La aportación de los científicos católicos españoles a la revolución científica del siglo XX fueron extraordinaria, frente a la Leyenda Negra antiespañola, que también aquí se ceba contra nuestro país. Se trata de un capítulo poco conocido, sobre el cual estas líneas quieren arrojar alguna luz. No es cierto, como pretende dicha Leyenda, que hasta el siglo XX la ciencia experimental fuera marginal en España o una simple réplica de la exterior, sobre todo, de la procedente de países protestantes como Inglaterra o Alemania. Eso sería como admitir que antes del protestantismo no existía la Ciencia, lo cual obviamente, no es cierto.
Esa idea obedece a una concepción de la Ciencia tan arraigada y extendida en la actualidad como limitada, que se fragua en el siglo XIX y que está relacionada con las recientes ideologías del positivismo, cientificismo o ateísmo, que prácticamente consideran Ciencia tan sólo lo relacionado con la Química, la Física, la Biología o las Matemáticas modernas, sin darse cuenta de que para que llegaran a existir hubo antes que desarrollar la alquimia, la cosmografía o la historia natural.
Deberíamos considerar Ciencia la totalidad del conocimiento y los métodos para seguir aumentándolo, y no en exclusiva la denominada ciencia experimental, muy limitada e incapaz de responder a todos los interrogantes del hombre.
Además, quienes sentaron las bases de lo que conoce como Revolución Científica fueron Nicolás Copérnico, presbiterio polaco de la iglesia católica y Galileo Galilei, amigo del Papa y firme defensor del catolicismo. Los protestantes Kepler y Newton asumirían los postulados de aquellos para hacer progresar la Física.
Las bases para que la Revolución Científica tuviera lugar las asentó España, durante el desarrollo de lo que hoy se denomina Etapa Imperial de la Ciencia Española. Expertos alquimistas como el clérigo Álvaro Alonso Barba ― cuyos tratados sobre metalurgia eran libros de cabecera de Isaac Newton ― o en Historia Natural como el jesuita José de Acosta, hoy considerado precursor de la evolución, y botánicos como el también cura católico Antonio José de Cavanilles o cosmógrafos como Juan Sebastián Elcano, cuyo viaje demostró la esfericidad de la Tierra, abrieron el camino a posteriores avances en el conocimiento universal. Por no hablar de Rodrigo Zamorano, Juan Bautista de Toledo o Juan de Herrera en el ámbito de las Matemáticas.
Antes de ellos, Alfonso X el Sabio, Ramón Llull e Isidoro de Sevilla, o los judíos Abraham Zacuto, Maimónides e Ibn Ezra, o los musulmanes Maslama de Madrid, Azarquiel y Abenmasarra son algunos de los que aportaron su grano de arena al avance del conocimiento universal desde nuestras tierras. O Lucius Junius Moderatus, de sobrenombre Columela (4-70 d. C.) o Séneca, politeístas, o sea, creyentes también.
En el Renacimiento, llegarían los importantes médicos Francisco Vallés, Nicolás Monader, Andrés Laguna y un largo etcetera. Hasta llegar al siglo XX con los Premios Nobel Santiago Ramón y Cajal, padre de la Neurología moderna y Severo Ochoa, descifrador del código genético, pasando por el recientemente fallecido Emiliano Aguirre, católico convencido y durante un tiempo sacerdote jesuita, investiador del yacimiento de Atapuerca y conciliador del catolicismo y la teoría de la evolución.
El empeño de considerar la Ciencia y la Fe como enemigas no tiene ninguna base científica. Los propagadores de esta lectura maniquea son, en la actualidad, las autodenominadas ideologías progresistas. La Historia de la Ciencia no deja lugar a dudas al respecto de que la Iglesia Católica y la matriz cultural cristiana que ha originado desembocaron en el surgimiento y desarrollo científico de Occidente y de todo el mundo.
La nueva versión de la Leyenda Negra, creada por los historiadores de la Ciencia hijos ideológicos del Frente Popular, ha extendido la falsedad de que, durante el siglo XX, el desarrollo científico se ha llevado a cabo en España sin concurrencia alguna de la Iglesia católica.
Para ello, evitan hablar de la religiosidad católica de los eminentes científicos españoles del siglo XX. Ramón y Cajal, Torres Quevedo, Jaime Ferrán, eran creyentes. También lo fueron quienes construyeron la Universidad Complutense y la Autónoma de Madrid o la de Bilbao, buena parte de los vocales que pusieron en marcha la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), creada en 1907 bajo los auspicios de la monarquía católica de Alfonso XIII, en un momento en el que no había en las Cortes ni un solo diputado socialista, así como la plana mayor de los creadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC, máximo organismo científico español de todos los tiempos.
Luego se oculta la guerra que hicieron a la Ciencia las fuerzas políticas que confluyeron en el Frente Popular, a imagen y semejanza de lo que hicieran Lenin o Stalin. Forzaron el cierre de la Residencia de Estudiantes, también creada durante la monarquía católica de Alfonso XIII, persiguieron a sus mecenas hasta llegar a abatir a alguno, y a los científicos, llegando a matar a un buen número de ellos ― en número superior a los justiciados por la Inquisición Española en sus casi cuatro siglos de existencia ― depuraron la JAE y casi asesinan a su secretario general, que tuvo que exiliarse desde el Madrid del Frente Popular.
CSIC
Además, se evita estudiar la Historia de la Ciencia española del siglo XX en el período 1939-1975, para hacer creer que durante ese tiempo no se hizo Ciencia en España. Al contrario, hubo un desarrollo científico realizado precisamente en ese margen de tiempo, desarrollo que tuvo como fundamental consecuencia la creación del CSIC y de muchas de las actuales universidades, y que llevaron a cabo fundamentalmente católicos fervientes.
Otro aspecto es el de la teoría de la evolución, que habla de las transformaciones de unas especies en otras, algo que nadie ha visto ni puede ver, no obstante, la ciega creencia de algunos. La fe católica admite la posibilidad de dicho fenómeno, y entiende que el modo en el que se ha desarrollado la Creación del mundo vivo puede haber sido ése, dado que no adopta una interpretación literal del relato del Génesis, como todavía algunos colectivos sostienen.
Dios es quien ha creado todo lo que existe, y lo sabemos porque Él mismo nos lo ha dado a conocer. Le damos crédito mediante el regalo de la obediencia de la fe. Otros dan crédito a una supuesta capacidad autoorganizativa de la materia que nadie ha demostrado. La Iglesia Católica nunca emitió de manera formal y universal desde el Vaticano una condena hacia la teoría de la evolución, sino hacia la interpretación materialista del mismo o hacia su consideración como una prueba de la inexistencia de Dios, algo que el propio Darwin dejó claro por escrito que jamás pretendió; postura perfectamente inteligible en alguien como él, que no tuvo otro título universitario más que el de teólogo anglicano.
Sigue habiendo un claro prejuicio anticatólico en instancias oficiales españolas, contra aquellos que no se amoldan a las teorias «frente populistas».
Un ejemplo es que este, 2021 ha sido el 76º aniversario de la creaciòn del Instituto de F´ísica Química Rocasolan, nombrado asi en honor del propagandista católico, efeméride que ha pasado absolutamente desaparecida.
Como la creación del Instituto Arias Montano de Estudios Hebraicos, o el Daza de Valdés de Óptica… También tuvo un perfil bajísimo el 80º aniversario de la creación del CSIC. O lo ha tenido este año el 70º aniversario del Instituto de Investigaciones Pesqueras del CSIC.
La Leyenda Negra contra lo católico tiene los tentáculos muy largos. Menéndez Pelayo preguntaba a sus coetáneos que le dijeran un solo nombre de científico muerto por la Inquisición española, y nadie consiguió darle ninguno. En cambio, el Frente Popular asesinó a más de 30 científicos. Pero la persecución a la Ciencia por parte de las izquierdas no fue exclusiva de España. En la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se prohibió la Genética porque la había inventado Gregorio Mendel, un monje católico agustino. La hambruna que provocó en Ucrania millones de muertos, conocida como Holodomor, vino precedida por una implacable persecución y asesinato de científicos e intelectuales en dicho país, promovidos por Stalin. En España el Frente Popular quemó maravillas artísticas y bibliotecas de valor incalculable, y persiguió sin piedad a científicos católicos y a no católicos, promoviendo la primera ley de depuración en agosto del 36.
Los republicanos no crearon la Residencia de Estudiantes
Otro mito republicano es atribuirse la creación de la Residencia de Estudiantes y la Junta de Ampliación de Estudios. Nada tuvo que ver el Frente Popular en la puesta en marcha de esas dos instituciones, que echaron a andar bajo la monarquía parlamentaria católica de Alfonso XIII. Sí tuvo que ver el Frente Popular con su cierre, y con la depuración de los vocales de la Junta.
Y llegamos al CSIC, buque insignia de la Ciencia española del siglo XX. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas fue fundado el 24 de noviembre de 1939. El organismo de investigación más importante de España ocupa la séptima posición en el ranking mundial de instituciones científicas públicas. Con 120 Institutos de investigación repartidos por todas las comunidades autónomas, en los que trabajan unas 11.000 personas, desarrolla más de 3.500 proyectos de investigación y publica más de 14.000 artículos científicos al año.
Su primer presidente fue José Ibáñez-Martín, licenciado en Derecho y Filosofía y Letras y parlamentario por la Confederación Española de Derechas Autónomas Independientes, CEDA, durante la Segunda República, además de miembro de la hoy Asociación Católica de Propagandistas, ACdP.
Junto a él y como vicepresidentes le acompañaron en la aventura Miguel Asín Palacios, prestigioso arabista e islamólogo, además de presbítero de la Iglesia católica, y otros dos científicos, Juan Marcilla Arrazola y el citado Antonio de Gregorio Rocasolano, ingeniero agrónomo y químico también propagandista; ambos catedráticos de universidad además de católicos fervientes. Cerrando el quinteto iniciador y como secretario general otro científico de prestigio experto en edafología ― ciencia ahora tan de moda ― Jose María Albareda, sacerdote del Opus Dei, que acompañó a san Josemaría.
Además de iniciar su andadura bajo el patronazgo de San Isidoro de Sevilla, eminente científico católico medieval, adoptó como logotipo el arbor scientiae, que simboliza la unidad de todas las ciencias en su vocación última de conocer a Dios y sus obras, que fuera diseñado por el hoy beato Ramón Llull allá por el siglo XIV.
El CSIC pronto contó en su campus de Serrano con la bellisima Iglesia del Espíritu Santo, todavia hoy abierta al culto.
En su ley fundacional se hacía mención a la intención de llevar a cabo en este nuevo organismo “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias» conjugando «las lecciones más puras de la tradición universal y católica con las exigencias de la modernidad».
El CSIC llevó a cabo en una época extremadamente difícil y en un tiempo récord la profesionalización de la ciencia ― que ya se había intentado profesionalizar por la JAE ― mediante la creación de las figuras del colaborador científico (1945), investigador científico (1947) y profesor de investigación (1970), categorías vigentes hasta la actualidad.
Además, promovió la descentralización de dicha actividad y su expansión por toda España, así como una importante tarea de formación de científicos en el extranjero, que alcanzó cotas sin precedentes. Desarrolló una investigación básica y aplicada, tanto en ciencias puras como en humanidades.
Y todo ello de la mano y con la participación de un gran número de personas, en las que Ciencia y Fe confluyeron sin conflicto, como todavía hoy ocurre -aunque en menor número-, porque no es cierto que cada vez sean más los científicos ateos, sino que más bien son cada vez más los ateos que se hacen científicos: la ciencia no le hace perder la fe a nadie.
La puesta en marcha del CSIC inmediatamente después de la guerra civil fue un acierto para que la actividad científica iniciada durante la denominada Edad de Plata de la Ciencia española continuase a pesar de las irreparables pérdidas de intelectuales de los dos bandos, bien como víctimas bien como exiliados.
De hecho, Miguel Asín Palacios había participado en la fundación del Centro de Estudios Históricos de la Junta de Ampliaciòn de Estudios e Investigaciones Científica (JAE), antecesora del CSIC. Mientras, Marcilla dirigió el Centro de Investigaciones Vinícolas, perteneciente a la parte aplicada de la JAE. Además, Albareda había sido varias veces pensionado por la JAE para mejorar su formación en el extranjero.
Finalmente, también fueron católicos convencidos muchos de los vocales fundadores de la JAE, tales como Marcelino Menéndez Pelayo, Ramón Menéndez Pidal, Leonardo Torres Quevedo, Jose María Marvá, Julián Ribera, Victoriano Fernández Ascarza. El mismísimo Cajal falleció reconociendo su creencia en Dios y en el alma inmortal. En el decreto fundacional de la JAE se reconocía parte del papel jugado por la Iglesia católica en el desarrollo científico español, motivos todos ellos suficientes para considerar el 80º aniversario del CSIC como una efeméride demostrativa de hasta qué punto razón y fe son compatibles.
Fdo. Jesús Caraballo
EXTRAORDINARIO!! Nunca hasta hoy habia leido un articulo sobre ciencia y fe en España. Felicitaciones y gracias!!
Hasta las universidades y el concepto de investigación cientifica son catolicos ambos: las primeras fueron extendidas por todas las Españas (America española incluida) y la segunda que tiene como fin el encuentro de la verdad partiendo de una duda (a diferencia de la fe que lo hace de una certeza)
Como siempre España no tiene en cuenta a sus grandes cerebros que muchas veces han tenido que irse alla donde si se les reconozca. Perdida de talentos. Somos grandes en todis los niveles