(Murcia) está situada en una planicie del río Segura, el que fluye tranquilo como nuestro Nilo. Las crecidas periódicas fertilizaron esta tierra e hicieron de Murcia una muy bella ciudad a la imagen de Córdoba, Sevilla y Zaragoza. Poesía, palacios y jardines, baños públicos, escuelas, bibliotecas que frecuentaban sus sabios, lexicólogos, pensadores, escritores y poetas (La Murcia musulmana en tiempos de Aboul Abbas).
Cae el sol tras la antigua isla del Faro y una luz taciturna sobrevuela cada esquina de Alejandría, la ciudad fundada por Alejandro Magno, la de las Cleopatras, los Ptolomeos, Hipatia o Calímaco….Y según le han dicho al fotógrafo, la del murciano Al Mursi.
El fotógrafo ha venido a Egipto por trabajo. Algo sencillo y rápido, una sesión de fotos para un reportaje cultural en una revista, lo que le ha permitido recorrer la ciudad y conocerla a fondo: la Ciudadela de Qaitbay, las catacumbas de Kom El Shoqafa, el pilar de Pomepeyo…Ciudad cosmopolita, portuaria y abierta sobre el mar Mediterráneo, Alejandría tiene lugares impresionantes, pero lo que más ha impresionado al fotógrafo es la mezquita de Al-Mursi, con ese alminar interminable, sus muros revestidos de buena piedra y las columnas de granito italiano.
Situada cerca del puerto oriental y del antiguo templo de Isis, en el cabo Loquias, hormiguean los últimos visitantes por los alrededores, dejándose engullir por el murmullo del mar y los primeros retazos de oscuridad. Desde su posición el fotógrafo los puede ver bien: gente trabajadora, custodios de una ciudad que un día fue el centro cultural del mundo antiguo, capital de todo el saber de la época con su famosa biblioteca y la escuela filosófica de Alejandría. La casualidad quiere que sus ojos se fijen en un hombre mayor que entra en la mezquita apoyado en un bastón. Al fotógrafo no le cuesta imaginárselo dirigiéndose del mausoleo dedicado al santo sufí Abu Al-Abbas Ahmad Ben Umar Al-Ansari; seguramente ha pasado un rato pidiendo al místico por la salud de un familiar o por la prosperidad de un negocio. O simplemente ha entrado a buscar paz espiritual… Al fin y al cabo, el lugar rezuma religiosidad.
Resuena de nuevo la adhan, la llamada a la oración por parte del almuédano, en cuya el fotógrafo se sorprende al descubrir en el tono uniforme del almuédano los versos del místico Ibn Arabi, uniendo de forma simbólica la vieja Alejandría con la antigua Murcia árabe, tierra de místicos sufíes.
Porque Él es el Primero y el Último, lo Exterior y lo Interior.
Él aparece en Su unidad y se esconde en Su singularidad.
Él es el Primero por Su «perseidad».
Él es el Último por Su eterna permanencia.
Él es la existencia de lo Primero y de lo Último,
de lo Exterior y lo Interior.
Él es Su nombre y lo que es nombrado.
EL PERSONAJE
¡Ay de aquel que admirado contempla las imágenes de las sombras, cuando él mismo es una sombra!
Abu Al-Abbas Ahmad Ben Umar Al-Ansari, luego llamado Al-Mursi, nació en el año 1219 en Murcia durante la época de dominación almohade. De familia de comerciantes de tejidos, fue educado en los preceptos del Islam y en algunas de las numerosas y variadas disciplinas sufíes que por entonces se enseñaban en Murcia, sobre todo en el cercano Valle de Ricote, de la que Ibn Sabin era el máximo exponente tras la marcha de Ibn Arabi.
En 1228, cuando El Mursi contaba con apenas nueve años, Ibn Hud inició una sublevación contra los almohades en el valle de Ricote,en Murcia, sometiendo a su mandato las ciudades de Murcia, Córdoba, Sevilla, Málaga y Almería, entre otras. El éxito fuer efímero, ya que Fernando III de Castilla se dirigió con su ejército desde Toledo hacia Úbeda el 6 de enero de 1233, capitulando la villa en verano. Con las conquistas cristianas Ibn Hud tuvo que retroceder hasta los antiguos límites del antiguo Reino de Murcia y rendir vasallaje a los castellanos hasta su muerte en 1238. Sus sucesores solo pudieron mantener la independencia durante cinco años más, hasta la entrada de tropas castellanas en Murcia después del tratado de Alcaraz de 1243.
Alertada por la situación de inestabilidad política, la familia de Abu Al-Abbas se exilió de Murcia con destino a Túnez en torno a 1242. Aprovechándose de los contactos comerciales de su padre en las costas del sur del Mediterráneo la familia pudo comenzar una nueva vida y Abu Al-Abbas pudo continuar los estudios en la escuela coránica de Abu Hassan Al-Shadhili, personaje cuyas ideas sufíes se aproximaban a las que hacía casi un siglo corrían por la Murcia de Ibn Sabín e Ibn Arabí.
La relación entre Abu Al-Abbas y Al-Shadhili fue muy intensa. Unidos por la espiritualidad, ambos marcharon a Alejandría, una ciudad portuaria que conectaba las tierras egipcias con el Mediterráneo, donde el maestro haría escuela, introduciendo el sufismo en Egipto.
SUFISMO
En verdad, de Dios somos y a él regresamos
El sufismo es una corriente del Islam de carácter ascético, una forma de espiritualidad denominada taṣawwuf, nacida entre los siglos VIII y IX donde se entremezcla el ascetismo y el conocimiento filosófico, una búsqueda de Dios a través de la purificación interior, incluso en modos de vida y costumbres, que pretende alcanzar la sabiduría a través del estudio y la observación del mundo a través de los sentidos.
El sufismo tiene mucho que ver con las enseñanzas de Platón acerca de la realidad en contraste con el mundo que percibimos, tal y como reflejó el filósofo griego en su mito de la caverna, aunque el sufismo siempre tiene una versión más trascendental al creer que todo se integra en lo divino.
Para los sufíes el significado de taṣawwuf está más claro que la luz del sol y no necesita ninguna explicación o indicación. Como sufí no admite ninguna explicación, todo son conjeturas, tanto si reconocen la dignidad del nombre como si no, cuando tratan de comprender su significado. Los perfectos de entre ellos son llamados sufíes, y los aspirantes de rango inferior (šalibūn) entre ellos son llamados mutaṣawwif; porque taṣawwuf pertenece a la misma forma de tafa’aul, que implica ‘afrontar los problemas’ (takalluf), y es una rama de la raíz original. La diferencia entre ambos en significado y etimología es evidente. La pureza (ṣafā) es una santidad con un signo y una relación (riwāya), el sufismo es una resignada imitación de pureza. La pureza, entonces, es una resplandeciente y evidente idea, y el sufismo es una imitación de esa idea. Sus seguidores en este nivel son de tres tipos: los sufíes, los mutaṣawwif, y los mustaṣwif. El sufí es aquel que está muerto para sí mismo y vive por la Verdad; ha escapado de las ataduras de las características humanas y realmente ha alcanzado (a Dios). El mutaṣawwif es aquel que trata de alcanzar este rango mediante el esfuerzo (muŷahada) y en su búsqueda rectifica su conducta de acuerdo con su ejemplo (de los sufíes). El mustaṣwif es el que trata de hacerse pasar como uno de ellos persiguiendo el dinero y la riqueza y el poder y la prosperidad material, pero no tiene conocimiento de estas dos cosas. (Alī al-Hujwīrī).
Abu Al-Abbas aseguraba que los ojos engañan y que han de ser otras las facultades de percepción, las que debemos despertar para poder ver. Ver con los ojos del alma, avanzar y evolucionar.
Según el mismo Al Mursi contaba, siendo niño acudió a un espectáculo de sombras chinescas en una plaza de Murcia. Al día siguiente se lo comentó a su maestro y éste le contestó: “¡Ay de aquel que admirado contempla las imágenes de las sombras, cuando él mismo es una sombra!” Aquella frase le impresionó tanto que le obligó a meditar sobre lo que perciben los sentidos y las ideas reales que subyacen.
En Egipto hay unas setenta órdenes repartidas por todo el país. Las principales ramas son la Shadhiliya (fundada por Al-Shadhili y Al-Mursi), la Burhamiya, la Rifaiya y la Ahmadiyya. La práctica sufí hace hincapié en las prácticas comunes a todos los musulmanes, como son la plegaria ritual, la limosna, el ayuno o la peregrinación (mulid), aunque también insiste en otro aspectos como la recitación del Corán, el recuerdo de Dios (dhikr), el consejo espiritual, la solidaridad, la compañía espiritual o la enseñanza de los principios de la religión, entre otros.
ALEJANDRÍA
El mérito no debe ser completar rápidamente un largo viaje atravesando tierras y ciudades y presentándose en La Meca, sino más bien en dejar atrás las malas cualidades del alma sensitiva para presentarse inmediatamente ante su Señor.
Presionados por los defensores más puristas del Islam tunecino, Al-Shadhili y Al-Mursi se trasladaron a Alejandría, una ciudad más tolerante a las nuevas ideas. Allí Al-Abbas se casó con la hija de su preceptor y heredó las riendas de la escuela sufí a la muerte de Al-Shadhili en 1258.
Sería en esa época cuando decidió realizar el viaje a La Meca. En su periplo durante el cumplimiento de uno de los preceptos que cualquier buen musulmán debe cumplir al menos una vez en su vida, el murciano tuvo diversos encuentros que agrandaron su fama de sabio sencillo, sobrio, accesible y recogido.
A pesar de no existir escrito alguno de este santo sufí, sabemos que sus planteamientos proponen la duda platónica de los sentidos. Su método sufista se basaba en la sobriedad, la austeridad, el recogimiento, la soledad, la introspección y el silencio. Sus preceptos se trasmitieron de boca en boca, en una tradición oral que se extendió en el tiempo.
El corazón pulido se convierte en un espejo que capta la luz de la verdad y la refleja en la propia conciencia. Con esta luz amanece la comprensión de que más allá de los fenómenos materiales, existe un Ser del cual todo en el universo es un reflejo. El propio ser de uno refleja el Ser superior.
Abu Abbas El-Mursi murió en 1287 en Alejandría. Fue sepultado en un nicho, cubierto tan sólo con un sudario y mirando hacia La Meca en el istmo que ahora une la ciudad con la isla de Faro.
El baraka (bendición, carisma, gracia divina) alcanzó a todo el territorio, produciéndose al parecer ciertos hechos milagrosos que incentivaron las peregrinaciones hasta su tumba. En 1307 uno de los más poderosos mercaderes de la ciudad, Zein Al-Dinar, ordenó que se construyera un mausoleo con cúpula sobre la tumba de El-Mursi y una mezquita anexa.
Antes de 1500 la mezquita y el mausoleo exigieron ciertas reparaciones por amenaza de ruina, y en 1596 se realizaron obras de ampliación y remodelación para hacer más hermoso el mausoleo.
Ricardo Aller