El final de Juan Bravo

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El 24 de abril de 1521, Juan Bravo, con sus compañeros de lucha Padilla y Maldonado, derrotados por las tropas imperiales de Carlos I en la batalla de Villalar, tuvieron que subir al cadalso levantado en la plaza pública de dicha villa. Habían sido derrotados el día anterior y se enfrentaban a la condena por traidores. La decapitación decretada con el calificativo de «traidores»,  motivó la protesta de Bravo, sin embargo, Padilla, le reprendió; «Señor Bravo, ayer era día de pelear como caballero, hoy es día de morir como cristiano». La réplica de Bravo no pudo ser más elocuente; solicitó ser decapitado en primer lugar por no ver subir al cadalso a Padilla. Eran los tres capitanes que, levantados contra las fuerzas del nuevo rey extranjero, Carlos I, desconocedor incluso del castellano, fueron conocidos como los Comuneros; de Segovia, Bravo, de Toledo, Padilla y de Salamanca, Maldonado. Fueron ellos quienes derrotaron a las fuerzas imperiales, para,  el 24 de agosto de 1529, entrar Maldonado en Medina del Campo con los otros capitanes sublevados. Comuneros que, conquistada Tordesillas, el 29 de agosto y el 1 de septiembre se entrevistaron con la reina Juana, solicitando su apoyo. Solicitud a la cual se negó rotundamente la reina en un momento de gran lucidez y de sentido de la responsabilidad fruto de la educación de su madre Isabel. Para Juana, el rey de España era Carlos, su hijo.

Los tres capitanes rebeldes, fueron enterrados en la iglesia de Villalar, sin embargo, el 18 de mayo, una cédula autorizó la exhumación del cuerpo de Bravo y su traslado a Segovia. Y así, a primeros de junio de 1521, un domingo por más señas, los restos de Juan Bravo llegaron a Segovia.

Aunque nacido en Atienza, Guadalajara, a principios de 1504 ya aparece avecindado en dicha capital segoviana, en donde contrajo matrimonio con Catalina del Río, la cual le dio tres hijos, Gonzalo, Luis y María. En 1519, viudo de Catalina, matrimonió con María Coronel, hija de un regidor de Segovia, converso, mercader acaudalado, matrimonio del cual nacieron dos hijos: Andrea Bravo de Mendoza y Juan Bravo de Mendoza.

Al año siguiente, ya como regidor de Segovia se levantó contra la política de Carlos, provocando la insurrección la muerte del procurador de Segovia, Tordesillas, lo cual incitó una contundente respuesta por parte del virrey Adriano de Utrech, ordenando castigar el levantamiento y acabar con la sublevación segoviana, labor de la que hizo responsable al alcalde Ronquillo, con la ayuda del ejército real de Antonio de Fonseca. Las conquistas de Bravo durante toda la Guerra Civil, tanto de Zaratán y de Simancas en 1521, o las de Padilla, frente a la batalla de Villalar, quedaron simplemente para la historia y tuvieron su definitivo final en la plaza de dicha villa.

Es el corregidor Juan de Vozmediano quién nos ha dejado el relato de los acontecimientos posteriores. Los padres políticos de Bravo, tanto los de su primer matrimonio como del segundo, junto con sus partidarios, llegados sus restos a la dicha ciudad segoviana, pretendieron que los funerales se convirtieran en un homenaje al hombre que había muerto en la defensa de los derechos de la comunidad. El cortejo fúnebre realizó un largo recorrido por los arrabales de la ciudad antes de llegar a la iglesia de Santa Cruz, situada extramuros, donde iba a celebrarse la inhumación. Al frente del cortejo marchaban hombres que llevaban crucifijos, miembros de cofradías vestidos de luto y con antorchas en las manos. Por todas las calles corrían muchachas y mujeres pobres con los cabellos revueltos que lanzaban gritos de dolor: «Doleos de vos, pobrecitos, que éste murió por la comunidad». La multitud de segovianos seguía con toda emoción el cortejo funerario, pero también con el furor de acompañar los restos de un hombre que estimaban había dado hasta su vida por defender sus derechos. De ahí que cuando un desgraciado iluso se atrevió a gritar «Mirad cuál traen este traidor», muchos se abalanzasen sobre él despedazándolo.

El yerno de Vozmediano, Gonzalo de Herrera, con los hombres que había reunido en previsión de posibles tumultos o desórdenes, ante tal hecho, ordenó que se embistiese contra la multitud que, con el violento ataque, se dispersó. Para proseguir en su deseo de restablecer la paz, Gonzalo de Herrera, envió patrullas por calles y plazas de la villa. Al día siguiente, los partidarios de Bravo, sabiéndose en minoría, se reunieron frente al corregidor y, ante una cruz, juraron dejar de lado sus diferencias y prestarse socorro mutuamente. El conde Chinchón, había acudido a la ciudad para aportar su ayuda para devolver el sosiego a la ciudad. La victoria de las autoridades fue confirmada al jueves siguiente, ahorcándose a dos de los principales cabecillas organizadores de la ceremonia funeraria.

Todavía Vozmediano tendría que insistir a fin de que la viuda de Bravo y sus más allegados parientes fuesen expulsados de Segovia, dado que «algunos menudos», le demostraban un gran afecto. Los hijos del primer matrimonio de Bravo intentaron recuperar la herencia paterna, o lo que quedase de ella pues, por lo visto, Juan Bravo «era muy liberal y gastador». Lo cierto es que su segunda viuda, María Coronel, sí obtuvo el reembolso de la dote de su madre el 10 de octubre de 1523.

Y de pronto, nos encontramos con la leyenda que suele acompañar a quienes el pueblo eleva a los altares del mito. En 1921 el Ayuntamiento de Segovia realizó una excavación en la losa que, se suponía, contenía los restos de Juan Bravo, Sea cierto que no había hueso alguno o de haberlos habían desaparecido. A partir de tal hecho, los rumores surgieron para afirmar que el cadáver de Juan Bravo, en secreto, fue exhumado de la fosa de la parroquia de santa Cruz, por temor a que fuese profanado y trasladado a Muñoveros, villa de nacimiento de su primera esposa, Catalina del Rio. Asi, primero fue depositado  en la iglesia de san Félix, bajo el altar de la Purísima, para posteriormente colocar, a la entrada del templo, una lápida, con los restos debajo, en la cual se puede leer «CJV está aquí», iniciales que, según los vecinos, corresponden al Comunero Juan Bravo.

Sin desconsiderar lo beneficioso de la leyenda para el municipio, lo cierto es que en la entrada de la iglesia existe un pequeño homenaje de Muñoveros a Juan Bravo en el que se puede leer la inscripción «El heroico capitán comunero, ejemplo de dignidad y libertad. Tuvo posesiones y a temporadas vivió en este pueblo. Sus restos reposan en esta iglesia según se ha transmitido de generación en generación, desde aquellos lejanos tiempos hasta nuestros días».

Francisco Gilet

Bibliografía.

L. F. de Peñalosa, “Juan Bravo y la familia Coronel”

S. Halliczer, Los Comuneros de Castilla M. Quintanilla.

M. Quintanilla, “El episodio de las Comunidades”

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