Los ancestros del toreo (y II)

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La Corredera como lugar de diversión

Si observamos con cierto detenimiento la imagen expuesta podremos apreciar que en la parte baja se encentran los soportales que dan acceso a viviendas de particulares, al igual que las tres plantas que se hallan sobre ella.

Era el lugar de reunión al que asistían los cordobeses para festejar cualquier motivo de regocijo que se celebrase en la ciudad, ya fuese una ejecución, un auto de fe, el pregón de un bando, una mojiganga, una corrida de toros, juegos de cañas o fuegos artificiales, por ello los dueños de las viviendas que se encontraban en ella, alquilaban las puertas y ventanas de las mismas, al igual que por las butacas y los palcos de cualquier teatro se hace hoy, pero el precio que habrían de cobrar por disfrutar de un sitio tan privilegiado, lo determinaba el Ayuntamiento que controlaba toda la vida de la ciudad, así como fijaba el valor de una libra de pescada, el de unos pichones o una carga de paja.

De esta manera y forma de intervenir en el quehacer cuotidiano de los ciudadanos, en la reunión Capitular celebrada el miércoles 14 de mayo de 1533, los regidores de la ciudad (Caballeros Veinticuatro, en Córdoba) determinan que el precio que podrán cobrar los propietarios de puertas y ventanas de las viviendas de la Corredera para los espectadores será: “cada ventana en la Corredera no puedan llevar a más de tres reales, so pena de devolverlos en el doble y seis días de cárcel. Que las puertas no las puedan dar a mayor precio” .

De cada reunión que celebrasen los componentes del Regimiento capitular se levantaba un acta en la que se dejaba constancia de todos los asuntos concernientes a la ciudad que los reunidos habían tratado. En estas se refleja el pálpito diario del quehacer de los ciudadanos así como se consignaban asuntos tales como los precios de los alimentos, la desecación de arroyos, las reparaciones de los puentes, empedrado de las calles o fiestas y divertimentos. Son unos documentos de incalculable valor para cualquier estudioso de la vida ciudadana pues en ellas queda constancia de todo lo referente a la vida de la ciudad.

Como tratamos de los festejos en los que se divierten los ciudadanos, especialmente las corridas de toros, espigaremos, como muestra, algunos puntos tratados en los cabildos referentes a las mismas:

En el Cabildo celebrado el 30 de abril de 1533 los Capitulares disponen que:

 Se corran doce toros y haya juego de cañas.  Que el mismo día en la noche se hagan luminarias y haya danzas y coros y disfrazados.

En la sesión del miércoles 1 de septiembre de 1535 se manda:

          Que haya fiestas de toros y juegos de cañas desde el domingo que viene y durante los ocho días próximos siguientes.

Para que organicen todo lo concerniente a estos festejos se nombran como diputados de las fiestas a los veinticuatro Alonso Pérez de Narváez de Saavedra y a Don Diego de los Ríos y al jurado Gonzalo de Pineda y que lo provean cómo les pareciere.

Este mismo día interviene el Caballero Veinticuatro Lope Gutiérrez de Torreblanca que pide que no se pueden acorralar los toros ni los novillos.

También en Córdoba existía la costumbre de correr toros enramados, como se demuestra en el mandamiento que se da en la reunión capitular del  lunes 4 de agosto de 1533 en la que se diepone: “…que esta noche, según les pareciere al Señor Alcalde Mayor y diputados, se suelten por las calles dos toros enramados”.

El precio que había que pagar por cada toro que se corriese y se alancease también estaba determinado por el Regimiento municipal, como vemos en el Cabildo celebrado el lunes 4 de agosto de 1533, en el que se da un libramiento de diez ducados por la lidia de diez toros en las fiestas pasadas.

Nuestro Rey Emperador visitó Córdoba en el mes de mayo de 1533. Con tal motivo, en la sesión capitular del siete del mismo mes:

          “…se leó una çédula de Su Magestad firmada de su real nombre, por la qual haze saber de su buena venida a estos sus reinos porque se goze del placer que se debe tener de tan bienaventuradas nuevas e leídas los señores dieron infinitas gracias a nuestro señor por tales nuevas, e para demostraçión de la alegría que se siente para que toda la Çibdad goze de tales nuevas, se mandó que luego, en saliendo del Cabildo, se pregone con trompetas e atabales e se declaren las fiestas que están acordadas de hacer e que esta noche, luego se hagan luminarias e toda manera de regoçijo e se declare que la fiesta de toros e juego de cañas sean para de este domingo en ocho días porque aya lugar de venir la gente del término a gozar de las fiestas».

Se prefiere transcribir literalmente este punto del  Cabildo porque  ha habido ciertos historiadores que no solo han puesto en duda la visita de Carlos I a Córdoba, sino que también la han negado. Se conoce que no son historiadores documentalistas y que posiblemente no hayan visitado un archivo.

Sobre las fiestas a celebrar por la venida de nuestro Carlos I a Córdoba, los Caballeros Veinticuatro el 14 de mayo del mismo año, dan un mandamiento por el que disponen “…que la fiesta de los toros sea dentro de ocho días a partir del domingo que viene. Que se pregone”.

Los califas toreros

Córdoba, ciudad califal por excelencia, no en vano fue la capital del mundo musulmán de occidente, sede del califato Omeya iniciado por el emir Abderramán III en 929 hasta la Fitna, es decir, su disolución en 1031, distingue con el nombre de Califa al torero que por su excelencia en este arte, alcanza el culmen de la fama, después de haber hecho méritos como matador, que lo acrediten como excelso en este oficio.

Su origen  proviene de un mote o apodo que les aplicaban a los buenos toreros allá por el siglo XIX, pero, con el correr del tiempo, ha alcanzado, en el siglo XX pasado, el carácter de un título honorífico oficial y popular del que gozan muy pocos diestros .

Su creador fue Mariano de Cavia que denominó así al primero de ellos: Rafael Molina “Lagartijo”.

Siguieron otros tres: Rafael Guerra “Guerrita”, Rafael González Madrid, “Machaquito” y Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete” concedido a título póstumo por consenso generalizado de aficionados y asociaciones cordobeses. A estos se añadió Manuel Benítez “El Cordobés”, al que ya de forma institucional el Ayuntamiento de Córdoba proclamó en 2002 como quinto califa del toreo. Con lo que parece que la concesión de este galardón ha pasado a ser privilegio del Regimiento municipal cordobés.

Manuel Villegas

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