Una duda histórica

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Hace unos años, en una cena con unos amigos puertorriqueños en su casa, en el estado de Maryland, uno de los hijos ― segunda generación nacida en los Estados Unidos ― dejó caer en la conversación que él era latino. Su padre inmediatamente le corrigió indicándole que no, que lo que el chico tenía que decir y estar orgulloso es de ser hispano, incidiendo en lo hispanoamericano. Eso me hizo pensar sobre ese concepto tan aceptado y en el porqué de su éxito.

Allá a mediados del siglo XIX, se puede decir que Francia ya era la segunda potencia mundial, después de Gran Bretaña, y ambicionaba aumentar su influencia mundial compartiendo la prosperidad de América con los Estados Unidos. El emperador francés Napoleón III no cejó en ese intento, sobre todo apoyando, con tropas y dinero, el establecimiento de una Monarquía en México con el Archiduque Maximiliano José de Austria. Aunque la apuesta no salió adelante, la idea de un “Panlatinismo” propugnada por Michel Chevalier [1] ― la expansión económica francesa en América y, también, en Extremo Oriente ― tuvo más suerte. Implícito en este pensamiento estaba el liderazgo de una política europea de los países del sur del continente ― capitaneada por Francia ―, en la América no controlada por el mundo anglosajón,  Estados Unidos de América y Gran Bretaña fundamentalmente.

Para sustentar más esa política, pensadores franceses empezaron a emplear el concepto de “raza latina”, como aglutinadora de todos los pueblos americanos evangelizados por la Europa meridional: España, principalmente, Portugal y, en menor medida, Francia. Pero es bien difícil mantener esa unidad racial por la existencia del mestizaje, los indígenas ― que no sufrieron el exterminio y la segregación como en la América del norte ― – y emigrantes europeos e incluso asiáticos posteriores al imperio español. Italia se adhiere en cierta medida a este pensamiento más adelante, aprovechando inteligentemente la emigración de su población a la región del Río de la Plata, comenzada también a mediados del siglo XIX.

Pero cuando el abbé Domenech, uno de los autores franceses que usan este término en la Revue des Races Latines, escribe “Latino América” tiene que clarificarlo indicando que se refiere a México, América Central y América del sur.[2] Esto es, que ya los que acuñaron el término veían claramente la generalización tan grosera que se pretendía, incluyendo áreas de los dos continentes americanos claramente diversos, excluyendo Quebec, que se le podría considerar parte, si de verdad se quisiera incluir a todos los pueblos evangelizados por los europeos meridionales católicos.

En tiempos más recientes, autores hispanoamericanos como la profesora argentina María Elena Rodriguez de Magis, cuando utiliza el término “Latino América” explica que se refiere a la original América Española, o el profesor mexicano Enrique Suárez Gaona llega a denostarlo como mito político y “creación cultural de intelectuales y políticos avisados” y que esa América “Latina” existe como un producto creado por políticos y modas culturales que sirven a los personajes públicos de todo el arco político como un colchón neutro y, como decimos actualmente, políticamente correcto para no sufrir ningún tipo de señalamiento.[3]

Y ya en España, Salvador de Madariaga se pregunta incluso “¿que habrá en Hispanoamérica que…. Las naciones rivales de España… se las han arreglado para inventar eso de “América Latina” so pretexto de que en Haití se habla francés?” Y podríamos añadir inglés en unas pequeñas islas del mar Caribe. Son los políticos hispanoamericanos que se afrancesan como hicieron los españoles en el siglo XVIII y XIX.[4]

Julián Marías[5], abordó el término «Latinoamérica» desde una perspectiva crítica. Consideraba que la expresión englobaba una diversidad compleja de realidades históricas, culturales y sociales, lo que dificultaba su aplicación homogénea a la región. Marías argumentaba que este término podía simplificar la riqueza y variedad de los países que componen la región, a menudo imponiendo una identidad que no reflejaba completamente sus particularidades individuales. Además, sostenía que su uso podía llevar a interpretaciones reduccionistas que obviaban la singularidad de cada nación dentro de la llamada “Latinoamérica”.

Llega a decir incluso que, Hispanoamérica sola, sin España, no tiene realidad, al igual que España sin Hispanoamérica. Es el mundo hispánico lo que une a las distintas naciones de Hispanoamérica y España. Por eso incluso después de las independencias se seguía hablando de la América Española. Esta realidad, incide Julián Marías, se puede aducir que está coja por no incluir la América lusófona, y esto es verdad, aunque Portugal, en su época de mayor esplendor no rechazaba ser incluida en lo hispano, aunque añadiendo siempre lo portugués. En este caso, aclara, lo adecuado sería añadir lo ibérico, esto es, usar el término Iberoamérica.

Desde el punto de vista demográfico es también absurda esta generalización. Atendiendo a las áreas incluidas, tal y como las definió el abbé  Domenech, los países realmente hispanos son 18 ― 19 si incluimos Puerto Rico ― con más de 400 millones de habitantes, los del área portuguesa sería Brasil con más de 200 millones. El resto de los países no iberoamericanos son 14 y 18 dependencias, la mayoría islas del Caribe, y con el Francés, Inglés u otro idioma autóctono, con no más de 60 millones  ― de los cuales unos 25 millones son de habla española ―. Total, que de unos 660 millones de habitantes, el 71% son hispanohablantes o el 95% son, podríamos decir, iberohablantes. Un total despropósito definir esta población con un término a cuyos habitantes iberoamericanos, solo se les puede unir con un 5% del resto de población de esas áreas, siendo generosos.[6]

El principal problema con el que nos encontramos ahora es que en el mundo económico, periodístico, político y hasta eclesiástico, se utiliza este término de una manera indiscriminada. En la misma ONU, una de la comisiones regionales se la denomina CEPAL ― Comisión económica para América Latina y el Caribe ― que ni siquiera distingue el Caribe en su acrónimo. Es bien conocido que cualquier medio periodístico, sobre todo si es del mundo anglosajón, todas sus noticias y reportajes sobre Hispanoamérica las incluyen en secciones tituladas como Latin America o similar. Y el acrónimo LATAM es omnipresente en estos ámbitos, siempre por dejación de los hispanohablantes.

Es curioso notar que muchos pensadores hispanoamericanos, empezaron a usarlo como un elemento anticolonialista español fundamentalmente y en contraposición del norteamericano, obviando que es claramente colonialista francés. Y hoy en día hasta racista, en el sentido de que es a veces, empleado por ámbitos norteamericanos y europeos como contrapunto a una población más pura y eficiente como la anglosajona de la América del norte, del otro lado de río Grande, naturalmente.

En definitiva, si ni por historia, cultura, terminología, demografía, etc. el término Latinoamérica es incomprensible y erróneo, podemos concluir que no existe tal región ni comunidad. Debemos concretar más y avanzar en cultura y conceptos distinguiendo bien los espacios y significados, evitando generalizaciones gruesas y ambiguas. La realidad es que las entidades, comunidades y regiones existentes son la América española o Hispanoamérica, América portuguesa o Lusoamérica e incluso Iberoámerica, como unión de estas dos últimas, así como la América Inglesa o anglosajona. De esta forma reconoceremos mejor la esencia del ser de América.

De todos los hispanohablantes depende revertir el uso de un término erróneo, con menos de 150 años de existencia y volver a imponer en todos los ámbitos el más concreto vocablo de Hispanoamérica o Iberoamérica.

Fernando García Rupérez


[1] J. A. Calderón Quijano, GER, Madrid 1987, tomo XIV, término “Latinoamérica”

[2] John L. Phelam, El Origen de la idea Latinoamérica, Ideas en torno de Latinoamérica, Vol I, Univ. Nacional Autónoma de México, https://www.angelfire.com/folk/latinamerica/Sociologia/Nombre2.html (última consulta 30/dic./2023

También citado por J. A. Calderón Quijano, GER

[3] J. A. Calderón Quijano, GER

[4] S. Madariaga, Presente y porvenir de Hispanoamérica otros ensayos, Buenos Aires 1949, citado en GER, XIV pg 51.

[5] Julián Marías, La Corona y la comunidad hispánica de naciones, Vol. 10, Asoc. Francisco López de Gomara Ed. Madrid 1992

[6] The World Factbook, CIA, https://www.cia.gov/the-world-factbook/ (Última visita 21/dic./2023

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