El 3 de noviembre de 1624, Rodrigo Pacheco, marqués de Cerralbo, hizo entrada en la ciudad de Méjico en Nueva España. El mismo día había tomado posesión del cargo de Virrey de Nueva España. Era el XV de la serie, la administración del reino ya tenía una larga experiencia en el nombramiento y eligió a uno de sus mejores hombres para ejercer el cargo.
El momento era difícil. En Nueva España, el virrey Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, I marqués de Gelves, había sido destituido por la Audiencia a principios de 1624, debido a un conflicto con el Arzobispo de Méjico, Juan Pérez de la Serna. No se podía destituir a un virrey, nombrado por el Rey, por muy Audiencia que fuera el estamento que firmaba la orden. La administración del Reino, era lenta pero segura. A finales del mismo año, fue nombrado Virrey Rodrigo Pacheco, que a la sazón era Gobernador y Capitán General de Galicia. Rodrigo era hombre enérgico y con recursos. Consiguió pasaje en la primera flota que partía aquel año desde Cádiz a Veracruz y a pesar de “…prisas, gastos y descomodidades”, en la flota iba su mujer, mayordomo, secretario, tesorero, contador, dos maestresalas, el caballerizo de su mujer, un médico, cuatro gentiles hombres de cámara y dieciocho pajes. Un total de setenta y cuatro personas, pero es que muchos de ellos iban identificados como “don” y doce estaban casados, lo que implica que iban con su familia y posible séquito menor, lo que implica que la cantidad embarcada era un pequeño ejército.
Como era normal en aquella época, Rodrigo recibió órdenes reales de Felipe IV, públicas y otras que eran secretas y que no se conocieron hasta más tarde. Las públicas consistían en nada menos que sesenta artículos, que mas bien recordaban las tareas de los Virreyes, mejora de la administración, agilización de la burocracia, fomento económico, lucha contra la decadencia del clero e impulso al espíritu misionero, protección de las lenguas indígenas e impulso de la castellana, protección del salario indígena y medidas para frenar su declive demográfico. Las privadas o secretas eran muy cortas y le aconsejaban prudencia y que restituyera, aunque fuera provisionalmente al Virrey depuesto.
Nada más llegar a Méjico, Rodrigo recibió la mala noticia de que una escuadra holandesa estaba asediando a la ciudad de Acapulco. Se trataba de la escuadra de Jacques de Clerck que había salido de Ámsterdam con once barcos a principio de 1623, con la intención de atacar el Virreinato del Perú, saquear los barcos que trasportaban plata y establecer una colonia que sirviera de punta de lanza para establecerse definitivamente en el Pacifico y arrebatar el control español de este océano. El resultado no fue muy bueno para los holandeses y no precisamente debido a la defensa organizada por el reino español sino por las dificultades de la empresa para atacantes que carecían de experiencia y puntos de apoyo en la zona. La expedición nunca logró el botín esperado, de Clerck murió en las costas chilenas de disentería y lo que quedó de la fuerza atacante, subió hacia Nuevo España con la esperanza de encontrar una presa fácil.
Su llegada frente a Acapulco, coincidió con la entrada de Rodrigo Pacheco en la ciudad de Méjico que tuvo que dar las órdenes pertinentes para organizar la defensa, que se limitaron organizar milicias locales y evitar el desembarco de los neerlandeses que finalmente tuvieron que solicitar permiso para negociar compras de víveres y se marcharon hacia Batavia. Como se ve, el “Lago Español”, se defendía solo.
A continuación Pacheco se enfrentó a la revuelta y resolvió el problema a gusto de todos. Repuso en su puesto al antiguo virrey solo para destituirlo al día siguiente y envió a la Península a los principales cabecillas de la revuelta. En resumidas cuentas, consiguió aplacar los ánimos sin grandes castigos ejemplares.
Su mandato pasó por varias situaciones críticas, una de ellas fue la inundación brutal de la capital, Ciudad de México. Ésta se encuentra situada sobre unos antiguos lagos en el valle de México. En época precolombina los habitantes se habían asentado en los puntos elevados del sistema lacustre y habían intentado ganar terreno seco a base de aportaciones de tierra. La llegada de los españoles cambió la perspectiva y la administración real decidió construir un drenaje permanente para desecar el sistema. Las obras no funcionaron a la perfección y las inundaciones eran un tema recurrente hasta que en 1629 una serie de grandes tormentas, arruinaron el desagüe y provocaron una inundación que llegó a alcanzar cuatro metros en algunos puntos. El problema fue tan grave que se llegó a considerar la posibilidad de abandonar la ciudad y pasar la administración en la vecina localidad de Puebla.
Parte de la ciudad quedó bajo las aguas cuatro años mientras los técnicos discutían acaloradamente acerca de las posibles soluciones. Unos abogaban por controlar la avenida de las aguas creando presas en el encabezamiento de los ríos que alimentaban la cuenca y otros por aumentar y mejorar el mantenimiento del canal de desagüe. Finalmente Pacheco optó por las dos soluciones y se resolvió el problema.
Otro de los problemas a los que tuvo que hacer frente fue a la disminución demográfica provocada por la recurrentes epidemias que se declararon entre la población indígena que carecía de defensas naturales ante los patógenos europeos. La aristocracia criolla empezó a presionar en dos direcciones, una fue la de solicitar permisos para importar mano de obra africana y otro presionar para que se substituyera el sistema de reparto por el de asalariados. Como se puede ver por la ausencia de población negra en las comarcas de la Nueva España, es evidente que la administración española no estaba a favor de la esclavitud de la población negra. Sí que tuvo éxito la implantación de contratación de mano de obra asalariada, lo que redundó en la competencia entre terratenientes luchando por un recurso escaso y la mejora del nivel de vida de los indígenas.
Otro problema en el que se vio envuelto Pacheco, fue la puesta en marcha de la Unión de las Armas, que no era otro que la organización de milicias locales, que debían ser financiadas por los criollos terratenientes. Aquí también, como era de esperar hubo una resistencia sorda que acabó desembocando con denuncias contra el Virrey.
No fue menor también el problema del comercio con Filipinas o mejor dicho las consecuencias de dicho comercio. Las mercancías que venían en el Galeón de Manila, no seguían su curso que pudiera parecer natural enviándose a Europa. Se había establecido un lucrativo flujo de bienes con el rico Perú que en aquellos momentos disfrutaba de un poder adquisitivo superior al europeo. Este flujo comercial, evitaba el pago de impuestos, ya que estos se recaudaban cuando entraban por Sevilla y detraían una cantidad de plata que acababa en manos de los comerciantes chinos. Pacheco tuvo que aplicar las ordenanzas y directrices que le venían de España y que prohibían este tráfico y esto sumó enemigos a la ya larga lista que ya tenía.
Sería bastante largo enumerar todos los ámbitos en que Pacheco tuvo que moverse y aplicar soluciones novedosas, pero nos gustaría resaltar una de ellas. Su gobierno dictó reglamentos estipulando que todos los misioneros y clérigos encargados de la evangelización deberían conocer y dominar las distintas lenguas indígenas. Esta es la razón por la cual en México más de un millón y setecientas mil personas hablen Náhuatl, ochocientos mil hablen Maya, quinientos mil Mixteco, cuatrocientos mil Tsotil, otros cuatrocientos mil Zapoteco y no hemos acabado la lista. Y esto que fue el gobierno mejicano del siglo XIX quien se puso en la tarea de erradicar toda lengua que no fuera el castellano.
Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. No fueron los españoles los que quisieron erradicar las lenguas indígenas en México.
Manuel de Francisco Fabre
https://es.wikipedia.org/wiki/Rodrigo_Pacheco_y_Osorio
https://dbe.rah.es/biografias/7718/rodrigo-pacheco-osorio