Catalina de Aragón, reina santa

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Catalina de Aragón, infanta

La Iglesia ha canonizado a reinas como a Santa Isabel de Portugal o Santa Margarita de Escocia, pero no así a Catalina de Aragón (Alcalá de Henares 1485 – 1536), que bien merecería tal título, por sus muchas virtudes cristianas. Hablamos, claro está, de la hija menor de los Reyes Católicos, casada con el rey inglés Enrique VIII, quien finalmente la repudió al encapricharse de una de sus damas, Ana Bolena.

Catalina no estaba llamada a casarse con Enrique, si no con su hermano Arturo, pero este murió, cabe la duda de si llegaron a consumar el matrimonio. Con el tiempo, Enrique alegaría que sí, y que por tanto, su matrimonio con la infanta española era inválido. Pero eso vendría con el tiempo, provocando el Cisma anglicano. Catalina y Enrique se casaron en 1509, siendo proclamados días después reyes de Inglaterra, en la abadía de Westminster. Sería repudiada en 1533.

Enrique y Catalina

De sus padres Catalina heredó una acendrada fe católica, pero también una profunda formación humanista, que sorprendió en la Corte inglesa. De hecho, mantuvo una estrecha amistad con Erasmo de Rotterdam y con Tomás Moro (este último, perdería la cabeza por negarse a aceptar la arbitrariedad de su otrora amigo Enrique).  

Pero no sólo eso, emulando a su madre, que en la campaña para la reconquista de Granada cabalgaba con las tropas cristianas, Catalina, ya reina consorte de Inglaterra y en ausencia de su esposo tratando cuestiones de Estado en Francia, se ponía al frente del ejercito de su nueva patria, para enfrentar una de tantas revueltas de los escoceses, en la frontera norte del reino.

María Tudor

Catalina puso todo su empeño en dar un heredero al trono, pero de sus seis hijos — y varios abortos espontáneos — , sólo sobrevivió su hija María. El no tener un sucesor varón y, sobre todo, los encantos de la Bolena, movieron a Enrique, que en un principio se había distinguido como príncipe humanista y fiel a la ortodoxia católica, solicitara la nulidad del matrimonio, a lo que naturalmente se opuso el Papa.

Prueba de su virtud es que, tras los disturbios de Londres conocidos popularmente como Evil May Day, intercedió por la vida de los revoltosos, logrando la gracia real. También era la caridad que empleaba, hasta entonces desconocida, con los más menesterosos.

Pero todas esas prendas no bastaron. Finalmente, Enrique la abandonó, haciéndola encerrar, al igual que a su hija María (prohibió a madre e hija verse, e incluso escribirse en tanto no reconocieran su nuevo matrimonio con la concubina Ana Bolena, prometiéndolas a cambio una vida más cómoda en prisión, a lo que ellas se opusieron tenazmente), mientras que la antigua dama de la reina, pasaba a ocupar el tálamo nupcial de su antigua señora.

Catalina dejó escrito, en 1531, “Mis tribulaciones son tan grandes, mi vida tan perturbada por los planes que se inventan a diario para promover la malvada intención del rey, las sorpresas que me da el rey, con ciertas personas de su consejo, son tan mortales, y mi trato es lo que Dios sabe, que es suficiente para acortar diez vidas, mucho más la mía».

La anulación matrimonial que pedía Enrique no sólo fue rechazada por el Papa, sino que también fue condenada por los líderes protestantes Martín Lutero y William Tyndale, así como por los destacados católicos ingleses Tomás Moro — al que nos hemos referido antes—, y John Fisher, que serían martirizados por su oposición al despropósito del tirano.

Kimbolton

Catalina, tras el divorcio, estuvo recluida en varios palacios y castillos, recalando finalmente en el de Kimbolton, en Cambridgeshire. Ella misma se auto confinó en una sola habitación, de la que sólo salía para asistir a misa. Además, ayunaba con frecuencia.

La hija de Catalina y Enrique, María Tudor —1516 a 1558—, llegó a ser reina de Inglaterra e Irlanda entre 1553 hasta su muerte en 1558. Emprendió una Contrareforma, tratando de restaurar el catolicismo en Inglaterra. Desde 1554, fue también reina consorte de España, por su matrimonio con su tío Felipe II, quien a su vez fue rey consorte de Inglaterra.

En cuanto a la fe de Catalina, hay que destacar que era miembro de la Tercera Orden de San Francisco y seguía devotamente sus obligaciones religiosas como franciscana, combinando sus deberes como reina con su piedad personal. Según afirmó tras su destierro «prefiero ser la esposa de un mendigo pobre y estar segura del cielo, que ser reina de todo el mundo y dudar de ello por mi propio consentimiento». 

Thomas Cromwell

Murió en el castillo de Kimbolton. en enero de 1536, rodeada del cariño que nunca perdió de todo el pueblo inglés, y admirada por todos, incluso de sus enemigos. Uno de ellos, quien luego asumiría la dictadura tras el regicidio del rey Carlos I, Cromwell señaló que “si no fuera por su sexo, podría haber desafiado a todos los héroes de la Historia».

Con el tiempo, el gran escritor católico Hilaire Belloc, se refirió a ella en estos elogiosos términos: «Todos los hombres sentían simpatía por la gentil, sencilla y digna reina Catalina.  Conocían a través de retratos y relatos su amplia sonrisa, sus rasgos hermosos… su reconocida bondad. Sus desgracias la habían hecho querida por el pueblo inglés. Había dado a luz a un hijo tras otro a su marido y había sufrido decepciones, ya que todos esos hijos, excepto uno, habían muerto en la infancia o habían nacido muertos, y sus abortos espontáneos eran conocidos».

William Cobbett,

Por su parte, William Cobbett, igualmente elogioso hacia la figura de Catalina, fue particularmente severo en su condena hacia su maltratador marido: «Había sido desterrada de la corte. Había visto cómo Crammer anulaba su matrimonio y el Parlamento declaraba bastarda a su hija, su única hija superviviente, y el marido, con el que había tenido cinco hijos… ¡había cometido la barbaridad de mantenerla separada y no permitirle, tras su destierro, volver a ver a su única hija! Murió, tal y como había vivido, amada y venerada por todos los hombres y mujeres de bien del reino, y fue enterrada, entre los sollozos y las lágrimas de una gran multitud, en la iglesia abacial de Peterborough».

La tumba de Catalina de Aragón se encuentra en la catedral —hoy anglicana— de Peterborough, a unos 100 km. al norte de Londres, en la diócesis católica de East Anglia. Todos los años, en la efeméride de su muerte, sobre su tumba aparece un ramo de rosas rojas, signo de la devoción que aún se le guarda en su antiguo reino.

 Jesús Caraballo

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