Conferencia pronunciada por Vicente Medina el 26 de abril en Pozuelo de Alarcon, Madrid
Recordemos a dos reyes llamados Juan.
Juan II de Castilla, padre de nuestra reina Isabel I de Castilla.
Juan II de Aragón y Navarra, padre de nuestro rey Fernando II de Aragón.
Juan II de Castilla se casaría en dos ocasiones.
Con la infanta María de Aragón, tía del futuro Fernando II de Aragón, con quien tendría cuatro hijos, tres mujeres Catalina, Leonor y María, todas ellas fallecidas de niñas y un varón, Enrique IV de Castilla, hermano por parte de padre de la reina Isabel
Posteriormente, lo haría con Isabel de Portugal con quien tendría una hija, Isabel I, y un varón, Alfonso, que reinaría como Alfonso XII de Castilla mientras batallaba en la Guerra Civil contra su hermano Enrique IV.
Juan II de Aragón y Navarra, igualmente, se casaría en dos ocasiones.
Con Blanca I de Navarra con quien tendría tres hijas y un hijo, Juana, fallecida a muy corta edad, Blanca II de Navarra, que se casaría con el hermano de nuestra reina Isabel, y Leonor, que reinaría en Navarra como Leonor I.
El rey aragonés se volvería a casar, esa vez con Juana Enríquez, hija de Fabrique Enríquez, almirante de Castilla. De este segundo matrimonio tendría dos hijas y un hijo, Leonor, fallecida al nacer, Juana, que se casaría con el rey Fernando I de Nápoles, y Fernando, que reinaría como Fernando II junto con Isabel I.
Ambos reinados no fueron ni mucho menos tranquilos, se multiplicaron los conflictos regionales y con la nobleza, pero volvamos a centrarnos en el título de esta conferencia.
Isabel ejemplo de mujer y política
Para completar la confusión de todos nosotros, podemos cerrar esta primera parte con los matrimonios de Enrique IV de Castilla.
En un primer momento lo haría con Blanca de Navarra, hermana por parte de padre de Fernando II, en segundas nupcias lo haría con Juana de Portugal con la que tendría una hija, reinando a lo largo de la Guerra de Sucesión Castellana como Juana I de Castilla, popularmente conocida como Juana la Beltraneja, guerra que se libraría desde 1475 a 1479 con su tía Isabel I.
Todo ello nos proporciona una clara imagen de los cruces de relaciones y alianzas, materializadas en sus políticas matrimoniales, entre los cuatro reinos cristianos de la Península Ibérica: Portugal Castilla, Navarra y Aragón, mostrando las alianzas por matrimonios regios entre las casas reinantes en ellos.
Destaquemos un hecho, Isabel ocupaba el tercer lugar en el orden dinástico, por lo tanto…
Nuestra reina no estaba destinada a reinar.
Debería haber sido una pieza más en este ajedrez de relaciones entre los diferentes reinos, ocupando su puesto junto a alguno de sus pretendientes: Alfonso V de Portugal, Carlos de Valois, hermano de Luis XI de Francia, o el hermano de su futuro marido Carlos de Viana, príncipe de Navarra.
Esta realidad no resta en ningún grado la mujer que era Isabel I, ya que como el resto de las mujeres de la realeza durante siglos estuvieron destinadas a ser parte de estos juegos de intereses y poder.
Mujeres que sabían conjugar las facetas de reinas y nobles con las de esposas y madres, no siendo fácil para ninguna de ellas ejercer tales responsabilidades.
La mujer en la nobleza era parte influyente en los pactos entre estados, en las decisiones reales y en la educación de las futuras generaciones de nobles y reyes.
Se podría ahondar más en sus actividades de mecenazgo, cultura, arte, religión, pero volvamos a nuestro hilo conductor.
La decisión de contraer matrimonio con Fernando marcaría el rumbo del futuro de Castilla y Aragón, dando forma a un sueño histórico como era la unificación peninsular bajo una única Corona y una misma Fe.
Sueño que ya se empezó a fraguar con la creación de la Corona de Castilla por el rey Fernando III el Santo y la llegada de la Casa Trastámara a Aragón con el reinado de Fernando de Antequera.
Pero regresemos a nuestra reina Isabel I de Castilla, repasando los hijos de los Reyes Católicos, junto con sus juegos de poder y alianzas internacionales.
Su primogénita Isabel contraería matrimonio con Alfonso de Portugal, el cual fallecería tempranamente, casándose posteriormente con su hermano Manuel, que reinaría como Manuel I de Portugal, de cuya unión nacería su hijo Miguel de Paz.
Hagamos un nuevo descanso en este punto.
La búsqueda de unión de los reinos peninsulares se muestra como una constante en la política de los Reyes Católicos, siendo ya una realidad la unión de Castilla y Aragón, con este doble matrimonio se hace una apuesta fuerte por la unión de los tres reinos más poderosos de la península: Portugal, Castilla y Aragón, pero por desgracia el Infante Miguel falleció prematuramente.
Ahora, hablemos del infante Juan, con él, los Reyes Católicos abren una nueva política de alianzas externas a las peninsulares llevadas a cabo hasta este momento, casándole con Margarita de Austria, hija de Maximiliano I de Hamburgo, nuevamente los planes se truncan por el fallecimiento del infante.
En tercer lugar, la infanta Juana, que reinaría brevemente como Juana I de Castilla, volverían a apostar por la fusión de la Casa de Trastámara con la Casa de Austria, al hacerlo con otro hijo del emperador, Felipe el Hermoso.
Los Reyes no cejaron en su intento de unir los reinos peninsulares, ya que su cuarta hija, la infanta María la casarían con el viudo Manuel I de Portugal con el que tendrían numerosos hijos, destacando una nueva Isabel de Portugal que sería emperatriz al contraer matrimonio con nuestro rey Carlos I de España.
Parece clara la línea de relaciones internacionales de Castilla y Aragón con los Austrias, por un lado, y con Portugal, por otro.
Intentos de uniones dinásticas que se lograrían en primer lugar con el reinado de Carlos I y en segundo con el de Felipe II.
Es importante recordar, por el impacto en el futuro de España, el matrimonio de su última hija, Catalina, con el heredero de una nación, en aquel momento, poco poderosa, Arturo de Gales, buscando, probablemente, el aislamiento del común enemigo francés.
Aunque, nuevamente por su fallecimiento, contraería nuevo matrimonio con su hermano Enrique, que ocuparía el trono de Inglaterra como Enrique VIII, con quien tendrían una hija, María I de Inglaterra que se casaría sin descendencia con su primo hermano Felipe II de España.
Si en la primera parte repasamos los juegos políticos entre los reinos cristianos, previos a la coronación de nuestra reina Isabel, en esta segunda hemos podido apuntar los movimientos en el ajedrez de la política internacional desarrollados por los Reyes Católicos.
Castilla y Aragón ya no eran solo dos reinos peninsulares, eran reinos con influencia internacional, que por matrimonios reales extendían sus relaciones políticas por toda Europa.
A la vez que, por vía militar y comercial Aragón se extendía por el Mediterráneo y Castilla por el Atlántico hasta América y Asia.
Nuestra Reina Isabel daba muestras de ser la mujer más poderosa de su tiempo, tanto como madre, gobernante, política y reina.
Ahora había que construir un reino.
Se deseaba lograr la unificación cristiana de la Península Ibérica, para alcanzar tal logro había que dar el último empujón a la reconquista eliminando al Reino Nazarí de Granada.
Hubo un hecho que para los Reyes Católicos no pasó desapercibido.
En 1480 una pequeña ciudad al sur de la Península de Italia, en el Reino de Nápoles, fue tomada por el Imperio Otomano, estas ciudad se llama Otranto, el impacto al ver a las puertas de la cristiandad la posible invasión musulmana de los reinos vinculados con Aragón, hizo que en la península se acelerasen los acontecimientos por Castilla, el objetivo estaba claro, había llegado el momento de expulsar al último reino musulmán, y así ocurriría en 1492.
Conseguido la unidad geográfica, quedaban otras metas por alcanzar.
Desde hacía siglos, en Castilla y en Aragón, coexistían las tres religiones monoteístas, judíos, musulmanes y cristianos.
Y si Otranto aceleró la derrota del Reino Nazarí, no fue menor el impacto que supuso a nuestra reina la visita a Sevilla en 1477, la reina se encontró con una ciudad devastada.
En parte por el conflicto entre dos grandes familias castellanas, el duque de Medina Sidonia y el marqués de Cádiz.
Pero si lo primero lo zanjó casi de inmediato, lo que no pudo resolver con la misma celeridad fueron los graves problemas de convivencia entre judíos y cristianos.
Las quejas continuas contra los cristianos nuevos eran continuas, se les acusaban de falsos conversos y de judaizantes, practicando y extendiendo las actividades propias de la religión judía a pesar de haber adoptado el cristianismo.
Este tipo de conflictos entre ambas religiones, no eran nuevos, se repetían periódicamente desde el siglo XIV.
La tensión fue tan elevada que la reina se vio obligada admitir algo que había pospuesto a pesar de las presiones recibidas desde el papado, la Inquisición, a pesar de todo las tensiones fueron crecientes, desembocando en la Expulsión de los Judíos en 1492.
Siguiendo las políticas de otros reinos europeos, que ya habían adoptado con anterioridad la expulsión de la población judía, movidos por la necesidad de consolidar la creación de los nuevos reinos tanto geográfica, como social y religiosamente.
La expulsión de los musulmanes no se produciría hasta el reinado del rey Felipe III, pero es una realidad que gran número de ellos se marcharon tras la derrota del Reino Nazarí y las sucesivas revueltas musulmanas que le siguieron.
Pero aún quedaban dos últimos retos por resolver.
Finalizada la reconquista había que reorganizar el poder militar.
Durante siglos las órdenes militares habían jugado un papel esencial, pero con el fin de la guerra en la península este poder se debía reconducir.
El golpe maestro se logró con la neutralización política de dichas órdenes, gracias a la Concesión Papal de la unificación del cargo y la creación del Consejo de Órdenes, recayendo progresivamente los maestrazgos en el rey Fernando, aunque no se incorporarían al control total de la Monarquía Hispánica hasta el reinado del rey Carlos I, cuando este fue nombrado Gran Maestre.
Las órdenes militares eran una cara de la moneda, la otra cara era la alta nobleza.
Los Reyes Católicos lo consiguieron, dándoles poder y rentas, recompensando su lealtad a la vez que reforzaba la autoridad real.
Parte de este control se lograría con los nombramientos de arzobispos y obispos, haciendo que se ocupasen dichos cargos eclesiales por personas nacionales externas a la alta nobleza.
Debemos destacar la habilidad y la gestión conjunta de todos estos retos, logros claves para la transformación de las viejas estructuras medievales en unas nuevas estructuras del estado moderno en construcción.
Vicente Medina