A las siete de la mañana del 10 de agosto de 1680, Antonio de Otermin, gobernador de la provincia de Santa Fe de Nuevo Méjico, se encontraba ya en su despacho, cuando el dragón de cuera Pedro Hidalgo, fue introducido en su presencia. Portaba muy malas noticias. Hidalgo había sido testigo de unos de los primeros asesinatos de una larga serie. Un fraile franciscano en la localidad de Teusque habia sido muerto violenteamente ante sus ojos. A apenas nueve kilómetros de la capital Santa Fe.
Dos días antes, Otermin había sido informado por varios indios que no deseaban verse envueltos en la refriega, de los planes de destrucción de los revoltosos y había cursado cartas a los principales alcaldes españoles, para que se prepararan para impedir que las iglesias fueran profanadas y poner en orden de batalla al mayor número de hombres, pero los acontecimientos se habían precipitado.
¿Qué había causado tal malestar entre los indios para que se pusieran en pie de guerra? Pues probablemente el impacto del cambio climático acaecido en el siglo diecisiete, la llamada “Pequeña Edad De Hielo”, que tantos hambrunas provocó en Europa, con sus disturbios y malestar social. El norte americano no fue ajeno a esta situación. Años seguidos de sequia y temperaturas anormalmente bajas, provocaron que las poblaciones indias fueran castigadas por el hambre y posteriormente, como sucede a menudo, por las diversas epidemias. Para acabarlo de empeorar, las tribus apaches y comanches, que también sufrían de las inclemencias del tiempo, empezaron a atacar a los indios PUEBLO asentados en las áreas controladas por los españoles, con el fin de robar lo que se pudiera de los cultivos y de las cañadas. La población local llegó a reducirse a la mitad.
Como sucede frecuentemente en estas situaciones, algunos dirigentes indios, hoy los llamaríamos “populistas”, intentaron arreglar la situación, echándole la culpa a otros, en este caso a la Administración española, y prometiendo lo que era imposible de cumplir.
La situación acabó empeorándose debido a la pésima gestión que los frailes franciscanos hicieron del problema. En 1675, hubo una denuncia al gobernador Antonio de Otermin, acusando a cuarenta y siete chamanes, de brujería y practicas paganas. Fue un juicio eminentemente civil, en los cuales los religiosos no pudieron inmiscuirse directamente, ya que la Inquisición no tenia potestad sobre los indígenas americanos, pero Treviño aprovechó la demostración de los hechos, entre los cuales se encontraba los proyectos de asesinato y robo a colonos y frailes, para ordenar la ejecución de cuatro de ellos y el castigo por flagelación publica del resto. Entre los azotados, estaba un chaman llamado Popé.
Popé acumuló un odio visceral a todo lo Europeo y fue el alma de la organización de la revuelta. Durante cinco años prepar´ó la rebelión, utilizando las reuniones secretas que ya se venían haciendo para celebrar actos de culto paganos. La filosofía de la revuelta era sencilla. Toda la culpa de la situación era debido a que se habían abandonado a las viejas deidades y se habían contaminado con los instrumentos, nuevos cultivos y costumbres españolas. Había que cambiar radicalmente con ello y para eso solo hacía falta asesinar a todo español, fuera hombre, mujer o niño y destruir todo enser o cultivo que no fuera de la época anterior a los españoles. Una vez cumplido esto, la prosperidad vendría por si sola.
La planificación era sencilla pero realmente eficaz. En un territorio inmenso donde lo normal era vivir a treinta kilómetros de tu vecino, lo primero era atacar a las haciendas aisladas, asesinar indiscriminadamente a todos los moradores, hacerse con las armas, cerrar vías de comunicación y ahogar a la capital Santa Fe. La forma de detonar la revuelta también era genial. Se repartieron cuerdas con nudos. Cada día el responsable debía desatar un nudo. El último nudo indicaba que se debía atacar al objetivo más cercano al día siguiente
Popé se enteró que su plan estaba a punto de ser descubierto y anticipó un día la revuelta, pero dada la dificultad de las comunicaciones, no todos los conspiradores se llegaron a enterar, aunque de todas formas la revuelta fue un éxito. Los pueblos habitados por las tribus Taos, Picuris y Tiwa, pertenecientes a la nación PUEBLO, dieron muerte a todo el que se encontraba a su alcance e iniciaron una concentración alrededor de Santa Fe, donde un sorprendido Otermin tuvo que improvisar la defensa alrededor de las casas principales de la ciudad y organizar el aluvión de fugitivos que habían podido evitar la masacre, en muchos casos avisados o ayudados por indios amigos.
Unos ciento cincuenta kilómetros más al sur, Alonso Garcia, teniente general y segundo gobernador, se enfrentaba con el mismo problema en la población de Isleta. Ambos intentaron ver el alcance de la situación y ambos se encontraron con el mismo problema. Los mensajeros que enviaban, eran cazados por los rebeldes y no llegaban a su destino. Ambos creyeron capitanear a los únicos supervivientes.
En Isleta la situación era relativamente más tranquila, ya que los rebeldes concentraron todos sus esfuerzos en destruir la resistencia de Santa Fe y ahí se encontraron con la veteranía y buen hacer de Otermin, que supo organizar sus escasas fuerzas para defender la posición con muy pocas bajas. Entonces Popé y sus seguidores, cambiaron de estrategia y en lugar de ataques frontales se decantaron por el asedio. Cortaron el suministro de agua, desviando la acequia que alimentaba Santa Fe y esperaron, Era pleno agosto en Nuevo Méjico. Otermin pronto se vio obligado a tomar la decisión de abandonar en orden la posición hacia el sur.
Alonso Garcia, tomó la misma decisión, pero por motivos distintos. En todo caso ambos iniciaron una penosa marcha hacia el sur, en convoyes formados fundamentalmente por labradores, ganaderos, artesanos, mujeres y niños y sin apenas apoyo militar. Durante toda la penosa marcha estuvieron acosados por los apaches, que avisados de la situación, se habían aliado con los Pueblo y eran mucho más peligrosos.
Explicar toda la epopeya vivida por ambos grupos para alcanzar el asentamiento de El Paso supera mi capacidad como escritor. Baste con decir que finalmente el 6 de septiembre, Otermin alcanzó la población del Alamillo y enlazó con el grupo de Alonso Garcia. El 1 de octubre llegaron a los aledaños de lo que después sería la ciudad de El Paso, se establecieron e hicieron recuento de refugiados y medios disponibles. Habían llegado 1.900 personas desde Santa Fe y 2.500 desde La Salineta. Nuevo Méjico había dejado de ser provincia española.
No fue hasta 1692, cuando el nuevo gobernador Diego de Vargas Zapata recuperó la provincia para España, por cierto sin disparar ni un solo tiro. ¿Qué ocurrió para que la reconquista fuera tan fácil? La respuesta merece un párrafo separado.
Cuando los españoles abandonaron la provincia de Nuevo Méjico, los nuevos dirigentes indígenas hicieron lo que normalmente hacen todos los populistas. Vivir bien, a costa de los administrados. Ocuparon las casas de los administradores españoles, entre ellas el Palacio de los Gobernadores en Santa Fe, se repartieron el ganado y cuando las vituallas robadas se acabaron, empezaron a exigir tributos al resto de los pueblos del territorio. No había pasado un año desde la salida de Otermin, que una pequeña revuelta entre los indígenas Pueblo, acabó con el gobierno de Popé, del cual nada más se sabe.
Pero no acabaron ahí sus desventuras. Habían acabado con la agricultura europea y vuelto a sus cultivos tradicionales, que se demostraron insuficientes para las nuevas condiciones climáticas. No podían recibir ayuda del exterior ya que se habían aislado y para colmo, los apaches y comanches, empujados a su vez por el cambio climático, atacaban con frecuencia sus alquerías y poblados y ahora ya no patrullaban las tropas presídiales, que compuestos fundamentalmente por Dragones de Cuera, eran de las instituciones más eficaces para contener la violencia en aquellos entornos.
El nuevo gobernador se encontró con una provincia empobrecida y con unos indígenas que estaban mayoritariamente a favor de la vuelta de los españoles pero deseosos de pactar nuevas condiciones. Consecuencia de ello fue el fortalecimiento de su status como población libre y conocedora de sus derechos y sobre sus propiedades. Cuando llegaron los estadounidenses se encontraron con unos indígenas que conocían sus derechos y no les resultó fácil despojarles de sus tierras como estaban acostumbrados. Tuvieron que pleitear frente a los tribunales. Aunque en muchos casos siguieron adelante con su latrocinio en otros los Pueblos consiguieron que les dieran la razón. Hoy en día los indígenas de la etnia Pueblo son más de 40.000 individuos y viven pacíficamente en el sur de EEUU.
Manuel de Francisco Fabre
La rebelión del odio. Autor: Jose Enrique Lopez Jiménez