Berenguela de Castilla, la Grande

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Alfonso IX de León y Berenguela

Berenguela de Castilla nació en Segovia, en 1179 o en 1180, siendo hija del rey Alfonso VIII y de su esposa Leonor de Plantagenet, era bisnieta de la esposa de Alfonso VII de León, y a su vez hermana de Ramón Berenguer IV de Barcelona. Por parte de su madre era nieta de una de las mujeres más renombradas en la historia inglesa, Leonor de Aquitania, esposa maltratada de Enrique II de Inglaterra.

Como era habitual en aquellos tiempos las hijas eran un objeto de trueque y convenio para el incremento de poder por parte de sus padres. Berenguela no fue una excepción: En 1187 se acordó su compromiso matrimonial con Conrado, duque de Rothenburg y quinto hijo del emperador Federico I Barbarroja. Al año siguiente se firmaron los esponsales en Carrión de los Condes, con una dote de 42.000 maravedís. Sin embargo, al año siguiente, el 29 de noviembre nació Fernando, hermano menor de Berenguela, siendo designado sucesor al trono de su padre Alfonso. Con tal nacimiento las ambiciones de Federico I decayeron, cancelándose el compromiso empero la cuantiosa dote fijada.

Fue en 1197 cuando Berenguela contrajo matrimonio en la ciudad de Valladolid con el rey de León Alfonso IX, es decir, con un pariente en tercer grado. De dicha unión nacieron cinco hijos, empero lo cual, en 1204, el papa Inocencio III anuló el matrimonio por mor del aludido parentesco, si bien el papa Celestino III había concedido dispensa para celebrarlo. Ante la negativa de Inocencio de respetar la insistentemente solicitada convivencia de ambos esposos y, aun considerando la descendencia legítima, el papa no cedió, regresando Berenguela a Castilla dedicándose al cuidado de sus hijos.

Alfonso VIII falleció en 1214, heredando la corona castellana su primogénito, el infante Enrique, de solamente diez años. Durante los siguientes 24 días,  fue regente la madre de Alfonso, Urraca de Portugal, para, fallecida esta trascurridos tales dias, pasar la regencia a la hermana mayor del rey niño, nuestra Berenguela. Sin embargo, ante los disturbios ocasionados por la nobleza, en especial, la casa de los Lara, Berenguela tomó la decisión de ceder la tutoría del rey y la regencia al conde Álvaro Núñez de Lara, con lo cual, con buen tino, evitó disputas internas.

La desgracia se cebó sobre el joven rey Enrique jugando en el Palacio del Obispo de Palencia. Al desprenderse accidentalmente una teja, le hirió gravemente en la cabeza falleciendo el 6 de junio de 1217. El conde Álvaro Núñez de Lara se llevó el cadáver de don Enrique a su castillo de Tariego, para que no se propagase la noticia de la muerte. Sin embargo, ello no impidió que Berenguela, conocida la conducta del conde,  se convirtiese en reina de Castilla hasta que, el 2 de julio, cedió el trono a favor de su hijo, el futuro Fernando III.

Berenguela, con gran visión de Estado, convino el matrimonio de su hijo con la princesa Beatriz de Suabia, nieta de dos emperadores, el germánico Federico Barbarroja y el bizantino Isaac II Angelo. El matrimonio se celebró en Burgos, en su catedral, el 30 de noviembre de 1219. La intermediación de Berenguela, siempre con el deseo de auxiliar a su hijo Fernando, fue firme. Así, favoreció la firma del Convenio de Zafra, poniendo con él fin a las disputas con los de Lara, al concertar el matrimonio de Mafalda, hija y heredera del señorío de Molina, con su hijo, Alfonso. Igualmente, logró el matrimonio de su hija Berenguela con el noble francés Juan de Brienne en 1224, con lo cual cercenó los deseos de Alfonso IX de lograr el matrimonio de don Juan con una de sus hijas, impidiendo con ello cualquier aspiración al trono leonés.

No acabaron con ello las intervenciones de Berenguela. Cuando fallecido en 1230 Alfonso IX, y designadas herederas al trono sus hijas Sancha y Dulce, habidas con su también anulado primer matrimonio con Teresa de Portugal, tal designación representaba la imposible sucesión de Fernando al trono leonés. En este punto, la decisiva actuación de Berenguela logró la firma de la Concordia de Benavente, por la cual las hermanas renunciaban al trono leonés en favor de su hermanastro Fernando a cambio de una cuantiosa cantidad y otros beneficios y prebendas. Se aproximaba, pues, la unión de los reinos de León y Castilla, bajo el cetro de Fernando III.

Su esposa, Beatriz de Suabia, falleció en Toro el 5 de noviembre de 1235, habiendo dado a luz a una numerosa descendencia con su primogénito, futuro Alfonso X. Fernando III era un rey popular y su prestancia, su juventud y su prodigalidad en virtudes, impulsaron a Berenguela a concertar un segundo matrimonio “con el fin de que la virtud del rey no se menoscabe con relaciones ilícitas”. En esta ocasión acudió a la corte francesa en la persona de Juana de Danmartín, sobrina de Blanca de Castilla, reina de Francia por su matrimonio con Luis VIII y hermana de Berenguela.

El consejo de la madre al rey Fernando fue constante durante toda su vida. Incluso puede decirse que actuó como verdadera reina ante las ausencias del rey, su hijo, durante sus largas campañas de reconquista por Andalucía. Esa intervención materna aseguraba el buen gobierno en la retaguardia de Fernando. Especialmente emotivo resulta el último encuentro entre madre e hijo, que tuvo lugar en Pozuelo de don Gil, la actual Ciudad Real, en la primavera de 1245; trasladada Berenguela de Burgos a Toledo, envió aviso a su hijo, que se encontraba en Córdoba, manifestando sus deseos de encontrarse con él. En el encuentro trataron las discrepancias surgidas entre el infante heredero Alfonso y su madrastra, la reina Juana de Danmartin. Fue la última vez que se vieron madre e hijo, pues Berenguela murió el 8 de noviembre de 1246, dejando tras de sí una bien merecida fama de mujer y de gobernante siempre prudente y discreta, amante de la literatura y las artes y preocupada por el desarrollo de las obras de las catedrales de Burgos y Toledo. Los restos mortales de Berenguela de Castilla, conocida como la Grande, reposan en en el Monasterio de Las Huelgas en Burgos junto a sus padres. Allí permanecen en un sarcófago huérfano de todo adorno.

Francisco Gilet

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