Leonardo Torres Quevedo nació el 28 de diciembre de 1852 en Santa Cruz de Iguña, en Molledo, un pueblo de Cantabria. Su infancia la pasó entre Bilbao y Cantabria. Con escasos 15 años se trasladó a París durante dos años para completar sus estudios de bachillerato. Tras volver en 1870, comenzó sus estudios de ingeniero de caminos en Madrid hasta acabarlos seis años más tarde. Fue entonces cuando dedicó tiempo a viajar por Europa para ver los avances científicos y técnicos que se estaban dando en el continente. Tras haberse bien empapado y tener una visión global de la situación regresó a España y se instaló primero en Santander y luego en Madrid.
Leonardo, por esa época empezó sus trabajos de investigación en varios ámbitos. Su infatigable labor llamó la atención de algunos intelectuales de la época y sus trabajos empezaron a ser tenidos en cuenta en instituciones prestigiosas como la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid y la Academia de Ciencias de París. Posteriormente comenzó a tener puestos de responsabilidad en instituciones como el Ateneo de Madrid, donde en el departamento de Automática dedicó tiempo a investigar.
Sus últimos 30 años de vida fueron los más prolíficos y donde empezó a recoger el éxito de su esfuerzo. Su prestigio fue el suficiente para que le propusiesen ser el ministro de fomento en 1918, cargo que rechazó. Ingresó en la Real Academia Española, en la Sociedad Matemática Española, en las Academias de Ciencia de París y Madrid y fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Sorbona de París.
Fue un decidido partidario del idioma internacional esperanto, que apoyó, entre otros lugares, en el Comité de Cooperación Cultural de la Sociedad de Naciones. Murió en su casa de la calle de Válgame Dios,16 en Madrid, en el inicio de la Guerra Civil el 18 de diciembre de 1936, cuando le faltaban 10 días para cumplir 84 años.
Moría un grande pero hay algo en lo que Leonardo dejó una huella que perdura hoy en día sin que se haya producido accidente alguno. Una de las atracciones de las cataratas del Niágara consiste en cruzarlo montado en un transbordador funicular conocido como Spanish Aerocar, que sortea una distancia de casi 600 metros a lo largo de las cataratas.
Algo tan cotidiano como un mando a distancia hoy en día, en la época fue concebido como algo asombroso, y lo fue por Leonardo, siendo conocido como telekino, que al ser presentado en 1903 dejó boquiabiertos a los presentes. Estamos ante el primer aparato de radiodirección del mundo, o, dicho de otro modo, el nacimiento del mando a distancia. En el terreno práctico, Torres Quevedo construyó toda una serie de máquinas analógicas de cálculo, todas ellas de tipo mecánico.
Una de ellas es El Ajedrecista, un autómata para jugar al ajedrez contra la propia máquina, algo impensable en la época, presentado en la Feria de París de 1914 y considerado el primer videojuego de la historia. Sus elevados conocimientos matemáticos y sobre máquinas le permitieron idear este curioso cacharro.
Pone a punto una máquina para resolver ecuaciones algebraicas: resolución de una ecuación de ocho términos, obteniendo sus raíces, incluso las complejas, con una precisión de milésimas. Por su repercusión, destaca la memoria presentada en 1901 en la Academia de Ciencias de París con los diseños de la máquina para resolver ecuaciones de hasta grado ocho, cuya construcción efectiva completaría en 1914.
Un componente de dicha máquina era el denominado «husillo sin fin», de gran complejidad mecánica, que permitía expresar mecánicamente la relación y=log(10^{x}+1), con el objetivo de obtener el logaritmo de una suma como suma de logaritmos. Como se trataba de una máquina analógica, la variable puede recorrer cualquier valor.
El nacimiento de la aviación marcó un hito en la historia del ser humano. Aquí Leonardo no fue pionero, pero si desarrolló patentes muy interesantes en el mundo de los dirigibles. A principios del siglo XX, consiguió solucionar el problema que existía en estas naves “flotantes” con la barquilla donde se alojaban las personas.
Hizo su primera demostración en 1907. Presentó varios proyectos, siendo el más ambicioso uno que hubiese permitido el cruce del Atlántico. Pero la falta de financiación le lastró. Por eso buscó apoyo en la empresa francesa Astra, logrando una fructuosa colaboración, siendo que sus diseños fueron copiados en el mundo entero y la navegación con dirigible ganó gran importancia.
Entre otros diseños muy curiosos podemos destacar un puntero proyectable como apoyo para el profesorado a la hora de explicar, el puntero tan común cuando nos dan una charla en power point (sólo que no era láser). En 1930 ideó este elegante diseño que cayó en un olvido. Patentó diversas máquinas de resolución de ecuaciones y una especie de calculadora muy curiosa: el aritmómetro, una especie de máquina de escribir a la que se le introducían unos comandos y tras un procesamiento se obtenía una respuesta. Algunos han querido ver en este invento una concepción primitiva de nuestros actuales ordenadores.
Jaime Mascaró Munar