El Cid Campeador, sus batallas

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Rodrigo Díaz nació, según afirma una tradición, en Vivar, hoy Vivar del Cid, un lugar perteneciente al ayuntamiento de Quintanilla de Vivar y situado en el valle del río Ubierna, a diez kilómetros al norte de Burgos. Su padre, Diego Laínez era, según todos los indicios, uno de los hijos del magnate Flaín Muñoz, conde de León en torno al año 1000. Como era habitual en los segundones, Diego se alejó del núcleo familiar para buscar fortuna. En su caso, la halló en el citado valle del Ubierna, en el que se destacó durante la guerra con Navarra librada en 1054, reinando Fernando I de Castilla y León. Fue entonces cuando adquirió las posesiones de Vivar en las que seguramente nació Rodrigo, además de arrebatarles a los navarros los castillos de Ubierna, Urbel y La Piedra. Pese a ello, nunca perteneció a la corte, posiblemente porque su familia había caído en desgracia a principios del siglo XI, al sublevarse contra Fernando I.

Sin embargo, Rodrigo fue pronto acogido en ella, pues se crio como miembro del séquito del infante don Sancho, el primogénito del rey. Fue éste quien lo nombró caballero y con el que acudió al que posiblemente sería su primer combate, la batalla de Graus (cerca de Huesca), en 1063, donde las tropas castellanas habían acudido en ayuda del rey moro de Zaragoza, protegido del rey castellano, contra el avance del rey de Aragón, Ramiro I, quien murió precisamente en esa batalla.

Habiendo fallecido Fernando I en el año 1065, sus hijos Sancho II y Alfonso VI se enfrentaron el 19 de julio de 1068 en la batalla de Llantada, a orillas del Pisuerga, pero esto no logró acabar con los enfrentamientos y el 11 de enero de 1072 se libró la batalla de Golpejera, cerca de Carrión, uno de los episodios más conocidos de las guerras fratricidas desencadenadas tras la muerte de Fernando I por su decisión de dividir sus reinos y en la que Sancho venció y capturó a Alfonso y se adueñó de su reino. El joven Rodrigo (que a la sazón andaría por los veintitrés años) se destacó en estas luchas, por lo que es bastante probable que ganase entonces el sobrenombre de Campeador, es decir, «el Batallador», que le acompañaría toda su vida, hasta el punto de ser habitualmente conocido, tanto entre cristianos como entre musulmanes, por Rodrigo el Campeador.

A finales del mismo año de 1072, un grupo de nobles leoneses descontentos, agrupados en torno a la infanta doña Urraca, hermana del rey, se alzaron contra él en Zamora. Don Sancho acudió a sitiarla con su ejército, cerco en el que Rodrigo realizó también notables acciones, pero que al rey le costó la vida, al ser abatido en un audaz golpe de mano por el caballero zamorano Bellido Dolfos. La imprevista muerte de Sancho II hizo pasar el trono a su hermano Alfonso, que regresó rápidamente de Toledo para ocuparlo.

Ante esta situación, Rodrigo, tomando la voz de los desconfiados vasallos de don Sancho, obligó a jurar a don Alfonso en la iglesia de Santa Gadea de Burgos que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano, osadía con la que ganó duradera enemistad del nuevo monarca, aunque gozaba de la confianza de Alfonso VI, quien lo nombró juez en sendos pleitos asturianos en 1075.

El rey lo casó con una pariente suya, su prima tercera doña Jimena Díaz, una noble dama leonesa que, era además sobrina segunda del propio Rodrigo por parte de padre. Un matrimonio de semejante alcurnia era una de las aspiraciones de todo noble que no fuese de primera fila, lo cual revela que el Campeador estaba cada vez mejor situado en la corte.

En el año 1079, Don Alfonso lo puso al frente de la embajada enviada a Sevilla y mientras Rodrigo desempeñaba su delegación, el rey Abdalá de Granada, secundado por los embajadores castellanos, atacó al rey de Sevilla. Como éste se hallaba bajo la protección de Alfonso VI, el Campeador tuvo que salir en defensa de Almutamid y derrotó a los invasores junto a la localidad de Cabra, capturando a García Ordóñez y a otros magnates castellanos. Por ello, en los altos círculos cortesanos sentó muy mal que Rodrigo venciera a uno de los suyos, por lo que empezaron a murmurar de él ante el rey.

En esos delicados momentos, Alfonso VI mantenía en el trono de Toledo al rey títere Alqadir, pese a la oposición de buena parte de sus súbditos. En 1080, mientras el monarca castellano dirigía una campaña destinada a restaurar el gobierno de su protegido, una incontrolada partida andalusí procedente del norte toledano se adentró por tierras sorianas. Rodrigo hizo frente a los saqueadores y los persiguió con su mesnada hasta más allá de la frontera.

El ataque castellano iba a servir de excusa para la facción contraria a Alqadir y a Alfonso VI que tuvo que tomar una decisión ejemplar al respecto, conforme a los usos de la época, así que desterró al Campeador. A principios de 1081 Rodrigo Díaz partió al exilio y acudió a buscar un nuevo señor a cuyo servicio ponerse, junto con su mesnada. Se dirigió primeramente a Barcelona, pero no consideraron oportuno acogerlo en su corte. Ante esta negativa, el exiliado castellano optó por encaminarse a la taifa de Zaragoza y ponerse a las órdenes de su rey. Cuando Rodrigo llegó a Zaragoza, aún reinaba Almuqtadir, pero el viejo rey murió muy poco después, quedando su reino repartido entre sus dos hijos: Almutamán, rey de Zaragoza, y Almundir.  

El Campeador siguió al servicio de Almutamán, a quien ayudó a defender sus fronteras contra los avances aragoneses por el norte y contra la presión leridana por el este, siendo las principales campañas de Rodrigo en este período fueron la de Almenar en 1082 y la de Morella en 1084. Almutamán murió en 1085, probablemente en otoño, y le sucedió su hijo Almustaín, a cuyo servicio siguió el Campeador, pero por poco tiempo puesto que en 1086 Rodrigo recuperó el favor del rey y regresó a su patria.

Don Alfonso no empleó al Campeador en la frontera sur, sino que, aprovechando su experiencia, lo destacó sobre todo en la zona oriental de la Península. Después de permanecer con la corte hasta el verano de 1087, Rodrigo partió hacia Valencia para auxiliar a Alqadir, el depuesto rey de Toledo al que Alfonso VI había compensado de su pérdida situándolo al frente de la taifa valenciana. La tensión aumentaba y el Campeador volvió a Castilla, donde se hallaba en la primavera de 1088, seguramente para explicarle la situación a don Alfonso y planificar las acciones futuras.

Éstas pasaban por una intervención en Valencia a gran escala, para lo cual Rodrigo partió al frente de un nutrido ejército en dirección a Murviedro. cuando el caudillo burgalés llegó a Murviedro, se encontró con que Valencia estaba cercada por Berenguer Ramón II. El enfrentamiento parecía inminente, pero en esta ocasión la diplomacia resultó más eficaz que las armas y, tras las pertinentes negociaciones, el conde de Barcelona se retiró sin llegar a entablar combate.

Sucedió que Alfonso VI había conseguido adueñarse de la fortaleza de Aledo, amenazando desde la misma a las taifas de Murcia, Granada y Sevilla, sobre las que lanzaban continuas algaras las tropas castellanas allí acuarteladas. Esta situación más la actividad del Campeador en Levante, movieron a los reyes de taifas a pedir de nuevo ayuda al emperador de Marruecos, Yusuf ben Tashufin, que acudió con sus fuerzas a comienzos del verano de 1088 y puso cerco a Aledo. En cuanto don Alfonso se enteró de la situación, partió en auxilio de la fortaleza asediada y envió instrucciones a Rodrigo para que se reuniese con él. El Campeador avanzó entonces hacia el sur, aproximándose a la zona de Aledo, pero a la hora de la verdad no se unió a las tropas procedentes de Castilla. Alfonso VI consideró inadmisible la actuación de su vasallo y lo condenó de nuevo al destierro, llegando a expropiarle sus bienes, algo que sólo se hacía normalmente en los casos de traición.

A partir de este momento, el Campeador se convirtió en un caudillo independiente y se dispuso a seguir actuando en Levante guiado tan sólo por sus propios intereses. A mediados de 1089 regresó a Valencia, donde de nuevo recibió los tributos de la capital y de las principales plazas fuertes de la región. Después avanzó hacia el norte, llegando en la primavera de 1092 hasta Morella. En Tévar Rodrigo derrotó por segunda vez a las tropas coligadas de Lérida y Barcelona, y volvió a capturar a Berenguer Ramón II. Esta victoria afianzó definitivamente la posición dominante del Campeador en la zona levantina,

Mientras tanto, Alfonso VI pretendía recuperar la iniciativa en Levante, para lo cual estableció una alianza con el rey de Aragón, el conde de Barcelona y las ciudades de Pisa y Génova, cuyas respectivas tropas y flotas participaron en la  expedición, avanzando sobre Tortosa (entonces tributaria de Rodrigo) y la propia Valencia en el verano de 1092.El ambicioso plan fracasó, no obstante, y Alfonso VI hubo de regresar a Castilla al poco de llegar a Valencia, sin haber obtenido nada de la campaña, mientras Rodrigo, que a la sazón se hallaba en Zaragoza negociando una alianza con el rey de dicha taifa, lanzó en represalia una dura incursión contra La Rioja. partir de ese momento, sólo los almorávides se opusieron al dominio del Campeador sobre las tierras levantinas y fue entonces cuando el caudillo castellano pasó definitivamente de una política de protectorado a otra de conquista.

El otoño de 1092, en Valencia, una sublevación encabezada por el cadí o juez Ben Yahhaf había destronado a Alqadir, que fue asesinado, favoreciendo el avance almorávide. El Campeador, volvió al Levante y, como primera medida,  puso cerco al castillo de Cebolla) en noviembre de 1092. Tras la rendición de esta fortaleza a mediados de 1093, el guerrero burgalés tenía ya una cabeza de puente sobre la capital levantina, que fue cercada por fin en julio del mismo año. Por fin Valencia capituló ante Rodrigo el 15 de junio de 1094. Desde entonces, el caudillo castellano adoptó el título de «Príncipe Rodrigo el Campeador» y seguramente recibiría también el tratamiento árabe de sídi «mi señor», origen del sobrenombre de mio Cid o el Cid, con el que acabaría por ser generalmente conocido.

En octubre de 1094 avanzó contra la ciudad un ejército mandado por el general Abu Abdalá, que fue derrotado por el Cid en Cuart. Esta victoria concedió un respiro al Campeador, que pudo consagrarse a nuevas conquistas en los años siguientes, de modo que en 1095 cayeron la plaza de Olocau y el castillo de Serra. A principios de 1097 se produjo la última expedición almorávide en vida de Rodrigo, comandada por Muhammad ben Tashufin, la cual se saldó con la batalla de Bairén, ganada una vez más por el caudillo castellano.

Esta victoria le permitió proseguir con sus conquistas, de forma que a finales de 1097 el Campeador ganó Almenara y el 24 de junio de 1098 logró ocupar la poderosa plaza de Murviedro, que reforzaba notablemente su dominio del Levante. Sería su última conquista, pues apenas un año después, posiblemente en mayo de 1099, el Cid moría en Valencia de muerte natural.

Aunque la situación de los ocupantes cristianos era muy complicada, aún consiguieron resistir dos años más, siendo doña Jimena gobernadora de Valencia entre 1099 y 1102, hasta que el avance almorávide se hizo imparable. A principios de mayo de 1102, con la ayuda de Alfonso VI, abandonaron Valencia la familia y la gente del Campeador, llevando consigo sus restos, que serían inhumados en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña.

Jaime Mascaró

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