Es sabido que nuestro Rey Felipe II fue rey consorte, durante breve espacio de tiempo, de Inglaterra, pero por la misma razón, su esposa María Tudor lo fue de España y de los virreinatos en América – ya entonces los de Nueva España, Nueva Granada y Perú- durante el mismo tiempo, dos años y diez meses.
María I Tudor era hija de Enrique VIII y de su esposa legítima, Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos. Enrique la repudió al no poder darle hijos varones que le sucedieran, y al no concederle el Papa la anulación del matrimonio, para poderse casar con su amante Ana Bolena ― doncella de la reina ― , y poder engendrar el tan ansiado sucesor, se separó de la Iglesia Católica, creando la suya propia, de la que era cabeza, dando así origen al cisma anglicano.
María, quien, como su madre, sufrió el desprecio de Enrique VIII, logró ser coronada en 1.553, tras el reinado de su hermanastro Eduardo VI, hijo de Jane Seymour, tercera esposa del rey cismático, pero unión ilegítima, al igual que el resto a ojos de la Iglesia Católica. Eduardo murió a la temprana edad de quince años, tras reinar durante seis.
Tras su deceso, María hubo de combatir a su sobrina Jane Grey, la conocida como “Reina de los Nueve Días” ― el tiempo que duró su brevísimo reinado ―, antes de ser derrotada y mandada ajusticiar por su tía, quien ya sin oposición pudo hacerse con el trono que legítimamente le correspondía.
El reinado de María Tudor duró cinco años y cuatro meses. El 25 de julio de 1554, a sus 38 años (edad ciertamente avanzada para la época y más para una reina), contrae matrimonio con su sobrino segundo, Felipe de Habsburgo, de 27, de quien llegó a enamorarse perdidamente. Hijo del Rey Carlos I de España y Emperador V del Sacro Imperio Romano Germánico, Felipe era entonces Rey de Nápoles y Duque de Milán. Tras la abdicación de su padre, el 16 de enero de 1556, pasa a convertirse automáticamente en Rey de España y del resto de territorios de la Monarquía Hispánica y, por tanto, su esposa en Reina consorte, siéndolo hasta el 17 de noviembre de 1558, fecha de su óbito, si bien nunca puso un pie en tierra española.
Sin embargo, como digna heredera de su madre Catalina de Aragón, que le proporcionó pese a las estrecheces de su cautiverio, una exquisita educación, y de sus abuelos los Reyes Católicos, dominaba el español, con el que se entendía con su esposo, a quien veneraba, pese a las prolongadas ausencias a las que le impelían las múltiples obligaciones del Rey Prudente.
Durante su matrimonio, no consiguió engendrar con Felipe, pese a que en dos ocasiones creyó estar embarazada (seguramente se trataba de embarazos psicológicos). ¿Cuál hubiera sido el devenir histórico de haber logrado un heredero para los reinos de España e Inglaterra, evitando el tradicional enfrentamiento futuro de ambos países?
Durante su reinado, María Tudor logró el retorno de la Pérfida Albión a la obediencia de Roma, a veces con métodos expeditivos, no muy distintos a los que emplearon los herejes anglicanos contra los llamados despectivamente papistas, desde su padre Enrique VIII, pasando por su hermanastro Eduardo VI, hasta su sucesora, su hermanastra, hija de Ana Bolena, Isabel I, conocida popularmente como la Reina Virgen.
Y, sin embargo, la Leyenda Negra, una vez más alentada por protestantes y otros enemigos de España, le atribuyó el apodo de María “la Sangrienta” (“Bloody Mary” en inglés). Sin embargo, ese apelativo fue mucho más tardío, y en ningún caso se lo dieron sus súbditos, ni ningún historiador. Sería el famoso escritor Charles Dickens, quien en 1.851, en su obra “Una historia de Inglaterra para niños”, le atribuyó tal calificativo. ¿Cuál fue el motivo? Está claro, fue entre la dinastía de los Tudor la única que se mantuvo fiel al catolicismo, a excepción de su abuelo Enrique VII, quien, sin embargo, reinó antes del cisma anglicano.
Jesús Caraballo