Tomás de Zumalacárregui

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Penúltimo de una familia numerosa  de once hijos, huérfano de padre desde los cuatro años, creado su característico espíritu castrense en el sitio de Zaragoza de 1808 dentro de la guerra de la independencia contra los franceses. Tomás de Zumalacárregui, también conocido como el Tío Tomás, fue uno de esos hombres  que el destino le  llevó a transitar entre dos épocas: la España tradicional del Antiguo Régimen, la España del Dios, patria, rey y fueros; por otro, la España del orden liberal y constitucional que iba instalándose progresivamente en el continente europeo. Zumalacárregui es ese tipo de personalidades que causa un tremendo magnetismo, un personaje curtido por los duros acontecimientos que la providencia le tenía preparado, un carácter forjado en unos ideales que iban muriendo en una Europa donde se estilaba un nuevo tipo de religión, una religión laica con sus propios cánticos, los himnos nacionales; su propio clero, los funcionarios del estado y el ejército nacional; un nuevo dios al que adorar, el Estado. Un Estado que te prometía hacerte feliz a través de unos derechos universales, una constitución y una separación de poderes, una soberanía nacional dentro todo ello de una nueva forma de gobierno, las monarquías parlamentarias. Llegó el liberalismo, hijo político del pensamiento ilustrado, favorita predilección de una incipiente masonería.

El tío Tomás es uno de esos personajes llenos de un influjo idealista, una personalidad que cautiva y una forma de vivir que enamora a cualquiera que lea mínimamente su biografía. Y es que el hombre posmoderno, carente de un propósito vital firme, reconoce en Zumalacárregui como parte de ese grupo de  actores que, en el pasado, lucharon por unos ideales nobles que dirigían sus pensamientos y acciones, sacrificando incluso sus propias vidas.

Ya en época del Trienio Liberal(1820-23) se percibían en nuestro protagonista ciertas pulsiones hacia el absolutismo, integrándose en las filas del segundo batallón de voluntarios de Navarra y participando en los llamados Cien Mil Hijos de San Luis para derrocar el régimen establecido por el Trienio Liberal en España. Todo hacía prever que la vuelta del absolutista Fernando VII le catapultaría en el ascenso por la carrera militar. Y así fue. En 1829 se convirtió en coronel, a las vísperas del acontecimiento histórico que haría grabar su nombre en el libro de las grandes hazañas de la historia militar de España. Hablamos de la Primera  Guerra Carlista, que enfrentó  al bando liberal-isabelino y tradicional-carlista por la sucesión al trono español. Esta guerra, en realidad, no consistía únicamente en el tema sucesorio, sino que traslucía una lucha por dos cosmovisiones opuestas de la política, la sociedad, la religión y en definitiva, se concebía como una lucha entre dos modos de entender la vida.

Pero volvamos con nuestro personaje.  El militar guipuzcoano, tras el fallecimiento del monarca Fernando VII y su adhesión , en los albores del problema sucesorio, a la causa de Carlos María Isidro, le llevó a ser enviado a Pamplona, feudo de la causa tradicionalista.

En ese momento se pone en marcha el liderazgo de Tomás de Zumalacárregui, con el empleo de la estrategia de la guerra de guerrillas iniciada contra los franceses años atrás y el apoyo de gran parte de la población navarra, le llevó a tomar una ventaja momentánea contra el ejército liberal. Plazas como Maeztu, Alsasua y Elizondo quedaron en la memoria del bando carlista, como parte de las victorias que le llevaron a controlar prácticamente el territorio de las vascongadas.

Es en este momento cuando la figura de Zumalacárregui adquiere una importancia vital entre las tropas carlistas al convertir un pequeño grupo  de unos cuantos miles de soldados realistas, desorganizados y desmotivados, en un ejército disciplinado, dotado de una estrategia militar capaz de enfrentarse con el ejército liberal de la pretendiente Isabel. En concreto, supo distribuir un papel estratégico en el campo de batalla a las escuadras de infantería con las de caballería reforzadas, a su vez, con las de artillería. De esta manera, el militar tradicionalista pudo derrocar a prestigiosos generales liberales como Espartero, Quesada, Valdés o Espoz y Mina. Notables batallas se sucedieron en 1834 y hubo victorias y derrotas en ambos bandos como Mendaza, con victoria liberal y Arquijas con victoria carlista.

El camino se abría hacia el interior y  las tropas tradicionalistas se posicionaban para conquistar el feudo liberal por excelencia, Madrid. En ese camino se encontraba Bilbao, con su homólogo Espartero, líder del bando isabelino. Zumalacárregui pensaba que la mejor estrategia consistía en atacar directamente Madrid, pero el pretendiente Carlos María Isidro no lo veía tan claro. Quizá la villa de Bilbao era deseada por el prestigio que suponía su conquista, los recursos proporcionados y el control de su puerto. En cualquier caso, Zumalacárregui tuvo que plegarse al mandato de Carlos. Los acontecimientos futuros determinarán, como veremos, el devenir del tradicionalismo en esta contienda.

El 10 de junio de 1835 se iniciaba pues el asedio de Bilbao. En las inmediaciones de la iglesia de Begoña el líder tradicionalista encontró la muerte de la forma más inesperada y absurda.  El Tío Tomás salió al balcón de su casa donde dirigía la campaña y posibilitaba el control  del terreno colindante. El disparo de un soldado isabelino, situado en los alrededores de la edificación, proyectó una bala que rebotó en la pierna del general carlista. Inicialmente la herida no era mortal pero Zumalacárregui insiste tercamente en desplazarse a un curandero local, donde le extraerán la bala. A la mañana siguiente, sin embargo, fallecía el adalid del tradicionalismo de la Primera Guerra Carlista. La muerte del general carlista quedó envuelta en un profundo misterio, del cual se decía que incluso pudo ser envenenado.

En la primera novela de sus Episodios Nacionales, Benito Pérez Galdos describió a nuestro general tradicionalista como un hombre con carácter, en ocasiones ciertamente intransigente, pero dotado tanto de una honradez en sus acciones como de un talento militar en el campo de batalla, como pocos militares se han conocido en España. Su papel en la historia de nuestro país estuvo libre de cualquier ambición política, hecho realmente inusual entre las filas castrenses. Tras la pérdida del general carlista, el desenlace de la guerra se resolvió a favor de los liberales iniciándose ya, sin retroceso, la instalación de liberalismo en la España decimonónica.

Todavía hoy, las generaciones más veteranas recuerdan las melodías  de un vetusto himno que cantaron por última vez los soldados requetés en una contienda, esta, vez en la Guerra Civil Española. Una misma melodía y letra, un mismo ideal, que cantaron un siglo atrás los primeros soldados tradicionalistas, liderados por una de las figuras militares más emblemáticas de la historia de nuestra patria.

Por Dios, por la Patria y el Rey

Lucharon nuestros padres

Por Dios, por la Patria y el Rey

Lucharemos nosotros también

Lucharemos todos juntos, todos juntos en unión

Defendiendo la Bandera de la Santa Tradición

Lucharemos todos juntos, todos juntos en unión

Defendiendo la Bandera de la Santa Tradición

Cueste lo que cueste se ha de conseguir

Que los boinas rojas entren en Madrid

Por Dios, por la Patria y el Rey

Lucharon nuestros padres

Por Dios, por la Patria y el Rey

Lucharemos nosotros también

Alejandro Montes

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1 thought on “Tomás de Zumalacárregui”

  1. Alejandro, como historiador viejo te propongo que no seas agresivo con el lector que te elige: es muy violento que a quienes elegimos leer estos interesantes trozos de nuestra historia nos maltraten. Antes de mandar un artículo a publicar, releelo y ponte en el lugar del lector. Es un buen ejercicio. Suerte!!

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