Ana Maria de Soto, la cordobesa sargento primero

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Ilustración de Ana Maria de Soto

El 1 de agosto de 1798, los médicos de la fragata Matilde, descubrieron en un reconocimiento médico rutinario que el marino Antonio Maria de Soto, no era tal, sino Ana Maria de Soto, una joven cordobesa, nacida en la población de Aguilar, a cuarenta kilómetros de Córdoba, aproximadamente por el año 1777. Fue con 16 años, en 1793 cuando Ana Maria de Soto se alistó en los Batallones de Marina, es decir, la infantería de marina, para embarcar el 4 de enero de 1794 en la fragata Mercedes. Lo logró haciéndose pasar por Antonio Maria, escondiendo su verdadero nombre y sexo.

Fue en la 6ª compañía del 11 batallón de marina donde sirvió como soldado, llegando a participar en el ataque a Bañuls, en Cataluña, y en la defensa y abandono de Rosas, así como en la cruenta batalla del Cabo de san Vicente, defendiendo Cádiz, con las lanchas cañoneras. Es en el Archivo General de la Armada de Viso del Marqués (Ciudad Real), donde se pueden hallar los documentos que acreditan el paso por la Marina como soldado de la joven Ana María.

Resulta extraño que, durante cinco largos años, nadie se percatase de la verdadera identidad de Ana María, aunque es posible que, una vez descubierta, dada la escasez de personal, así como la brillante hoja de servicios, sus mandos prefieresen no darse por enterados. Lo cierto es que, descubierto el engaño, el rey Carlos IV, en el mencionado año 1798, habiéndose tramitado licencia de retiro a la joven, le otorgó el grado y sueldo de sargento primero, junto con una pensión de 730 reales anuales y el permiso para emplear los colores de los batallones de la Marina e incluso hacer gala de los galones de sargento en sus ropas femeninas.

Ana Maria de Soto pasó los últimos años de vida regentando un estanco en una localidad cordobesa, Aguilar posiblemente, y exigiendo la pensión vitalicia que nunca llegó a cobrar, según se desprende de las cartas de reclamación y protesta halladas en el referido Archivo General. En alguna medida, Ana María de Soto tomó ejemplo de otras mujeres españolas que ocuparon puestos propios de hombres, como Isabel Barreto de Castro (primera almirante de la Marina) y la Monja alférez, Catalina de Erauso, ambas con sus andanzas por las tierras descubiertas en el Nuevo Mundo.

Francisco Gilet

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