
Mariano Fortuny y Marsal fue un pintor, acuarelista y grabador español, considerado junto a Eduardo Rosales uno de los pintores españoles más importantes del siglo XIX, después de Goya.
EL PERSONAJE
Nació en Reus (Tarragona) a las seis de la mañana del día 11 de junio de 1838, en la casa del n.º 36 de la calle del Arrabal de Robuster, fue hijo del carpintero Mariano Fortuny y de Teresa Marsal, siendo bautizado ese mismo día con los nombres de Mariano, José María y Bernardo.

Sus padres murieron en un corto intervalo de tiempo, quedando el pequeño Mariano bajo la tutela de su abuelo, carpintero también y hombre ingenioso de notable habilidad manual, que también fue su tutor y su mejor valedor en sus primeros años y en su edad temprana, favoreciendo su formación artística. Ya durante la enseñanza primaria se hizo evidente su facilidad innata para el dibujo, retratando a sus compañeros de clase y recibiendo con frecuencia las reprimendas de su maestro cuando le sorprendía dibujando en lugar de escribir. En 1847, recién cumplidos los nueve años, abandonó la escuela y se matriculó en una academia de dibujo que acababa de ser inaugurada en Reus. Poco después, Domènec Soberano, pintor aficionado, le tomó bajo su protección y sería el encargado de enseñarle los principios fundamentales del arte de los pinceles. Siendo aún niño, Fortuny también trabajó con el platero y orfebre miniaturista Antoni Bassa, quien influiría en la minuciosidad que caracterizó en el futuro su pintura.

Viendo que su nieto necesitaba horizontes más amplios, a los 14 años, su abuelo decidió trasladarse con él a Barcelona, realizando ambos el trayecto a pie, a mediados de septiembre de 1852. Llegados a la Ciudad Condal, el joven aprendiz consiguió, gracias a la mediación del escultor Domènec Talarn, una pequeña ayuda procedente de un fondo testamentario destinado a obras de beneficencia y administrado por dos sacerdotes. Durante cinco años, a partir de 1853, recibiría 160 reales mensuales, gracias a los cuales pudo asistir a las clases de la Academia de Bellas Artes de San Jorge de Barcelona. Matriculado el 3 de octubre de 1853, cursó allí sus estudios hasta finales de 1856, teniendo como profesores a Claudio Lorenzale, Pau Milà i Fontanals o Lluís Rigalt, quienes le introdujeron en la estética nazarena, imperante en aquellos tiempos en la escuela catalana.
A fines de 1854, pintó una gran tela que ejecutó al temple, con la representación del Padre Eterno en la gloria, rodeado de numerosos ángeles, destinada a cubrir el Altar Mayor de la Iglesia de San Agustín de Barcelona, con motivo de las fiestas de la Inmaculada Concepción. De sus trabajos académicos de este período se conservan, entre otras, una composición que representaba a San Pablo predicando en el Areópago de Atenas, correspondiente al concurso de 1855, y otra dedicada al episodio de Carlos de Anjou contemplando, desde la playa de Nápoles, el incendio de su flota a manos de Roger de Lauria, presentada un año después.

En 1856 la Diputación de Barcelona instituyó una pensión de 8.000 reales anuales durante dos años para que un joven pintor pudiera continuar su formación en Roma y el 24 de noviembre de ese año se hizo público el tema que los concursantes debían pintar al óleo: Ramón Berenguer III en el castillo de Foix. Tres meses más tarde, el 6 de marzo de 1857, se proclamó el fallo del jurado, por el cual Fortuny fue declarado ganador, por unanimidad.
ETAPA ROMANA
En el año 1958, el día 14 de marzo, se trasladó por primera vez a Roma con una pensión de la Diputación de Barcelona, a la que Fortuny tenía que enviar constantemente algunas de sus obras a la Diputación para demostrar sus progresos y justificar su estadía. En Roma entabló amistad tanto con otros artistas españoles, como Eduardo Rosales o Dióscoro Puebla, como con varios artistas italianos; como Attilio Simonetti del que se volvió su discípulo y amigo fraterno a la vez que asistía a la escuela privada de Lorenzale.
En Roma continuaría con su habitual ritmo de trabajo, ocupando la mayor parte del día en visitar los monumentos y museos de la ciudad para estudiar las obras de los grandes maestros (le impresionaron especialmente los frescos de Rafael en el Vaticano y el retrato de Inocencio X por Velázquez) o en pintar en su taller; luego, hacia la noche, acudía a la Academia Chigi casi a diario, donde dedicaba dos horas al dibujo de modelo desnudo y otras dos, vestido.
EL CRONISTA

El 10 de enero de 1860, cuando la pensión de que disfrutaba se acercaba a su fin, la Diputación de Barcelona propuso a Fortuny pasar al norte de África para documentarse y pintar una serie de cuadros conmemorativos de los episodios más destacados del conflicto armado que había estallado entre España y el sultanato de Marruecos. Aceptado el encargo, el pintor llegó a Tetuán el 12 de febrero, una semana después de la toma de la ciudad. Por espacio de casi dos meses y medio, durante los cuales fue testigo de las batallas de Samsa y de Wad-Ras, tomó gran cantidad de detalladísimas y muy precisas notas de paisaje, de los movimientos y la situación de las tropas, de los soldados de los diferentes cuerpos españoles, de los combatientes rifeños, de animales, de armamento y de todos cuantos elementos consideró que le serían de utilidad para desarrollar las composiciones al óleo. También retrató, a lápiz y de cuerpo entero, a los jefes y oficiales del Estado Mayor, entre los cuales se encontraba su paisano, el general Prim.

La odalisca
Como consecuencia de esa estancia, Fortuny pintó algunas de las obras más significativas de su producción, como La batalla de Tetuán, o paisajes donde practicó todas las aportaciones técnicas que fue añadiendo a su pintura como Paisaje norteafricano. Asimismo, Fortuny se interesó por el pintoresquismo árabe, del cual tomaría inspiración desde esa época en el resto de su obra, destacándose notoriamente en su posterior obra La odalisca. Su obsesión por documentarse a conciencia a la hora de preparar sus composiciones le llevaría a reunir en su taller un verdadero museo de cerámica, vidrio, tejidos, tapices, armas y demás objetos decorativos, y a él mismo a convertirse en el arquetipo del artista-coleccionista. Pero lo que realmente había de ser trascendental para el pintor fue el tremendo impacto causado por las particulares condiciones de la luz norte-africana. La fortísima irradiación solar, la reverberación de la superficie de los cuerpos y la nitidez cristalina de los colores producto de la sequedad del ambiente le fascinaron y marcaron la evolución de su personalidad artística.
EL REGRESO

Al concluir la guerra, el 23 de abril, Fortuny emprendió el regreso a Roma, pero no de manera directa, sino dando un rodeo por Madrid, Barcelona y París. Fortuny regresó a España y se asentó en Barcelona, lugar donde crearía una amistad con la familia de Madrazo. Conoció a Federico de Madrazo, primer pintor de la Corte y director del Museo del Prado, quien comentó muy elogiosamente los apuntes que había tomado en Marruecos. Viajó a Roma y, asistió a la Academia de Bellas Artes de Francia en la villa Médicis, en la cual comenzaría los bocetos para su obra La batalla de Tetuán. Posteriormente, en septiembre y octubre de 1862, solicitó a la diputación de Barcelona regresar a África para hacer un estudio de la luz del lugar a cambio del envío de algunas obras que realzaría en su estadía en Marruecos. Este viaje tuvo mucha influencia en su estilo al regreso de este. Sus obras se tornaron con un estilo oriental, mejor visto en su gran plafón La reina María Cristina pasando revista a las tropas, pedido realizado por el duque de Riansares, esposo de la reina regente María Cristina.

El coleccionista de estampas
En Madrid fue acogido por el pintor Francisco Sans Cabot, que le prestó el estudio para trabajar y también para exponer sus obras, entre las cuales destacaban El herrador marroquí y la segunda versión de El coleccionista de estampas. Durante su estancia volvió a coincidir con Federico de Madrazo, quien le abrió las puertas del Museo del Prado y también las de su casa. En la pinacoteca el pintor se dedicó con gran ahínco al estudio de los grandes maestros, realizando numerosas copias de obras de Tiziano, Tintoretto, Veronés, el Greco, Ribera, Velázquez o Goya, copias de ejecución prodigiosa con pincelada libre y espontánea, a las que Fortuny era capaz de infundir su propia personalidad artística, pero sin sacrificar su exacta correspondencia con los originales. En casa del primer pintor de la Corte conoció a su hija Cecilia, con quien contraería matrimonio el 27 de noviembre de 1867 y también al hermano de ésta, Raimundo, un pintor con excelentes contactos en la capital francesa, con quien Fortuny llegaría a establecer una íntima amistad y con quien compartía afición por la tauromaquia. El matrimonio tuvo dos hijos, Mariano y María Luisa.

Picador herido
Esta manifestación artística apasionó al pintor que quedó encandilado por sus valores plásticos e impresionado por la mezcla de color y drama ritual, elegancia y brutalidad del universo taurino. Obras como Corrida de toros. Picador herido de 1867, dejan atrás el preciosismo idiosincrásico del pintor para captar con un agudísimo sentido del movimiento instantáneo, la sensación de fuerza bruta y dramatismo desaforado de los protagonistas. La etapa madrileña, resultó clave para el futuro del hijo de un humilde carpintero de Reus. Marcó su incorporación, de la mano de los Madrazo, al mundo de la alta sociedad y las finanzas internacionales.

La viciaría
Poco después pintó uno de sus cuadros más famosos: La vicaría considerada como el clímax de su carrera. Aquí se resumen todos los aspectos característicos de su obra; la minuciosidad y precisión de su trazo, el uso metódico del color y el estudio exhaustivo por un uso de la luz adecuado. Théophile Gautier alabó la obra extraordinariamente, lo que contribuyó a incrementar su fama. El marchante Adolphe Goupil, con quien Fortuny había suscrito un contrato de exclusividad en septiembre de 1866, compró el cuadro por 70.000 francos y no lo quiso exponer por miedo a estropearlo, hasta que lo revendió por 250.000 francos.

Fantasía sobre Fausto
Con la posterior difusión de sus obras El coleccionista de estampas y Fantasía sobre Fausto terminó de catapultar su trabajo hasta el éxito definitivo. Hacia 1870 Fortuny se trasladó a París, donde contempló las obras del Museo del Louvre, y del Museo de Luxemburgo, interesándose especialmente por Eugène Delacroix, además de artistas como Alexandre-Gabriel Decamps, Horace Vernet, o Eugène Fromentin. En la capital francesa ese año expuso varias obras en la sala de Adolphe Goupil, una muestra que fue elogiada por varios críticos como Théophile Gautier, lo que supuso un paso clave en su consagración internacional.
Después de abandonar París, en junio de 1870, de un mes en Madrid y una breve estancia en Sevilla, el pintor se instaló en Granada, donde permanecería por espacio de dos años, hasta fines de 1872. Había llegado a la capital nazarí, atraído por la calidad de su luz, su ambiente sosegado, la facilidad de la vida y el encanto de los monumentos musulmanes. En Granada recuperó la paz espiritual que necesitaba para preparar sus obras con la profundidad y el rigor que él mismo se imponía. Después viajó primero brevemente a Londres, y después a Nápoles y a la pequeña localidad de Portici, en el sur de Italia, donde alquila la villa Arata, contrayendo entonces una malaria que será el origen de la enfermedad que le causará su prematura muerte. En aquella época manifestaba síntomas de depresión; el éxito comercial le había encumbrado a una envidiable posición social y económica, pero la clientela le demandaba un tipo de pintura que le impedía evolucionar. El pintor Mariano Fortuny, en la cima de su carrera, pasó un feliz y creativo verano junto a su familia en la bahía de Nápoles. Sin embargo, al regresar a Roma la felicidad tornó en hastío y falleció.
ÚLTIMOS DÍAS

El 6 de noviembre 1874 se encontraba nuevamente en Roma, sumido en el desánimo. El día 14 se sintió mal y se metió en la cama. Todo el mundo pensó que se trataba de una indisposición pasajera, pero pronto se puso de manifiesto la gravedad de su dolencia; se trataba, según el diagnóstico de la época, de una repetición del ataque de fiebre perniciosa que había sufrido en 1869, agravado por una úlcera de estómago ocasionada por su costumbre de chupar los pinceles. A pesar de las fuertes dosis de quinina que le suministraron los médicos, el 21 de noviembre de 1874, a las seis de la tarde, moría Mariano Fortuny Marsal, a los treinta y seis años de edad, ahogado por un vómito de sangre. Su desaparición repentina y prematura sacudió a la comunidad artística internacional y truncó una brillantísima carrera que auguraba aún mayores aportaciones a la historia de la pintura, justo cuando se estaba liberando de las ataduras que le habían condicionado. Fue enterrado en Roma, en el Cementerio comunal monumental Campo Verano e iglesia Prioral de San Pedro, situado en el barrio del Tiburtino, adyacente a la basílica de San Lorenzo Extramuros. Sobre la tapia de yeso escribió Suñol: “Mariano Fortuny. 24 de noviembre de 1874”.

Los hijos del pintor en un salón japonés
En abril de 1875, los cuadros que aún se encontraban en su estudio y los diferentes objetos que Fortuny había reunido en su colección privada fueron subastados en el Hotel Drouot de París, alcanzando ya entonces precios desorbitados. A pesar de su muerte a los treinta y seis años, su estilo y el virtuosismo técnico de su obra lo definen como un gran pintor que marcó indeleblemente a toda una generación de pintores europeos. Cultivó una figuración preciosista, atenta a los detalles y juegos de luces, plasmada con asombrosa precisión mediante un toque de pincel aparentemente libre y espontáneo. Pero el éxito comercial y las exigencias de su marchante Goupil refrenaron una evolución que él deseaba, y que pudo revolucionar la pintura española de haber seguido vivo. Apuntan hacia esta nueva línea sus últimas obras como Desnudo en la playa de Portici o Los hijos del pintor en un salón japonés, ambas en el Museo del Prado.

Su corazón fue enterrado en Reus, su localidad natal, en la prioral de San Pedro. En Reus, asimismo, se dio su nombre al teatro principal de la ciudad que aún existe, una plaza y más tarde a una avenida. Su hijo Mariano Fortuny y Madrazo fue un notable pintor, escenógrafo y diseñador.

Jaime Mascaró Munar