos al campo y allí se verá la verdad”. Al cruzar el puente romano mandó D. Alonso destruir dos arcos de este para que nadie retrocediera. Ganar o morir, esa era la consigna.

          En esta batalla jugaron un papel especial los piconeros cordobeses, ya que, por la noche, al abrigo de la oscuridad y la niebla, se adentraron en el campo enemigo para cortarles con sus hocinos, los jarretes a los caballos, con lo que los dejaron fuera de la batalla.

El combate fue tan cruento que murieron por igual hombres y caballos; venciendo los cordobeses que luchaban a favor de Enrique de Trastámara, haciendo que los reyes aliados Pedro I y Mohamed V levantaran el campamento y no volvieran jamás por Córdoba. Desde ese momento, el sitio de la batalla se conoció como Campo de la Verdad, pues verdad fue que D. Alonso Fernández de Córdoba defendió, con todo su esfuerzo, la ciudad.

Manuel Villegas

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