Durante siglos, El Libro de las Maravillas ― publicado en 1298 ― del veneciano Marco Polo, fue la única visión que se tuvo en Europa, si bien muy distorsionada, de Catay. Aparte de las numerosas inexactitudes y exageraciones, el comerciante veneciano no prestó interés por las costumbres del pueblo chino, impresionado tan sólo por la magnificencia de la Corte de Kublai Khan, cuya dinastía gobernaba entonces. Para empezar, ni siquiera se identificaba a Catay con China, aspecto que descubrirían una serie de brillantes religiosos españoles, ya en el siglo XVI.
Durante siglos, El Libro de las Maravillas ― publicado en 1298 ― del veneciano Marco Polo, fue la única visión que se tuvo en Europa, si bien muy distorsionada, de Catay. Aparte de las numerosas inexactitudes y exageraciones, el comerciante veneciano no prestó interés por las costumbres del pueblo chino, impresionado tan sólo por la magnificencia de la Corte de Kublai Khan, cuya dinastía gobernaba entonces. Para empezar, ni siquiera se identificaba a Catay con China, aspecto que descubrirían una serie de brillantes religiosos españoles, ya en el siglo XVI.
Es cierto que el mérito de arribar a las costas chinas corresponde a los portugueses, pero éstos apenas sí se interesaron por conocer la cultura china, delegando esta tarea en los españoles y, más en concreto, en religiosos, que se esforzaron no sólo por imbuirse de dicha cultura, sino de saber transmitirla para futuras generaciones. Martín de Rada, Juan González de Mendoza, Juan Cobo, Diego de Pantoja o Francisco Varo son algunos de esos nombres que nos han legado obras de gran valor.
Los dos primeros eran agustinos. En 1585, Juan González de Mendoza ― casi tres siglos después de la publicación por Marco Polo de su Libro de las Maravillas ― publicó su Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de China, la primera aproximación realmente rigurosa a aquel país. Por su parte, Martín de Rada, apenas unos años antes, fue el primer europeo en identificar a la Catay citada por Marco Polo, con la China que ya conocían los europeos.
Los religiosos trasladaban a China, la encendida defensa que ya habían acometido desde un primer momento, en el Nuevo Mundo, de las poblaciones nativas, frente a los abusos de los encomenderos o la desidia de las autoridades.
Martín de Rada, agustino navarro nacido en 1533, participó en la expedición del también agustino Urdaneta, que descubrió el tornaviaje, es decir, las corrientes que permitían a los barcos regresar desde Filipinas a América. Además, encabezó la primera embajada española en China, en la provincia de Fujián, en 1575. Coleccionó 70 libros sobre diferentes materias chinas, que tenía intención de traducir, aunque se lo impidió su muerte. Fue crítico con la astronomía china, que defendía que la Tierra era plana y cubierta por una bóveda. Su formación en las universidades de París y Salamanca le acreditaban como un reputado astrólogo, matemático y geólogo, como se aprecia en los numerosos escritos que nos dejó sobre China.
Juan González de Mendoza, nacido en 1545, profesó como agustino muy joven en Méjico. Aunque no llegó a viajar a China, sí recogió numerosos y muy fiables testimonios de aquel país, llegados directamente del otro lado del Océano. Conviene recordar que Méjico era entonces el otro extremo del comercio chino―novo hispano, y que en Acapulco había ya en aquella época una importante colonia china.
En 1585, por encargo del Papa, escribe su Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reyno de la China, que ofreció una imagen muy real de la China de entonces y consiguió una amplia difusión e influencia, siendo traducida a los idiomas europeos más importantes. Destaca el sistema judicial chino y reconoce a China como un país igual a sus contemporáneos europeos.
El dominico Juan Cobo llegó en 1588 a Manila, aprendiendo pronto el chino. Fue el autor de la primera traducción de un texto chino a un idioma europeo, en este caso el español. Se trata del ‘Beng Sim Po Cam’, traducido a nuestra lengua como el ‘Espejo rico del claro corazón’. Es un prontuario de máximas confucianas y taoístas, escrito por Fan Liben y publicado en China por primera vez en 1393.
También hizo una traducción del español al chino, que llevó el título de Shilu. Fue la segunda traducción de un idioma europeo al chino, después de uno de Ruggeri, pero es el primero que aborda cuestiones filosóficas y científicas (por ejemplo, defendiendo la esfericidad de la Tierra, frente al criterio de los científicos chinos) y, sobre todo, que propone por primera vez el cristianismo al pueblo chino de forma racional.
La figura del jesuita madrileño Diego de Pantoja ha quedado un poco ensombrecida por su hermano de Orden el italiano Mateo Ricci, pudiendo acceder ambos a la Ciudad Prohibida y a la Corte. Nuestro paisano residió allí hasta su expulsión, en 1617, a Macao, donde fallecería al año siguiente.
Su carta relación al Provincial de Toledo, Luis de Guzmán, traducida a varios idiomas, resultó fundamental para conocer el país asiático. Asimismo, realizó importantes aportaciones en los campos de la geometría, astronomía y cartografía chinas, y traducciones y escritos doctrinales en chino, que contribuyeron decisivamente al intercambio entre dos culturas.
Tuvo el acierto de adoptar los hábitos en vestimenta y costumbres, para mejor acceder a los chinos, en un proceso de culturación que ya se había emprendido en el Nuevo Mundo.
Su contribución intelectual más decisiva fue ‘Las Siete Victorias’, escrito en chino y publicado en Pekín en 1614. Con esta obra. Pantoja introducía la doctrina sobre las virtudes teologales en los debates sobre pensamiento moral entre los letrados confucianos, gozando de gran aceptación.
Finalmente, el dominico Francisco Varo escribió la primera gramática de chino en español, El Arte de la lengua mandarina, siguiendo el modelo de la primera gramática de una lengua moderna ― el español ― del gramático Antonio de Nebrija, que se publicó póstumamente en 1703.
Lo escribió, en parte, durante su encarcelamiento en una iglesia en Cantón (sur de China), junto con el resto de los misioneros católicos en China, en el marco de una de las persecuciones en la década de los años 1660, aunque lo completó poco antes de morir.
Jesús Caraballo