
Pasadas las once de la noche del 11de mayo de 1809, un grupo de hombres, al mando de Pablo Vigil, maestro librero, oteaban con ansia el monte Montjuich en cuya cima el castillo del mismo nombre domina la ciudad de Barcelona. Con él se encontraban 103 paisanos armados y formaban parte de una conspiración, que pretendía arrebatar el control de la ciudad a la Administración napoleónica francesa. La fortaleza de Montjuich domina físicamente el puerto y la ciudad de Barcelona y con la tecnología militar de principios del siglo XIX era clave para el control de la comarca. Todos lo sabían y los franceses los primeros ya que para lograr ocupar la ciudad en febrero de 1808, Guillaume Philibert Duhesme tuvo primero que ocupar Montjuich utilizando a un convoy de soldados franceses convalecientes que resultaron ser granaderos en perfecto estado de salud y que saltaron de sus camillas nada mas entrar en la fortaleza y reducir a la guarnición española.

Desde entonces Barcelona se encontró bajo control francés, pero de forma muy precaria. Las localidades más cercanas estaban bajo dominio de fuerzas regulares bajo el mando de Joan Miquel Vives Feliu y de diversos somatenes y miqueletes organizados localmente por los pueblos que rodeaban la ciudad. Simultáneamente, una pequeña flota compuesta por fragatas inglesas y españolas, bloqueaban el puerta de Barcelona, impidiendo el comercio regular y aunque no podían molestar la llegada de convoyes organizados protegidos con navíos de línea sí que hacían la vida muy difícil para los habitantes de la ciudad y de paso a sus ocupantes.
A mediados de 1809, Vives consiguió organizar un complot poniendo de acuerdo a los ciudadanos descontentos, a las fuerzas españolas que merodeaban en los alrededores y a las naves ingleses que bloqueaban el puerto. El tema era bastante difícil, en el interior de Barcelona ya que la policía dirigida por el Comisario General Ramon Casanova, abogado barcelonés, fiel a la causa francesa y acusado posteriormente por la propia autoridad de robo y falsa delación, ejercía una labor eficaz de espionaje dentro de los grupos insurgentes, habiéndose ya efectuado detenciones y ejecuciones sumarísimas.
En este ambiente de opresión se llegó a organizar un complot que involucraban a mas de 6.000 personas dentro de una ciudad que no contaba más de 150.000 en 1809. No fue fácil mantener en secreto un plan que no era descabellado en absoluto.
El factor fundamental era el poder controlar la fortaleza de Montjuich, pero dado que un ataque frontal era totalmente impensable, dadas las características de dicha instalación y los medios con que contaban los españoles, la únicas posibilidades pasaban por encontrar algún patriota afín en el interior o bien comprar con dinero alguna voluntad. Se optó por la segunda vía y ahí estuvo el punto flaco de la empresa. Un joven panadero llamado J. Massana que tenía cierta amistad con un capitán de velites llamado Provana de origen italiano y al servicio de Napoleón, negoció con éste la apertura de un acceso al castillo de Montjuich para facilitar la entrada de un cuerpo de migueletes, o sea una unidad de voluntarios locales. Se negoció una cantidad importante para pagar la traición

Campanas de la Catedral
Según el guión que se estableció, una vez tomado el control de Montjuich, se debía enviar una señal luminosa al campanario de la catedral. Desde ahí la señal se debía retransmitir al Convento de San Francisco de Asís que dominaba las atarazanas, donde se hallaba un reducto con artillería para repeler un ataque desde el mar, y otra señal luminosa a las fragatas inglesas para indicarles que debían iniciar el ataque al puerto. Una vez recibido de vuelta señal de que la señal había sido recibida, estaba previsto tocar a rebato las campanas de la Catedral, cosa que los franceses habían ya previsto y secuestrado los badajos de dichos instrumentos, pero los conspiradores habían logrado robarlos. El toque de campanas era la señal prevista para que se atacara desde el interior la puerta de San Antonio para permitir que fuerzas españolas compuestas por somatenes, voluntarios catalanes, entraran al asalto.

Nada se había dejado al azar y al mismo tiempo se habían organizado los piquetes que debían secuestrar al general Guillaume Philibert Duhesme, a la sazón jefe de las tropas de ocupación y al corregidor Miguel Uranx d’Amelin, nombrado por los franceses como gobernador civil y que era cordialmente odiado por la ciudadanía, por lo cual se había incluso previsto la intervención del padre Ramón Vila , Sacerdote de la Orden de los Agonizantes, para evitar su asesinato.
Se habían acumulado víveres, armas y municiones en diversos conventos y casas particulares y preparados hospitales de campaña con los recursos necesarios para tratar a los heridos de la confrontación, Así mismo se habían dispuesto diversos piquetes armados con fusiles en los puntos neurálgicos de la ciudad donde debían pasar los oficiales que pernoctaban en casas particulares y que en caso de peligro tenían previsto reunirse en la Ciudadela, una fortaleza que se encontraba junto a las murallas de Barcelona.

Todo previsto pero la señal nunca llegó. Nunca se sabrá lo ocurrido pero lo cierto es que a las tres de la madrugada y al no recibir noticias de Montjuich se decidió suspender el levantamiento y esconder las armas. Los franceses nunca se enteraron esta noche de lo que hubiera podido pasar y durmieron a pierna suelta. Prueba de ello es que según el puntual dietario llevado por el padre Raymundo Ferrer, Presbítero del Oratorio de San Felipe Neri de Barcelona, al día siguiente, a las 7 de la mañana salieron por la puerta Nueva 500 soldados franceses en dirección a Badalona, probablemente con el objetivo de atacar a Tiana, una cercana población donde hacia unos días unos soldados franceses habían sido tiroteados.
Prácticamente todos los organizadores de la conspiración aprovecharon la ausencia de reacción de los franceses para escabullirse de la ciudad, disimuladamente. Este hecho alertó a la policía que se olió algo raro. El capitán Provana, temió que se descubriera su papel en la intentona y delató a sus superiores lo que sabía, que no era mucho, solo que debía dar acceso a unas tropas a una cierta hora. La policía le ordenó convocar una reunión con algunos de los agentes que conocía. Provana consiguió reunirse el 14 de mayo, con la excusa de dar explicaciones, con dos de los participantes, Salvador Aulet, corredor de cambios reales y a Juan Massana, oficial de consolidación de vales. Ambos fueron detenidos y puestos a disposición de la policía.

En teoría se hubiera podido detener a media Barcelona, había más de seis mil personas comprometidas e incautar una cantidad ingente de armamento, pero sorprendentemente el secreto se consiguió guardar bastante bien. En la práctica solo fueron detenidos 18 personas y finalmente condenadas a muerte cinco de ellos. Prácticamente la policía no logró encontrar casi ninguna arma y tan solo material auxiliar y víveres. Nunca llegaron a enterarse realmente de la magnitud del complot, lo cual dice mucho en favor de los barcelonenses.

Los cinco ajusticiados fueron los mencionados anteriormente Salvador Aulet y Juan Massana, el doctor Joaquín Pou, cura párroco de la Ciudadela, a Juan Gallifa clérigo regular teatino, y José Navarro, subteniente del Regimiento de Soria, que había sido herido y hecho prisionero en una anterior acción militar. Ninguno de ellos había tenido una participación importante pero los franceses deseaban dar un castigo ejemplar y publico. En el caso de José Navarro, su caso era más grave, desde el punto de vista de los franceses, ya que se encontraba prisionero bajo palabra, o sea que tenía libertad de movimientos ya que había jurado por su honor no intentar escapar ni actuar contra el enemigo.

Como se recogen en múltiples publicaciones, la resistencia contra la ocupación francesa fue generalizada en toda España pero en Cataluña fue particularmente virulenta y en ningún momento se intentó proclamar la independencia respecto a España, aprovechando la debilidad manifiesta del Gobierno Central y de la Corona. Sin embargo estos hechos y aquí hablamos de hechos, está escondido en la actual historia nacionalista oficial catalana. En 1909, con motivo del centenario de esta conjura, se levantó un monumento a los cinco ajusticiados, cerca de la Catedral, que había sido testigo de los acontecimientos. Este monumento se mantuvo bien protegido y mantenido hasta que la Generalitat de Cataluña tomó el control de la historia oficial y se le dejó languidecer durante años siendo sede de mendigos y desamparados. No fue hasta principios de este siglo que gracias a protestas vecinales, se ha vuelto a dignificar, limpiar y mantener, aunque sigue sin aparecer en ninguna guía turística oficial de Cataluña.

Manuel de Francisco Fabre
https://es.wikipedia.org/wiki/Complot_de_la_Ascensi%C3%B3n
“Barcelona cautiva” por P. D. RAYMUNDO FERRER , Presbitero del Oratorio de San Felipe Neri de Barcelona. (1816)