José Bonaplata Corriol nació en 1795 en Barcelona y le tocó vivir una época de cambios en muchos sentidos. Entre otros, la revolución industrial con sus movimientos obreros. El supo anticiparse a los acontecimientos que se iban a desarrollar, pero a veces, ser pionero, no es garantía de éxito ni de reconocimiento.
Hijo de Ramon Bonaplata y Teresa Corriol, había adquirido su experiencia profesional en el taller de su padre, donde se tintaban telas procedentes de América (pintados de indianas). Dicho taller no era cualquier cosa, ya que se encontraba situado en el octavo de un ranking de cuarenta y siete en la ciudad Condal.
Pero en la tradición catalana, el negocio familiar no se repartía, sino que lo heredaba en su totalidad el hijo mayor (el hereu) y José tenía un hermano mayor. Antes de verse trabajando a las órdenes de su hermano, decidió emanciparse y constituir una sociedad con Juan Vilaregut, oriundo de Sallent, pueblo situado en la provincia de Barcelona a orillas del rio Llobregat. Esta ubicación les aseguraba el suministro de agua necesario para la industria textil y ahí fundaron unos talleres para “urdir, adobar y tejer toda clase de hilos”, telares. Prueba de sus inquietudes es que José, obtuvo el permiso, compró e instaló, uno de los primeros telares mecánicos en Cataluña. Todo ello en 1829 y con la incipiente oposición de su entorno catalán, bastante reacio a admitir novedades y perder privilegios.
La oposición llegó a ser cada vez mas asfixiante, llegando a tener dificultades para acceder al agua del Llobregat, vital en su industria, tanto como materia prima, como fuerza motriz para sus maquinas. Cansado de la situación, tomó dos importantes decisiones; construir una fabrica fuera de Sallent y utilizar en ella, como fuerza motriz el vapor.
Solo tenía referencias de la nueva tecnología, pero sabía que en el Reino Unido era donde se encontraba en ebullición la investigación y aplicación de las técnicas de generación de fuerza motriz a partir del vapor y ahí decidió trasladarse para adquirir el mejor equipo.
Una vez decidido el diseño de la nueva fábrica y su ubicación en Barcelona, había que obtener los correspondientes permisos oficiales que dependían del Gobierno Central. Estos se obtuvieron no sin algunas dificultades, de nuevo debido a la cerril oposición de los industriales catalanes que veían como una amenaza para sus intereses el proyecto de José que no iba a depender de permisos locales para utilizar sus recursos. Se le acusó de ser un simple contrabandista, que pretendía instalar una máquina de vapor, con el único objetivo de justificar la entrada ilegal de tejidos europeos, tejidos que entraban, simplemente porque eran más baratos.
No fue hasta 1833, que la Junta de Comercio Catalana, después de dos años de oposición frontal, se vio obligada a admitir que José no era un aventurero, sino un industrial que estaba invirtiendo cuantiosas cantidades de dinero en nuevas tecnologías que ayudarían a la ciudad y a la creación de empleo.
La situación era más que evidente, Jose había conseguido construir una fábrica moderna en el centro de la ciudad, movida por la energía del carbón y que daba empleo a más de 600 trabajadores. Se la conoció como el “Vapor Bonaplata”. Tanto éxito no podía ser aceptado y entonces fue cuando se cruzaron en el camino de José otras fuerzas no menos retrógradas que las de los dirigentes catalanes; los “luditas”. Estos eran un movimiento obrero de origen en los artesanos inglesas de principios del siglo XIX y que abogaban por la destrucción de las nuevas maquinas y la vuelta al trabajo puramente manual.
La noche del 5 de agosto de 1835, mezclado con una revuelta anticlerical, se produjo un asalto multitudinario a las instalaciones, se provocó un incendio y las instalaciones quedaron totalmente destruidas y 600 obreros perdieron su medio de vida.
Bonaplata, actúa rápidamente en dos sentidos. Inició un proceso de reclamación al Gobierno, alegando que las pérdidas fueron debidas a la dejación de las Autoridades, incapaces de prever ni contener los desordenes públicos, y por el otro, empezó una serie de inversiones en temas totalmente alejados del textil y el vapor, entre ellos la compra de una finca en el pueblo de Liria (Valencia), denominada «El Espinar». Esta explotación fue fundamental en el resto de su vida y la utilizó como lugar de descanso, aunque no dejó que su ingenio industrial y emprendedor descansara, ya que remodeló totalmente la almazara e inició la plantación de un nuevo cultivo de almendros. Novedoso en la época.
A partir de aquel momento, Bonaplata se desplazaba con frecuencia a Madrid un poco cansado de la asfixiante política catalana. Siguió invirtiendo en nuevas tecnología (fundiciones y construcciones mecánicas), en la zona de Madrid y en Andalucía. También invirtió en la manía de la época. Los canales de riego y trasporte, llegando a gastar más de millón y medio de reales en la “Compañía del Canal de Tamarite”, obra que nunca vio finalizada.
Cuando contaba 48 años, el 2 de junio de 1843, moría en Bunyol, víctima de un ataque de asma cuando se encontraba de camino hacia su querida finca de “El Espinar”. Moría sin descendencia directa, ya que permaneció soltero hasta los 42 años y la hija, Sofía, nacida de una relación con Jesusa Romero, con la que se casó más tarde, había muerto prematuramente.
José Bonaplata, fue un adelantado a su época, que innovó en todos los aspectos empresariales que tocó. No fue muy bien apreciado ni por los políticos catalanes, muy enfrascados en sus beneficios a corto plazo ni por los artesanos que veían peligrar sus privilegios, pero será recordado como el primer empresario que tuvo el valor y la visión de instalar la primera fabrica movida a vapor en España.
Manuel de Francisco Fabre