BATALLA DE JEMMINGEN

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Me pareció escuchar de nuevo el tambor mientras veía moverse despacio, entre los fuertes y trincheras humeantes en la distancia, los viejos escuadrones impasibles, las picas y las banderas de la que fue la última y mejor infantería del mundo: españoles odiados, crueles, arrogantes, solo disciplinados bajo el fuego, que todo lo sufrían en cualquier asalto, pero no sufrían que les hablaran alto. (Arturo Pérez-Reverte. El Sol de Breda).

El coleccionista de soldaditos de plomo deja el “El sol de Breda” sobre la mesa y mira a la maqueta que suele emplear para escenificar distintas batallas de época. Las aventuras del capitán Alatriste por Flandes le han incitado a abrir la vitrina que tiene dedicada a los Tercios y disponerlos sobre el tablero tal y como aconteció en Jemmingen.

          La batalla se dispone de siete escenarios.

En la primera escena la vanguardia española avanza, ejecutando el plan del Duque de Alba: 1.500 arcabuceros y 300 jinetes que se lanzan sobre la posición protestante, mientras en la segunda el resto del ejército español permanece detrás bloqueando la península. En la tercera se representan diversas escaramuzas que desembocan en la reacción holandesa, con Luis de Nassau mandando hacer un reconocimiento en barca antes de lanzar un ataque global.

La siguiente representación recrea al de Alba apareciendo con la caballería, sorprendiendo a Nassau, quien ordena la retirada general a las trincheras mientras todo el ejército español se lanza al ataque. La última imagen es definitiva: los Tercios toman Jemmingen y los holandeses, abrumados, huyen.

          Cuando termina de colocar la última figura, el coleccionista da unos pasos atrás para ver la situación con perspectiva. La recreación es tan buena que no le cuesta imaginarse en mitad del campo de batalla bajo aquel sol invisible, frío, calvinista y hereje, sin duda indigno de su nombre, sintiendo a su alrededor el frío hálito de la muerte mientras retumba de nuevo el tambor de los Tercios sobre Flandes.

CONTEXTO HISTÓRICO: LA GUERRA DE LOS OCHENTA AÑOS

A finales del siglo XVI Felipe II, tras ser coronado rey de Portugal tenía bajo su poder uno de los imperios más grandes de la historia, con plazas en los cuatro continentes conocidos, Asía, América, África y Europa.

Una de las posesiones españoles era Flandes. Incorporada por Felipe III “el bueno” al Ducado de Borgoña en 1428, la boda entre Juana de Castilla con Felipe “el hermoso”, este rico territorio entró en la órbita de España. Compuesto por 17 provincias, Margarita de Parma y María de Hungría dotaron a estos territorios de amplias cotas de independencia, aunque siempre mantuvieron su compromiso con el Imperio de Carlos V.

El problema de Flandes comenzó tras la abdicación de Carlos V en su hijo Felipe, a quien se le consideró un rey extranjero que, además, se había convertido en defensor del catolicismo con los Decretos del Concilio de Trento, frente a la corriente protestaste que iba impregnado parte de Europa, con una Alemania luterana, una Francia calvinista o la Inglaterra de Isabel I.

Las revueltas se inician en 1566 con La Furia Iconoclasta, cuando se produjeron  manifestaciones y saqueos de iglesias católicas en Tounai o Amberes en un trasfondo religioso, aunque los motivos eran de otra índole: la aspiración de mayor autonomía y el deseo de la nobleza de mantener su estatus.

Felipe II envió el primer ejército para pacificar los Países Bajos, compuesto de 10.000 soldados de los Tercios de Lombardía, Nápoles y Sicilia partieron desde Milán, y cruzaron toda Europa a través del Camino Español por territorios propios de Saboya y el Franco Condado al mando del Duque de Alba.

Impávidos y terribles hasta en la derrota, los tercios españoles, seminario de los mejores soldados que durante dos siglos había dado Europa, encarnaron la más eficaz máquina militar que nadie mandó nunca sobre un campo de batalla (Arturo Pérez-Reverte. El Sol de Breda).

Por su parte,los flamencos se organizaron en torno a Guillermo de Orange y Luis de Nassau, este último con importantes contactos entre los hugonotes franceses, que interrumpirán el comercio y la llegada de tropas a la zona de La Rochelle, con el sur marítimo controlado por hugonotes y flamencos y en el norte por los “mendigos del mar”, lo que obligó a los españoles a tomar el puerto Brielle (Zelanda) como punto de inicio de la conquista terrestre.

Por tierra tampoco eran fáciles las cosas: La orografía pantanosa y el clima dificultaban el avance y suponía un enorme gasto de hombres y dinero para la corona.

Allí, la guerra, lejos ya la época de los grandes capitanes, los grandes asaltos y los grandes botines, se había convertido en una suerte de juego de ajedrez largo y tedioso, donde las plazas fuertes eran asediadas y cambiaban de manos una y otra vez, y donde a menudo contaba menos el valor que la paciencia (Arturo Pérez-Reverte. El Sol de Breda).

Inmersos ya en un ambiente bélico, se produjo el asedio de Valenciennes y una escaramuza en Oosterweel, en marzo de 1567, al norte de Amberes, donde los tercios españoles, con unos 1.000 soldados, derrotaron a un ejército calvinista sublevado, que contaba con aproximadamente 2.500 soldados. Más tarde, en abril de 1568, hubo otro enfrentamiento en Dalen, en la que las fuerzas rebeldes de Guillermo de Orange, comandadas por Joost de Soete, sufrieron una derrota aplastante por los Tercios, comandados por Sancho de Londoño y Sancho Dávila.

DE GRONINGA A JEMMINGEN

A pesar de las derrotas, los rebeldes intentaron tomar Groninga, defendida por el estatúder de Frisia Juan de Ligne. quien contaba con unos 3.000 soldados del Tercio de Cerdeña

En un primer momento, Ligne rehusó dar batalla a la espera de que llegasen refuerzos, mientras que los holandeses tenían la esperanza de que más ciudadanos de las Provincias se rebelasen al ver su ejemplo. Así, el 23 de mayo de 1568 se produjo un combate en Heiligerlee, donde los holandeses se presentaron con un contingente de 4.000 hombres.

Los arcabuceros españoles que iban en vanguardia por el camino, llegaron al puesto que ocupaba esta manga de arcabuceros, y con las seis piezas de campaña que llevaban, comenzaron a batirles, haciendo desalojarles el puesto, retirándose hacia sus escuadrones (Arre Caballo, 2018).

Aprovechando el terreno, lleno de fosos y lodazales, las mangas de arcabuceros holandeses, comandados por Luis de Nassau, lograron vencer a los españoles, aunque la respuesta no se hizo esperar: el Duque de Alba disolvió el Tercio de Cerdeña, ordenó la defensa de Groninga e inmediatamente convocó un ejército en Bolduque. Controlada de nuevo la situación, el 5 de junio fueron decapitados el conde Lamoral de Egmont y Felipe de Montmorency, conde de Horn, por traición a la corona.

21 de julio de 1568. Tras Heiligerlee se sucedieron varias victorias del Duque de Alba y los holandeses tuvieron que retirarse en una península entre los ríos Ems y Dollar, haciéndose fuertes en Jemmingen, donde inundaron los campos para entorpecer los movimientos de los españoles.

Con el campo anegado y unos 3.500 efectivos, el Duque de Alba ordenó avanzar a las compañías de Marcos de Toledo, Diego Enríquez y Hernando de Añasco para tomar la plaza, correspondiendo a piqueros y arcabuceros alcanzar el puente sobre una de las esclusas con el agua por encima de las rodillas. Cuando Luis de Nassau supo de la pérdida del puente mandó a 4.000 hombres a recuperar la posición, que en ese momento apenas estaba defendida por menos de 50 españoles. El destacamento católico resistió una y otra vez las embestidas de los neerlandeses hasta que llegaron los refuerzos españoles: el Tercio Viejo de Lombardía, mandado por Juan de Londoño, y el Tercio Viejo de Sicilia, a cargo del maestre de campo Julián Romero.

Ante el cambio de situación los mercenarios neerlandeses huyeron y los dos tercios viejos emprendieron la persecución hasta que fueron frenados por fuego de artillería, ya en la primera línea holandesa. Parados allí, los maestres de campo pidieron ayuda y refuerzos al duque de Alba, pero aquel desoyó sus solicitudes.

Ante la nueva situación, Luis de Nassau decidió atacarlos con todo su ejército. Londoño y Romero esperaron a que se acercaran y tras aguantar lo máximo posible comenzaron a disparar con tal efectividad que no solo frenaron al enemigo, sino que incluso llegaron a apoderarse de la artillería holandesa. En esta última acción se destacó por su arrojo el capitán Lope de Figueroa.

El ejército holandés huyó en desbandada. Las tropas imperiales lo persiguieron durante un día entero, causando 6.000 bajas, muchos de ellos ahogados en los canales y el río Ems. Luis de Nassau se disfrazó y nadó para huir con destino a Alemania.

Quedaba expedito el camino para el Duque de Alba, quien se dirigía ahora contra Guillermo de Orange, a quien vencería nuestro Duque de Alba unos meses después en Jodoigne.

DIARIO DE UNA BATALLA

16 de julio de 1568. El Duque de Alba parte rumbo al este con la compañía de arcabuceros de César de Ávalos, 500 caballos españoles, italianos y albaneses y los 400 herreruelos de Hans Bernard, imprescindibles para adelantarse y reconocer los caminos y de vanguardia caminan los españoles, seguidos de valones y alemanes del conde de Mega, mientras manda que se adelante Chapin Vitelli con 2.000 arcabuceros para que vayan preparando los alojamientos para la noche, mientras en Groninga queda la guarnición de Schamburg, y los 1500 caballos de Brunswick. , llevándose consigo. Detrás, el resto de los alemanes con la artillería, y a la retaguardia.

En el camino llegan noticias de la retirada de dos compañías de infantería rebelde de Dam, y de las dos que tenían en Delfzijl y la del castillo de Wedde a través de Teniendo noticia de que caminaban a Zuidbroek, mandó a Ávalos para tomar un paso del camino de Dam a Zuidbroek y así romper a los de la guarnición que huían, pero aquellos tomaron otro alternativo.

El ejército se aloja en Slochteren, desde donde envían caballos para averiguar el camino que ha tomado el enemigo, aunque sin éxito.

18 de julio. El capitán Montero consigue averiguar dónde se alojan los rebeldes: en Reyden, lugar magnífico para la defensa, pues a la parte del río Ems hay un puente ancho que puede ser cruzado rápidamente y luego quemado.

19 de julio. Las tropas españolas parten para Reyden, pasando por Heilegerlee y Wedde, donde tienen noticia de que los rebeldes aún no han entrado en la ciudad.

20 de julio. Los españoles llegan a Reyden a mediodía y lo primero que hacen es construir un revellín para guardar el puente, dejando una compañía de alemanes a custodiarlo, mientras llegan noticias de que el enemigo está a dos leguas al norte, siguiendo la ribera del Ems. Chapin Vitelli acude en su busca con 50 celadas para reconocer el sitio y saber si tienen barcas para cruzar el río.

Vitelli regresa ya de noche e informa a los altos mandos: el enemigo está en los contornos de Jemmingen, lugar abierto del condado de Emden, aunque sin tener claro el lugar exacto del alojamiento.

21 de julio. Los españoles parten a Jemmingen desde Reyden por la margen izquierda del Ems (legua y media larga), quedando atrás un contingente encargado de guardar el puente. Por su parte, Sancho de Ávila avanzó con 30 arcabuceros a caballo, mientras el de Alba, Vitelli y otros tres caballeros parten por otro camino, César Ávalos hizo lo propio con 200 arcabuceros del Tercio de Lombardía

Sancho de Ávila alcanza una aldea donde prende a un holandés y allí se enteran que la intención es abrir las esclusas de los diques para impedir el paso a sus perseguidores, por lo que se decidió marchar sobre Jemmingen, con Sancho de Ávila, Alonso de Vargas y el castellano Andrés de Salazar al frente. Tras ellos, 500 arcabuceros de los capitanes Marcos de Toledo, Diego Enríquez y Hernando de Añasco, medio millar de arcabuceros a cargo del maestre de campo Julián Romero y otros tantos comandados por Sancho de Londoño. También iban en el grupo las compañías de caballos de César de Ávalos y el conde Curcio, los maestres de campo Alonso de Ulloa y Gonzalo de Bracamonte.

En su avance, De Ávila alcanza un puente sobre un canal del Ems y allí se topa con el enemigo abriendo las esclusas antes de guarecerse en Jemmingen. Los españoles les obligaron a retirarse, evitaron el anegamiento y continuaron cruzando los puentes sobre los distintos canales, hasta que a las diez de la mañana llega al último puente antes de la villa.

Se produce un enfrentamiento. Los arcabuceros católicos desmontan, resistiendo en inferioridad numérica durante media hora hasta la llegada del Tercio Viejo de Lombardía y el de Sicilia.

Los rebeldes, en torno a 12.000, están formados en dos escuadrones de infantería tras una trinchera en la península de Reiderland, entre el Ems y el Dollar, con la caballería en dos escuadrones a la derecha y Jemmingen a las espaldas, haciendo frente al dique de la ribera izquierda del Ems. Guardan la entrada del camino a la plaza fuerte de los rebeldes cinco piezas de artillería.

Los españoles reorganizan sus tropas y van dejando arcabucería tras de sí, cubriendo la retirada, mientras los hombres de Nassau mandan dos escuadrones de infantería a cargar contra ellos, caminando por la campiña rasa para tomar el dique a la vez que cargan la mosquetería y arcabucería, y es entonces cuando Lope de Figueroa se lanza contra el enemigo.

Entre la una y media y las dos de la tarde los rebeldes, cargados por la arcabucería de vanguardia, entre la una y media y las dos de la tarde, comienzan a huir. Muchos intentan montarse en las pocas barcas que han quedado atrapados entre el embarcadero y los españoles. Los que consiguen montar en las barcas las sobrecargan tanto que las vuelcan y las hunden.

En Groninga tienen noticia rápida de la derrota rebelde al ver cómo el río se llena de sombreros. Se estima que entre 7.000 y 10.000 de los 12.000 que forman el ejército de Nassau han muerto.

Ricardo Aller

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