Inicio del Monacato en España: La Cultura (I)

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La invasión de los pueblos bárbaros supuso un derrumbe inesperado en la Hispania antigua, el cambio fue trascendente a nivel social, político y cultural. Las invasiones afectaron a toda Europa, pero en las regiones menos romanizadas como Germania o Britania el impacto se acentuó. En las zonas mediterráneas no fue tan acentuado ya que los pueblos invasores aceptaron la civilización romana, es decir, en ellos se produjo una lenta romanización. Debemos destacar que la región en la que mejor se dio continuidad al mundo romano fue en Hispania.

La cultura previa a las invasiones se adquiría en las escuelas estudiando a los clásicos. Las artes liberales formaban la línea central de la formación. Esta educación cualificaba a las personas para la realización de las funciones públicas. Además, había escuelas cristianas que estaban gobernadas por los obispos. La más famosa de la Antigüedad fue la de Alejandría organizada principalmente por Orígenes.

Aunque la invasión de los pueblos bárbaros fue revulsiva para la mentalidad, muchos godos ya conocían la cultura romana. En este sentido destaca el obispo Ulfilas que tradujo la Biblia a lengua goda. Aun así, la invasión supuso un descenso de nivel educativo, y por lo tanto la Antigüedad Tardía significó una decadencia cultural generalizada. Desaparecieron las escuelas urbanas, por lo que el único lugar donde se conservó y transmitió la cultura fue en los centros eclesiásticos. La Iglesia quedó como espacio cultural exclusivo en la Antigüedad Tardía y después pasó así a la Edad Media. Pero al ocurrir esto las fuentes de estudio cambiaron, desde ese momento el estudio se centró en la investigación de la Sagrada Escritura. Cualquier conocimiento adicional se vio como complemento para entender mejor la misma. Los pueblos bárbaros asumieron la iniciativa e incluso la lengua latina.

La enseñanza se basaba en la instrucción y transmisión del misterio de la fe y aclaración de la Biblia.  A pesar de la decadencia que se produjo, la cultura pagana no se perdió totalmente, en las escuelas eclesiásticas se enseñaron obras de todos los ámbitos del saber. San Isidoro leyó a muchos de estos autores junto con los cristianos que le sirvieron para conformar su gran obra intelectual.

El pueblo visigodo no estaba poblado de hombres incultos, sino que había gran cantidad de personas letradas, con capacidad para leer. Aparte de las escuelas monásticas y catedralicias, ya hemos dicho que la urbanas desaparecieron, también existió la cultura cortesana, impartida por clérigos, con el objetivo de instruir a los hijos de los monarcas y de la aristocracia.

También existieron las escuelas presbiteriales, organizadas por un presbítero y donde se impartía la mínima formación para poder ejercer el oficio clerical. Así se regula en el Concilio de Mérida del año 666, en el que se ordena que los presbíteros rurales preparen y formen a otros que les puedan ayudar en las iglesias. Para aumentar la formación de los clérigos se instauró la escuela episcopal, como extensión a lo que ya se decidió en el Concilio de Narbona (589), en el que se obligaba a los diáconos y presbíteros a saber escribir.

En el año 633 san Isidoro preside el IV Concilio de Toledo, en los cánones se insta a los jóvenes clérigos vivan bajo el mismo techo en una casa adosada a la iglesia y que allí estén bajo la supervisión de un aciano muy probado, que ejerza de maestro doctrinal. Para san Isidoro el clérigo debía ser un hombre culto y formado. Al mismo tiempo que establece que los clérigos se dediquen al estudio y la lectura.

Una vez aprendida la escritura y la lectura, los clérigos debían adquirir los conocimientos que ofrecía el Trivio y el Quadrivio; el primero consistía en formarse en gramática, retórica y dialéctica complementadas con el conocimiento del latín, la literatura y la filosofía. El segundo encuadraba la aritmética, la geometría, la música y la astronomía.

Después de la formación básica comenzaba la filosófico-teológica, es decir, el conocimiento de la Sagrada Escritura, de los cánones, de los libros litúrgicos, la moral y el conocimiento de los Padres de la Iglesia y su doctrina. Una vez recibida la formación los clérigos eran ordenados presbíteros, y a quienes se les encomendaban las iglesias rurales recibían de manos del obispo el libro ritual donde se describía la manera de celebrar los sacramentos. Los concilios incidían en condenar a los clérigos poco formados, instándoles a aumentar su formación para desempeñar su oficio con dignidad, al tiempo que impusieron que nadie fuese ordenado sin los conocimientos necesarios.

De estas escuelas episcopales salieron gran parte de los clérigos de la Antigüedad Tardía Hispana. Pero, aunque las escuelas episcopales estaban en plano funcionamiento, las más prestigiosas fueron las monásticas. La cultura eclesiástica hispana superó con mucho a las de clérigos de otras provincias, y ello fue posible por el florecimiento de los centros monásticos en los que se cultivó la cultura de autores tanto paganos como eclesiásticos. El monacato hispano tuvo una amplia cultura, desde muy temprano aparecieron junto a los monasterios, escuelas y grandes bibliotecas en las que se formará gran parte del alto clero visigodo. Los obispos con ánimos de aumentar su formación acudían a las bibliotecas de los centros monásticos, por ser éstas mucho más ricas que las catedralicias. El hecho de que se pudiesen encontrar autores paganos se debía a la incursión de monjes provenientes del norte de África y de refugiados en Hispania. Así el monasterio Servitano fundado por el Abad Donato se inició por este tipo de monjes y los manuscritos que traían. En las inmediaciones de Mérida ocurrió lo mismo con el Abad Nancto venido de las mismas tierras.

La escuela monástica comprendía dos secciones: una interna destinada a la formación de monjes y otra externa dedicada a la formación de laicos y clérigos. A las lecciones de la escuela externa acudieron grandes prelados del periodo visigodo tales como: Vicente de Huesca que frecuentó las aulas del monasterio de Asán, Eutropio de Valencia que estuvo en el monasterio Servitano, Renovato de Mérida que estuvo vinculado al monasterio de Caulina, en la escuela Agalí se prepararon obispos para la sede de Toledo como: Eladio, Justo, san Eugenio o san Ildefonso.

Tal y como hemos dicho, a los prelados y a los clérigos se les exigía una alta formación para ejercer el ministerio pastoral, por este motivo muchas veces se acudía a las escuelas monásticas para elegir a los obispos.

Para conocer como fueron los monasterios visigodos partiremos de dos referencias obligadas que son los cenobios fundados por san Isidoro de Sevilla y san Fructuoso de Braga. Ambos fundaron dos monasterios que fueron muy distintos en su concepción y por este motivo sirven de ejemplo clarificador del monacato visigodo. Los dos se formaron en el sistema escolar visigodo, san Isidoro bajo la tutela de su hermano san Leandro, aunque no sabemos si fue a escuela monástica o catedralicia. Es probable que se formase en la escuela catedralicia que creó su hermano en la sede episcopal de Sevilla. En el caso de san Fructuoso, no están tan claros sus inicios, aunque sí sabemos que se formó en la escuela catedralicia de Palencia.

Damos por seguro que los dos adquirieron una alta formación. Pero con objetivos distintos: el de san Isidoro era prepararse para la vida pastoral; el de san Fructuoso era fundar un monasterio en las propiedades que heredó de sus padres en el Bierzo. La visión de san Isidoro fue más escolar-pastoral y la de san Fructuoso más ascético-eremítica.

En ambos monasterios queda clara la presencia de niños y jóvenes. San Isidoro insta a que se escoja para ser responsable de la educación de los jóvenes, a un monje santo, sensato que sepa formar a los jóvenes en las letras y en las virtudes. San Fructuoso menciona a monjes jóvenes pero no cita su preparación.

San Isidoro fomentaba tanto la formación espiritual como la ascética de los monjes. Destina más de tres horas diarias a la lectura, a diario había conferencia dirigida por el abad, y en ella se podían preguntar las dudas surgidas en las lecturas del día.

El tratamiento que de la cultura hace san Fructuoso es bien distinto del de san Isidoro. Le gustaba la cultura y era aficionado a la lectura de los libros con los que viajaba. Tiene un carácter más ascético y espiritual. Las horas de lectura de verano son inferiores a las de invierno y no hay explicación conjunta de lo leído como hacía san Isidoro. Incide en que las lecturas comunitarias serán la Regla y las Vidas de los Padres. Por lo que podemos deducir que san Fructuoso no estimó la cultura pagana. Los libros no son para aumentar la erudición sino para alimentar la vida espiritual.

En definitiva, fueron dos monasterios distintos. El de san Isidoro cercano a la ciudad y con una escuela monástica. Es un cenobio abierto a la sociedad. El de san Fructuoso es un monasterio menos culto y alejado de la población. Sin apenas relación con la gente. Busca un lugar donde se pueda vivir en ascesis y soledad.

Todo lo relatado hasta ahora nos lleva a concluir que la cultura a partir de este momento será monástica, hasta que aparezca la Universidad en la Baja Edad Media. La cultura quedó en manos de los monasterios, los escritores del siglo VI serán los fundadores de la Europa intelectual de la Edad Media. La acción de san Isidoro tuvo mucho que ver.

Lo cierto es que los monasterios visigodos hispanos con sus bibliotecas, sus scriptoria y las escuelas establecidas, junto a las episcopales, representan un hecho único en Europa. No podemos encontrar nada semejante en Francia, Inglaterra o Italia en la misma época. La cultura monástica tendrá un hilo conductor que será la espiritualidad. La vida espiritual la deberá conseguir el monje a través de las letras, las ciencias y las artes.

José Carlos Sacristán

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