Tras la muerte sin descendencia de Carlos II en 1700 y de acuerdo a su testamento sobre el Derecho al Trono de Las Españas (refiriéndose en plural por los distintos territorios de ultramar), fue designado heredero Felipe d´Anjou y por lo tanto Rey legítimo conforme a lo dispuesto por el anterior monarca.
Austríacos, holandeses e ingleses se opusieron y proclamaron a Carlos de Habsburgo heredero como parte de las campañas que se llevaban a cabo por Europa para repartirse el botín del Sacro Imperio Romano Germánico, por lo cual podemos decir que el sitio de Barcelona no fue una guerra de secesión como pretenden hacernos ver los separatistas actuales, sino que fue, y así es reconocido históricamente, una guerra de sucesión. La Corona se mantenía, el que cambiaba era el portador. Una prueba de esto es que Madrid luchaba también por el bando austracista siendo Castilla partidaria de proclamar al Archiduque Carlos, mientras que el Reino de Aragón, en el que era Barcelona una de sus villas más importantes, apoyaba a un Felipe V que, respetando el testamento de Carlos II, juró los fueros catalanes en Lérida en 1701. ¿Por qué entonces Barcelona no apoyaba al Rey Legítimo siendo éste desde 1702 presidente de las Cortes Catalanas y aplicando durante su reinado unas medidas proteccionistas que convertirían a Cataluña en uno de los territorios más favorecidos del país? “Poderoso caballero es Don Dinero”, decía Quevedo.
Las Cortes Catalanas representaban tan sólo a tres estamentos: clero, nobleza y burguesía; por lo tanto, la España que Felipe V defendía con el catolicismo y la unidad de todos bajo los mismos derechos y deberes ponía en peligro los privilegios de la minoría poderosa catalana. ¿Nos suena de algo este repentino interés por la “independencia”?
La rebelión de Barcelona no fue por tanto por aclamación popular sino por parte de esas élites a las cuales el Archiduque Carlos había prometido mantener favorecidas. Recordemos el reconocimiento como “Ciutadá Honrat” de Rafael Casanova (el mismo que destruyó pruebas, fingió su muerte y salió huyendo disfrazado de fraile y cuyos descendientes a día de hoy ostentan cargos de nobleza) por parte del candidato austracista. El “Conseller en Cap” dejó así al mando de las milicias al General Villarroel, un castellano que había advertido al “Consell” (consejo de los representantes de la burguesía cuyo liderazgo era rotativo por gremios, siendo Casanova el representante de la abogacía) de la imposibilidad de ganar la guerra y aceptar la tregua que ofrecía el duque de Berwick (inglés pero católico y por lo tanto borbónico) aunque fuera sólo para reorganizar las tropas milicianas y dar descanso así a la población civil de tanto asedio. Los barceloneses apelaban a la libertad de toda España por miedo a la influencia francesa, a perder su identidad española, lo que no concuerda con la historia de mártires e independencia que nos cuentan algunos catalanes desde Waterloo en pleno S. XXI.
Tras la caída de Barcelona, no sólo se amnistió a Casanova sino que se mantuvieron, mediante el llamado Decreto de Nueva Planta, las constituciones y prácticas previas, desplazando el latín como lengua jurídica a favor del castellano pero estableciendo que los letrados y juristas fuesen expertos en legislación y lengua catalana, como garante de eliminar privilegios por nacimiento geográfico, y como parte fundamental del auge experimentado por Cataluña desde el S.XVIII hasta nuestros días, convirtiendo Cataluña en un orgullo para todos los españoles, como ejemplo de pluralidad bajo el marco de una misma bandera y un mismo Dios.
Darío Mainar
Fuentes:
Francisco Castellví. “Narraciones históricas”
Marcelo Capdeferro. “Otra Historia de Cataluña”.
Antonio Ubieto. “Historia de Aragó”
Wikipedia
www.dolcacatalunya.com