EL TRATADO DE LONDRES

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España, desde siempre, ha padecido de una carencia de reconocimiento por parte de la Historia de su tránsito por ella. La santa Inquisición, la expulsión de los judíos, incluso el mismo Descubrimiento del continente americano, han sido y son constantemente tildados de hechos reprobables cuando no absolutamente condenados desde dentro y fuera de nuestras fronteras. Hemos gozado de grandes diplomáticos, pero no de publicistas capaces de hacer valer los acontecimientos positivos sobre los negativos, reales o inventados, cual la Leyenda Negra, por ejemplo. Y entre estos últimos se puede incluir la derrota de la Armada Invencible. Derrota que ni fue tal, ni se trataba de ninguna Armada Invencible, término acuñado por los ingleses de Isabel I, más sagaces a la hora hacer balance de éxitos, incluso inexistentes. Su verdadero título era «Grande y Felicísima Armada».

Una armada que se hallaba inmersa en una guerra entre Felipe II e Isabel I de Inglaterra, que había surgido de creciente poder de la Monarquía Hispánica, lo cual provocaba un gran temor a la reina virgen; en el aspecto religioso las desavenencias entre ambos países venían de los tiempos de Enrique VIII de Inglaterra y en el aspecto económico, por las constantes expediciones de los corsarios ingleses contra los territorios españoles en las Indias y contra la flota de Indias, que cargada de riquezas alimentaba las finanzas de la metrópoli, ataques corsarios que suponían para España una amenaza a sus intereses económicos.

Fueron veinte años, con los reinados de Felipe II y Felipe III por parte española, e Isabel I y Jacobo I, por parte inglesa, durante los cuales los enfrentamientos fueron constantes entre las dos Armadas. Numerosas las batallas navales, con desastres debido a tormentas o vientos desfavorables, solamente, en el comienzo de la contienda, la expedición de Drake de 1587 y el desastre naval de la Armada Invencible en 1588, pueden considerarse éxitos isabelinos. El corsario inglés atacó la flota española amarrada en la bahía de Cádiz, así como, después de desembarcar en el Algarve, se dirigió contra la flota de Álvaro de Bazán amarrada en Lisboa. Acto seguido, puso rumbo a la Azores para capturar la carraca portuguesa san Felipe, repleta de riquezas procedentes de las Indias Orientales. La ejecución de María I de Escocia, en febrero de 1587, irritó a los católicos del continente, recibiendo Felipe II autorización del papa Sixto V para derrocar a Isabel I, ya excomulgada por Pio V.

La intención de Felipe II era invadir Inglaterra, para lo cual formó la «Grande e Felicísima Armada», al mando del duque de Medina Sidonia. Su ataque en el Canal de la Mancha, imprudente según versiones, junto con la adversa climatología, provocó la pérdida de 37 navíos españoles de un total de 154, de todos los tipos. Aquello significó un retraso en las intenciones españolas al tiempo que un respiro en las fuerzas navales inglesas. En 1589, Francis Drake junto con John Norreys, atacaron La Coruña, siendo rechazada por las fuerzas españolas, destacando entre ellas la famosa María Pita. Ante su rechazo, la flota inglesa se dirigió a Lisboa para intentar provocar un levantamiento contra Felipe II, apoyando a don Antonio, pretendiente al trono portugués. La llamada Contra armada inglesa fue de fracaso en fracaso, perdiendo más de 40 navíos, bien capturados bien hundidos. El tesoro isabelino padeció por tales hechos, sufriendo grandes pérdidas. A ello hay que añadir que un muy capaz sistema de inteligencia y un sofisticado método de escolta de las naves provenientes de las Indias, provocaron que desde comienzos de 1590 las expediciones corsarias y bucaneras de Martin Frobisher y John Hawkins fueran derrotadas, sin que alcanzasen su objetivo de apropiarse de los bienes y riquezas que trasportaba la llamada Flota de Indias. En 1592, el marino Pedro de Zubiaur, capturaba tres barcos, incendiaba la nave capitana y dispersaba un convoy inglés de más de cuarenta navíos.                 

         Al siguiente año, el dicho Zubiaur derrotaba a otra flotilla inglesa, hundiendo a sus navíos destacados. Igualmente, naves españolas en 1595 y 1596, derrotaron una expedición inglesa de Drake y Hawkins, tanto en las costas de Las Palmas de Gran Canaria como en diferentes localizaciones caribeñas. Las estrategias de los comandantes españoles, adelantándose a los ingleses, daban grandes resultados. Fue en esos mares en donde, pretendiendo atacar las fortalezas españolas, murieron los corsarios Drake y Hawkins, verdaderos depredadores de los navíos españoles.

Entre junio y agosto de 1597, la flota inglesa organizó la expedición Essex-Raleigh a Ferrol y las Azores, donde no consiguió imponerse a la flota española de regreso de las Indias. Y aconteció en 1598 el fallecimiento de Felipe II, siendo su sucesor Felipe III quien no cejaría en su batalla contra Inglaterra. Un intento de alcanzar el final de la contienda en mayo de 1600, no tuvo éxito, iniciadas conversaciones en Boulonge-sur.Mer.

Sin embargo, la muerte de Isabel I en 1603 puso al descubierto el desastre económico que reinaba en Inglaterra. Veinte años de guerra, junto con el fracaso de la obtención de botines en el Atlántico, habían dejado las arcas reales exhaustas, como igual sucedía con los hombres y su moral. A ello habría que añadir los auxilios económicos a todo cuanto rebelde y protestante se levantaba contra España, a todo lo cual todavía se podría añadir las malas cosechas y la peste.

La situación española tampoco era demasiado boyante. A la guerra contra Inglaterra había que unir los enfrentamientos con los rebeldes holandeses, el imperio Otomano, los piratas berberiscos, todo lo cual representaba un elevado coste. El mantenimiento de un ejército profesional, la armada y la defensa de un imperio que cubría cuatro continentes, no era tarea fácil para ninguna tesorería real. Y, para mayor inconveniente, el desgaste demográfico se vio agravado con una epidemia de peste en Castilla. En este punto llegamos a 1603, en cuyo momento Jacobo I, sucesor de Isabel, decide una política más pacifista, paralizando todas las hostilidades contra España.

El 28 de agosto de 1604, en la llamada Conferencia de Somerset House por representantes españoles, ingleses y holandeses, se firmó la tregua que ponía fin a veinte años de contienda. Según las condiciones del Tratado, Inglaterra renunciaba a prestar ningún tipo de ayuda a los Países Bajos, abría el canal de la Mancha al transporte marítimo español, prohibía a sus súbditos llevar mercancías de España a Holanda o viceversa, y prometía suspender las actividades de los piratas en el océano Atlántico. A cambio, España concedía facilidades al comercio inglés en las Indias españolas. Sin duda fue un acuerdo beneficioso para el reino español, al tiempo que produjo un respiro en las arcas inglesas. Y que también tuvo su secuela, dado que, negada la posibilidad inglesa de ayuda a los rebeldes holandeses, llegó la tregua en 1609 con España. Es decir, que el Reino de Felipe III obtuvo dos triunfos, mucho más destacables que la pérdida de la llamada Armada Invencible, es decir, la «Grande y Felicísima Armada».

Francisco Gilet

Bibliografía

John H. Elliott (2001). Europa en la época de Felipe II, 1559-1598

FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Manuel. Felipe II y su tiempo

Geoffrey PARKER. La gran estrategia de Felipe II

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