La batalla de Teruel (2)

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Memorias del capitán Alfonso Fernández de Córdoba

Serían aproximadamente las doce o doce y media, cuando un oficial de la posición 6 me envió un enlace pidiéndome refuerzos para suplir las bajas habidas en esa mañana, y además por creer que iban a intentar el asalto los rojos.

          Efectivamente, al poco rato y sin duda como preparación de su próximo asalto, desencadenaron el fuego de todas clases sobre las posiciones y sobre las pocas casitas que había cerca, donde pensaban lógicamente que estaría algún P.C. A la nuestra la atravesaron con varios impactos de cañón fácilmente, pues sus tabiques eran de panderete y con la suerte de que no explotaron las granadas, quizás por la poca resistencia de los muros, pues en su interior había varios heridos y un practicante esperando a poder ser evacuados.

Artilleria roja en la toma de Teruel

          Yo estaba próximo a ella, echado en el suelo con mis enlaces y el Teniente Bernald, los tanques nos dibujaban de tal manera, que nos llenaron de polvo y chinazos que nos hacían pequeñitas heridas y a hasta nos levantaban del suelo la onda explosiva de los proyectiles de sus cañones cuando caían muy cerca, pero eso fue todo.

          Cuando cesó un poco, me acerqué a la casita para poder estar de pié protegido por una de sus esquinas y ver mejor lo que pasaba y en ese momento hubo un impacto enteramente a mi lado en el muro, que sonó como bala explosiva o expansiva y me pegó de rebote en la mano derecha entre el índice y el pulgar haciéndome un pequeño desgarro para el que bastó un poco de esparadrapo. Ha sido la única herida, por llamarla así, que he tenido en la guerra.

          Enseguida reuní un grupo de unos 15 hombres contando con mis enlaces y asistente y a pesar de la dificultado de llegar hasta las posiciones 6 y 7  iniciamos la marcha aprovechando el terreno y alguna media zanja que había.

          Estando a mitad de camino, se produjo en las 4 y 5, por baja de unos oficiales, un momento de pánico, pues no solo los tanques tiraban a placer, si no que habían sido asaltadas las 6 y 7 un poco más avanzadas, lo que vieron perfectamente desde la 4 y 5 y salieron sus defensores rápidamente hacia retaguardia, entonces, para parar aquella gente que se iba de las manos . . . tuvimos que emplear enérgicas medidas… consiguiendo pegarlos al terreno, hacerlos reaccionar y volverlos a las 4 y 5 desde las que pensaba asaltar las 6 y 7 antes de que tuvieran tiempo de organizarse en ellas. Nos faltaba para ello dos cosas importantísimas: base de fuegos y sobre todo base de partida.

          Corazón creo que no faltaba a ningún soldado, pues habían llegado las cosas a un punto en que todo se veía con indiferencia, en otro caso hubiéramos sufrido moralmente mucho más.

          Dos intentos hicimos de salir, el segundo fue eficaz, pues pudimos avanzar unos metros, pero el terreno ayudaba poco, el enemigo tiraba mucho y con eficacia y la gente se “pegaba” pese a su buen ánimo, esta vez fueron bajas casi la mitad.

          Estando en esto,  procurando sacar las bajas para volver a empezar, llegó el Comandante Rubio, que por alguno de los heridos evacuados o por algún despistado de la 6 o 7 que llegó a su P.C. se había enterado de la pérdida de estas posiciones. Preguntó por qué no le había dado parte de haberse perdido.  No contesté más que diciendo que íbamos a hacer un tercer intento.

          Me llamó aparte y me dijo que no hiciese más que conservar las otras, pues había recibido orden de que fuese preparando las cosas para replegar la línea a la plaza, al ser de noche. De esto, como es natural no debía enterarse nadie hasta el momento de iniciar la retirada, para lo que recibiría orden escrita (que yo le pedí). Y así fue, pasó toda la tarde malamente, con varios intentos enemigos de asalto, sobre todo a las 1 y 5 que se traducían en numerosas bajas.

          Al caer el sol, empezó la calma y a las 21 horas aproximadamente recibí la orden de repliegue en dirección al P.C. del Comandante Rubio.

          Resultó bastante bien, pues conseguí dar la sensación de ocupación durante las dos horas que se tardó en retirar bajas, municiones, etc. Y cuando ya solo quedaba una escuadra o poco más en cada posición con objeto de aparentar que se mantenían, para lo que hacían fuego intermitente, salí andando para el P.C. Al llegar a él y dar parte, ordené se retirasen los últimos (luego me enteré de que hasta que amaneció no se dieron cuenta los rojos del abandono).

          Al momento nos reunió Rubio (a todos los oficiales) y nos dijo que muchos de los heridos no habían podido ya ser evacuados a Teruel, pues estaban los rojos dentro de la plaza y que por tanto iríamos en cabeza todos los oficiales con bombas de mano para intentar romper el cerco.

Dejó con los heridos varios practicantes y emprendimos la marcha con muchas dificultades y bastantes tiros, pero sin que nadie se opusiera ostensiblemente al movimiento.

Un oficial médico que iba entre nosotros me dijo que había inyectado a todos los heridos que pudo algo de morfina para que por lo menos no sufrieran hasta que fueran cogidos por el enemigo.

Plano cuartel de la Guardia Civil

          En el Cuartel de la Guardia Civil

        De esta forma seguimos marchando, entrando en Teruel y subiendo por una ancha calle (de ¿San Francisco?) hasta llegar a una especie de ensanchamiento donde hicimos alto. Entonces observé que la orden de ir los oficiales en cabeza había producido resultados desastrosos, en efecto, como eran bastantes las unidades o restos de unidades que fueron convergiendo hacia la plaza, al encontrarse la mayor parte sin mando, se había entremezclado en tal forma (todo esto de noche) que era imposible distinguir a cada una, pues se daba el caso que al acercarse a un grupo y preguntar a qué batallón o compañía o batería pertenecían, no había dos hombres que dijeran el mismo nombre. Entonces, el Comandante Rubio dijo que él y los que nos habíamos retirado de la línea Puente del Cubo–Corbalán debíamos quedarnos en el cuartel de la Guardia Civil de San Francisco (cuya fachada posterior daba a la calle donde estábamos) para formar allí uno de los puntos fuertes para la defensa de la plaza.

          Reunió a los oficiales que pudo de aquella línea y siendo yo el mas caracterizado, me encargó que intentásemos reunir a nuestras unidades o a sus restos y que fueran entrando en el cuartel, que yo debía quedarme a la puerta de este hasta que él regresase, pues quería ir a la comandancia militar a recibir instrucciones.

          Y he aquí, como yo, contra todas las leyes de la lógica y conforme al más grande de los absurdos, habiendo en Teruel infinidad de jefes, entre ellos de la propia Guardia Civil, es decir, jefes naturales de aquella fuerza que estaba en el cuartel, me quedé al cargo de aquel edificio “hasta la vuelta del Comandante Rubio” pero este señor indudablemente no pudo o no quiso volver y si recibió instrucciones con ellas se quedaría, y yo no le volví a ver, luego supe, que varios días después murió a la puerta del hospital de la Asunción por disparos enemigos.

          Al amanecer recibí un enlace del Comandante Rubio que me dijo de palabra (textual) “Que se quede usted al mando del cuartel, que el Comandante no vuelve”.

Cuartel de la G. Civil en la actualidad

          Así fue como a un Capitán habilitado de caballería, aún baja por enfermo y que no tenía allí ninguna clase de mando, se le hizo entrega del cuartel de la Guardia Civil que iba a ser uno de los tres puntos de resistencia en unión con el seminario y la comandancia, y con toda la responsabilidad que pesa sobre el jefe de un reducto sitiado.

          En vista de cómo se presentaban las circunstancias, quise rápidamente enterarme del personal y medios de que disponía en aquel momento, para organizar urgentemente la defensa, así como conocer el edificio que nos había cabido en suerte.

          El resultado fue el siguiente:

          Once oficiales:

          Capitán Fernández de Córdoba

          Teniente de la Guardia Civil Ramón Hidalgo

          Alférez de la Guardia Civil Joaquín Rodrigo

          Alférez de infantería Félix Espuelas

          Alférez Capellán de Falange Vicente Guillén

          Alférez de infantería Alfonso Casanova

          Teniente médico Octavio Burgues

          Teniente de intendencia Vinyas

          Alférez de artillería Romero

          Alférez de artillería Martín Garduño.

Yo el más caracterizado, tres brigadas de la Guardia Civil, media docena de Sargentos, 80 Guardias Civiles y 9 guardias de asalto, con unos 170 soldados; en total 268 hombres.

          Medios diversos:

          Agua: nada

          Alimentos: Nada

          Medicamentos: 3 bolsas de curación de batallón.

          Bombas de mano: unas 15

          Botellas de líquido inflamable: ninguna

          Ametralladoras: 3, una inútil y las otras con funcionamiento dudoso por falta de agua para refrigerar.

          Fusiles: cada uno el suyo pero sin machete.

          Municiones: la dotación escasa de cada uno.

          Situación:

          En la calle que del puente de hierro sube a la escalinata y al lado de esta, siendo el cuartel el vértice del ángulo obtuso que se forma entre la comandancia y el seminario. Dominando la estación del ferrocarril. Con dos pisos por la parte que da a la calle mencionada y cuatro por la opuesta que domina la estación, debido al desnivel del terreno.

          El cuartel es un edificio bastante moderno y amplio, con un gran patio en su centro. Se deterioró mucho y casi desapareció por completo el piso alto, cuando el bombardeo de la aviación roja en diciembre de 1936.

En vista de las circunstancias y comprendiendo que lo más necesario de momento para resistir era agua, víveres y medicamentos. Ordené al teniente Burgues de Sanidad (médico), y al de intendencia Vinuyas, que marchasen inmediatamente a la comandancia y que el primero se ocupara de traer medicamentos y el segundo, en su cometido, víveres y agua, y que dieran cuenta al Coronel de la necesidad de todo eso, para que se lo facilitasen. Hora que salieron, las 6,30 aproximadamente.

          Pasó el tiempo, se hizo de día y en vista de que estos oficiales no regresaban, envié al Coronel Rey por medio de un buen enlace, un parte en el que le exponía la situación y le pedía urgentemente lo necesario. Este enlace salió sobre las 8 de la mañana. A las 10, viendo el tiempo que había pasado a pesar de ser la distancia a la comandancia de solo unos 350 o 400 metros, ordené a un Sargento de asalto, que conocía bien la ciudad y sus refugios abundantes, que con un grupo de guardias procurase enlazar con la comandancia aunque tuviera dificultades. Al cuarto de hora volvieron diciendo que era imposible, por estar los rojos en las calles que había entre los dos edificios, en gran número.

          A todo esto yo había preparado la defensa del cuartel, distribuyendo las fuerzas y oficiales en los distintos pisos y fachadas, según la importancia de cada uno, poniendo en las ventanas legajos de

papel del archivo del cuartel a falta de sacos terreros, y en fin, tomando las disposiciones que mejor me parecieron. La fuerza, quitando a los Guardias Civiles, que me hicieron buen efecto, estaba baja de moral y desconocía a la mayoría de los oficiales, nuevos para ellos, como también a mí, que recién salido del hospital y aún convaleciente, no conocía a nadie en la Plaza.

          Eran  los restos de compañías y batallones que habían hecho retiradas constantes en los últimos días y con muchas bajas, no habiendo casi ningún oficial de sus cuadros de mando, pues la  mayoría se habían incorporado a las unidades para cubrir las bajas habidas.

          De cada uno de ellos, quedaban grupos pequeños de soldados, de algunas 6 u 8, esto como ya he dicho era debido a la confusión de llegada a Teruel esa noche, dándose el caso, que en cada uno de los tres edificios en que se iba a resistir había un grupo de soldados de la misma compañía.

Milicianos rojos por las calles de Teruel.

            Comprendiendo lo difícil de la situación y la necesidad de enlazar a toda costa con el Coronel, reuní a los oficiales pidiendo un voluntario para salir con un pelotón a enlazar, me contestó el silencio, por lo que quitando a los dos más viejos sorteé entre los demás, tocándole al Alférez Romero de artillería.

          Ocupado en esto,  empezó un cañoneo de la parte del ensanche con el 15,5 o 12,40 (tiraban de unos 1.000 metros de distancia) esto me desilusionó en cuanto a la resistencia de los muros del cuartel que eran de gran espesor y daban confianza en su apariencia, pero que los proyectiles de esos calibres atravesaban con relativa facilidad abriendo boquetes como ventanas.

Vista desde boquete de un edificio de Teruel. (Al fondo un viaducto. ¿El que tuvo que cruzar dos veces?)

          Este cañoneo continuó con intervalos toda la tarde, así como disparos de cañón de tanque, a la fachada de la estación. El Alférez Romero con órdenes severas mías, salió a mediodía con once artilleros de su batería, que eran todos los que tenía, para intentar la toma de contacto con la comandancia.

          A las 20 horas volvió con un artillero menos, diciendo que se habían tiroteado con los rojos, que en gran número ocupaban las calles y bocacalles que tenían que atravesar y que era imposible acercarse siquiera a la comandancia, que gracias a su estrategia de dar gritos “A por los facciosos ”  habían podido llegar y que le habían matado un hombre.

          En la puerta del cuartel había un camión inutilizado del que ordené sacar en las botellas viejas que hubiera toda la gasolina posible, haciéndose así y llenando unas 14, que fueron las que se encontraron y que yo pensaba, convenientemente tapadas con un rollo de papel, hicieron las veces de botellas de líquido inflamable contra tanques, en unión y tiradas simultáneamente que las bombas de mano.

Estado de muchas casas de Teruel tras los bombardeos.

          Este día no se distribuyó rancho alguno a la tropa ni a nadie, ni tampoco de beber. El día antes, la mayoría había comido un chusco y una lata de sardinas.

          La aviación roja voló sobre Teruel, no bombardeando sin duda, por miedo a producir bajas en sus unidades que en gran número, estaban infiltradas en el casco de la ciudad.

          Anocheció. En el día había tenido 5 bajas (dos muertos y tres heridos) que no habían podido ser atendidos como fuera debido por no haber médico y por la escasez de medicamentos y limitación de ellos que hay en las bolsas de cura, que era el único botiquín, y con los tres practicantes, que a pesar de su buena voluntad no eran lo suficientemente técnicos.

          Había entre los oficiales un Sacerdote Capellán y Alférez de Falange llamado don Vicente Guillén y que en virtud de su Sagrado Ministerio, atendió a los heridos espiritual materialmente con gran celo y entusiasmo, que le hacía quizás arriesgarse demasiado en sitios peligrosos por animar a los hombres que en ellos había.

          En cuanto se hizo totalmente de noche, nombré un grupo compuesto de unos diez hombres (entre ellos el guardia Sánchez cuyo nombre será glorioso pues gloriosa fue su muerte días después) de gran espíritu y valor, al mando del Sargento de asalto, para que registraran las casas abandonadas que había por los alrededores, en busca de víveres y agua. Regresaron al cabo de una hora, llevando dos garrafones de vino de 16 litros cada una, con cubo o pozal de agua cogido en el termosifón de una casa y un jamón, que unido a medio saco escaso de patatas que se encontró en el pabellón de un oficial de la Guardia Civil, fue toda la comida que en el cuartel entró y había.

Recopilado y transcrito por: Bruno Altamirano Fernández de Córdoba

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