El socorro de La Mámora
La Mámora es el nombre que se le dio en España durante el siglo XVII a la actual ciudad marroquí de Mehdía que se encuentra situada en el norte de Marruecos, en la desembocadura del río Sebú. Antonio de Oquendo y Zandategui, con el cargo de almirante general de la Armada del Océano, al recibir la petición de auxilio con motivo del sitio de La Mámora por fuerzas enemigas en 1628, socorrió la plaza desde Cádiz, fletando buques y alistando gente, aún sin tener autorización de sus superiores, por considerarlo necesario para mejor servicio del rey y tratarse de un urgente auxilio. Tan complacido quedó el rey don Felipe de su servicio, que escribió de su puño y letra: «quedó tan agradecido a este servicio que me habéis hecho, como él lo merece y os lo dirá esta demostración».
Muchos fueron los combates en los que participó Antonio de Oquendo y Zandategui, pero sus dos hechos principales fueron la batalla de los Abrojos en 1631, y la de las Dunas, en 1639.
La campaña de Brasil
Formando Oquendo parte del Consejo de Guerra, se reunió en Lisboa una escuadra de 16 naos bajo su propio mando para socorrer las costas del Brasil contra los ataques de los neerlandeses, especialmente las plazas de Pernambuco y de Todos los Santos. Salió de Lisboa el 5 de mayo de 1631 convoyando una flota de buques mercantes portugueses y de 12 carabelas, que llevaban 3000 hombres de transporte para reforzar las guarniciones de las plazas brasileñas.
El 12 de septiembre avistaron la flota neerlandesa, bajo el mando del almirante Adriaan Hans Pater, que venía de saquear la isla de Santa María. El almirante neerlandés tuvo el gallardo pero presuntuoso gesto de ordenar que solo atacasen a los españoles 16 de sus buques; el mismo número que los que sumaban los de Oquendo, hay que tener en cuenta, sin embargo, hay que tener en cuenta, que la capitana y la almiranta neerlandesas eran buques de 900 y 1000 toneladas, con cincuenta cañones de calibre entre 48 y 12, y, en cambio, los españoles no pasaban de las 300 toneladas e iban armados con cañones de a 22 a 8.
Antes de trabarse el combate pasó cerca de la capitana de Oquendo la carabela en que iba el conde de Bayolo, jefe de la infantería, y al estar a la voz propuso a Oquendo reforzar los buques con sus soldados. Oquendo con tono humorístico, señalando las velas enemigas le dijo: «¡Son poca ropa!» Después negó el paso de los soldados, razonando que la orden era llevarlos a Pernambuco para refuerzo y que no quería, «por si ocurría cualquier accidente que impidiera volverlos a las carabelas».
A las 8 de la mañana del 12 de septiembre de 1631 se entabló un duro combate a 18.º de latitud sur y a unas 240 millas de los Abrojos, cuando la escuadra neerlandesa avanzó a todo trapo, desplegada en arco. Entonces, Oquendo consiguió aferrarse con hábil maniobra a la capitana enemiga por barlovento, de tal modo que los fuegos y humos fuesen hacia el neerlandés. Hans Pater trató de desasirse, mas no pudo, pues el capitán Juan Castillo saltó al buque neerlandés y aparte de los garfios, lo aseguró con un calabrote que amarró a su palo. Pronto le quitaron la vida, y lo mismo a sus soldados, pero el fuego que se hizo desde las cofas del Santiago impidió a los neerlandeses desamarrarlo. Otro galeón neerlandés se colocó pronto por la banda libre del Santiago, pero también acudieron los españoles en auxilio de su general.
El combate aún estaba indeciso a las 16:00. Al fin, un taco encendido disparado por un cañón del Santiago prendió fuego a la capitana neerlandesa. La almiranta de su segundo, el aventurero raguseo Jerónimo Masibradi, acudió y dio remolque al Santiago, apartándole de la explosión del buque neerlandés. Hans Pater encontró la muerte en el agua, a donde se había arrojado con gran número de los suyos.
Oquendo se apoderó del estandarte de los Países Bajos y puso en fuga al enemigo, quemando a este tres mayores galeones y haciéndole 1900 muertos; los españoles perdieron, por su parte, dos galeones, hundido uno de ellos, el San Antonio, la almiranta, y 585 muertos y 201 heridos. Oquendo llevó las tropas de refuerzo a Pernambuco y regresó a la Península. El 21 de noviembre entró en Lisboa, siendo objeto de entusiastas manifestaciones. Guipúzcoa le envió un caluroso mensaje de felicitación. Después de esta campaña fue nombrado capitán general de la guarda de la carrera de Indias, y en calidad de tal efectuó otro viaje a América, hacia la que partió el 23 de abril de 1634, sufriendo un duro temporal a su regreso.
En 1636, Oquendo estuvo de nuevo arrestado por batirse en duelo en Madrid, provocado por un caballero italiano al que sin herir gravemente dio una fuerte lección. En 1637 recibió la orden de salir con sus buques para incorporarse a la escuadra de Nápoles. Hizo presente en qué malas condiciones de combatir se hallaban, sin gente y sin pólvora, considerando que esta salida solo suponía ofrecer a los enemigos una fácil victoria. Por ello le llegó la orden de invernar en Mahón, donde fue nombrado gobernador de Menorca. Efectuó grandes mejoras en las fortificaciones de la isla, trayendo artillería de Nápoles.
La batalla de las Dunas (1639)
La batalla naval de las Dunas fue una batalla entre las armadas española y holandesa que tuvo lugar el 21 de octubre de 1639 en la rada de las Dunas — o de los Bajíos —, cerca de la costa del condado de Kent, en Inglaterra, en el transcurso de la guerra de los Ochenta Años. En agosto de 1639 se terminó de formar en Cádiz parte de la escuadra que había de acudir a operar contra Francia y los Países Bajos: 23 buques con 1.679 hombres de mar. El 20 de julio, el secretario del rey, Pedro Coloma, firmaba una carta en que se notificaba a Oquendo que se le hacía merced del título de vizconde. Tocó la armada en La Coruña y allí se le unió la escuadra de Dunquerque, que era la mejor dotada y adiestrada, saliendo de este puerto el 5 de septiembre para reforzar las tropas de los Países Bajos.
Los neerlandeses, según instrucciones del príncipe de Orange, habían dividido sus fuerzas en dos escuadras: una de 50 galeones y 10 brulotes, mandada personalmente por Maarten Harpertszoon Tromp, general en jefe, y otra de 40 buques y 10 brulotes, a las órdenes del almirante Johan Evertsen.
Cerca del paso de Calais se encuentran las escuadras española y neerlandesa, entablando un combate que dura tres días (16, 17 y 18 de septiembre), al cabo de los cuales la escuadra española se refugia en la rada de Las Dunas (The Downs, en la costa inglesa) para reparar. Al cabo de un mes sale a la mar y entabla combate en inferioridad de condiciones con los neerlandeses que le bloqueaban la salida. El resultado es la derrota de la flota española, que perdió 43 buques. A pesar de ello, se consiguió llevar los refuerzos y el dinero al ejército de Flandes.
En esta batalla de las Dunas, la real de Oquendo se defendió tan bravamente que pudo alcanzar Mardique, siempre reciamente acosado. Cuando se reprochó al almirante neerlandés el no haberla apresado, respondió «La capitana Real de España con don Antonio de Oquendo dentro, es invencible». Echó ésta a pique a varios buques enemigos, y cuando entró en puerto pudieron contarse en ella 1700 balazos de cañón, de diferentes calibres, por lo que durante muchos días hubo que estar dando a las bombas de achique y tapando boquetes, pero al fin fue salvado el galeón Santiago. La salud de Oquendo quedó profundamente quebrantada; llevaba más de cuarenta días sin desnudarse y la alta fiebre le devoraba. No pudo recuperarse por completo. Dijo «Ya no me falta más que morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte».
Regreso a España en marzo de 1640, al estar cerca de Pasajes, donde tenía su casa, al verle tan enfermo, le aconsejaron que entrase en el puerto y que se pusiese en cura. Contestó: «La orden que tengo es de volver a La Coruña; nunca podré mirar mejor por mí que cuando acredite mi obediencia con la muerte». En La Coruña quedó postrado en el lecho, y la enfermedad se fue agravando más y más.
Falleció el 7 de junio de 1640, cuando rompía el fuego la artillería de los buques en salvas por la salida del Santísimo en la procesión del Corpus Christi. Oquendo, al oír el tronar del cañón, saltó de la cama, gritando a grandes voces: «¡Enemigos! ¡Dejadme ir a la capitana, para defender la armada!».
El crucero de primera clase Almirante Oquendo fue bautizado en honor de Antonio de Oquendo, botado en 1891, siendo hundido en la Batalla naval de Santiago de Cuba en 1898 por la armada de los Estados Unidos.
Honor y gloria a los Oquendo.
Jaime Mascaró