INTERESES EXTRANJEROS EN LAS GUERRAS CONTRA EL LIBERALISMO DURANTE EL SIGLO XIX (Y 2)

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Donoso Cortés

La situación de absoluta dependencia exterior no pasaba desapercibida para los intelectuales españoles; así, en 1839, en la Revista de Madrid, denunciaba Donoso Cortés en su comentario sobre el estado de las relaciones diplomáticas entre Francia y España:

Si el fallecimiento de Fernando VII hubiera acaecido antes de la revolución de julio, la cuestión española hubiera sido resuelta sin ninguna duda de la manera siguiente por las grandes potencias de la Europa. Francia no habría vacilado un momento en apoyar directa o indirectamente las pretensiones del príncipe rebelde, representante de su interés dinástico, y símbolo de sus principios políticos. Austria también se habría puesto, de su parte, movida por sus intereses políticos y a pesar de sus intereses dinásticos, las demás potencias del Norte habrían seguido probablemente su ejemplo. La Inglaterra, por el contrario, se habría declarado sin vacilar por Isabel II, no solo como representante de principios políticos análogos a los suyos, sino también y más principalmente porque su elevación al trono era un golpe dirigido contra la dinastía reinante en Francia. De todo lo cual se deduce que si Fernando VII hubiera fallecido antes de la revolución de julio, la causa del príncipe rebelde habría encontrado un vigoroso apoyo en los intereses y en los principios a la sazón dominantes en la diplomacia europea. (Donoso 1848: 465)

Para Francia es indiferente el triunfo del rebelde Carlos o el de Isabel II, porque aun entonces se vería obligada a intervenir en los asuntos de España si no demostraba otra cosa imposible: conviene a saber, que siéndole indiferente que reine Isabel o reine Carlos, le es indiferente también que haya o no haya un gobierno pacífico y asentado en la nación española, porque si no demostraba esto también, demostrando que la anarquía en España le es de todo punto indiferente, estaba obligado a intervenir, sino en favor de ninguno de los ejércitos beligerantes, a lo menos para sofocar en ambos campamentos la anarquía. Para demostrar esta segunda cosa imposible, es decir, que le es indiferente que en España haya anarquía o haya gobierno, estaba obligada a demostrar antes otra tercera cosa imposible: conviene saber, que puede ser indiferente a una nación todo lo que suceda en una nación vecina. Solo demostrando todas estas cosas, puede justificar el gabinete francés su absoluta indiferencia en los asuntos de España. (Donoso 1848: 479)

También los agentes británicos señalaban esta realidad, en este caso centrándose en el armamento utilizado en la guerra por los carlistas, remarcando que

Bailén

Desde los primeros años de la guerra notábase que el cureñaje construido en Oñate lo estaba con arreglo a la forma, dimensiones, etc. del nuevo modelo francés. Las piezas de grueso calibre tomadas por nuestras tropas a los rebeldes en el último sitio de Bilbao, tenían igualmente cureñas del nuevo modelo de sitio francés, y estaban perfectamente construidas. Circunstancia que no deja de ser muy notable cuando en aquella sazón, no solo nosotros, pero ni los prusianos, ni aun los ingleses los tenían aún. Mas sería interminable si hubiéramos de hacer una reseña de los infinitos recursos que percibían los carlistas de Francia, puesto que todo les venía de allí, o por conducto y con el pláceme o refrendo de aquella nación. (Flórez 1845, tomo III: 45)

La jugada a dos bandas por parte de las potencias europeas quedaba manifiesta. Cuál era el objetivo es algo que habrá que determinarse en otros ámbitos fuera este repaso histórico. Lo cierto es que ante las desventuras de España, las bolsas europeas respondían con alzas generalizadas, algo que sucedía justamente al revés en 2016, cuando Inglaterra planteaba la posibilidad de retirarse de la zona euro.

Una jugada a dos bandas que tenía claros apoyos en el gobierno de España, y que en 1840 se materializó en una propuesta de Evaristo Pérez de Castro, a la sazón presidente del Consejo de Ministros, en la que se planteaba al Senado, la venta de Fernando Poo y Annobon a Inglaterra. Propuesta que, misteriosamente, no prosperó al no encontrar acuerdo en el precio que debía pagar Inglaterra.

Con la Regencia de Espartero, iniciada el 9 de mayo de 1841, se vio reforzada más si cabe la influencia inglesa en Madrid; algo que directamente llevaba implícita la pérdida de la influencia francesa, como contrapartida a la acogida que Luis Felipe había brindado a María Cristina y a Cea Bermúdez, exiliados en Francia.

Desde el primer momento de hacerse cargo Espartero de la Regencia provisional, el apoyo británico se hizo cada vez más patente y público. Por su parte, el gobierno español procuró, en todo momento, tener perfectamente informado al representante español en Londres, para que este comunicase al gabinete británico las decisiones de gobierno del Regente. (Armario 1984: 148)

Es de destacar el aumento, dentro de lo posible, de la importancia que tomó el embajador británico en Madrid, sir Arthur Aston, que mantenía comunicación directa con el Regente, consultándose en todo momento los asuntos que ocurrían en España. (Armario 1984: 149)

Espartero

Como contrapartida,

El gobierno británico apoyaba la gestión del Regente Espartero, a la vez que sir Arthur Aston le aconsejaba en aquellos asuntos de difícil decisión, llegándose a convertir el embajador británico en un auténtico consejero privado del Regente. A su vez, el ministro de Estado español encargaba la inserción de artículos a favor de la situación española, en los periódicos oficiales de Londres, el «Times» y el «Morning Chronicle», con el visto bueno del gabinete británico. (Armario 1984: 149)

Una dependencia que podemos calificar sin rubor como propia de una colonia.

Y como colonia, de Inglaterra se importaba todo: algodón, lacre, papel, normas de actuación, reglamentos…

Nuevamente, el 5 de febrero de 1842, el ministro de Estado, don Antonio González, solicitó a don Vicente Sancho que procurase enviar a España los reglamentos, ordenanzas o leyes publicadas en Inglaterra sobre su sistema sanitario, ya que en España había una Junta con el objeto de hacer un proyecto de ley de Sanidad y de Higiene Pública. El representante español lo solicitó del ministro de Negocios Extranjeros, el conde Aberdeen, el cual le envió el 26 de marzo, un volumen impreso que contenía el Acta del Parlamento de 1825 y las órdenes del Consejo, determinando el modo de hacer la cuarentena en Inglaterra; además, lo acompañó de un memorándum donde se encontraban las variaciones que se habían realizado, desde 1825 hasta la fecha. (Armario 1984: 154)

Y esa condición de dependencia como colonia era reconocida sin rubor por la propia administración colonial, siendo que su secretario del Consejo de Ministros,

Don Vicente Sancho, testificó que la actitud inglesa representada por el secretario de Negocios Extranjeros, el conde de Aberdeen, fue de total conciliación entre los reinos de España y Portugal, a los que consideraba sus protegidos. (Armario 1984: 156)

El 30 de julio de 1843 Espartero embarca en Cádiz para el exilio. Se dirigió, lógicamente, y como venía siendo habitual en todos los agentes británicos, empezando por San Martín o Bolívar,  a Inglaterra, donde fue recibido con honores de jefe de Estado. En estos momentos, aplicaría Inglaterra unas acciones que, sin que implicasen deterioro en su condición de metrópoli, eran un claro rapapolvo a los nuevos gobernantes.

Durante la década moderada Gran Bretaña tuvo una destacada intervención en la cuestión de los matrimonios reales, apoyó a las partidas republicanas y carlistas, intentó en 1848 una democratización del gobierno español aprovechando la coyuntura creada por la revolución francesa de 1848 y lo que para nosotros es más importante contraatacó con represalias arancelarias al arancel español de 1841. (Nadal: 195)

En 1855, el nuevo gobierno Espartero seguiría, como los demás gobiernos, sometido a las influencias británicas, de quienes dependían también económicamente. La dependencia era de un nivel que consagraba la dependencia colonial que venimos señalando, y que se extiende hasta nuestros días. El medio utilizado en estos momentos era la liquidez de los bonos españoles.

bonos españoles

El Gobierno británico siempre consideró, como suyo propio, el problema de los tenedores de bonos y por ello hizo un gran hincapié en resaltar y aumentar la posición que ocupaba España en aquella época (1855) entre los demás países europeos. Su finalidad era obligar a las autoridades españolas a zanjar el tema de los Tenedores de Certificados, que se suscitó en 1851, al convertir la mitad de la deuda original firmada en 1828. (Alonso 1995: 104)

En medio de esta dependencia, en 1859 el prestigio del gobierno y la monarquía liberales ya era tan negativo como hoy mismo. El nacimiento del príncipe Alfonso (futuro Alfonso XII) sirvió para levantar alguna simpatía, pero el hecho más significativo no tenía nada que ver con la naturaleza: El gobierno, con el permiso de Inglaterra, inició la Guerra de Marruecos; algo que, tal vez, debía haberse producido con anterioridad si España hubiese sido independiente. Pero no fue así.

Los conflictos habían ido reproduciéndose en Ceuta y Melilla a lo largo del año, y las repuestas de Marruecos a las llamadas de atención eran dilaciones permanentes.

Sultán Abd El- Rahman,

Desde el momento en que surgió el conflicto provocado por las feroces hordas de Anghera, el Gabinete de Londres volvió a mezclarse en el asunto; y apenas falleció el Sultán Abd El- Rahman, M. Buchanam participó a nuestro ministro de Estado, en 10 de septiembre, que el Gobierno inglés había dado orden al comandante de la escuadra en el Mediterráneo, para que enviase inmediatamente dos navíos a Gibraltar, y que otras fuerzas navales irían a reunirse a dichos buques, añadiendo que estas disposiciones solo tenían por objeto atender a la seguridad de los súbditos ingleses, amenazada por la anarquía que reinaba en Marruecos. (Orellana, II: 632)

En el curso de la conferencia que siguió a estas declaraciones, el representante británico halló medio de indicar que la mira principal de su Gobierno respecto al norte de África era mantener libre y expedita aquella costa, y evitar el establecimiento en ella de un poder capaz de amenguar la importancia militar de Gibraltar. (Orellana, II: 632)

Quedaba claro a qué debían atenerse las tropas españolas, y con esa premisa, el 22 de Octubre de 1859 se producía la declaración de guerra a Marruecos. Pura comedia con derramamiento de sangre para el servicio de Inglaterra durante la cual fue tomado Tetuán, acto que fue aplaudido por las cortes en pleno, mientras los arsenales, las asociaciones profesionales y el ambiente general de España era de patriotismo y apoyo a la acción, inconscientes de la banalidad de la misma.

Una acción militar ejemplar digna de mejor destino que en 1860 se materializó en la victoria del general Prim sobre los marroquíes en Castillejos.

Una acción de la que el único beneficiado acabó siendo Inglaterra. Y es que parece como si la campaña de África, promovida y auspiciada por Inglaterra y Francia con unas condiciones que impedían la conquista, estuviese destinada a demostrar qué capacidad real tenía el ejército español; así, comentando las operaciones del momento, comenta Carlos Marx el 8 de febrero de 1860:

Los generales españoles parecen haber perdido por completo la costumbre de manejar grandes contingentes de fuerzas, de preparar operaciones extensas, de hacer avanzar a un ejército que, después de todo, apenas iguala en número a uno de los cuerpos del ejército francés que tomaron parte en la última campaña de Italia. (Marx 1860)

Carlos Marx

Marx hace un análisis exhaustivo, y señala:

A la luz de estos hechos (los errores tácticos), es evidente que, en el ejército español, tanto las ideas como sus aplicaciones en la práctica son de un carácter muy anticuado. Con una flota de vapores y transportes a vela constantemente a la vista, esta marcha es perfectamente ridícula, y los hombres puestos fuera de combate durante ella por el cólera y la disentería fueron víctimas inmoladas a los prejuicios y a la incapacidad. (Marx 1860)

Tras la batalla de Wad–Ras, el califa manifestó su voluntad de acabar con la guerra, convencido que las tropas españolas tomarían Tánger en un par de días. El califa Muley-el-Abbas aceptó todas las condiciones presentadas por O’Donnell, y dio fin a la guerra con el único beneficio de que el gobierno ganó prestigio frente al pueblo español.

Parece que Inglaterra quedó contenta de la actuación del ejército español en África, por lo que, el 31 de octubre de 1861 el gobierno de O’Donnell firmaba un convenio con Inglaterra y con Francia por el que España se comprometía a defender los intereses británicos y franceses en México, y que se circunscribían al cobro de una supuesta deuda, para lo que se organizaba una expedición militar en la que España debía aparecer como cipayo.

general Juan Prim

El contingente mayor del ejército aliado era el español, al frente del cual iba el general Juan Prim. Pronto empezaron las desavenencias entre los aliados, siendo importante la actitud del general Prim, que contrario a la componenda, se limitaba a cumplir órdenes, y acabó reembarcando el contingente español tras la conferencia de Orizaba de 8 de abril de 1862, donde Prim fue acusado de querer coronarse rey de México.

Terminada la conferencia, el general Prim no vaciló un momento en disponer los preparativos de marcha; y convocando a los jefes de su división, les comunicó lo que había resuelto, haciéndoles una breve reseña de todo lo ocurrido con los franceses y de los motivos que le impulsaban a separarse de ellos y de su política aventurera. (Orellana, II: 1022).

Cesáreo Jarabo

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