Inicio del Monacato en España: El monacato mozárabe y la tradición benedictina (y IV)

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Después de la invasión musulmana del año 711 un amplio sector de la población hispano-visigoda quedó bajo su gobierno. Estos fueron los mozárabes, cristianos hispanos que sobrevivieron bajo un modelo político, social, económico y administrativo árabe. Es cierto que muchos cristianos se convirtieron al islam favorecidos por las prerrogativas concedidas. Aun así, el cristianismo mozárabe sobrevivió de forma muy digna especialmente por los martirios sufridos durante el siglo IX. También sufrió la herejía adopcionista, la cual trataba a Cristo como un hijo adoptado por Dios en el momento de su bautismo en el río Jordán, y a la que se opusieron de forma frontal Beato de Liébana y el obispo de Osma, Eterio.

San Cristóbal de Ibeas de Juarros (Burgos)

Los monasterios mozárabes continuaron siendo centros de vida espiritual y sus escuelas centros de estudio. Se les permitió regirse por las leyes visigodas pagando una serie de impuestos. Muchos monasterios se mantuvieron a pesar de la ocupación, pero también es cierto, que un gran número de monjes emigró a otras tierras. Estos monasterios, junto con la creación de otros nuevos, generaron un contexto de espiritualidad de tradición visigoda dentro del ámbito musulmán. Conservaron la primacía las sedes de Toledo, Mérida y Sevilla. Córdoba tuvo un auge sin precedentes por ser la sede califal. Dentro de la misma ciudad conocemos los monasterios de San Cristobal, San Ginés, San Martín y Santa Eulalia; en los alrededores estaban los de San Félix de Froniano, Santa María de Cuteclara, Santos Justo y Pastor, San Zoilo de Armelata, Peñamelaria y Tábanos. El caso más destacable fue el de san Eulogio de Córdoba que llegó a compilar toda la sabiduría de san Isidoro de Sevilla, llegando a tener una de las bibliotecas más importantes de la época.

Tras décadas de convivencia en calma llegó la tensión y comenzaron las matanzas por razón de la fe, así empezó la etapa martirial de la iglesia mozárabe. Las víctimas principales fueron monjes entre los años 850 y 859, el más famoso de ellos fue san Eulogio de Córdoba. Como consecuencia de esto, gran parte de mozárabes huyeron al norte entre los siglos IX y X. Al asentarse en nuevas tierras, se les permitió fundar monasterios o restaurar los existentes. Entre los monjes cordobeses más famosos venidos al norte está el abad Cixila, fundador del cenobio de los Santos Cosme y Damián de Abellar, erigido bajo el reinado de Alfonso III el magno en el año 905. El abad Cixila, más tarde obispo de León, se llevó al nuevo monasterio una abundante biblioteca traída del sur.

Estos monjes mozárabes conocían la cultura visigoda y mantuvieron su sistema de enseñanza, destacaron las escuelas de Toledo, Sevilla y Córdoba. Se siguió enseñando el trivium y el quadrivium. En las escuelas de Córdoba del siglo IX encontramos códices de san Jerónimo, san Agustín, san Gregorio y san Isidoro de Sevilla. Los autores mozárabes leían a los escritores visigodos con especial predilección sobre san Isidoro de Sevilla.

Sabemos que los monasterios ubicados en las inmediaciones de Córdoba y Mérida eran similares a los existentes en la época visigoda alrededor de las ciudades, tal y como los diseñó san Isidoro en su regla monástica. Más difícil es saber bajo que reglas monásticas se regían, es muy probable que lo hiciesen por el Codex Regularum, interpretado bajo inspiración isidoriana. Se cree que san Eulogio pudo conocer la regla benedictina y que esta influyó en sus escritos. De este modo la tradición benedictina entraría en el monacato mozárabe, a lo que se une que la regla de san Isidoro y la de san Benito tenían grandes similitudes.

Conviene estudiar la entrada de la tradición benedictina en la Península, así como el proceso de desaparición del monacato visigodo, es decir, deberíamos conocer como reaccionó el monacato de tradición visigoda ante la presencia benedictina que se iba imponiendo desde el norte de la Península. En suelo hispano ya había una serie de códices regularum visigodos, a los que se irán incorporando las normas monásticas de san Isidoro y san Fructuoso. De igual forma, más tarde se incorporará la regla benedictina. Una razón por la que se produjo una tardía impregnación benedictina en el monacato hispano, la encontramos en el esplendor cultural y monástico vivido en el siglo VII en la Península.

La penetración benedictina se inicia desde los monasterios de la provincia Narbonense hasta los monasterios de los Pirineos catalanes. La primera mención de un monasterio regido por la regla benedictina la encontramos en el monasterio de los Santos Cosme y Damián de Abellar en el siglo X, levantado por Alfonso III y donado al presbítero Cixila.

Lo cierto es que habrá que esperar al Concilio de Coyanza (1055) para que se imponga en los monasterios la regla de san Isidoro o la de san Benito. O al Concilio de Burgos (1080) en el que se aceptará la imposición del Rito Romano frente al Hispano. Hasta que no se produzca la entrada de la Orden del Cluny en España y la actividad de Alfonso VI, no se certificará la implantación definitiva de la tradición benedictina en España. No sin fuertes disputas entre obispos partidarios de un rito frente al otro, incluso conviviendo las dos tradiciones con dos comunidades y dos abades como pasó en San Pedro de los Montes.

En el momento de la entrada cluniacense en España, el monacato autóctono estaba muy consolidado y tenía unas características propias, por ejemplo, estaba impregnado de tintes eremíticos, cuyos orígenes se debieron a influencias orientales, especialmente de la Tebaida Egipcia. Otra similitud con el monacato oriental fue la gran cantidad de adolescentes que se educaron en los monasterios, los llamados “oblatos o donados”. España se convirtió en un reducto arcaico del monacato europeo. A esto ayudó el aislamiento provocado por la dominación islámica y la posterior reconquista. La figura del Pacto monástico también supuso una singularidad hispana del monje con la comunidad.

La fuerza del monacato del noroeste hispano de tradición fructuosiana, impidió el rápido cambio al rito de san Benito en los cenobios españoles.

José Carlos Sacristán

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