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Se acaba de cumplir el octogésimo aniversario de la liberación del terrible campo de exterminio de Auschwitz. Frente a la iniquidad de los nazis y de todos aquellos que colaboraron con el III Reich en el aniquilamiento del pueblo judío, es bueno sacar una parte del lado bueno de la Humanidad y de aquellos que arriesgaron por paliar tanta muerte y dolor.
Uno de ellos es él tanta vez vilipendiado Papa Pío XII, contra quien la tendenciosa obra El Diputado (publicada en 1963, cinco años después de la muerte del Pontífice), de Rolf Hochuth, alentó la leyenda negra de que el Santo Padre dio la espalda al pueblo judío en tan aciaga situación, cuando fue justo lo contrario, contribuyó a la salvación de cientos de miles de israelitas, aun a riesgo de su vida (había un plan secreto de Hitler, dispuesto a secuestrarle).
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¿Y qué decir de Franco? Apenas se sabe del diplomático Ángel Sanz Briz, más conocido como el “Ángel de Budapest”, de cuyos esfuerzos en favor de los judíos en la Hungría aliada de los nazis dio cuenta una película, aunque sin los grandes medios hollywodenses de los que sí dispuso Spielberg para su afamada Lista de Schindler (cuyos logros fueron mucho menores que los de nuestro compatriota).
Ante la imposibilidad de negar la evidencia de la labor de España en favor de los judíos, los sempiternos enemigos de cualquier cosa buena que pudiera hacer el régimen franquista alegan que en realidad, las acciones de Sanz Briz y algún otro diplomático, en realidad, lo fueron contraviniendo órdenes del dictador.
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La realidad es tozuda. El coronel Franco conservaba, de su etapa en el Protectorado español de Marruecos, al igual que muchos de sus compañeros de armas africanistas, estrecha amistad con muchos miembros de la amplia comunidad sefardí que, desde hacía generaciones, encontraron asiento en aquel territorio. Además, como español no era racista ― España creo en el Nuevo Mundo una sociedad mestiza ― y mucho menos antisemita.
Pero aún hay más, quienes, incluso admitiendo que España ayudó “algo” a los judíos, señalan que en realidad fue en la última etapa de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya era claro que la iba a perder Alemania, y para sacudirse el estigma de régimen aliado de los nazis.
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Lo cierto es que desde bien pronto, en la primera etapa de la Guerra, los sucesivos ministros de Asuntos Exteriores y siguiendo órdenes explícitas del jefe del Estado (el general Francisco Gómez-Jornada, quien desempeñó el cargo desde 1942 hasta 1943, año en que fue sucedido por José Félix de Lequerica), dieron instrucciones a las diferentes legaciones españolas en Europa, para que salvaran al mayor número posible de judíos. Para ello, se valieron de un antiguo decreto de la época del general Primo de Rivera, emitido en la primavera de 1924 ― no derogado ―, que consideraba españoles de pleno derecho a todos los sefardíes. Pero conociendo ya en algunos medios más avisados las atrocidades que estaban perpetrando los nazis contra esa comunidad, a los diplomáticos españoles se les ordenó ayudar no solo a los sefardíes, sino a cualquier judío, valiéndose precisamente de esa triquiñuela y haciendo pasar por sefardíes a quienes en realidad no tenían ningún ascendente judío español.
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El periodista Arcadi Espada ― bien poco sospechoso de ser franquista ―, en su obra “En nombre de Franco”, presenta un documento que descubrió bien revelador. Se trata de la instrucción emitida por el Ministro de Asuntos Exteriores español, José Félix Lequerica, al diplomático español Ángel Sanz Briz, destinado en la embajada española en Budapest:
“Sírvase V.E informar en qué forma se puede atender a lo solicitado con mayor espíritu de benevolencia y humanidad y tratando de buscar soluciones prácticas para que la actuación de esa Legación resulte lo más eficaz posible y abarque en primer lugar a los sefarditas de nacionalidad española, en segundo lugar a los de origen español y finalmente, al mayor número posible de los demás israelitas”.
Cuando Sanz Briz le indica al Ministro que, en realidad, en Hungría no hay sefardíes, y que la única solución para salvar a judíos sería expedirles pasaportes españoles, José Félix de Lequerica se muestra aún más explícito, enviándole un telegrama con las siguientes instrucciones: “Muy urgente. Apruebo fórmula que propone, poniendo el mayor empeño en que la protección sea eficaz y autorizándole ampliamente para hacer lo necesario para ello”. Habrá, claro está, quien considere que no solo los diplomáticos contravenían las órdenes de Franco, quien debía estar en Babia, sino su propio Ministro de Asuntos Exteriores.
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El resultado de esta arriesgada misión es que España fue el único país europeo que no contribuyó al Holocausto y el único que no deportó ni un solo judío a los campos de exterminio nazis. No solo eso, algunas fuentes aseguran que ascenderían hasta 60.000 los judíos rescatados por el régimen de Franco, y que alcanzaron nuestras fronteras, afincándose algunos en España y el resto continuando su camino a la libertad a otros destinos. Una cifra que supera con mucho al conjunto de vidas salvadas por el resto de los países. En este punto, cabe hacerse la pregunta de, frente al riesgo que acometieron los diplomáticos españoles y la misma España ― porque no olvidemos, las divisiones Panzer del entonces amo de Europa estaban al otro lado de los Pirineos ―, ¿qué hicieron los aliados para tratar de detener esa barbarie? ¿Podrían haber bombardeado las líneas férreas que transportaban a aquellas gentes en vagones de ganado, camino de los hornos crematorios? Nada de eso hicieron, pero sí cayeron luego en la tentación de estigmatizar a un régimen, y aislarlo cuando España pasaba hambre, en una dura posguerra civil. Para nuestro país no hubo un Plan Marshall.
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Y eso, pese a que ya desde 1943 y gracias al oficial polaco Witold Pilecki, el mundo ya tenía noticia de lo que le estaba sucediendo a los judíos en el régimen de terror del Tercer Reich, pese a lo cual, Franco dio inmediatamente la orden de brindar protección a los judíos.
Justos entre las Naciones.
La labor realizada por el régimen del general Franco fue encomiable, y sin embargo, del total de 28.486 personas declaradas Justo entre las Naciones, reconocimiento que otorga el Museo del Yad Vashem, solo hay nueve españoles, cuando seguramente todos esos “justos entre las naciones” juntos no salvaron ni una ínfima parte de lo que logró España y su gobierno de entonces.
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Sería muy prolijo distinguir a todos aquellos que arriesgaron sus vidas por salvar las de judíos, empezando por Salónica, donde existía una de las comunidades sefardíes más numerosas. Ya el 4 de agosto de 1943, el Gobierno de Franco autorizó su repatriación, siendo trasladados al campo de Bergen Belsen, donde consiguió sacarles el embajador español Sebastián Romero Radigales, con destino a Marruecos.
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En esta relación hay que citar al propio Sebastián Romero Radigales, embajador a la legación de Atenas; a Eduardo Propper de Callejón, diplomático de alto rango en la embajada española de París y después cónsul en Burdeos; a José Ruíz Santaella, agregado de Agricultura de la embajada de España en Berlín; a Bernardo Roland de Miotta, cónsul general de España en París; a José de Rojas y Moreno, embajador de España en Bucarest (Rumanía); a Julio Palencia y Tubau, ministro plenipotenciario en Sofía (Bulgaria); a Miguel Ángel Muguiro, ministro plenipotenciario en Budapest su actividad le llevó a ser expulsado de Hungría-, y Ángel Sanz Briz, quien le sucedió como encargado de negocios en la capital del país magias, en el verano de 1944.
Son numerosos los testimonios de numerosas personalidades israelíes, reconociendo la extraordinaria labor España en favor de los judíos, aunque ese reconocimiento no se ha hecho extensible a reconocer como “Justos entre las Naciones” a ninguno de sus protagonistas, y muy especialmente a Franco o su Ministro José Félix de Lejerica, que bien podrían merecerlo al ser los principales artífices de esa labor.
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Así, Golda Meir, Ministra de Asuntos Exteriores israelí y luego Primer Ministro, afirmó que “El pueblo judío y el Estado de Israel, recuerdan la actitud humanitaria adoptada por España durante la era hitleriana, cuando dieron ayuda y protección a muchas víctimas del nazismo”.
Quien fuera primer embajador israelí en España, además de exministro de Asuntos Exteriores, historiador y militante destacado del Partido Laboralista ― es decir, socialista y, por tanto, poco sospechoso de ser franquista ―, señalaría que “España salvó más judíos que todas las democracias juntas”.
Por su parte, el alemán Bernd Rother, miembro del Centro Moses Mendelssohn de estudios judíos europeos de Potsdam e investigador en la Fundación Willy Brandt, destacaría en su obra “Franco y el Holocausto”, “la labor del único país que tendió la mano al pueblo judío en semejante circunstancia e ignorarlo es ignorar la Historia”.
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El judío nacido en Viena Haim Avni, conocido antifranquista, declaró, sin embargo, en su libro “España, Franco y los judíos”, que “Se puede calcular que se salvaron pasando por España durante la primera mitad de la guerra unos 30.000 judíos” (pág. 89).
Para el profesor Haim Avni, de la Universidad Hebrea, especialista en el tema, el mínimo de judíos salvado por España sería de por lo menos 40.000. Y finalmente, el Premio Nobel de la Paz Elie Wiesl, en 1986, señaló que España fue el único país de europeo que no devolvía judíos al III Reich.
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Jesús Caraballo