El beato mejicano Bartolomé Gutiérrez

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Dentro de la pléyade de religiosos que regaron con su sangre la difusión de la fe en Cristo, en Japón, además de los que llegaron directamente desde la Península Ibérica, la España americana y, en particular, la Nueva España aportaron numerosos mártires. Es el caso del beato mejicano Bartolomé Gutiérrez, hoy en proceso de canonización, quien tras una larga y fructífera labor evangelizadora en el país nipón, terminó siendo ejecutado en Nagasaki, el 3 de septiembre de 1632.

Bartolomé Gutiérrez nació en 1580, en Ciudad de México, hijo de Alfonso Gutiérrez y Ana Rodríguez. Fue bautizado el 4 de septiembre de ese mismo año, en el Sagrario Metropolitano, una pequeña capilla situada junto a la catedral de la capital. En fecha tan temprana como 1596, con tan solo 16 años, se incorpora a la Orden de los Agustinos, en la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús, sita en el casco histórico de la ciudad que le vio nacer.

Tras hacer profesión religiosa el 1 de junio de 1596, continúa sus estudios en la localidad de Yuriria (Guanajuato). Después de ser ordenado, inicia su ministerio sacerdotal en Puebla. En 1605, solicita hacerse misionero, siendo enviado en misión, en 1606, a Manila ― Filipinas  ―, junto con Fray Pedro Solís. Allí, se desempeñará como maestro de novicios durante seis años. Por fin, se cumple su anhelo y, en 1612, es mandado a Japón, acompañado de los presbíteros Vicente Carvalho y Francisco Terrero. 

Un tiempo después, es expulsado de Japón, pero en 1618 y a petición de sus fieles, regresa disfrazado al país nipón, donde sobreponiéndose a la cruel persecución pagana impulsada por Taicosama, consigue a lo largo de sus 15 años de ministerio, numerosas conversiones. Y todo ello, arrostrando numerosos peligros para eludir la feroz cacería contra los cristianos, hasta que finalmente, y víctima de una denuncia, es atrapado junto con otros sacerdotes y conducido a Nagasaki.

Tras sufrir repetidos maltratos, al cabo de tres años, es condenado a muerte, sentencia que se cumplirá el 3 de septiembre de 1632, no sin antes sufrir terribles torturas, como ser sumergido en aguas sulfurosas hirviendo y ser quemado a fuego lento en una hoguera. Sus cenizas fueron arrojadas al mar, en la localidad japonesa de Omura.

Fray Bartolomé Gutiérrez fue beatificado por el Papa Pío IX, el 7 de mayo de 1867, junto con otros 205 mártires muertos en Japón.  El proceso de canonización del beato Bartolomé Gutiérrez continúa vigente en la Santa Sede.

Tal vez a causa de los numerosos misioneros que ofrecieron sus vidas evangelizando en Asia, especialmente en Japón, la figura del mártir que hoy nos ocupa ha pasado un poco desapercibida, incluso entre sus paisanos. Quien acuda a la Catedral de Ciudad de México tiene la oportunidad de admirar un cuadro de Fray Bartolomé, rindiendo homenaje a tan excelsa figura.

Jesús Caraballo

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