A principio del siglo XIX, cuando España se encontraba invadida por las tropas de Napoleón, otros españoles luchaban al otro lado del Atlántico, en América. Luchaban en una guerra que muchos sintieron como fratricida y que acabó mal para todos. Mal para España, mal para los países sudamericanos que se independizaron, mal para los contendientes que acabaron siendo acusados de traición por uno u otro bando. Es curioso, que en el bando “realista”, se vieron envueltos en la contiendo, muchos marinos de profesión, que acabaron dirigiendo ejércitos terrestres y acabaron sus días a cientos de kilómetros de la costa más cercana. Esta es la historia de uno de ellos.
José de Córdoba Rojas, nació en San Fernando (Cádiz) en una familia de tradición marina de guerra. Su padre fue almirante, su abuelo teniente general de la Armada y un tío, capitán de navío. Con estos mimbres no fue raro que entrara en la Academia Naval de Cádiz y que a los dieciséis años obtuviera el titulo de alférez de fragata.
Un marino en aquellos tiempos no tenía una vida aburrida y la suya no fue una excepción. Participó en diversas acciones navales en las costas italianas durante la guerra del Rosellón contra la primera Republica Francesa. En 1796, ya durante la guerra anglo-española (1796-1802), participo en la acción desafortunada del Cabo de San Vicente con grado de teniente de fragata al mando del bergantín Vigilante de 12 cañones.
Un año antes se había casado con María de la Paz Valcarcel O`Conrry, una gaditana procedente como él de una familia de marinos de guerra. En 1798 nació su primer hijo, gracias al cual, que conservó las epístolas que Córdoba intercambió con su mujer, podemos seguir el pensamiento profundo de nuestro marino y su evolución.
En 1801, en un cambio dramático que originó su final, fue enviado al Virreinato del Río de la Plata. En aquel momento ostentaba el grado de capitán de fragata y fue destinado al apostadero de Montevideo. Ahí se encontraba cuando estalló el conflicto con Gran Bretaña, y en 1804 se declaró la guerra entre ambos países a raíz del ataque de los británicos a una escuadra de cuatro fragatas que transportaban mercancías y caudales desde América.
En 1806, los británicos, al mando de William Carr Beresford, atacaron y ocuparon la ciudad de Buenos Aires, con la intención de consolidar la conquista, avanzar hacia el interior y hacerse con el Virreinato de la Plata entero. Ya en 1805, el virrey Rafael de Sobremonte, había solicitado refuerzos militares a la Península, ya que los cuerpos militares existentes habían sufrido serias bajas durante la sublevación indígena de Túpac Amaru. La respuesta de Madrid fue el envío de armas ligeras y algunos cañones, con la indicación de que formara al pueblo para la defensa contra los indígenas, pero nada de eso se hizo. Encima cuando llegaron los británicos, prácticamente sin resistencia, Sobremonte, abandonó la ciudad y partió hacia la ciudad de Córdoba.
El Cabildo de Montevideo, vio claramente el riesgo que corría si era atacada por los británicos y en un hecho sin precedentes dentro de la historia de los virreinatos en América, el 18 de julio de 1806, decidió que debido al abandono por parte de Sobremonte de sus obligaciones, el Gobernador de Montevideo debía ser la máxima autoridad delegada por el Rey de España. Se cedió el mando militar a Santiago de Liniers, quien con tropas formadas por milicias locales encuadradas por militares profesionales españoles, consiguieron el 12 de agosto de 1806, reconquistar Buenos Aires y obligar Beresford a rendirse. Fue José de Córdoba, quien dirigió personalmente el último ataque contra el fuerte donde se encontraba Beresford y quien consiguió su rendición.
Pero en 1807 nuevas tropas de refresco al mando de John Whitelocke y formadas por más de 13.500 hombres atacaron de nuevo Buenos Aires. Sin embargo esta vez no se repitió la historia y las defensas organizadas por Liniers, consiguieron derrotar totalmente a los invasores.
Durante esta segunda invasión, José de Córdoba actuó como ayudante del capitán de navío Gutiérrez De la Concha y por su decidida acción Liniers recomendó su promoción a capitán de fragata.
En septiembre de 1809, es enviado a reprimir la Revolución de Chuquisaca. De esta acción nunca volvió y se conserva la correspondencia que estableció con su esposa. Como español se consideraba fiel al gobierno de España, ¿pero a cuál de ellos?. La Península se encontraba sumida en total confusión, con un gobierno formado por José Bonaparte, que no era reconocido por las diversas juntas que se fueron formando.
En las diversas misivas que va enviando a su familia, se ve su paulatino desánimo y su deseo de verse relevado de una lucha fratricida que no beneficiaba a nadie. Además se encontraba en un medio en el cual él no tenía mucha experiencia. Su medio nativo era el mar. Después de diversas vicisitudes, sufrió una aparatosa derrota en batalla de Suipacha y hecho prisionero.
En uno de los primeros actos caóticos y sin sentido, fue condenado a muerte por no prestar juramento a la jacobina Junta de Buenos Aires. La paradoja es que fue condenado por el delito de traición, cuando siempre fueron defensores del Rey y de su Patria. La Junta de Buenos aires creyó imprescindible la ejecución para mantener su autoridad, pero actualmente la historiografía moderna está de acuerdo en lo injusto de la medida, fusilar a un jefe militar por el solo hecho de dirigir un ejército, no es normal, y fue poco política para ganar apoyos en las diversas naciones europeas y fue el preludio de los desordenes que han estado castigando a los países hispano americanos durante muchos años.
Manuel de Francisco Fabre