Los judíos en Cuba, desde el inicio del Descubrimiento

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Hay constancia de presencia judía en Hispania desde bien antiguo. A lo largo de los siglos proliferaron las comunidades, en sus barrios conocidos como aljamas, a menudo erigidas al amparo de catedrales e iglesias, que les brindaban protección ante brotes puntuales antisemitas. Durante todo ese tiempo, se desarrolló una convivencia, a veces difícil, entre cristianos y judíos, pero siendo los episodios de violencia contra los últimos muy raros, al contrario que en otros territorios europeos, singularmente en Centro Europa, donde los pogromos eran frecuentes.

Decreto de expulsión de los judios por los RR.CC.


Y, sin embargo, llegó en 1492 el polémico Decreto de expulsión de los judíos, dictado por los Reyes Católicos, impelidos por el Papado. Un decreto que contrariaba los deseos de Isabel y Fernando, que contaban en la Corte con numerosos consejeros de esa procedencia. De hecho, el mismo médico personal de la Reina era judío.
En realidad, España fue el penúltimo país en expulsar a los judíos — el último sería Portugal —, cuando décadas antes ya habían sido expulsados de otros países, como Francia o Inglaterra, y en condiciones mucho más ominosas. Lo cierto es que los Reyes Católicos ofrecieron la oportunidad de convertirse, y a quienes prefirieron preservar su fe y marchar a un doloroso exilio, se les dio hasta tres meses para arreglar sus asuntos, vender sus propiedades, prohibiendo que se cometieran abusos contra ellos, y proporcionándoles escolta hasta los puertos de embarque, condiciones que no se les facilitó desde ninguno de los países que hubieron de abandonar con anterioridad. Sin duda hubo abusos y es innegable el dolor que debió causar el abandonar la que había sido su patria, Sefarad, durante generaciones. En cualquier caso, hubo numerosas conversiones, sinceras o motivadas para no tener que abandonar sus hogares, y ahí vendría el problema de los falsos conversos, poniéndose de actualidad términos como “judaizantes”, “cristianos viejos” y “cristianos nuevos”. No existe consenso sobre cuántos se convirtieron al cristianismo, pero se presume que debieron ser bastantes.


Estamos hablando de un año clave en la Historia de España, donde a la expulsión de una comunidad muy activa y emprendedora, se suma el fin de la Reconquista, con la toma de Granada, tras ocho siglos de sometimiento al Islam, y el Descubrimiento de América.
Y respecto a este último, ¿qué papel podía desempeñar una comunidad que había sido “borrada” de la historia de su patria, y más singularmente en los primeros territorios descubiertos?.
Para los judíos el Nuevo Mundo representó una oportunidad de prosperar o, sencillamente, de sobrevivir preservando su fe. De hecho, ya desde el primer viaje del Almirante Cristóbal Colón se tiene constancia de la presencia de judíos, especialmente procedentes de Portugal, el último refugio que les quedaba en Europa. Desde bien pronto se formó un puente entre Portugal, las Islas Canarias y las islas del Caribe.


Carlos I de España


El problema es que se detectó dicha presencia, siendo denunciada por los obispos de Puerto Rico (en 1506 señalaba que los barcos portugueses traían muchos judíos) y el de Cuba ― en 1510 ―, por lo que el Rey Carlos I, siguiendo disposiciones del Papa, prohibió en 1522 expresamente pasar a las Indias a judíos recién convertidos ni hijos de estos, o nuevos cristianos.
Las autoridades comenzaron a vigilar la presencia de judíos en las Antillas, primeros lugares de asentamiento de los judíos, que fueron huyendo de isla en isla, en embarcaciones de los nativos.



En 1519, el Gobernador de Cuba, Diego de Velázquez, estaba formando una flota que saldría hacia México, lo cual supuso una esperanza para los que huían. La flota llegó a las islas cercanas a Yucatán, en donde los españoles construyeron un altar y el carpintero judío Hernando Alonso construyó una cruz. De este modo, un judío fue el primer constructor de un crucifijo en México.
Su condición de cripto judíos y el lógico secretismo que envolvía su actividad en el Nuevo Mundo hace difícil rastrear su presencia en las Indias. Pero lo que existió desde el primer momento del Descubrimiento da fe, el que Colón dejara la colonia fundada en La Española ― hoy República Dominicana ― a cargo del judío converso Luis de Torres, quien hablaba hebreo y arameo. Sin embargo, este primer asentamiento no prosperó, ya que ciertos abusos de los españoles provocaron la rebelión de la población indígena, que acabaron con todos los europeos.

Luis de Torres


El polémico fray Bartolomé de las Casas ― encomendero antes que fraile, y por tanto culpable en parte de los excesos que el sistema de la Encomienda representó al inicio del Descubrimiento ― es quien hace referencia en algunas de sus crónicas a los primeros contactos de los judíos con las poblaciones taínas, a las que intentaron introducir en la Ley de Moisés, aunque con escaso éxito.
Precisamente De las Casas se refiere al converso Luis de Torres, quien tras su fracaso en La Española, arriba a las costas cubanas – de hecho, fue el primer europeo en desembarcar en esta isla-—, donde se le tiene por el descubridor de la planta del tabaco. Con el tiempo, se convertiría en el primer terrateniente judío de Cuba.


También nos habla de otro judío converso, que responde al apellido de Arias, quien en Cuba oyó el relato de un anciano de una comunidad indígena, sobre una versión de la historia bíblica de Noé. Este Juan Arias había llegado en la primera expedición colombina, en la nave de Martín Alonso Pinzón, y se le tenía entre los primeros “portugueses” llegados a las Indias. Decir “portugués” era sinónimo entonces de judío, ya que este pueblo no sería expulsado del país vecino, en el que habían encontrado refugio, hasta 1.497.

Isabel de Bobadilla


Y descendiente de judíos conversos, fue la primera y única gobernadora que tuvo Cuba, doña Isabel de Bobadilla.
La presencia judía en Cuba se fue diluyendo y solo tenemos referencia de que, en el siglo XVII, fueron ejecutados algunos conversos, supuestamente por cometer actos judaizantes, aunque se piensa que pudo ser solo un pretexto, para hacerse con sus ricas haciendas.
Solo hay algunas referencias puntuales a las relaciones entre los cripto judíos cubanos y sus correligionarios en las colonias holandesas, inglesas y francesas, o la llegada temprana, a partir de 1881, de varias familias sefardíes desde Curazao.


Es innegable que en Cuba hubo presencia de judíos o descendientes de los mismos, desde el primer momento. En cualquier caso, el ocultamiento de su fe, en el caso de los cripto judíos, les impidió formar comunidades, y en el de los conversos, obviamente, renunciaron a sus prácticas.
Es solo a partir de inicios del siglo XX, tras la independencia de Cuba respecto a España y su caída en el dominio useño, cuando se observa una presencia judía, siempre testimonial. Al principio llegaron sefardíes, procedentes de Marruecos y, sobre todo, del Imperio Otomano, que precisamente en esas primeras décadas se descompuso, definitivamente, tras su derrota junto con los imperios centrales en la Primera Guerra Mundial.

Askenazíes


Luego llegarían en sucesivas oleadas los askenazíes, desde la Europa del Este — fundamentalmente desde Rusia, Polonia y Lituania -—, sobre todo, a partir del triunfo del nazismo y su subsiguiente persecución a los judíos. Se establecieron especialmente en La Habana, donde, impulsados por su vocación eminentemente mercantil, sembraron la ciudad de comercios.
De hecho, los judíos que empezaban a llegar a la nueva República, y especialmente después de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto, se convirtieron en seguida en clase burguesa, pero el triunfo de la Revolución y las expropiaciones de comercios y otras propiedades, mandaron al exilio a más del 80% de la ya de por sí modesta, aunque influyente comunidad judía en el país caribeño. La mayoría emigraron a los Estados Unidos, sobre todo, a Florida, y a Israel. En la actualidad, al menos sobre el papel, las leyes cubanas respetan la libertad de culto.

Jesús Caraballo

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