
En esta ocasión, quisiera escribir sobre una acción española de la que no hay nada de que vanagloriarse, pero sí extraer conclusiones. Estoy hablando del ataque pirata al bergantín St. Helena, perteneciente a la East India Company y matriculada en Londres, por parte del buque negrero Despejado.
El St. Helena era un velero inglés dedicado al transporte de mercancías y personal de la dicha compañía. Estaba realizando un trayecto entre la isla de Santa Helena y Freetown en Sierra Leona, con destino final Londres. En pleno golfo de Guinea y cerca de la costa de Marfil, el 6 de abril de 1830 fue detenido por un falucho de aspecto extraño. Los faluchos eran barcos muy rápidos, que fueron ampliamente utilizados por los negreros del siglo XIX para escapar de los cruceros británicos. Los bergantines, no podían competir en velocidad con estas naves y el St. Helena se dejó abordar, pensando que tal vez se tratara de un buque negrero en demanda de ayuda. Nada más lejos de la realidad.
Conocemos lo ocurrido por la carta que el 3 de mayo de 1830, uno de los oficiales en el buque Atholl, destinado en Sierra Leona, llamado Alexander Gordon, escribió a las oficinas de la compañía propietaria del velero. Según el relato del marino inglés, un falucho con bandera francesa, había abordado el bergantín y después de asesinar al capitán, al segundo oficial, doce marineros y a un pasajero, habían saqueado la nave, cortado los palos he intentado abrir boquetes en el flanco para hundirlo. Finalmente, mientras se alejaban, habían cañoneado el casco para eliminar toda traza de la barbarie.

Lo que no podían esperar los piratas, es que escondidos en la bodega del bergantín asaltado, quedaban siete marineros, entre ellos el carpintero. Ello fue crucial para su salvación, ya que bajo la dirección del técnico, consiguieron taponar los agujeros abiertos y montar un palo provisional. Navegando prácticamente a ciegas por carecer de instrumentos y de formación para dirigir un buque en alta mar, consiguieron llegar a la costa y pedir ayuda. En Freetown, relataron lo ocurrido. De la descripción de la nave atacante, las autoridades inglesas vieron que el buque era bien conocido en la zona, ya que había sido registrado, meses atrás por sospechar que se dedicaba al transporte de esclavos, pero había sido liberado por encontrarse sin carga.

El navío pirata tenía un perfil inconfundible, al estar aparejado como falucho y armado con cañones. Se trataba del Despejado, matriculado en el puerto de Barcelona y al mando del capitán, Antonio Constantí, natural de Vilasar de Mar, quien era el que ostentaba el mando en el momento que la tripulación del Sybille, crucero británico, había registrado sus bodegas el 5 de diciembre del año anterior. Se dieron órdenes de patrullar la costa africana, pero sin resultado. El Despejado consiguió escapar y su delito quedó impune. En los archivos británicos de Freetown, siempre quedó como responsable del delito, Antonio Constantí, pero la historia es un poco más complicada.

El falucho Despejado, era propiedad de Pedro Sust Cisa, natural de Vilasar de Mar en la provincia de Barcelona. Su padre era carpintero de ribera, o sea, constructor de buques de madera. Pedro, rápidamente, dejó el negocio de la construcción naviera y dedicó sus esfuerzos al comercio marítimo. En 1826 aparece como copropietario del Despejado y embarcado como “maestre y propietario”, haciendo comercio entre Cuba y la Península. El capitán del navío era su primo carnal Francisco Sust Roca. Todavía hizo dos viajes más, cuando decidió dedicarse a la trata de esclavos, negocio que era sumamente lucrativo en la primera mitad del siglo XIX. En 1807, el rey Jorge III de Inglaterra, abolió el tráfico de esclavos, pero no abolió la esclavitud en el Imperio Británico hasta 1833 ni lo hicieron los Estados Unidos hasta 1865 ni España hasta 1886 así como Portugal que se demoró hasta 1869. Esto provocó un aumento del precio de los esclavos negros africanos e hizo que su comercio fuera sumamente lucrativo.
Pedro Sust olfateó el negocio y en 1829, entra en negocios con la sociedad José Martorell y Cia, reacondicionando el Despejado para el transporte de esclavos. Plenamente consciente que la empresa era peligrosa, hace testamento, dejando sus propiedades a cargo de su esposa. Una muestra de la incertidumbre con que se abordaba la empresa era un párrafo del contrato firmado por todos los principales participantes en la expedición y en que se decía expresamente, “por quanto el Buque va armado en corso, caso de encontrarse algún Buque enemigo deberá toda la tripulación defenderse y estar en cubierta a la voz del que dispusiere la defensa sin perturbar en nada el buen orden y si alguno a ella faltare perderá su parte de salario que le tocare y en aplicando a favor del Buque y ser castigado según ordenanza”. En 1830 el Gobierno de España ya no concedía permisos de corso, lo cual indica simplemente que el buque iba armado y su tripulación dispuesta a luchar.

El Despejado salió de Barcelona en octubre de 1928 con destino a Sto. Tomás, actualmente en República Democrática de Santo Tomé y Príncipe, un archipiélago en el Golfo de Guinea, frente a las costas africanas. El despacho especificaba como carga “géneros, frutos y efectos”, aunque probablemente las autoridades portuarias ya sabían cuál era el destino verdadero y el tipo de comercio al que se iban a dedicar. Como capitán iba Antonio Constantí, segundo de abordo José de Vilardaga y como contramaestre Pedro Sust Cisa. Sin embargo, el contrato especificaba que en caso de muerte o desaparición del capitán quien tomaría el mando fuese Sust. Era común costumbre en aquella época, que el dueño de la expedición, viajara en una posición subalterna, para en caso de ser detenidos por un crucero inglés, no llegaran a ser procesados.
El 23 de noviembre llegó a la costa de Gallinas en la actual Sierra Leona, donde contactó con el esclavista malagueño Pedro Blanco, el cual le anunció que no tenía esclavos almacenados disponibles para su venta, en su factoría. Ante este contratiempo partió hacia Ouidah en la costa atlántica de Benín.

Ouidah era territorio bajo gobierno de Portugal, por decirlo de alguna manera. La metrópoli solo se preocupaba por recibir los beneficios que en la colonia, Francisco Félix de Souza, conseguía con el tráfico de oro, marfil y sobretodo esclavos. Al llegar a esta localidad, Antonio Constantí se encontró con el mismo problema que en la costa de Gallinas. No había esclavos disponibles para embarcar. En diciembre del mismo año, escribía a la central en Barcelona, anunciando que había realizado negocios de poca monta con parte de la carga y que debía esperar tres meses para conseguir un cargamento adecuado a sus intereses.

No se sabe el motivo pero, en octubre de 1929, casi un año después de su salida de Barcelona, el Despejado todavía se encontraba en el puerto de Ouidah a la espera de esclavos. La situación a bordo debía ser desesperada y el ambiente entre los socios bastante desagradable. Parece ser que Antonio Constantí hizo un viaje de exploración durante el cual el Despejado fue detenido y registrado por la fragata británica Sybille el 5 de diciembre. Los británicos se dieron cuenta que era un buque negrero, pero se limitaron a tomar nota de las características de la nave y de la identidad del capitán ya que según la legislación en vigor, solo se podía detener a las embarcaciones que se encontraran con esclavos en su interior. Notificaron del hecho a su base en Freetown, pero no pudieron hacer más y el Despejado volvió a la rada de Ouidah.
El 24 de marzo de 1830, Antonio Constantí hizo una declaración pública, afirmando que le habían robado el barco. Aprovechando que había salido en bote para negociar la compra de una amarra, al volver el barco había desaparecido. El asunto era grave, sobre todo ante la empresa copropietaria de la expedición, José Martorell y Cia y que era mayoritaria en la sociedad. Los hechos fueron refrendados por los capitanes de varios buques negreros, anclados en la rada y todos de nacionalidad española. A todas luces, una disputa latente entre los socios embarcados se había saldado con el abandono en tierra del capitán.
Para mala fortuna de los tripulantes y pasajeros del St. Helena, el Despejado se cruzó en su camino el 6 de marzo de 1830 y los marinos del barco negrero, transformándose de esclavistas en piratas, saquearon la nave y asesinaron a casi toda la tripulación.

El sangriento asalto tuvo bastante eco en la zona y en Londres. Desde Freetown se lanzaron varias campañas de búsqueda del Despejado, pero siempre bajo el supuesto del relato del capitán del Sybille, donde constaba que quien mandaba era Antonio Constantí, cuando realmente quien estaba al mando era Pedro Sust. Sea como fuera, este fue un crimen que permaneció sin castigo. El Despejado volvió a Barcelona y probablemente fue desguazado para evitar pruebas, pero los caudales que portaba el St Helena, permitieron a los socios continuar con sus negocios y prosperar económicamente. Hoy en día, está el retrato de Sust y de su mujer en el Museu Marítim de Barcelona, no se sabe muy bien como ejemplo de qué.
Todavía más aberrante. El 9 diciembre de 2021, en un artículo de una publicación local del ayuntamiento de Vilasar de Mar (Barcelona), que se hizo, como homenaje a la cultura local, apareció la historia del desgraciado suceso.

España tuvo un protagonismo no demasiado decoroso en el siglo XIX con la trata de esclavos negros africanos, impulsado por una población criolla cubana que vivía muy bien a base del negocio del azúcar pero que se basaba en la explotación humana. En este tinglado participaron activamente poblaciones enteras de las costas catalanas, financiadas por magnates y clases medias de Barcelona. Fueron los mismos dirigentes que presionaron a los sucesivos gobiernos de España para que aplicaran aranceles para proteger a su floreciente industria textil. Cuando se acabaron ambos negocios, todo fue buscar culpables en todas partes, inventarse agravios y buscar imaginarios héroes.
La historia del negrero Sust, debería contarse en las escuelas públicas y que cada uno sacara sus propias conclusiones.

Manuel de Francisco Fabre
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