Guerra de Africa

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Límites de las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, y territorios de IFNI, Islas Chafarinas y Peñones de Vélez de la Gomera y Alhucemas

Primera guerra de África (1859 – 1860)

En el siglo XIX se pone en marcha por parte de las potencias europeas la doctrina denominada como ‘imperialismo.

El motivo no es otro que la necesidad de expansionarse por parte de las potencias que crecen aceleradamente debido a la Revolución Industrial que, aunque iniciada en la segunda mitad del anterior siglo XVIII, toma su mayor desarrollo a lo largo del siguiente siglo XIX.

La necesidad expansionista surge por la doble necesidad de obtener y controlar las materias primas necesarias, así como las vías de comunicación por las que se transportan, al igual que se necesitan nuevos mercados donde vender los productos resultantes.

Esas son las políticas externas que rigen en países como Gran Bretaña, Francia y Alemania, a quien pronto se uniría la nueva potencia emergente como es EE. UU.

Por desgracia, en esa segunda mitad del siglo XIX, España ya no era la potencia de siglos anteriores, por lo que se la consideraba una «potencia de segundo orden».

Se habían perdido la mayor parte de las provincias españolas en América y los conflictos internos se repetían de forma continua… Guerras carlistas, Revoluciones, Levantamientos y Atentados que con la inestabilidad sucesoria creada por la muerte de Fernando VII mantenía a la nación en un continuo enfrentamiento entre facciones políticas y militares.

James Monroe

Poco se imaginaban los gobiernos, que se alternaban en España, que todavía nos faltaría por recibir el último golpe, y quizás el más doloroso, fruto de todo esta doctrina imperialista que en su traducción americana se concretaría en la frase ‘América para los americanos’, atribuida a los presidentes James Monroe (5º presidente) y a John Quincy Adams (6º presidente), que aunque oficialmente reflejaba el interés de EE.UU. en frenar la expansión colonialista europea en América, en realidad marcaba el camino a seguir desde ese momento en adelante para el propio imperialismo de EE.UU.’ por el continente americano.

 La guerra hispano-estadounidense sería el remache que faltaba a la pérdida total de las provincias españolas en aquel Nuevo Mundo que descubrimos y ayudamos a desarrollar.

Ante estos confusos escenarios internos y externos, a España pocas alternativas la quedaban salvo tratar de recuperar las perdidas estabilidad interna y prestigio internacional por medio de las denominadas ‘guerras de honor’.

Básicamente eran acciones bélicas limitadas que se realizadas en solitario o en conjunto, pero siempre con el consentimiento de Gran Bretaña y Francia que las autorizaban dictando una serie de condiciones.

Operaciones bélicas con pocos resultados tangibles tanto desde el punto de vista económico, comercial o territorial, cuya finalidad eran más recuperar la muy maltrecha imagen de la nación.

Así se buscaba con la ejecución de acciones como:

  • Expedición a la Conchinchina de 1858, en apoyo de Francia.
  • Expedición a México de 1862, en apoyo de Gran Bretaña y Francia por la firma del Tratado del 31 de octubre de 1861.
  • Guerra Hispano-Sudamericana de 1866.

Aunque por parte de la población y los gobiernos de España ningún interés se había mostrado por África, y las acciones bélicas se limitaban a operaciones de defensa y castigo por parte del Ejército de España llevadas a cabo desde Ceuta y Melilla como respuesta a los asesinatos, robos, destrucciones y piratería realizadas por las tribus que las rodeaban.

Tribus que se encontraban bajo el control del Sultán de Marruecos, pero en la realidad actuaban con total impunidad debido a una mezcla de falta de ganas y de medios por parte de su gobernante.

General Narváez

Con toda esta ‘mezcla de imperialismo, colonialismo y honor’ vino a ocurrir el desgraciado incidente del asesinato en 1844 de un agente consular español en Marruecos, por lo que el presidente de España, general Narváez, protestó enérgicamente contra el Sultán Muley Soleiman.

La protesta llevó al borde de la guerra entre ambas naciones, enfrentamiento que se resolvería con la intervención de Gran Bretaña que colaboró en la firma de los tratados de Tánger de 1844 y de Larache de 1845.

La participación de los británicos no era «gratuita« sino que buscaban afianzar su posición frente a los intereses de Francia.

Este cruce de intereses europeos llevaría a España a dar un nuevo ‘paso al frente’ con la invasión de las Islas Chafarinas en 1848, adelantándose a los planes de los franceses que también buscaban hacerse con estas islas, consideradas como ‘tierra de nadie’ por encontrarse deshabitadas.

Estos movimientos y firmas no evitaron en ningún momento que los ataques de las tribus moras continuasen sobre ambas ciudades españolas.

Agravándose la situación en 1859, cuando el cuerpo de guardia de Santa Clara fue atacado por grupos de rifeños de Anyera.

La noticia al llegar a la Península levantó una ola de indignación y sentimiento patrio que no se conocía desde la Guerra de la Independencia.

Sentimiento que se quiso aprovechar por el presidente del momento, el general O’Donnell, que envió una dura queja al Sultán Muley Soleiman.

«Si S.M. el Sultán se considera empotente para ello decidlo prontamente y los ejércitos españoles, penetrando en vuestras tierras, harán sentir a esas tribus bárbaras, oprobio de los tiempos que alcanzamos, todo el peso de su indignación y arrojo.»

Ultimatum a Marruecos presentado el 5 de septiembre por el cónsul español en Tánger

Por desgracia el Sultán falleció y fue sustituido por su hijo, Mohamed Abdalrahman, y si el primero tenía pocas ganas y fuerzas, este segundo tenía aún menos si cabe.

Esta reacción se lo puso ‘realmente fácil’ a O’Donnell que rápidamente consultó y consiguió el apoyo de Gran Bretaña y Francia, presentando en octubre al Congreso de los Diputados la declaración de guerra a Marruecos.

General O’Donnell

El Congreso dio su aprobación con el apoyo entusiasta por parte de la población, tanto de uno como del otro país, en el caso de España con especial entusiasmo fue recibida la noticia tanto en Cataluña como en las Vascongadas, siendo numerosos los voluntarios que se alistaron desde ambas regiones españolas.

Como en los casos anteriormente mencionados, esta aventura bélica se debe considerar como ‘guerra de honor’, no tanto porque O’Donnell tuviese o no el interés de expandir los territorios españoles en el norte de África, sino más por las condiciones que se impusieron por Gran Bretaña antes de iniciar cualquier acción, que no eran otras que España no se anexionase ni Tánger ni Tetuán, ni cualquier otro territorio en el estrecho.

Así dio comienzo a la Primera Guerra de África de 1859 a 1860.

El Ejército Expedicionario estaría formado por:

  • 36.000 soldados de Infantería y Caballería
  • 65 piezas de artillería
  • 41 navíos:
    • 17 de vapor
    • 4 de vela
    • 20 lanchas cañoneras

Todo ello al mando del propio O’Donnell que dividió las fuerzas en 3 Cuerpos de Ejército, mandados por los generales: Juan Zavala de la Puente, Antonio Ros de Olano y Ramón de Echagüe.

La caballería estaría al mando del general Alcalá Galiano y el cuerpo de reserva del general Juan Prim.

Al mando de la flota estaría el almirante Segundo Díaz Herrero.

Los objetivos estaban claros, en primer lugar, Tetuán y posteriormente Tánger, donde se encontraba el propio Sultán de Marruecos.

Las primeras operaciones fueron próximas a la ciudad de Ceuta con la toma de la fortificación de El Serrallo y la Sierra de Bullones.

Posteriormente se inició el avance hacia Tetuán, sucediéndose las siguientes batallas:

  • Batalla de Castillejos
  • Batalla en el Monte Negrón
  • Batalla de Tetuán, siendo ocupada el 6 de febrero por el Ejército Expedicionario
  • Combates de Samsa
  • Batalla de Wad-Rass, capitulando el generalísimo y hermano del Sultán marroquí, Muley el Abbas
La Batalla de Wad-Rass, Mariano Fortuny y Marsal,
Fragmento del cuadro expuesto en el Museo del Prado

«Después de 32 días de armisticio se firmaría el 26 de abril en Tetuán el Tratado de Wad-Ras, con los siguientes apartados:

  • Se ratificó el convenio firmado el 24 de agosto de 1850 sobre el dominio de la plaza de Melilla a perpetuidad, que vio aumentado su perímetro fuera del área fortificada mediante el establecimiento de una zona de seguridad alrededor de la ciudad y de una zona neutral, y de los peñones de Vélez de la Gomera y Alhucemas.
  • Se aumentó el área de dominio de Ceuta y sus alrededores a perpetuidad, incluyendo todo el territorio que iba desde el mar, pasando por los altos de la Sierra de Bullones, hasta el barranco de Anghera.
  • El cese de las incursiones a Ceuta y Melilla. Para ello España consiguió que se instalase un caid del Sultán al mando de una mehal-la armada frente a las ciudades de Ceuta y Melilla con misiones de policía.
  • Marruecos reconocía la soberanía de España sobre las Islas Chafarinas.
  • Marruecos aceptó el pago a España de 400 millones de reales (100 millones de pesetas), en concepto de indemnización de guerra. Era evidente que esta suma no se llegaría a cobrar nunca en su totalidad; y cuando se pactó el 20 de noviembre de 1861 un tratado de comercio que declaraba a España como «nación más favorecida», el mismo fue aprovechado por otros países mejor preparados para beneficiarse de sus cláusulas.
  • España recibía a perpetuidad el territorio alrededor del fortín de Santa Cruz de la Mar Pequeña (posteriormente denominado Sidi Ifni), frente a las islas Canarias, para establecer una pesquería en el asentamiento de una antigua factoría española creada en la zona en época de Isabel la Católica.
  • Tetuán quedaría bajo administración temporal española hasta que el sultanato pagase las deudas a España. A pesar de ello, las tropas españolas evacuaron Tetuán dos años y tres meses después de la firma del tratado, en julio de 1862.
  • España recibió autorización para que sus misioneros pudieran instalarse en Fez y para construir una iglesia frente al Consulado de España en Tetuán.»

Para España pocos beneficios se obtuvieron, de ahí que popularmente se denominase “paz chica para una guerra grande”, aunque conociéndose los detalles de la contienda bien parados salimos los españoles.

España se lanzó a una aventura sin conocimiento previo del territorio y las tribus que las poblaban, con una preparación militar dudosa y una logística muy débil.

Siendo la mayor parte de las bajas españolas debidas a enfermedades y no a los combates.

Cierto es que bastante peor fueron las condiciones en las que quedó Marruecos, con una quiebra económica e inestabilidad política y social, desembocando en la creación del Protectorado hispano-francés.

Protectorado forzado por los resultados de la guerra, y por la presión militar francesa sobre Marruecos mantenida desde el vecino territorio de Argelia.

La parte positiva para Marruecos es que rompió su aislacionismo, comenzando su progresiva apertura hacia el mundo occidental.

¡Espero que les haya gustado!

Vicente Medina Prados

Bibliografía:

HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA, Batallas y combates. La primera guerra de África (1859 – 1860)

Las Guerras de Marruecos

Museo del Ejército – Se firma el Tratado de Wad-Ras

La frontera de Ceuta: una fuente constante de malentendidos y conflictos

Convenio de límites de Ceuta de 1845

Melilla, Mar y Medioambiente – 1859 Guerra de África

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2 thoughts on “Guerra de Africa”

  1. Muy interesante articulo: felicitaciones.
    Una frase tuya sintetiza la actitud de España respecto, no solo de Africa; sino de America; el imperio y hasta la propia España; desde Witiza hasta hoy y que explica el fracaso: “ por parte de la población y los gobiernos de España ningún interés se había mostrado…”
    Ese “ningún interés…” es la clave para entender todos los fracasos de la otrora exitosa España

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