LA BATALLA DE TERUEL (1)

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Memorias del capitán Alfonso Fernández de Córdoba Parrella. Frente de Teruel.

De Terriente a Teruel.

          Un mes acaso llevaríamos en las posiciones que circundaban Terriente, en la Sierra de Albarracín, y en las que mi escuadrón prestaba servicio por secciones aisladas, teniendo yo mi puesto de mando en la más centrada, cuando el día 3 de diciembre, víspera de Santa Bárbara empecé a no encontrarme bien, pasando todo el día y la noche en la posición con fiebre muy alta.

        A las cuatro por la mañana bajé al pueblo para asistir a la misa y comida, organizadas por la batería de artillería, pero después de oír la misa, el Alférez médico de mi grupo, me dijo que tenía que guardar cama pues parecía ser algo serio. En cama, en una casita de las 3 o 4 que estaban habitadas, en la que me prepararon un modesto cuarto, pasaron los días hasta que el 10, al ver que no mejoraba, me propuso el mismo médico evacuarme al hospital de Teruel.

        En principio me negué a la idea, pues no quería abandonar mi escuadrón, e ir a un sitio donde no conocía a nadie, pero «El hombre propone… «, porque en la visita que me hacía el capellán del grupo, este intentó convencerme para que me evacuara, y al final para decidirme empleó el argumento de que si así lo hacía, luego me sería fácil conseguir unos días de permiso para reponerme y pasarlos en mi casa con mi mujer e hijo.

       Esto me animó y efectivamente al día siguiente, 11 de diciembre, en una ambulancia y acompañado por mi asistente fui evacuado a Teruel . .  ¡No sabía a donde iba!  Me llevaron al Hospital de las Hermanitas, donde en la sala de oficiales infecciosos, quedé ingresado en unión de otros cuatro.

Plano de la zona de Terriente y Teruel.

    En la mañana del 13 empezaron los rojos a castigar la Plaza con fuego de cañón que sistemáticamente se producía cada 15 minutos tanto de día como de noche, Pero no era solo esto, ese mismo día la aviación roja hizo cinco pasadas bombardeando, a la cuarta vez, y en vista de lo cerca que cayeron las bombas, decidimos bajar a los refugios, donde afortunadamente nos cogió el quinto bombardeo, pues en este dibujaron el hospital, e incluso una de las bombas cayó al lado de la sala nuestra llenándola de metralla y rompiendo casi todo de lo que allí había.

      Con todo esto, resultaba poco tranquila y apetitosa la permanencia en el hospital.

      Continuaron lo mismo los días14 y 15, este último se decía que los rojos habían cortado «el rabo de la sartén» o sea, la carretera y ferrocarril de Teruel a Zaragoza, pero a nosotros nadie nos lo confirmó, tanto es así que yo, que estaba algo mejor, pues no me había pasado la fiebre de 38 º, hacía planes para irme a Zaragoza al día siguiente con el Alférez Médico Canellas que era uno de los hospitalizados conmigo.

     Al día siguiente, el 16 al hacer su visita diaria el director del hospital nos dijo que el Coronel Rey, Gobernador de la Plaza le había ordenado que diera de alta a todos los oficiales que no estuvieran  imposibilitados de actuar. De los 5 que estábamos, solo pudo dar de alta a uno, que creo era un Alférez de artillería. A pesar de eso, a los cuatro que seguíamos de baja, nos ordenó vestirnos y que fuéramos al Hospital de la  Asunción, haciéndolo así y continuando en aquel, aún en cama.

     El día 17 empezaron a circular toda clase de rumores alarmistas y fue más intenso el castigo que la aviación y la artillería hacían sobre la Plaza, también llegaron muchos heridos al hospital, dando casi todos noticias lamentablemente desastrosas de nuestras posiciones. Decían que por la abundancia de efectivos y elementos rojos (sobre todo tanques rusos) era imposible mantenerlas, y a pesar del espíritu y el valor de la gente, se iban perdiendo una a una.

     En vista de ello, a media tarde y aunque aún tenía fiebre, fui a la comandancia, que estaba muy cerca del hospital (creo que medianera) y pedí ver al Coronel Rey. Me recibió este señor al poco rato y entonces le dije que enterado de las cosas que pasaban, quería ofrecerme a él por si necesitaba mis servicios.

     Me lo agradeció, pero diciéndome que el jefe de sanidad no le había dado mi nombre como útil y por tanto, que me volviera al hospital, quedando en avisarme a pesar de todo, si las circunstancias lo exigían.

     Esta noche ya dejé de tomar leche como único alimento, pues quería reponerme un poco más y me dieron un poco de sopa,  cocido y pollo que apenas probé por falta de apetito.

    Al día siguiente, 18, fui a la comandancia pues el hospital casi estaba lleno de heridos y yo no hacía mas que ocupar sitio, además las noticias eran cada vez peores y quería estar próximo al mando de la plaza por si me necesitaba y para estar mas enterado de lo que ocurría. Seguía con fiebre por encima de 37º y sobre todo muy débil y caído por los días de cama.

     Estuve recorriendo la comandancia por donde quise e intenté presentarme al Coronel, que no me recibió. Por cierto que ese día vi al pobre Pepín Fernández de Córdoba, hijo de Zarco que era Alférez de caballería, nos costó trabajo reconocernos, estuve con él un buen rato y dejé de verle para siempre, pues luego me enteré cayó muerto de un cañonazo a los pocos días. Conocí también al alcalde de Teruel, señor Maicas, que estuvo muy amable y me obsequió con un poco de vino y una tortilla.

    Al atardecer me mandaron recado del hospital para que fuera, y haciéndolo así y durmiendo en una habitación de dos camas con un teniente de artillería llamado Briones, que estaba herido del pecho y se pasó la noche delirando, yo dormí regular y eso que era la última noche que iba a dormir como una persona. .

Al día siguiente, día 19 de diciembre, a las 9 de la mañana recibí una orden del Coronel Rey para que me presentase; antes de eso y comprendiendo que habían llegado las circunstancias a límites peores, me confesé con el capellán del hospital, como si realmente hubiera sido la última vez que lo hiciera  . . Poco después entraba en el despacho del Coronel Gobernador. Me dijo que no tenía mas remedio que echar mano de todo el mundo; que había muchas bajas, sobre todo Oficiales, y que con varios restos de compañías y batallones que había recuperado de las posiciones evacuadas, quería crear algún refuerzo para emplearlo en los puntos mas necesarios.

      Esperé una media hora, tiempo durante el cual se presentaron a él dos Tenientes médico, el Teniente Merino y el Teniente Vallejo; a su vez me los presentó como futuros jefes de dos compañías de infantería de las que se iban a formar y cuyo mando iba a tomar yo, para acudir a uno de los frentes. Me deseó buena suerte y me dijo que el Capitán Pontes (de sanidad) allí presente me diría lo que tenía que hacer.

     Salimos los cuatro, tomando un  coche ligero que nos llevó por el nuevo  viaducto (batido por artillería y ametralladoras, una de cuyas ráfagas hizo 4 o 5 impactos  en el coche) hasta el nuevo ensanche de Teruel, donde en el edificio destinado a escuelas, estaba el Coronel Gasca y bastantes individuos y  clases.

     Fuimos presentados por Pontes a dicho Coronel, quien me dijo que al mando del batallón que iba a organizar iría a la línea «Puente del Cubo-Corbalán», quedando a las órdenes del Comandante Rubio, que mandaba aquel Subsector.

          Y aquí un paréntesis. . .  Porque tuve entonces una sensación tan ingrata y desoladora que quiero hace notar.

  Mapa de Teruel y la   zona de Corbalán

      Yo era un capitán habilitado de Caballería que me encontraba metido, como caído del cielo, en un drama espantoso  . . . Esto, en la guerra, al fin y al cabo, es natural, pero lo triste de mi caso era la soledad, una soledad total, porque quitando a mi asistente, no conocía a nadie y nadie me conocía a mi, y pensaba con tristeza, que seguramente dentro de poco habría desaparecido y nadie se habría dado cuenta.

      Esto será egoísmo, pero hasta me parecía en aquel momento que mi sacrificio sería estéril si no se me conocía y además era desolador el pensar, que los míos no sabrían ya nunca de mi, y en fin, que mi vida toda, iba a terminar quizás con la clásica frase «desaparecido» sin saber ni como, ni cuando, no porqué.

     Por eso cuando después de tener reunidas las dos compañías, con sus fusiles sin machete, sin bombas de mano, y con un Sargento y dos Cabos para cada una, además de un Teniente médico, como Capitán y antes de dar orden de embarcar en los seis camiones que debían llevarnos al P.C. Del Comandante Rubio, me dirigí al Coronel Gasca (al que acababa de conocer) y le dije que tenía que pedirle un favor, a lo que él amable, contestó que lo que quisiera. Únicamente le rogué que tomara mi nombre y dos apellidos, y que si al entrar las fuerzas nacionales en Teruel (cosa que esperábamos confiados) no sabía nada de mí, escribiera una carta a mi suegro diciéndole lo que me pasó y la misión con la que salí al frente, para lo  cual le di la  correspondiente dirección y nombre. Me juró que así lo haría, me dio un apretón de manos y yo di la orden de subir a los camiones.

      Volvimos a atravesar con ellos el nuevo viaducto (esta vez sin novedad)  y después, por unas calles y caminos desconocidos para mi, llegamos a un punto a unos trescientos metros del P.C. del Comandante Rubio, donde dijeron los  conductores, que de allí no habían podido pasar en ninguno de los viajes anteriores que hicieron, pues hasta la casita del P.C. está el terreno batido por ametralladoras.

    En vista de eso,  ordené que no saliera cada grupo hasta que no llegase el anterior, y con la gente de mi camión intercalada y distanciada, llegué sin novedad hasta el P.C. y lo mismo los restantes grupos.

     Se quedó la fuerza sentada a lo largo de una tapia adosada a una casita en la que entramos los dos oficiales médicos y yo, presentándonos al Comandante Rubio. En primer lugar le encontré muy nervioso y excitado, hablando bastante toscamente y empleando para todo  frases   hechas y lugares comunes.

                          Víctimas batalla de Teruel.

Lo menos 12 o 14 veces me recalcó  que le respondería con la vida si perdía un solo palmo de terreno, hasta que yo le corté diciéndole que esas cosas bastaban con decirlas una sola vez seriamente y que ya le había oído hacía rato. Luego, al ver que la gente no llevaba bombas de mano, ni tampoco machetes, protestó de que fuésemos así y lo mismo cuando le dije que íbamos sin pan ni rancho. Repartió un chusco y una lata de sardinas para dos y luego entregó 10 o 12 bombas de mano alemanas de «rabo».

     Me explicó  que era muy difícil llegar a la posición donde íbamos de refuerzo por estar batidos todos los accesos, que él no podía abandonar su P.C. pero que en una de las casitas que había en la línea donde se resistía, estaba un capitán (Vidaurreta) que allí mandaba el subsector y que yo estaría a sus órdenes a su flanco derecho, donde había un corte en la línea.

          Me pintó en un papelito la forma general de la posición, que era solo de circunstancias como luego vi, apenas tenías el terreno arañado. (Era posición de repliegue y llevaban allí unas 24 horas). Según él, yo quedaría la flanco derecho de las posiciones 1-2-3-4-5-6- y 7 que eran las más importantes y que se extendían desde el puente del Cubo (carretera general a Zaragoza)  y Fábrica (a su inmediación)  hasta la altura aproximada del cementerio viejo (que se encontraba a unos 500 metros más retrasado con relación a la línea). Después de todo esto me asignó dos enlaces que dijo que eran buenos conocedores del terreno, me ordenó que si le daba parte de haber perdido una posición sería con la condición de haberla recuperado previamente y partí en la cabeza de la fuerza con mi asistente y los dos enlaces, protegidos por un terraplén de unos 3 o 4 metros de alto que desenfilaba de vistas la vereda por la que avanzábamos.

            Así continuamos hasta un punto en que por haber subido a la mesetilla que daba origen a aquel terraplén, empezó el enemigo a batirnos con fuego de armas automáticas que no nos dejaba avanzar. Completamente pegados al terreno, intenté yo, con un grupo de 10 o 12 (en el que iban mi asistente, el de Ligazoain, que acababa de salir del hospital y los dos enlaces) seguir avanzando, pero a los 40 o 50 metros nos “enchufaron” una ráfaga que mató a uno e hirió a tres (entre ellos el asistente de Liza) por lo que nos quedamos “pegados” en aquel sitio un buen rato, y el resto del batallón en donde lo había dejado.

          En esto oímos ruido de motores de Aviación y efectivamente eran nuestros aparatos. Entonces comprendí enseguida que era la ocasión única para moverse y así nos pusimos en pié, evacué las bajas y seguí con las dos compañías tranquilamente y sin que nadie nos molestase.            

        De esta manera pudimos llegar a la línea ordenada en la que distribuí a las dos compañías, que tuvieron que empezar por preparar un poco el terreno, tan poco que no podía ser menos, ya que no tenían ni un pico ni siquiera un machete.

          Al poco de estar allí, empezaron las bajas, siendo una de las primeras, el Teniente médico Marín que quedó muerto en el acto de un balazo en la cabeza, con lo que su compañía quedó al mando de un Sargento.

           A las tres de la tarde se acercaron mucho los tanques, que con el clásico “ Chis-pun” nos molestaban a unos 300 metros, distancia que no acortaban, a pesar de que no disponíamos más que de fusiles vulgares.

Puesto de ametralladoras ejército rojo en las afueras de Teruel.

          Cuando empezaba a anochecer, recibí una orden del Comandante Rubio de que por haber sido baja el Capitán Vidaurreta, me hiciera cargo del mando y estableciese mi P.C. en una casita que había a la inmediación de las posiciones numeradas, es decir a mi izquierda. Antes de salir de allí, vi al otro Teniente médico, Vallejo, que llegaba a buscarme con las dos manos atravesadas por un balazo por lo que tuvo que ser también evacuado.

          Al llegar a mi nuevo P.C. hablé con un teniente de la Guardia Civil (creo que Bernald) que me estuvo poniendo un poco al tanto de aquello.

Francotirador rojo abatido

En menos de 48 horas, era yo el 6º jefe de aquel subsector pues todos habían sido bajas, me dijo que la gente estaba pobre de moral, pues casi todos los oficiales habían sido muertos o heridos y que los tanques hacían mucho daño con toda impunidad.

          Efectivamente, a aquella hora en que se estaba poniendo el sol y cuando empecé a recorrer las posiciones, en todas se encontraban evacuando a muchos heridos, algunos de los cuales lo estaban desde hacía varias horas.

          Esa noche no pude dormir apenas, pues a cada momento había alarmas en todas las posiciones que luego resultaban falsas, pero que en el momento no se sabía de qué se trataba, así comenzó el día 20.


Soldados calentándose

        Al amanecer, se empezaron a ver muchos disparos con balas trazadoras, cuyo fin era el de señalar objetivos a la artillería, pues ésta no tardó en batir todos esos puntos. Los tanques, que seguían acercándose impunemente a distancias de 200 a 300 metros, no nos dejaban un momento de reposo y la aviación roja, alternaba en sus vuelos con la propia, aunque sin duda por no conocer las nuevas líneas, ninguna de las dos bombardeaba.

          Alrededor de las 11 de la mañana vimos perfectamente un espectáculo triste, pero bonito. Toda la artillería de los rojos hizo una concentración de fuego rápido sobre Teruel, al mismo tiempo que su aviación daba varias pasadas, parecía que cuando se disipase el polvo y el humo en que se vio envuelta la ciudad, no iba a quedar rastro de ella…, luego vimos que aparentemente todo seguía lo mismo.

Recopilado y transcrito por:

Bruno Altamirano Fernández de Córdoba

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