Narración creada por Andrés, primaria
Enviada por Prof. Fátima Hernández
Colegio Buen Pastor
Esta aventura se logró gracias a los avances tecnológicos de la navegación, nuevos barcos, instrumentos como el astrolabio, todo esto permitió que nos adentrásemos en el Océano, dejando atrás la navegación de cabotaje.
En esta época el hombre se aventura a grandes exploraciones confiado de que es él el centro de la creación. Estamos en la época moderna.
En el año de 1519, yo Fernando de Magallanes, salgo del puerto de Sevilla con cinco naves y con una tripulación compuesta por 265 hombres.
Propuse mi viaje de ir a Asia en busca de especias, en múltiples ocasiones al rey de Portugal, encontrándome siempre con una negativa, por fin mi propuesta fue aceptada por el rey de España, en él encontré eco.
Mientras que avanzaba por el río Guadalquivir, nos acompañaban múltiples y pequeñas embarcaciones, todas navegando alrededor nuestra, muchas de ellas hasta la propia desembocadura, otras simplemente haciendo las faenas de la mar, dejando las redes para saludarnos a nuestro paso.
Cuando por fin llegamos a la desembocadura del río Guadalquivir en Sanlúcar de Barrameda, todos los habitantes del lugar dejan de trabajar para saludar a los navegantes integrantes de la tripulación de los barcos, hay un gran ruido, la gente aplaude sin parar, ese ruido se podía escuchar desde miles de kilómetros de la orilla. Cuando ya salimos mar adentro, nos encontramos un agua súper cristalina, diferente a la encontrada en el río, que era verde oscura.
Ya navegando en dirección a América, los marineros empezaron a tener un tremendo miedo, ya que se escuchaba o se decía que todo aquel que se adentraba en ese mar, no volvía y por eso empezaron a llamarlo “Mar Tenebroso” porque pensaban que había pulpos gigantes, ballenas enormes, sirenas, etc, lo peor de todo era que pensaban que al final del mar había un precipicio que te llevaba al vacío.
Cuando por fin divisamos tierras de América, fuimos navegando de tribu en tribu buscando el “Paso al mar del Sur”, Mar, que años antes había descubierto Núñez de Balboa en el año 1513.
En una de las ocasiones, me crucé con el Río de la Plata, que creí que era el Paso al mar del Sur, la longitud de 90 kilómetros de anchura de su desembocadura, me llevó a tener este gran error, me di cuenta al beber un trago y comprobar que el agua era dulce.
Mi tripulación por falta de víveres empezó a intercambiar con los indígenas objetos y útiles del barco por alimentos, ya que escaseaba mucho la comida tras tantos días de travesía, y el hambre estaba produciendo muchas enfermedades entre ellos, los dientes se les caían a pedazos, y muchos de ellos iban muriendo a poco a poco.
Durante nuestra travesía, veíamos la costa y parecía que estaba en llamas, al acercarnos nos íbamos encontrando con una hoguera tras otra, que utilizaban los indios patagones llamados así por sus dos metros de estatura y por el gran tamaño de sus pies. Éstas les servían o utilizaban para calentarse.
El paso era muy dificultoso cruzarlo, era un sitio en donde había muchos cortados de piedra y junto al frío se hacía insoportable cruzarlo, a ello se añadía que había gran multitud de trozos de tierras que hacían aún más difícil encontrar el camino adecuado para atravesarlo.
Mientras que cruzábamos el Estrecho, mis capitanes empezaron a discutir, se molestaron conmigo al no entender lo que yo quería conseguir, ellos se querían volver y no atendían a mis razones. Un día, sin que nadie lo avisara, la nave San Antonio se dio la vuelta, era la que más víveres llevaba, los marineros de la San Antonio, cuando llegaron a España le dijeron a Carlos I, rey de España, que eran los únicos que habían sobrevivido y que los demás habían muerto, para no decir la verdad, que habían desertado o huido, porque si no los mataban.
Cuando cruzamos el Estrecho, nos encontramos con una gran masa de agua azul y muy tranquila y decidimos llamarla, Océano Pacífico, porque en el estrecho había olas gigantes y un viento muy fuerte y en el nuevo océano encontrado no había ni olas ni viento y siempre estaba en calma.
Yo, Magallanes pensé, estaba seguro de ello, que faltaba poco, pero en realidad nos quedaban miles y miles de kilómetros, y por eso los marineros empezaron a cansarse de no ver tierra, y además les entró una enfermedad llamada escorbuto producidas por la falta de fruta, verdura fresca y legumbres. Las ratas eran la comida preferida de mi tripulación, ya que así se aseguraban que se llevaban algo de carne fresca a la boca.
Por fin llegamos a unas islas, que más tarde, Legazpi conquistaría y las llamarían “Las Filipinas”, en honor a Felipe II, hijo de mi rey Carlos I. Yo, negocié con el rey de una de las islas que nos encontramos al paso para que si yo derrotaba a sus enemigos, él a cambio, sería siempre fiel a mi rey y a España.
Yo, Juan Sebastián Elcano, junto a muchos marineros de la tripulación, vemos como Magallanes muere alcanzado por una flecha enemiga.
Ahora, yo siendo el capitán de la expedición, voy en dirección a las Molucas, en las que recojo sacos y sacos llenos de una especie llamada clavo, pensamos que seremos inmensamente ricos a nuestra llegada a nuestra querida España, pero todavía me faltaba tomar una gran decisión, si volver por el camino que habíamos tomado para llegar o cruzar el Cabo de Buena Esperanza o de las tormentas, el cual era la ruta portuguesa, ruta que yo como marinero y ahora capitán, consideraba mucho peor que el paso al mar del Sur, ya que aparte de las grandísimas olas, teníamos que estar esquivando a los barcos portugueses que nos matarían si nos descubrían navegando en sus aguas.
Un día, ante la falta de comida, un grupo de mis hombres, bajó a tierra y se mezcló con los habitantes, uno de ellos, habló más de la cuenta por lo que los descubrieron y directamente los metieron en la cárcel.
Ante este percance, ya con un solo navío, varios barcos portugueses nos persiguieron durante largo tiempo y tuvimos que tirar gran parte de la mercancía para ser más rápidos y que no nos apresaran, nuestro viaje parecía que llegaba a su fin, por fin llegamos a Sevilla, dieciocho marineros estropeados, con ropas ajadas, yéndonos directamente, cada uno con una vela en la mano a la capilla de la Virgen de los Remedios para darle gracia por nuestra vuelta y dar un homenaje a todos los compañeros marineros muertos en esta gran expedición.
Cuando ya habían pasado varios días, y todos estábamos más asentados, aseados, mejor vestidos, con nuestras cabalgaduras, nos llamó el rey de España, Carlos I para que contáramos nuestras aventuras sucedidas durante este largo viaje. El rey, maravillado de tantas aventuras, nos dio tierras en Cáceres y nos hizo nobles, proporcionándonos grandes riquezas. Gracias a esta expedición, demostramos finalmente la esferidad de la tierra, y que no había ningún precipicio al final del horizonte, si no que navegando llegaríamos al mismo punto de partida.