En nuestra ya larga historia podemos encontrar monarcas y políticos nefastos, pero también grandes reyes que hicieron de su reinado un ejemplo para futuros gobernantes. Y, sin duda alguna Alfonso VI, rey de León, Castilla, Galicia, Asturias y Nájera, así como conquistador de Toledo, se encuentra entre estos últimos, hasta el punto de ser conocido como Imperator totius Hispaniae. Durante sus cuarenta y cuatro años de reinado, logró que la frontera de su reino, desde el rio Duero alcanzase el Tajo con la conquista de Toledo. Y si ello territorialmente fue importante, también lo fue el haber sabido incorporar su amplio reino a la Cristiandad europea, abriendo la Hispania cristiana a las corrientes culturales que se aproximaban desde más allá de los Pirineos.
Como es habitual, ni se sabe dónde ni cuándo nació Alfonso. Hijo de Fernando I y de doña Sancha, junto con cuatro hermanos más; Urraca, Sancho, Elvira y García. Si incierto es su fecha de nacimiento, sí se conoce que falleció a los “sesenta y dos annos de hedad”, después de “quarenta y quatro años» de reinado, el 30 de mayo de 1109, lo cual nos permite intuir que nació en 1048 o 1049. Cuidado en su infancia por su hermana Urraca como si de una madre se tratase, se conoce por la Historia Silense que su padre Fernando I tuvo especial cuidado en que sus hijos fuesen instruidos en las disciplinas humanas de la época, es decir el triviium y quatrivium. O sea, la gramática, la dialéctica y la retórica y la aritmética , la geometría, la astronomía y la música, respectivamente.
A la muerte de su padre, el 27 de diciembre de 1065, se produjo la división o reparto del reino leonés; Castilla correspondió a Sancho, León a Alfonso y Galicia a García. Sin embargo, la paz solamente perduró tres años, es decir hasta la muerte de la reina madre, Sancha. Sancho tomaba las armas y el 16 de julio de 1068 derrotaba a Alfonso en Llantada (Palencia), refugiándose el vencido en León; el año 1071, coaligado con Alfonso, su hermano Sancho atacaba y apresaba a García apoderándose de Galicia.
Pero fue a comienzos de 1072 cuando, rotas las buenas relaciones fraternales, Sancho de nuevo venció a Alfonso en Golpejera (Palencia) ocupando también el reino de León y apresando a su hermano, a quien por ruegos de Urraca permitió marchar como exiliado al reino moro de Toledo. Así pues, con la victoria de Sancho se había reconstruido el reino de su padre Fernando I, excepto Zamora ya que, Urraca, señora de la ciudad, no deseaba reconocer la autoridad de su hermano Sancho, obligándole a poner cerco a la ciudad, para durante ese asedio ser asesinado a manos del zamorano Bellido Dolfos, el 7 de octubre de 1072.
Conocido el hecho por Alfonso no tardó nada en llegarse desde Toledo a Zamora, desde donde se trasladó a León, en donde, convocada una asamblea extraordinaria, recibió el reconocimiento y aclamación no solamente de León, sino también de Galicia y Castilla. Apareciendo en este momento la leyenda del juramento de Santa Gadea en Burgos, exigido por el caballero Rodrigo de Vivar, el Cid. Por descontado, su hermano García también subió hasta Galicia, desde Sevilla, para reclamar sus derechos, empero, Alfonso, el 13 de febrero de 1073, lo apresó y lo encerró en el castillo de Luna, en León, en donde permaneció hasta su muerte, en marzo de 1090.
Es decir, que Alfonso VI ascendió al trono merced a dos regicidios, a los cuales hay que unir el asesinato de Sancho García IV de Navarra el 4 de junio de 1076, que dio ocasión a Alfonso VI para extender las fronteras de su reino con la totalidad del condado de Castilla, por la Rioja, por toda Vizcaya, por la mayor parte de Guipúzcoa e incluso por parte de Navarra.
Así pues, desde 1076, Alfonso VI, asentado sobre el antiguo reino de su padre, más las aludidas tierras riojanas e incluso navarras, permitiò la unión castellana que se contraponía a la división musulmana con una veintena de reinos de taifas, enfrentados entre si. Alfonso, inicialmente, seguirá incrementando el ingreso de parias o tributos para los musulmanes a cambio de seguridad y no hostilidades. Aunque, fallecido el rey de Toledo en junio de 1075, el anfitrión de Alfonso cuando su exilio, éste tomó la decisión de ocupar las importantes fortalezas del interior toledano, hasta la rendición del reino a cambio de aceptar al nieto del antiguo al-Qadir como rey de Valencia.
Aquella conquista, un hecho decisivo para el avance de la Reconquista, fue presagio para los taifas de Sevilla, Badajoz, Málaga y Granada del peligro de caer bajo el poderío de rey leonés. Tal amenaza provocó la llamada de auxilio al caudillo almorávide Yusuf Tasafin, emir que atravesó el estrecho y, con otros reyes de taifas, se encaminó hacia Sevilla y Badajoz. Su encuentro con las huestes de Alfonso fue en Zalaca, cerca de Badajoz, sufriendo el leonés una derrota, el 23 de octubre de 1086. Tal batalla vino a dividir el reinado de Alfonso en dos partes y le significó un duelo constante con el imperio almorávide, con sangrientas derrotas las cuales no le impidieron mantener la línea de Toledo y de Talavera como bastiones inexpugnables. Tanto el mencionado Yusuf, como su hijo Muhammad Aisa, e incluso un sobrino del primero, cruzaron en repetidas ocasiones el estrecho para enfrentarse a las tropas de Alfonso a fin de reconquistar las tierras perdidas.
Las derrotas se sucedieron teniendo lugar la más dolorosa el 29 de mayo de 1108 en los campos próximos a Uclés (Cuenca), en la cual pereció el único hijo varón del rey leonés, el infante Sancho. Con tal hecho, sufrió el mismo dolor que el Cid Campeador, quien, reconciliado con el rey, había mandado en su ayuda a su único hijo varón, el joven Diego Rodríguez, fallecido el 15 de agosto de 1097, en la derrota en Consuegra, Toledo. Y es que, mientras Alfonso VI sufría reiteradas derrotas frente a los ejércitos africanos el Cid conquistaba Valencia y se enfrentaba triunfante a los mismos ejércitos. Fallecido el Cid en junio de 1099, acudió Alfonso en ayuda de su heredera, Jimena, ante el feroz asedio de la ciudad por parte del general Muhammad al-MazdalÌ. Alfonso, hallándose en la misma Valencia, comprendió que no tenía sentido mantener la lucha por una ciudad tan alejada de Castilla, ordenando evacuarla el 5 de mayo de 1102 y regresar a Castilla a su ejército y a las fuerzas de doña Jimena.
Dejando de lado la labor guerrera de Alfonso, la grandiosidad de su reinado la hallamos, no solamente en la conquista y mantenimiento de la frontera a orillas del Tajo, sino también en la organización y repoblación que llevó a cabo en esos territorios. Las villas cercanas al Duero, como Maderuelo, Sacramenia, Peñafiel, Cuéllar, Íscar, Olmedo o Medina del Campo que, con la conquista de Toledo llegaban a extenderse en centenares de kilómetros de profundidad, eran tierras casi desérticas, despobladas y sin labor alguna. A tales territorios dedicó el rey Alfonso una especial atención, llegando a repoblar ciudades tan importantes como Salamanca, Ávila y Segovia, con la ayuda de don Raimundo de Borgoña, primer esposo de su hija Urraca. Con tal dedicación entramos en un aspecto sumamente importante del reinado del rey leonés.
En las tierras al norte del Duero, la organización se concretaba en las llamadas merindades, regidas por merinos designados por el Rey. Mientras los nuevos territorios conquistados, más allá del sur de dicho rio y hacia la cordillera central, la estructura se apoyaba en Concejos ciudadanos, que incluían la villa y las tierras. Sepúlveda fue el pionero y el prototipo de los sucesivos que se fueron creando. Aquellas tierras, en su conjunto, recibieron el nombre de Extremadura, no como sinónimo de dureza, sino por estar situadas en el extremo del reino. Había, pues, dos Extremadura, la castellana, formada por Soria, Segovia y Ávila, y la leonesa, con las comarcas salmantinas. Los Concejos que se instituían por parte del Rey, se convertían en titulares de los poderes dominicales y jurisdiccionales, en representación real. Concejos que elegían a jueces, alcaldes y sayones para gobierno y administración de las villas. Naturalmente, tales concejos eran también los responsables de dar cumplida respuesta a los llamamientos del rey en cuanto a incorporar hombres a sus ejércitos. Con tal modo de obrar, Alfonso VI distribuirá las tierras ubicadas entre el Duero y la Cordillera Central; en la Extremadura castellana se organizarán más de cuarenta concejos de villa y tierra y en la Extremadura leonesa y su Trasierra otros quince concejos más.
Rodrigo Jiménez de Rada nos recordará en su Crónica esta ingente labor repobladora y organizativa de Alfonso VI en las nuevas tierras tanto de la Extremadura como del Reino de Toledo cuando enumera entre las nuevas ciudades incorporadas al reino a Toledo, Medinaceli, Talavera, Coimbra, Ávila, Segovia, Salamanca, Sepúlveda, Coria, Coca, Cuéllar, Íscar, Medina del Campo, Canales (Toledo), Olmos (Toledo), Olmedo, Madrid, Atienza, Riba de Santiuste (Guadalajara), Osma con Río Pedro (Soria), Berlanga, Mora, Escalona, Hita, Consuegra, Maqueda y Buitrago. El reino leonés había adquirido con Alfonso VI nuevas dimensiones.
Todavía cabe referirse a otro importante aspecto del reinado de Alfonso VI. Es obligado señalar el aislamiento cultural en que había vivido el reino astur primero y el leonés más tarde, el cual se extendía también al ámbito religioso, incluso a la inexistencia de relaciones con la cabeza del catolicismo, con el obispo de Roma y Sumo Pontífice de la Iglesia. Desde el año 711 hasta bien entrado el siglo XI no consta de ninguna carta auténtica, de ninguna intervención o mensajero o legado de los papas de Roma.
Alfonso VI, siguiendo la senda iniciada por su abuelo Sancho el Mayor de Pamplona, mostró especial empeño en que el clero, el monacato, las diócesis y la integra iglesia leonesa aceptase los modos y reformas vigentes en Europa. Así comenzará la presencia de Cluny en casas y monasterios. Entre los monasterios que recibieron a monjes de Cluny se hallaba el de Sahagún, elegido panteón para él y para sus esposas. También con Alfonso VI se potenciarán muy especialmente las peregrinaciones a Santiago de Compostela, convirtiéndose no sólo en una gran vía de renovada piedad con nuevas devociones, fiestas religiosas y advocaciones de santos, sino también en un camino cultural por el que penetraron en el reino las corrientes literarias, tanto épicas como líricas, la arquitectura y la escultura románica. En el Camino se establecieron numerosos grupos de francos que reanimaron el comercio y la industria artesanal, así como otros fenómenos económicos como el cambio de monedas. Se puede afirmar que el Camino de Santiago se convirtió en este reinado en la gran vía abierta a la europeización de las tierras hispanas y un elemento esencial de la vinculación y unión de las tierras leonesas y castellanas con el resto de la cristiandad.
Para finalizar hay que mencionar un hecho especial; Alfonso VI tuvo cinco esposas y una concubina. Solamente su cuarta esposa, la musulmana Zaida, convertida al cristianismo con el nombre de Isabel, le dio un hijo, Sancho, que pereció, como ya se mencionó, en el desastre de Uclés. Fallecido Alfonso VI en Toledo, en 1109, sin descendencia varonil, la sucesión recayó en su hija Urraca, cuya historia ya hemos reseñado en un artículo anterior. Sin duda alguna, una verdadera hija de un rey que supo engrandecer su reino tanto territorial como cultural, religiosa y económicamente.
Según sus deseos fue sepultado en el Monasterio de San Benito de Sahagún. Aunque, como suele ser habitual, los avatares de la historia han llevado los restos de Alfonso a reposar en el monasterio de las monjas benedictinas de Sahagún, a los pies del templo, en un arca de piedra lisa y con cubierta de mármol moderna, y en un sepulcro cercano, igualmente liso, yacen los restos de varias de las esposas del rey Alfonso VI, conocido como el Grande.
Francisco Gilet.
Bibliografía
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Pérez Gil, Javier; Sánchez Badiola, Juan José (2002). Monarquía y monacato en la Edad Media peninsular: Alfonso VI y Sahagún.
Miranda Calvo, José (1976). «La Conquista de Toledo por Alfonso VI