San Alonso Rodríguez, amante del Sagrado corazón de Jesús

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Alonso nació en Zamora. Hijo de Diego Rodríguez y María Gómez. Segundo de once hermanos. Cuando Alonso tenía doce años, en su casa fueron alojados Pedro Fabro y otro jesuita, cuyas enseñanzas atesoró. Estudió en Alcalá de Henares, en el Colegio de la recién fundada orden de los jesuitas. Su padre Diego Rodríguez, mercader de lana, se arruinó cuando Alonso tenía veintitrés años, y dejó el negocio a su hijo. Tres años después, Alonso se casó con María Suárez, con quien vivió felizmente. A los 31 años, sin embargo, quedó viudo; de los tres hijos que habían tenido, dos habían muerto poco antes.

Alonso empezó entonces una vida dedicada a la plegaria y la mortificación. La muerte de su tercer hijo, no mucho después, le decidió a abandonar el mundo e ingresar en una orden religiosa. Lo intentó con la jesuitas, pero su falta de formación académica y su edad, 39 años, impedían sin embargo que fuera aceptado en la orden. Empezó a estudiar en el Colegio de Cordelles de Barcelona, regentado por los jesuitas, pero no acabó los estudios, ya que las penitencias que se había impuesto debilitaron su salud. Finalmente, fue admitido en la Compañía como hermano laico, el 31 de enero de 1571.

Antiguo Colegio Nuestra Señora de Montesión,

Realizó su periodo de prueba en la casa de la orden de Valencia o Gandía (no se sabe a ciencia cierta) y seis meses después fue enviado a la casa que se acababa de fundar en Mallorca, el Colegio Nuestra Señora de Montesión, o Montision (en mallorquín). Permaneció allí durante 32 años, ocupando el cargo de portero. En 1573 hizo los votos simples y en 1585 los votos de hermano coadjutor. Su vida fue ejemplar e influyó decisivamente en otros miembros de la fundación y de los fieles de la ciudad, que, sabedores de su santidad, iban a pedirle consejo y orientación espiritual. En su honor una de las casas de los jesuitas en Bogotá, Colombia, se llama: «Comunidad San Alonso Rodríguez».

Aconsejó a san Pedro Claver, que vivió un tiempo en Mallorca, que fuera en misión a Sudamérica. Se hicieron famosos la austeridad y rigor de su vida, su entrega a la plegaria, la obediencia absoluta y la absorción por los asuntos espirituales. Difundió y popularizó el Oficio Pequeño de Inmaculada Concepción.

Iglesia de Montision de Palma de Mallorca

Murió el 31 de octubre de 1617 y fue enterrado en la iglesia de Montision de Palma de Mallorca. Es considerado símbolo de la espiritualidad de los Hermanos Coadjutores jesuitas.

Fue declarado venerable en 1626. En 1633, el Consejo General de Mallorca lo escogió como el patrón de la isla. En 1760, Clemente XIII decretó que «las virtudes del venerable Alonso se habían probado que eran de un grado heroico», pero la supresión de la orden jesuita en España en 1773 retrasó su beatificación. Fue beatificado el 25 de mayo de 1825 por León XII y canonizado el 15 de enero de 1888 por el papa León XIII.

Lo que dejo

San Alonso Rodríguez ha ganado merecida fama por la santidad extraordinaria, y mística, a la que llegó en su trabajo ordinario de portero en un Colegio jesuita. Es el Patrono de los hermanos jesuitas. Su fiesta se conmemora cada 31 de octubre, por ser el día de su fallecimiento. Hoy se celebran 400 años de este hermano ejemplar.

San Alonso dejo varias obras, que escribió por orden de sus superiores, entre ellas las Memorias autobiográficas, escritas desde 1604 hasta 1616 y algunos escritos que tratan argumentos de ascética con profunda penetración, fruto de una sabiduría que no saco de los libros. Su doctrina es sólida y sencilla, sus exhortaciones tienen el fervor que se espera de un santo de su talla, y el contenido de esos libros prueba que San Alonso era un alma mística.

No fue el autor del “Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas”, que se debe a la pluma de oro de otro jesuita del mismo nombre y apellido, pero no canonizado.

San Pablo decía que para que no se llenara de orgullo Dios le permitió ataques terribles en su carne. Y así le sucedió también al buen Alonso. De vez en cuando le llegaban sequedades tan espantosas en la oración que, para él, rezar era un verdadero tormento. Todo lo que fuera piedad le producía repulsión. Pero así y con esas sequedades seguía rezando. Rezaba todo el día, viajando de un sitio a otro de la casa llevando razones y mensajes, o atendiendo en su portería a todo el que llegaba. Alonso rezaba siempre.

Ya voy, Señor

Un día cuando sus tentaciones impuras se le habían vuelto casi enloquecedoras, al pasar por frente a una imagen de la Santísima. Virgen le gritó en latín: «Sancta Maria, Mater Dei, memento mei» (Santa María Madre de Dios, acuérdate de mí) e inmediatamente sintió que las tentaciones desaparecían. Desde entonces se convenció de que la Santísima Virgen tiene gran poder para alejar a los espíritus impuros, y se dedicó a encomendarse a Ella con mayor fervor. Le rezaba varios rosarios cada día y en honor de la Madre de Dios rezaba salmos diarios. Y la Virgen María fue su gran Protectora y defensora hasta la hora de su muerte y se le apareció varias veces, llenándolo de increíble felicidad.

En sus dolorosas enfermedades se sentía asistido por Jesús y María y decía que había días en que, los sentía tan presentes junto a él, como si hubiera vivido en Nazaret cuando ellos los dos estaban viviendo allá. Esto le producía intensas alegrías espirituales.

Con autorización de sus superiores fue escribiendo todo lo que recordaba de sus experiencias espirituales, y en esa su autobiografía hay detalles que demuestran cómo este sencillo e ignorante porterito de un colegio llegó a altísimos grados en la vida mística. Con razón las gentes de todas las clases sociales iban al colegio a pedirle sus consejos, a consultarle sus dudas y a recibir consuelos para sus penas.

Cuando ya era muy anciano y estaba sumamente enfermo, un día el superior para ver qué tanta era su obediencia le dijo: «Le ordeno que se vaya de misionero a América del Sur». Inmediatamente Alonso empacó sus pocas ropas y salió por la portería, listo a embarcarse en el primer barco que llegara. El superior tuvo que mandarle otra vez que se volviera a su puesto.

Otro día el superior, que sufría de un reumatismo sumamente doloroso le dijo: » Hermano Alonso, pídale a Dios y a la Virgen que me curen de este mal tan molesto». El santo estuvo toda la noche rezando, y no dejó de rezar pidiendo aquel favor, sino cuando al amanecer supo que el Padre Superior había amanecido totalmente curado.

El 29 de octubre de 1617 sintiéndose sumamente lleno de dolores y de angustias, al recibir la Sagrada Comunión, inmediatamente se llenó de paz y de alegría, y quedó como en éxtasis. Dos días estuvo casi sin sentido y el 31 de octubre despertó, besó con toda emoción su crucifijo y diciendo en alta voz: «Jesús, Jesús, Jesús» expiró.

Carolina Campillay.

Mendoza. Argentina

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