SAN RAFAEL EN BOLIVIA

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Imagen del arcángel San Rafael

La idea que preocupó desde el principio del descubrimiento de América a los Reyes Católicos, especialmente a Isabel, fue que los habitantes de las tierras recién descubiertas fuesen considerados como súbditos de la Corona de Castilla y, como tales merecedores de los mismos derechos que los que habitaban bajo su dominio en las tierras hispanas.

Dentro de las extensísimas leyes de Indias hay capítulos específicamente dedicados al buen trato y mejor gobierno por el que habían de ser regidos los pueblos indígenas.

Desde el primer momento los pobladores de las nuevas tierras descubiertas fueron considerados por nuestros monarcas como súbditos, no esclavos, de reino de España, los primeros desvelos de nuestros reyes fueron que los indios abandonasen su estado salvaje y accediesen a la cultura hispana y a la evangelización cristiana.

La cristianización de América la llevaron a cabo componentes de distintas órdenes religiosas, entre los que destacaron de forma especial los franciscanos y los jesuitas.

Éstos, en principio, se vieron frenados para acudir al Nuevo Mundo por la reticencia de Carlos I y un poco también con posterioridad por la de su hijo Felipe II.

No obstante, el Papa Paulo III, encomendó los jesuitas que participasen en la evangelización de los habitantes del Nuevo Mundo organizando reducciones así como el descubrimiento de nuevos dominios.

La instalación inicial en el territorio boliviano de la zona de Chiquitos comienza allá por los años 1550-1551 y fue el padre Manuel de Lóbrega el responsable y regidor de tan vasto territorio para la difusión del Evangelio.

En 1604, ya afianzados en el espacio referido, se crea la Provincia jesuítica del Paraguay.

La primera misión fundada en 1609 fue al norte de Iguazú, y en 1615 existían ya ocho reducciones o poblaciones para indígenas y misioneros con sus propios territorios o áreas de influencia. De esta manera se podía proveer de bienes de subsistencia, para proteger a los indios de la explotación de españoles o portugueses y para adoctrinarlos católicamente, manteniendo a los nativos alejados de la sociedad colonial y las corrupciones que ésta entrañaba (también evitaban así problemas con los encomenderos).

Las reducciones, como fueron llamadas estas circunscripciones de evangelización, se localizaron especialmente, en los países que hoy conocemos como Argentina, Paraguay, Uruguay, el sur del actual Brasil, Chile, solamente hasta el año 1625 y el oriente de lo que llamamos actualmente Bolivia.

Su primer Provincial fue el P. Diego de Torres, quien se hizo cargo de ella en 1607.

Es a finales del siglo XVII cuando se inician las misiones jesuíticas en territorio boliviano.

La primera fue la de S. Francisco Xavier, en el año 1691, fundada por el padre José de Arce.

En 1698, Felipe Suárez instituyo la misión de S. José y así hasta un total de diez, reducciones o misiones, la última de las cuales fue la del Santo Corazón.

Estos asentamientos terminaron por convertirse en pueblos y por ello, tenía que haber en cada uno de ellos un representante del poder real o corregidor.

Tras esta extensa pero, creo, que necesaria introducción para conocer cómo se iniciaron las reducciones jesuíticas, veamos ahora la que es motivo principal de nuestro estudio:

LA MISIÓN DE SAN RAFAEL DE CHIQUITOS

Los padres Juan Bautista Zea y Francisco Herbás erigieron en 1696 la de San Rafael, aunque algunas fuentes indican que fue solamente el padre Zea acompañado por un grupo de indios tabicas y taus o taucas.

El lugar elegido fue a las orillas del río Guabis pues lo responsables de su establecimiento pensaron que este río era afluente del río Paraguay y que por esta vía acuática podrían, navegando, conectarse con el resto de las misiones paraguayas.

Como en otras reducciones, los hijos de S. Ignacio de Loyola, buscaron un lugar propicio que tuviese agua suficiente, tierra fértil y clima saludable. Su configuración era idéntica en todas ellas y se ordenaba en torno a una plaza central presidida por una cruz. La iglesia se levantaba a un lado de la misma, donde también se ubicaban los colegios y los talleres. Los tres lados restantes estaban destinados a las viviendas de los habitantes de este pueblo, pues como tales se consideraban a las misiones. Todas las calles salían a esta plaza.

            Consta documentalmente que ambos padres, en enero del año 1701 agruparon a los indígenas de S. Rafael y de Santa Rosa en un solo pueblo, que fue llamado, a partir de entonces S. Rafael. La ubicación definitiva se hizo al occidente del territorio chiquitano, con cuarenta leguas de extensión (la legua, venía a tener una longitud, según dónde se emplease, de entre 5,5 y 7 kms.).

La importancia de S. Rafael en aquella época fu considerable, pues era el segundo pueblo más significativo de los constituidos por los jesuitas en las Misiones de Chiquitos

Su auge fue notable, tanto que en poco tiempo llegó a censar 1.371 habitantes Un gran incendio lo destruyó el 4 de mayo de 1719, pero dos años más tarde ya estaba completamente reconstruido y con tanta población que tuvo que dividirse y formar la nueva reducción de San Miguel.

ORGANIZACIÓN POLÍTICO-ADMINISTRATIVA Y DE TRABAJO

Las características que configuraban estos asentamientos eran que cada uno contaba con una iglesia y Cabildo (lo que hoy conocemos como Ayuntamiento) propio que, como los cabildos de la Corona castellana, tenía total autonomía para gobernarse, siempre que en cada una hubiese un representante del rey.

Éste, tanto en Castilla, como en las tierras americanas era conocido con el nombre de Corregidor, como hemos mencionado, y representaba a la Corona en el ámbito municipal, pero era nombrado por el rey de una terna de candidatos seleccionados por los jesuitas.

Al frente de la misiòn de san Rafael, al igual que en las restantes, se encontraban dos sacerdotes de la Compañía de Jesús y, como hemos indicado, un corregidor que presidía el cabildo municipal del cual formaban parte doce miembros y algunos cristianos ejemplares con responsabilidades específicas, además de éstos había un padre jesuita que constituía parte del cabildo.

Poseía, como cualquier comunidad ciudadana, leyes que regulaban su funcionamiento. Eran un fiel reflejo de las ordenanzas municipales por las que se regían los cabildos castellanos, pero no existía la pena de muerte.

Para salvaguardar a los indios de nefastas influencias, se prohibía expresamente (en primer lugar) el acceso a las mismas de españoles, mestizos y negros. Además los indios de estas reducciones tenían la garantía de que nunca caerían en manos de los encomenderos.

El asentamiento de S. Rafael conservaba la misma configuración que el resto de las misiones. Como en éstas, la tierra se dividía en tres partes: una la llamada tierra de Dios, normalmente la mejor y más productiva, tanto en frutos agrícolas cuanto pecuarios. La trabajaban los indios por turnos y sus beneficios se destinaban a la construcción y mantenimiento del templo, el hospital y la escuela.

La segunda porción era de propiedad comunal y lo recogido en ella se empleaba para el pago de los tributos reales. Lo excedente, si lo había, servía para fomentar la propia economía.

El último tercio se destinaba a propiedades particulares de los indios. Sus cosechas servían para el sustento de cada familia y los excedentes, caso de que existieran, se conservaban en un silo común para poder hacer frente a épocas de carestía.

Como en el resto de las reducciones, los indios de S. Rafael solamente trabajaban seis horas diarias, pero con tal aprovechamiento que en ocasiones se llegaban a recoger al año hasta cuatro cosechas de maíz. También era abundante la producción de algodón de caña de azúcar y de hierba mate. Esto demuestra que, cuando un trabajo se racionaliza y el que lo realiza se siente a gusto y satisfecho con él, su esfuerzo rinde más que en otros laboreos, como ocurría en el resto de las plantaciones o encomiendas gobernadas por particulares en las que, a pesar de trabajar diez horas diarias, el rendimiento era mucho menor que el de las misiones.

Una de las características que lo jesuitas respetaban con toda pulcritud fue el sincretismo de las costumbres tradicionales con la nueva fe católica y la aceptación de las instituciones indígenas, de forma que los caciques lugareños eran tenidos en gran consideración y formaban parte del gobierno municipal de la misión. Las bodas entre los aborígenes primero se celebraban por su rito tradicional y posteriormente por el católico.

Esta actitud de comprensión y tolerancia demuestra que el buen talante hispano ante los pueblos indígenas fue de civilización y no de colonización. Desde el momento en el que, como ya hemos dicho, fueron considerados legalmente con los mismos derechos que el resto de los habitantes de la Corona castellana, no podían ser, vejados, maltratados ni sufrir abusos. Precisamente en 1611 se publicó una real orden de protección a las reducciones.

Se me podrá argüir que injusticias, despotismo y hasta crímenes fueron llevados a cabo por parte de los hispanos de la Península, pero fueron en contra de las leyes dictadas por nuestros gobernantes.

Muchos de los encomenderos que se extralimitaron en sus poderes fueron apresados, trasladados a la Península, juzgados y en más de un caso, condenados a muerte por los despotismos cometidos. Estos castigos se contemplaban en las ya mencionadas Leyes de Indias que, iniciadas por los RR.CC., fueron recibiendo añadidos por los monarcas sucesivos.

LABOR EDUCADORA

La misión de S. Rafael, al igual que las demás, no sólo se empleó a fondo en que los indios aprovechasen al máximo las seis horas de trabajo diarias en la agricultura y la ganadería, sino que dedicasen el tiempo libre a perfeccionarse en los talleres, aprendiendo artes manuales como el tejido, la orfebrería, la herrería y la carpintería.

Los jesuitas dedicaron una especial atención en todas las reducciones a que los habitantes de ellas, sin excepción, dominasen la lectura y la escritura, de forma que la asistencia a la escuela era obligatoria para todos los niños.

Es muy significativa esta preocupación civilizadora en las tierras del Nuevo mundo, en una época en la que la mayor parte de los habitantes de Europa era analfabeta.

De la misma manera se les fomentaba el progreso de mente y espíritu, pues eran adiestrados en el conocimiento y perfeccionamiento de las bellas artes, como la pintura, escultura y música. Ésta, dado el momento histórico, era de un corte renacentista y barroco que aún podemos disfrutar escuchando las múltiples partituras que en todas las reducciones se produjeron.

Los instrumentos que utilizaban para la expresión musical de las composiciones también los fabricaban los mismos indios.

Lo que los jesuitas pretendieron lograr y en parte lo consiguieron, no sólo en la misión de S. Rafael sino también en las restantes, fue la instauración de una república poblada totalmente por indígenas en la que poner en práctica las teorías de los filósofos del siglo XVI y demostrar así que el ser humano, bueno por naturaleza, era capaz de convivir pacíficamente con sus semejantes en total armonía de cuerpo y espíritu.

Cosa que podemos decir que consiguieron ampliamente, dado que en 1745, convivían pacíficamente en esta misión, etnias tan dispares, como los Taos, Veripones, Quidagones, Basoros, Batatis y Curucanes sumando una población total de  2.293 habitantes, al frente de la cual se encontraba el padre Juan Swirt.

LA IGLESIA

No existen fuentes documentales que nos puedan confirmar con certeza la construcción de su primer magnífico templo. Éste estaba bellamente decorado con hermosos tallados, imágenes y ricos tapices sobre la Pasión de Cristo provenientes de la Escuela Cuzqueña.

Parece ser que este primitivo santuario fue destruido por un incendio y que en el año 1745 ya se encontraba en ruinas. Por ello, en 1747 el padre suizo Martín Schmid (que fue músico y arquitecto y podemos decir que fue el alma de estas artes en las reducciones), se hizo responsable de la erección del nuevo templo en S. Rafael, como también llevó a cabo la reconstrucción o reparación de otras iglesias de las misiones, casi todas de similares características.

Su estilo arquitectónico era (no podría ser otro dada la época), el barroco, pero entreverado con motivos indígenas, lo que hizo que sus obras fuesen calificadas como de estilo barroco mestizo, pues el padre Martín Schmid procuró utilizar abundantemente el material autóctono, como la madera que empleó profusamente en columnas talladas de diversas formas, incorporando motivos indígenas; en el mobiliario, púlpitos, cajonerías y todos los enseres que se podían construir con este material.

Los indios, como hemos dicho más arriba, asistían a los talleres de las reducciones, en los que lograron una rara perfección, tanto en la carpintería, cuanto en la imaginería, por lo que las esculturas que adornaban los templos, ya en éste de S. Rafael o en otros construidos bajo su dirección, estaban talladas por los naturales de las reducciones que, como es lógico, dejaban su impronta en ellas.

Los altares y retablos estaban rica y primorosamente decorados con oro que, como es sabido, se encontraba con cierta abundancia en aquellas regiones.

CARACTERÍSTICAS ESPECÍFICAS DEL TEMPLO DE S. RAFAEL

Estaba formado en planta basilical de tres naves, divididas por dos hileras de ocho columnas de madera. Para ello se habían talado árboles gruesos y de considerable altura que los naturales, bien dirigidos por el padre Martín Schmid habían tallado en estilo salomónico.

Magníficas pilastras con sus basas, capiteles y cornisas todo labrado en ladrillo crudo y embellecido con pinturas de vivos y atractivos colores sobresalían de las altas paredes.

El suelo estaba enladrillado y la cubierta era de tejas, ambos materiales cocidos en los hornos de la misión. El mismo material se utilizaba para el colegio y la casa del pueblo.

El altar mayor estaba sostenido por columnas de ladrillo pintadas. El sagrario era dorado y tenía un nicho para el santo patrono.

El nuevo templo contó con un órgano más grande que el que había en la anterior iglesia y había sido construido ex profeso para éste.

La decoración primorosamente cuidada comenzaba en las claraboyas con sus vidrieras y continuaba en las rejas del templo artísticamente torneadas en madera.

El púlpito era de madera y carecía de cualquier tipo de talla. Había además en la iglesia nueve cuadros y veintidós ángeles de bulto de medio cuerpo.

La iglesia, o basílica, de S. Rafael tenía una característica que la diferenciaba de los otros templos: todos los balaustres cubrian con hojas de mica plateada y brillante, prodjuciendo la ilusión de una luz oscilante que reflejaban la luminosidad como espejos de plata.

Su interior, totalmente pintado de color café claro proporcionaba a la luz entrante una claridad especial que iluminaba el templo de forma particular.

La iglesia tenía una imagen de S. Rafael que se encontraba delante de una de las columnas salomonicas, dotado de los elementos que lo distinguen: el báculo de caminante y el pez del que extrajo las entrañas para curar al padre de Tobías.

En 1767 Carlos III, por “razones que se guardaba en pecho”, según manifestó al Papa, y prestando oídos a los que propalaban que los jesuitas querían acabar con él para colocar en su lugar a un rey que fuese obediente al Papa, expulsó de España y sus dominios a la Orden de S. Ignacio, por la que la labor de sus hijos quedó incompleta y abandonada.

No obstante, en Bolivia su obra se mantuvo y se desarrolló durante generaciones hasta el presente.

SAN RAFAEL EN LA ACTUALIDAD

El templo fue restaurado en 1972 por el arquitecto Hans Roth, gracias a las gestiones de Monseñor C. Rossemhamer, por el interés y las peticiones de los familiares del padre Schmid y financiado por los católicos de Austria y el Gobierno Suizo.

En 1990 fue declarado Monumento Nacional por el Gobierno de Bolivia y patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, junto con el resto de las misiones del territorio de Chiquitos.

Es un próspero pueblo de Bolivia incluido, junto con S. Francisco Javier, Concepción, Santa Ana, S. Miguel y S. José, dentro de la ruta turística de las misiones del anterior territorio de Chiquitos que las autoridades bolivianas y organizaciones sin fines de lucro promueven en toda la zona por medio del Festival de Música Renacentista y Barroca de Chiquitos.

Manuel Villegas

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