
Lucio Anneo Séneca, llamado Séneca el Joven para distinguirlo de su padre, fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moral. El nombre es, probablemente, celta, lo que indica que era un romano de origen indígena. Nació en Corduba, la actual Córdoba, en la provincia de Bética en Hispania, en el 4 a C. Hijo del orador Marco Anneo Séneca y de Helvia, una joven noble nacida en Urgavo (actual municipio de Arjona, Jaén), fue cuestor, pretor, senador y cónsul durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de tutor y consejero de este último emperador. Su papel de tutor durante la infancia de Nerón es representado en la famosa obra de teatro Britannicus de Racine.
EL PERSONAJE

De la vida de Lucio Séneca previa al año 41 d. C. no se sabe gran cosa, y lo que se sabe es gracias a lo que el propio Séneca escribió. Sea como fuere, es claro que provenía de una familia distinguida, perteneciente a la más alta sociedad hispana en una época en que la provincia de Hispania estaba en pleno auge dentro del Imperio romano. Lucio tuvo dos hermanos, Novato, más conocido como Galión, fue el gobernador de Acaya que declinó ejercer su jurisdicción sobre San Pablo, y lo envió a Roma. El segundo, Mela, aunque menos ambicioso, fue un hábil financiero famoso por ser el padre del poeta Lucano, quien, por ello, era sobrino de Lucio Séneca.

La hermanastra de su madre, su tía Marcia, lo llevó a Roma, y lo cuidó durante una enfermedad. Esta dama estaba casada con Caio Galerio, quien en el año 16 fue nombrado gobernador de Egipto por el emperador Tiberio. Séneca acompañó al matrimonio a Alejandría, en Egipto, donde adquirió nociones de administración y finanzas, al tiempo que estudiaba la geografía y etnografía de Egipto y de la India, y desarrollaba su interés por las ciencias naturales, en las que, a decir de Plinio el Viejo, destacaría por sus conocimientos de geología, oceanografía y meteorología.
En Roma estudió gramática y retórica. Frecuentó también las escuelas filosóficas. Recibió el influjo de los Sextios, que eran estoicos y de otras corrientes filosóficas, como del estoico Attalo, del cínico Demetrio y del pitagórico Soción. En filosofía, el joven Séneca se inclinó por el estoicismo. Su padre intentó, en vano, apartarle de la filosofía e inclinarlo a que se dedicara a la retórica, que era más rentable en la sociedad romana del momento. En el año 32, gracias a la dama que le había protegido, alcanzó la cuestura. Ejerció la abogacía y obtuvo éxitos notables en el foro como abogado.

En el año 31, Séneca volvió a Roma donde, a pesar de su mala salud, de su origen provinciano y del hecho de provenir de una familia comparativamente escasa en influencias, fue nombrado cuestor, gracias a la dama que le había protegido, con lo que inició así su cursus honorum, en el que pronto destacó por su estilo brillante como orador y escritor. Para cuando, en el año 37, el emperador Calígula sucedió a Tiberio, Séneca se había convertido en el principal orador del Senado y había levantado la envidia y los celos del nuevo y megalómano César, el cual, de acuerdo con el historiador Dión Casio, ordenó su ejecución. Según el mismo historiador, fue una mujer próxima al círculo más íntimo de Calígula la que consiguió que este revocara la sentencia al convencer a Calígula de que Séneca, asmático y de notoria mala salud, padecía además tuberculosis y pronto moriría por sí mismo. A consecuencia de este incidente Séneca se retiró de la vida pública.

En el año 41, a la muerte de Calígula y con la entronización de Claudio, Séneca, que continuaba siendo una persona relevante dentro de la política romana, fue de nuevo condenado a muerte, si bien la pena se le conmutó por el destierro a Córcega. Las causas de esta condena se ignoran, pero la sentencia oficial lo acusaba de haber cometido adulterio con Julia Livila, hermana de Calígula, hecho bastante improbable. Más probablemente se ha apuntado que la esposa de Claudio, la célebre Valeria Mesalina, lo habría considerado peligroso ahora que Calígula había muerto. En el destierro de Córcega permaneció nueve años. Durante su estancia en Córcega escribió varias obras: De constantia, De providentia, Consolatio ad matrem Helviam y Consolatio ad Polybium. Intentó que se le levantara el destierro, en vano, adulando a un poderoso liberto de Claudio, lo que logró a la muerte de Mesalina, acaecida en el año 49. Séneca volvió a Roma, donde dominaba el ambiente intelectual, el grupo de los Anneos, que controlaba los dos círculos más importantes de la capital del Imperio.

Apocolocyntosis divi Claudii
El destierro duró hasta el año 49 cuando, tras la caída de Mesalina, la nueva esposa de Claudio, la también célebre Agripina la Menor, consiguió rehabilitarlo. Se le llamó a Roma y, por indicación de Agripina, se le nombró pretor en la ciudad. En el año 54, el emperador Claudio murió, según la mayoría de las fuentes históricas, envenenado por la propia Agripina, y su hijastro Nerón subió al poder. Aunque no hay evidencia alguna de que Séneca estuviera involucrado en el asesinato de Claudio, sí que se mofó del viejo emperador en su obra satírica intitulada Apocolocyntosis divi Claudii. Con la subida al poder del joven Nerón, que por aquel entonces contaba con 17 años, Séneca fue nombrado consejero político y ministro junto a un austero oficial militar llamado Sexto Afranio Burro. Durante los ocho años siguientes, Séneca y Burro, a quienes todos los historiadores romanos consideraron las personas de mayor valía e ilustración del entorno de Nerón, gobernaron de facto el imperio romano. Dicho período destacaría, a decir del propio emperador Trajano, por ser uno de los períodos de «mejor y más justo gobierno de toda la época imperial».

Sin embargo, conforme Nerón fue creciendo, comenzó a desembarazarse de la «benigna» influencia de Séneca, de tal forma que, al mismo tiempo que el ejercicio del poder iba desgastando al filósofo, comenzaba a perder influencia sobre su pupilo Nerón. Aprovechando la pérdida de influencia y el desgaste de Séneca, en el año 58, Publio Suilio Rufo, un consejero del joven Nerón, llegó a acusarlo, absurdamente según Tácito, de acostarse con Agripina, con lo que dio origen a una campaña de desprestigio en la que el filósofo fue acusado de crímenes tan peregrinos como el de deplorar el tiránico régimen imperial, extravagancia en sus banquetes, hipocresía y adulación en sus escritos, usura, y, sobre todo, excesiva riqueza.

En el año 55 alcanzó el consulado. A la muerte de Claudio, redactó el elogio fúnebre, que leyó Nerón, y al mismo tiempo escribió Apokolokyntosis, contra el difunto emperador, que le había desterrado. Fue el consejero de Nerón en política durante los cinco primeros años de este emperador, en compañía de Afranio Burro. Estos cinco años son los mejores del gobierno de Nerón. Muerto Afranio Burro, la influencia de Séneca decayó. Durante estos años influyó sobre el príncipe. Intentó con sus escritos crear una teoría del principado creado por Augusto como poder absoluto, sólo mitigado por la justicia y la clemencia. Durante estos cinco años toleró los crímenes mayores de Nerón, como los asesinatos de Agripina y el de Británico.
En el año 59, el 23 de marzo, la antiguamente gran valedora de Séneca, Agripina, fue asesinada por Nerón en Miceno, lo que marcaría el inicio del fin de Séneca. Aunque posiblemente no estuvieran involucrados, Séneca y Burro tuvieron que llevar a cabo una campaña de lavado de imagen pública del emperador a fin de minimizar el impacto que pudiera tener el crimen. Séneca escribió la famosa carta al Senado en la que justificaba a Nerón y explicaba cómo Agripina había conspirado en contra de su hijo.

En el año 62 se apartó definitivamente del gobierno, para dedicarse al estudio. Séneca pidió a Nerón retirarse de la vida pública, y ofreció toda su fortuna al emperador. El retiro le fue concedido tácitamente, aunque la fortuna no le fue aceptada hasta años después. De esta manera, Séneca consiguió retirarse de la cada vez más peligrosa corte romana, y comenzó a pasar su tiempo viajando con su segunda esposa, Paulina, por el sur de Italia. Fue un escritor prolífico y parte de su obra se ha perdido. La filosofía de Séneca es la estoica, pero teñida de un fuerte carácter moralizante. La ética ocupa un lugar preeminente en su obra. Su influjo, grande en el cristianismo, se debía a su ética. Esta filosofía es la que otorga al hombre una norma de conducta, y le proporciona fidelidad y seguridad en la vida. Es este campo el principal en el pensamiento del filósofo, y por lo que ha influido más en los siglos posteriores.
En la obra de Séneca se encuentran sus concepciones sobre antropología, sobre física, sobre metafísica, sobre lógica, etc. Su interés por el conocimiento es muy amplio. La física, en el pensamiento del cordobés, es importante por apartar al hombre del temor ante los fenómenos de la naturaleza. Las Naturales quaestiones, obra ya de la vejez, proporciona una idea muy clara de su concepción física. Séneca está interesado en muy variados fenómenos naturales, como los terremotos, los rayos, las inundaciones, los cometas, las crecidas del Nilo, los vientos, el agua o los espejos. Acepta que Dios es el creador del universo, el conservador, y que dirige el mundo, pero el hombre no puede conocer a Dios. Admite la existencia de Dios, porque todo ser humano la admite, y porque la creencia en su existencia se encuentra en el corazón del hombre. Dios se manifiesta a todos los pueblos, pero de modo diferente.

A la muerte de Calígula escribió el De ira, siguiendo las ideas de Soción y de Posidonio, y su Ad Marciam de consolatione, para consolarla de la muerte de su esposo y de sus hijos. Durante el destierro en Córcega, redactó Ad matrem Helviam de consolatione, donde manifiesta un gran cariño por su madre, y sigue las normas de la retórica. En el Ad Polybium, se arrastra desvergonzadamente, adulando al emperador, ante el poderoso liberto Polibio, a fin de obtener el perdón del césar, y para que le levantara el destierro. Había considerado el destierro, no como un mal, que afectara negativamente al sabio.
El filósofo adaptó sus ideas éticas a la situación en la que vivía en Roma. Después aceptó, en su tratado De tranquillitate animi, que la riqueza puede ser fuente de preocupación, pero estas ideas son ya de la época en que había perdido el favor de Nerón y oteaba en el horizonte algún peligro mortal para su persona. Defendió que la actividad política era una obligación de todo ciudadano, pero se vio obligado a retirarse a la vida privada.
En esta última etapa de su vida, en el tratado De otio, defiende ideas estoicas. El ocio era provechoso a la humanidad. Durante los años del retiro de la actividad política, la labor intelectual de Séneca es asombrosa. Continuó interesándose por la ética, pero también por la naturaleza, tema este último siempre querido por el filósofo. En el tratado De beneficiis, se plantea el problema del buen obrar. Es una de las obras más importantes y significativas de este autor, no sólo desde el aspecto de la ética, sino como documento histórico. La tarea más noble y humana es ayudar al necesitado. En este tratado expresa la idea de que la verdadera patria del hombre es el mundo entero. Se siente ciudadano del mundo.

Séneca se planteó el problema de la muerte y de la supervivencia ultraterrena, y de la desaparición. El tema de la muerte está frecuentemente tratado en las Cartas a Lucilio. A veces, parece dudar de una pervivencia después de la muerte. Con este problema va unido el derecho del hombre a quitarse la vida, tema importante para el romano. Admite el suicidio en caso de que la vida no sea útil para el prójimo o que la vida sea insoportable.
Los últimos años de su vida, del 62 ó 63 al 65, Séneca los pasó apartado de la vida pública, dedicado a redactar su obra y a la meditación. Estos años dictó a su secretario las Cartas a Lucilio. Se encerró en la soledad de su casa, dedicado a la lectura y a pensar. Se consagró a difundir la sabiduría y su pensamiento a través de las Cartas que escribe a su amigo. Las cartas serían la obra de su vida.Séneca, de anticesariano, pasó a antineroniano. En estos últimos años no podrá ser otra cosa que un filósofo, al apartarse de la vida política. Esta conducta en su tratado De tranquillitate animi, la atribuyó Séneca a Sócrates, cuando todo el mundo temblaba ante los treinta tiranos, y sólo Sócrates era un hombre libre. Las Cartas están muy apartadas de los sucesos del momento. No se lee en ellas ni una palabra sobre el incendio de Roma, así como del asesinato de Británico o del repudio de Nerón de su primera esposa Octavia, de los que Séneca siempre guardó un silencio.

Él conocía que con la Carta 70 se programaba su futuro suicidio. Para sufrir menos, los senadores condenados a muerte o simplemente acusados, preferían prevenir el suplicio. La ejecución de la condena estaba confiada a los lictores, que los decapitaban enseguida. Otras veces, se encargaba de la ejecución un oficial con la espada. En el año 64, el senador Silano, fue el primero en abrirse las venas. Séneca tomó con indulgencia las imperfecciones de la humanidad (de ahí que se le atribuya la máxima: «Errare humanum est»), transformando su máxima moral básica en el amor entre hombres.
EL DESENLACE
Séneca no consiguió desembarazarse del todo de la obsesiva perversión de Nerón, su antiguo pupilo. Según Tácito, parece ser que en sus últimos años Séneca sufrió un intento de envenenamiento, frustrado gracias a la sencilla dieta que el filósofo había adoptado, previendo un ataque de este tipo.
En el año 65, unos conjurados querían asesinar a Nerón y poner en el trono a un hombre, Pisón, amigo de las artes. Séneca no estaba entre los conjurados, que eran, la mayoría, senadores, nobles, miembros de la guardia imperial y un comandante en jefe. Se planeó apuñalar a Nerón en el circo, durante las carreras de carros. La conjuración fracasó. Nerón dirigió la represión, apoyado en los guardias que le eran fieles. Los conjurados habían planeado entrar en contacto con Séneca.
Su nombre circuló entre los conjurados. Algunos habían planeado asesinar a Pisón, y llevar al trono imperial a Séneca. Se desconocen los motivos por los que ni Séneca, ni el antiguo preceptor Thraseas, participaron en la conjura.

Sea como fuere, en el año 65 se le acusó de estar implicado en la famosa conjura de Pisón contra Nerón. Aunque no existieran pruebas firmes en su contra, la conjura de Cayo Calpurnio Pisón sirvió a Nerón como pretexto para purgar la sociedad romana de muchos patricios y caballeros que consideraba subversivos o peligrosos, y entre ellos se encontraba el propio Séneca. Así pues, Séneca fue, junto con muchos otros, condenado a muerte, víctima de la conjura fracasada.

Se conocen bien los últimos momentos de la vida de Séneca, gracias al historiador Tácito. El gran historiador de Roma, escribió que la muerte de Anneo Séneca fue especialmente grata a Nerón, no porque le creyera implicado en la conjura de Pisón, pues sólo uno le nombró entre los conjurados. Tácito cuenta que, el tribuno Silvano fue encomendado para darle la noticia al filósofo, que estaba en Campania, donde se encontraba enfermo en una casa de campo, pero siendo aquel uno de los conjurados, y sintiendo una gran vergüenza por Séneca, le ordenó a otro tribuno que le llevara la notificación del César. El tribuno le visitó al caer la tarde, rodeó la casa con los soldados y le comunicó el mandato del emperador de que se suicidara. Séneca se encontraba sentado a la mesa, en compañía de su esposa Pompeia Paulina y de dos amigos. El tribuno no percibió ningún signo de temor ni de tristeza en su rostro.
De un patricio como Séneca se esperaba no que decidiera esperar a la ejecución, sino que se suicidara tras recibir la condena a muerte. Cuando Séneca recibió la misiva, ponderó con calma la situación y pidió permiso para redactar su testamento, lo cual le fue denegado, pues la ley romana preveía en esos casos que todos los bienes del conjurado pasaran al patrimonio imperial.
Acusó a Nerón de asesinar a su madre y a su hermano. A continuación, abrazó a su esposa y le rogó que modelase su dolor, y que se acomodase a soportar la añoranza del marido. Ella le respondió que estaba determinada a morir y reclamó al ejecutor de la muerte. Séneca, dirigiéndose a su esposa, le dijo que él le había enseñado los aspectos agradables de la vida, pero que ella prefería el honor de la muerte.

Sabiendo que Nerón actuaría con crueldad sobre él, decidió abrirse las venas en el mismo lugar, cortándose en brazos y piernas. Su esposa Paulina le imitó para evitar ser humillada por el emperador. A Séneca, debilitado por la vejez y la poca comida, la sangre fluyó lentamente. Se abrió las venas de los muslos. Intentó persuadir a su esposa, que se retirara a otra habitación, para no quebrantar su ánimo con su dolor. Antes de morir, llamó a los secretarios y les dictó unas líneas. Nerón, que no guardaba odio particular a la esposa, ordenó que se le impidiera suicidarse. Por sugerencia de los soldados, los libertos y los esclavos ligaron las venas de los brazos cortando la hemorragia. Pompeia Paulina vivió unos años más recordando a su esposo.

Séneca, al ver que su muerte no llegaba, le pidió a su médico Eustacio Anneo que le suministrase un veneno que tenía preparado, la cicuta, con la que murió Sócrates, que bebió, pero no le hizo efecto. Pidió finalmente ser llevado a un baño caliente, donde el vapor terminó asfixiándolo, víctima del asma que padecía. Corría el año 65 d. C. Su cuerpo, fue incinerado, sin celebrarse el funeral. La muerte de Séneca se ajustó a lo que había defendido en vida.
Al suicidio de Séneca lo siguieron, además, el de sus dos hermanos y el de su sobrino Lucano, sabedores de que pronto la crueldad de Nerón recaería también sobre ellos. Séneca fue incinerado sin ceremonia alguna. Así lo había prescrito en su testamento cuando, en sus tiempos de riqueza y poder, pensaba en sus últimos momentos. Un monumento funerario reconstruido en el siglo XIX y que se puede ver en la Via Appia se ha relacionado con la tumba del filósofo.

Jaime Mascaró Munar