La vida monástica en la Edad Media española

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La llegada del poder musulmán a la Península no supuso un cambio profundo en los perfiles del monacato. Hay que tener en cuenta la casi total ausencia de información durante el siglo VIII, la cual no aparece y en pequeña cantidad hasta principios del siglo IX.

Los monasterios de esta primera etapa, tanto los surgidos en la España fuera del ámbito musulmán como los que se encontraban en el emirato cordobés, siguieron rigiéndose por las reglas de los propios monasterios que normalmente eran los códices regularum. A estas reglas le siguieron las de san Isidoro y san Fructuoso, y cada vez más la de .

Sin embargo, hay tres novedades importantes en esta primera etapa con respecto al periodo visigótico. En primer lugar, cobra una mayor importancia el monacato que va surgiendo por todo el Norte peninsular. Por ejemplo, puede decirse que la principal organización eclesiástica del reino de Asturias fue la monástica.

La segunda novedad proviene de Cataluña que, desde principios del siglo IX vincula al mundo carolingio el monacato catalán, entra en la órbita de los francos y adopta el modelo benedictino. Este hecho hará que el monacato de la Marca se convierta en la excepción peninsular.

Por último, los siglos IX y sobre todo el X, son el momento de la explosión de los cenobios. Se estima que sobre el año 1025 había en el territorio hispanocristiano unos 1.000 monasterios. El perfil de estos monasterios, según los estudios de Sánchez Albornoz y los más actuales de García Cortazar, sería: pequeños y no importantes, cercanos entre sí, y regidos por su propia regla; y muy vinculados a la aristocracia.

Con respecto a este último aspecto, tenemos que decir que grupos de poderosos se fueron haciendo con el control de un número cada vez mayor de tierras. Muchas de las fundaciones de los primeros siglos se debieron para responder a los intereses aristocráticos.

Pero a partir del siglo X, van a ir apareciendo cenobios poderosos en el plano del patrimonio, que irán absorbiendo a otros menores a la vez que recibirán importantes donaciones de la aristocracia, lo que les irá dando mayor autonomía y por lo tanto teniendo un papel más importante en la sociedad. El ejemplo más importante de estos grandes monasterios, fue el monasterio de Sahagún.

El siglo XI representa un momento clave para la historia del monacato hispánico en la Edad Media. Significa el fin de la independencia normativa de cada monasterio para homologarse a los hábitos y modos de los monasterios europeos. La Península Ibérica, a excepción de la Marca, junto con Roma y los territorios célticos constituían la excepción de la benedictinización europea.

El síntoma evidente de esto fue la adopción, como código exclusivo, de la regla de san Benito como norma a seguir por los monasterios. La apertura hispánica comienza en Pamplona y se va trasladando hacia el oeste. A esta apertura le acompañan cambios políticos y eclesiales que comienzan con Sancho III de Navarra, que siguen con los de su hijo Fernando I, ya en el reino de León, y culminan con su nieto Alfonso VI. Con este último se produce la adopción de la reforma gregoriana en la Península.

La cronología y los ritmos del proceso fueron desiguales y complejos en los diferentes territorios de España. En cualquier caso, el siglo XI especialmente su tramo final, fue el periodo en el que los monasterios hispanos se adhirieron al nuevo modelo monástico.

Se siguieron dos vías para conseguirlo, la primera fue la vinculación directa a Cluny, siendo San Isidro de Dueñas en el año 1073. La segunda fórmula fue que una larga lista de casas viejas monásticas que se habían ido formando desde principios del siglo XI, se adhirieron a la regla benedictina, pero sin mantener vinculación alguna con Isidro de Dueñas y y, de esta forma conservando cada una de ellas su independencia.

El hecho de que se tardase tanto tiempo en adoptar la nueva norma, hizo que llegasen las primeras voces críticas hacia la interpretación que Cluny había hecho de la regla. La más importante y trascendente fue la cisterciense.

La huella peninsular del Císter llegó a España con mucha más prontitud que la cluniacense. El asentamiento de los monjes blancos, así conocidos, se produjo en la etapa final de reino de Alfonso VII. Se puede decir que el monasterio pionero en la senda del Císter en España fue el de Santa María de Sobrado, entregado el 14 de febrero de 1142 a los monjes cistercienses que procedían de Claraval.

Los nuevos monjes rechazaron parte del patrimonio que se les entregaba, no quisieron aceptar las iglesias y las tierras que estaban ocupadas y que eran explotadas por los campesinos. A diferencia de los monjes cluniacenses, los monjes blancos del Císter pretendían vivir del fruto de su propio trabajo.

Pero no es justo, reducir al Císter la cantidad de reformas acaecidas en los monasterios hispanos del siglo XII. Es necesario tener en cuenta el papel que representaron los canónicos regulares y los premostratenses. Ambos, nacidos e impulsados por la reforma gregoriana, fueron mucho más importantes de lo que la tradición historiográfica viene defendiendo.

Los monasterios de canónigos regulares fueron fundados por clérigos pertenecientes, o muy cercanos, a los cabildos catedralicios. Pretendían conciliar la vida clerical pastoral y apostólica combatiendo la secularización y optando por la vía comunitaria y regular. Santa María de Osar, en la entonces periferia de Santiago de Compostela, puede servir como ejemplo.

Los premostratenses, o norbertinos por su fundador, Norberto de Xanten, tiene su presencia hispánica más difuminada. Las pioneras son las casas castellanas de Retuerta, entre 1145 y 1148, Nuestra Señora de la Vid. La gran mayoría de las casas de esta orden se encuentran en Castilla, donde su presencia es incluso mayor que la del Císter.

El fructífero siglo XII aportará más novedades al ámbito monástico. A raíz de la I Cruzada va a surgir un nuevo modelo que será simbiosis entre las figuras del monje y el caballero. Se trata de las órdenes militares, cuyos primeros testimonios fueron las órdenes del Temple y de los Hospitalarios.

En la Península por la partición del territorio entre cristianos y musulmanes y por la Reconquista, estas órdenes hicieron una rápida aparición.

De hecho, en el año 1134, Alfonso I el Batallador de Aragón en su testamento designa como sus herederas a las órdenes del Temple, de San Juan y del Santo Sepulcro.

En los territorios occidentales, el asentamiento templario no arrancó como en Aragón. El abandono templario de la fortaleza de Calatrava en 1158 marca uno de sus primeros fracasos hispánicos y está en la base del nacimiento de la Orden de Calatrava. Sin embargo, sus encomiendas van abarcando casi todos los territorios castellano-leoneses en especial con Fernando III el Santo.

Los hospitalarios se asentaron primeramente en Castilla, aunque luego se extendieron de igual forma por los otros reinos. Su impronta fue menos belicista que los templarios, sobresaliendo sobre todo en el plano económico y financiero, sobre todo a raíz de la disolución del Temple.

Es en el occidente español donde aparecen las órdenes hispánicas. La primera de ellas fue la Orden de Calatrava, nacida en 1158. La voluntad de Sancho III de Navarra y la colaboración del monasterio cisterciense de Fitero está en el origen de la orden.

Las dos órdenes siguientes que nacen lo hacen en el reino de León. La primera la Orden de Santiago, nacida en Cáceres en 1170, va a pasar a depender directamente de Roma y a trasladar al reino de Castilla parte de sus actividades.

La segunda fue la Orden de san Julián del Pereiro conocida como Orden de Alcántara.

En Aragón se conoce una sola fundación que fue la Orden de San Jorge creada a principios del siglo XIII con la finalidad principal de ayudar contra la piratería musulmana. Y para acabar recordaremos que, tras la extinción de la Orden del Temple nace una nueva orden que recoge su herencia hispana. Se trata de la Orden la Montesa creada en 1317 formada, inicialmente, por las antiguas casas templarias del reino de Valencia.

La Cartuja es otra de las grandes innovaciones de este prolífico siglo para la historia del monacato, en el tránsito del XI al XII. Y seguramente que por su extremado rigor no tuvo tanta difusión como otros movimientos nacidos a la par que ella como el Císter. Los cartujos eran eremitas-cenobitas.

Hay que esperar un siglo, tras el nacimiento de La Cartuja, para encontrar documentada la primera casa de la orden en España. Se trata en el siglo XII de la casa Scala Dei en Cataluña.

Si el asentamiento cartujo fue tardío en la corona de Aragón, en Castilla llegó más tarde aún. Fue el rey Juan I quien en 1390 promueve la fundación de El Paular, a la que siguió en el año 1400 la cartuja de Sevilla.

Poco tiempo antes del asentamiento cartujo en Castilla hacen irrupción los jerónimos, una orden exclusivamente hispana. El enclave más importante fue en Lupiana en 1374. El momento culminante del asentamiento se produce de nuevo con el rey Juan I, quien entrega a los jerónimos el priorato de Guadalupe en el año 1389. Un fenómeno distintivo de los jerónimos fue el elevado número de judíos conversos que se unieron a ellos.

José Carlos Sacristán

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