Juan Diego Cuauhtlatoatzin era un indígena americano de la etnia Chichimeca, aunque esta referencia dice poco de los orígenes de estos pueblos, ya que el vocablo viene de los mexicas que llamaban chichimeca, o sea “perro que trae la soga arrastrando” a todo habitante al norte de su imperio. Este término acabó incluyendo a pueblos tan dispares, como los comanches y los pimas y no dice nada bueno sobre el trato que daban los mexicas a las otras etnias del continente.
Juan Diego había nacido bajo el imperio mexica, el 5 de mayo de 1474, a unos 28 km del centro de la Ciudad de México, y fue bautizado por los franciscanos en 1524. O sea, había nacido bajo una religión indígena que exigía frecuentes sacrificios humanos y probablemente le parecieron mucho más caritativas las creencias cristianas. Ya tenía una edad avanzada, comparada con la esperanza de vida de la época, cuando tuvo la serie de visiones que desembocaron en el culto mariano de la Virgen de Guadalupe en el actual México
El obispo la diócesis de la Ciudad de México, Juan de Zumarraga, no se lo puso fácil, ya que se encontraba inmerso en una serie de acciones contra casos de idolatría local e intentos de volver a los antiguos sacrificios. No deseaba que hechos sobrenaturales, contribuyeran a la confusión general que imperaba en aquel momento después de la caída de las sangrientas religiones autóctonas. Además, Juan Diego era una persona sin demasiados estudios y que había sido bautizado tardíamente. Se podía sospechar que no fuera más que un débil mental, en manos de algún chamán local.
Todo ello hizo que su apoyo oficial se limitó a autorizar la construcción de una pequeña capilla en el lugar de las apariciones, pero en sus escritos oficiales no hizo nunca mención a ellas y esto que estuvo inmerso en varios procesos contra indígenas, dirigentes de alto nivel, que pretendían volver a las antiguas prácticas aprovechando el viejo tirón de ellas, para sacarse de encima el control de los españoles.
La falta de documentación contemporánea de la época, ha servido de punto de apoyo para los negacionistas que argumentan que la inexistencia de escritos contemporáneos es prueba que Juan Diego jamás existió y que todo fue una invención posterior.
Sin querer entrar en la controversia, lo que nos ha llamado la atención de estos hechos ha sido la forma en que nos ha llegado a nosotros la descripción de los acontecimientos.
En 1649, se publicó el “Huei Tlamahuiçoltica” en México. Su autor fue Luis Lasso de la Vega, un sacerdote novohispano. El libro consta de diversas secciones, todas con temas religiosos, y una de ellas está escrita enteramente en náhuatl, que es una lengua franca que se habla en amplias zonas de México y Centroamérica. Dicha sección se titula “Nican Mopohua”, que está escrito por Antonio Valeriano, noble y letrado nahua y gobernante de la parte indígena de Tenochtitlan, en 1556.
“Nican Mopohua”, se traduce en español como “Aquí se narra”, y es el relato de las apariciones y visiones de Juan Diego. El documento fue escrito apenas treinta años más tarde de los acontecimientos, pero no es tanto este hecho sobre el que hay que poner el foco, como la lengua en que fue escrito y por quién. Concentrémonos en el hecho. Fue escrito en náhuatl y el autor fue un indígena novohispano.
Y todo ello ocurrió 35 años después que Cortés conquistara la capital del imperio mexica. Es esta una prueba que no hubo el genocidio que la Leyenda Negra proclama, ni que los españoles intentaran ahogar a las lenguas autóctonas. En un lejano 1556, se escribía en náhuatl en el centro del antiguo imperio mexica y quien lo escribía era un indígena que se encontraba en buena situación económica.
No hemos encontrado muchos ejemplos en otras potencias colonizadoras europeas que normalmente procuraban importar el máximo de beneficios de sus colonias y que no gastaban mucho en educación en ellas. Si algún indígena destacaba y deseaba medrar, anglosajones, franceses, holandeses, belgas o alemanes, se limitaban a darles algunas facilidades para que viajaran a las metrópolis y ahí estudiaran en la lengua imperial. Nada de escribir y aprender en lenguas locales.
Tenemos que recordar que, gracias a las políticas de los sucesivos gobiernos españoles, hoy en día, más de tres millones de mexicanos, todavía se expresan con fluidez en náhuatl y este hecho no debe agradecérselo a las autoridades mexicanas que desde el siglo XIX gobiernan este país. Una copia parcial del “Nican Mopohua” se puede leer hoy en día en Biblioteca Pública de Nueva York, ya que en 1880, el gobierno mexicano no estimó que el documento tuviera el suficiente valor como para realizar el menor esfuerzo y retenerlo en su territorio.
Manuel de Francisco Fabre