Es bien conocido que el Islam, que significa sumisión, ha buscado desde su misma fundación por el profeta Mahoma, la imposición de su fe en todo el mundo por la fuerza de las armas, a través de la Yihad, es decir, la guerra santa frente a todos los infieles, y la esclavización de los prisioneros. En todos los territorios dominados, los musulmanes establecían su ley, la Sharía (fiqh). De este modo, impusieron su religión en todos los territorios conquistados, erradicando a las comunidades de cristianos y judíos que iban encontrando a su paso: primero en la Península Arábiga, Oriente Medio, todo el norte de África, imperio bizantino al que fueron poco a poco arrinconando, hasta la toma final de Constantinopla en 1.452, el imperio persa, India, China… y Europa.
Los harenes estaban repletos de mujeres de raza caucasiana, muy apreciadas; los niños eran arrebatados a sus padres, que pasaban a engrosar los cuerpos de jenízaros, y mano de obra esclava. De hecho, los grandes esclavistas en todos los tiempos fueron los propios reinos e imperios africanos (Dahomey, Benín…), que capturaban a sus propios hermanos de raza, para vendérselos a los segundos mayores esclavistas, los musulmanes. Conviene recordar que hasta hace bien poco, la esclavitud aún era legal en esos países e, incluso en alguno, aunque de forma solapada, no legal, aún se mantiene, por ejemplo, en Mauritania.
De hecho, Turquía solamente abolió el comercio de mujeres negras (zanj) y blancas (circasianas) en 1.908; Kuwait, en 1.949; Qatar, en 1.952; Níger, en 1.960, y Arabia Saudita, en 1.962. Las potencias europeas, tras asentarse en el siglo XIX en el norte de África, abolieron la esclavitud practicada por los propios negros y por los árabes.
Los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica eran bien conscientes de esa realidad. Muchos gobernantes omeyas de la España islámica eran hijos de esclavas sexuales, con ojos azules y rubios o pelirrojos, y al fundador de la dinastía árabe nazarí de Granada le llamaban al-Hamar, es decir, «el pelirrojo», debido a su pelo y barba rojiza. El geógrafo musulmán del siglo X Ibn Hawqal escribe que una de las mayores exportaciones de la España islámica eran los esclavos y que «la mayor parte de los eunucos blancos del mundo procedía de España». Frente al mito del idílico paraíso andalusí, ejemplo de tolerancia y convivencia entre diferentes credos, lo cierto es que abundaban las mujeres esclavas rubias y pelirrojas, las más apreciadas y caras.
España fue el único país que consiguió erradicar el dominio musulmán, tras ocho siglos de lucha, en el curso de los cuales, sufrió, como ninguna otra nación, esa lacra. Tras la invasión del reino visigodo de Toledo en 711, a manos de Tariq, y hasta la toma de Granada, en 1.492, miles de cristianos fueron sometidos a esclavitud tras las periódicas razzias que cada temporada estival emprendían los árabes contra los reinos cristianos del Norte.
Y aun después de la caída del reino nazarí, fueron frecuentes las incursiones piratas berberiscas, desde el norte de África, que asolaban las costas españolas y del resto del Mediterráneo, despoblándolas (al contrario, el norte de África musulmán no se vio en ningún momento despoblado, aparte de que en los Evangelios, en ningún caso se habla de sometimiento de los infieles, al contrario que en los textos religiosos islámicos). Se calcula que más de un millón de europeos fueron esclavizados durante siglos, hasta que en el XIX, las potencias europeas se asentaron en el Norte de África.
España fue adalid en la lucha por preservar la identidad cristiana de Europa frente a la amenaza musulmana, no solo en la Península Ibérica, durante los ocho siglos que duró la Reconquista, sino también en la Península Itálica (en los territorios del sur, pertenecientes primero a la Corona de Aragón y después España una vez alcanzada la reunificación; uno de los casos más significativos fue el de los 800 mártires de Otranto, asesinados por no renunciar a su fe); Lepanto frente al poder del Imperio otomano, y luego, en el primer sitio de Viena, en pleno corazón del continente, frenando a las tropas del sultán que llevaban tiempo enseñoreándose de todos los Balcanes.
Tal fue el drama de los esclavos cristianos, que la Iglesia Católica creó órdenes religiosas dedicadas expresamente a su rescate. Como en tantas cosas, España fue en esta tarea también pionera. Así es, tras la fundación de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos, destinada a tal fin, en 1.198, a cargo de San Juan de Mata y San Félix de Valois – la Regla de los Trinitarios, que se distinguían por su hábito blanco con una cruz blanca y roja al pecho, fue aprobada por el Papa Inocencio – , le siguió la Orden Mercedaria.
La nueva Orden de los mercedarios, creada en 1.218, por San Pedro Nolasco, sumaba a los tres votos tradicionales de pobreza, castidad y obediencia, un cuarto por el cual los frailes se comprometían a sustituir a cualquier cautivo, si la suma de dinero recaudada por donativos de los fieles, no alcanzaba a cubrir la imposición de los esclavistas para conseguir la libertad del esclavo.
Estos frailes se desplazaban en burro, en vez de a caballo, no ya por humildad, sino porque los cristianos tenían prohibido desplazarse a caballo, aparte de portar armas, entre otras limitaciones, entre las cuales y no la menor, era el oneroso impuesto conocido como la yizia, que debían pagar quienes no se avenían a convertirse a la fe del profeta Mahoma, los dhimmíes, es decir, los infieles
. El cautivo de Argel
Uno de los más renombrados fue el autor de El Quijote, Miguel de Cervantes, quien tras batirse con bravura en el golfo de Lepanto, frente a las costas griegas – en sus palabras “la más alta ocasión que vieron los siglos”-, y a su regreso a España desde Nápoles, donde convaleció de sus heridas, en la galera el Sol, fue apresado por piratas berberiscos, junto con su hermano Rodrigo. Fueron conducidos a Argel, donde nuestro excelso escritor habría de pasar cinco años de cautiverio, intentando escapar hasta en cuatro ocasiones, todas ellas infructuosas. Durante ese tiempo, ejerció un claro liderazgo entre los esclavos cristianos, de lo que queda constancia en su obra “La Topografía e historia general de Argel”. Por fin, en 1.580, el trinitario fray Juan Gil consiguió redimirlo, previo pago de 500 ducados de oro, cifra nada despreciables para la época.
La esclavitud está tan arraigada en el Islam que baste como muestra la respuesta que el embajador de Túnez le envía al legado estadounidense, cuando la nueva república americana intentó acabar con los ataques musulmanes del norte de África a barcos useños y europeos, en las Guerras Berberiscas (1.801 – 1.805): “nos respondió que sus pretensiones están basadas en las leyes de su profeta, escritas en el Corán, que todas las naciones que no reconocían su autoridad eran pecadoras, que era su derecho y su deber hacer la guerra a todos los infieles allí donde los encontraran y esclavizar a todos los prisioneros, y que cada musulmán que muriera en batalla iría al paraíso».
El Islam, merced a su Yihad o guerra santa, recogida expresamente en su libro sagrado, el Corán, se ha expandido siempre por la fuerza de la espada, tratando de imponer su fe, sometiendo a esclavitud a millones de seres humanos y perpetrando incluso genocidios, como los que sufrieron griegos y armenios en el siglo XX, a manos del padre de la patria Turca, heredera el Imperio Otomano, Kemal Atatürk, y que aún hoy niegan las actuales autoridades turcas.
Jesús Caraballo
Gracias Señor Caraballo; lo he dado a conocer, está muy bien.