Ante el escueto hecho, el 5 de marzo de 1766 Antonio de Ulloa tomó posesión de la Luisiana, podemos estudiar dos hilos de la historia. ¿Quién era Antonio de Ulloa? ¿Qué era La Luisiana? Ambos temas son apasionantes y merecen más espacio del disponible en esta reseña, pero somos aventureros e infatigables cual españoles del siglo XVI y afrontaremos el reto.
Antonio de Ulloa representa todo lo que se niega a España como impulsora de las ciencias en el tumultuoso siglo XVIII. Hijo de un sevillano comerciante y afecto a las ideas mercantilistas de su época, su familia no le dejó que descansara en su cómodo hogar y con solo 13 años se embarcó hacia Cartagena de Indias, viaje del que volvió 3 años más tarde como aperitivo de lo que iba a ser su vida.
Ingresó en la Real Academia de Guardiamarinas de Cádiz y dos años después, junto a su amigo Jorge Juan y Santacilia, fue nombrado miembro de la Misión geodésica francesa, expedición científica dirigida por Pierre Bouguer. Terminada la misión, en el viaje de vuelta, su embarcación fue apresada por piratas ingleses que lo llevaron a Inglaterra. Ahí no quedó ocioso mientras esperaba su liberación, sino que participó en la Royal Society, ¡siendo elegido miembro en 1746! Liberado poco después, continúo trabajando en la administración siendo el fundador del Estudio y Gabinete de Historia Natural, actual Museo Nacional de Ciencias Naturales, del Observatorio Astronómico de Cádiz y el primer laboratorio de metalurgia en España. Llegó a ser miembro de diversas instituciones científicas internacionales como la Real Academia de las Ciencias de Suecia y la Academia Prusiana de las Ciencias.
No acabo ahí. Volvió a América como gobernador de Huancavelica (Virreinato del Perú) y superintendente de las minas de mercurio de la región, tratando de recuperar la productividad de las minas y enfrentándose con el gremio de mineros y los funcionarios del virreinato. Posteriormente solicitó su cese (igual se aburría) y se estableció en La Habana a la espera de un nuevo destino. Pero no estuvo ocioso, mientras esperaba, elaboró un informe para mejorar las comunicaciones postales entre España y el Perú, proponiendo medidas concretas para su correcto funcionamiento. Ahí le llegó el nuevo destino, gobernador de Luisiana. Dejemos descansar a nuestro incansable compatriota y saltemos a la geografía política.
¿Qué era La Luisiana de 1766? Pues para las potencias europeas que firmaron los Pactos de Familia, La Luisiana no era tan solo el actual estado de Louisiana en los EEUU, sino toda la cuenca del rio Misisipi. O sea algo así como el área que componen actualmente los estados de Luisiana, Arkansas, Oklahoma, Missouri, Kansas, Colorado, Iowa, Dakota (Norte y Sur), Wyoming y Montana. Los políticos europeos de la época, tenían una vaga idea del territorio, pero no era totalmente desconocido por los españoles, que por ejemplo en 1720, habían explorado hasta Nebraska con la malograda expedición de Villasur. El territorio era enorme, muy poco poblado e intentar colonizarlo con la demografía de España en la época, una hazaña imposible.
Sin embargo algo se intentó con los mimbres disponibles. Se enviaron campesinos de las islas Canarias, cuyos descendientes, todavía conservan recuerdo de sus orígenes y son designados como “isleños”, aunque vivan bien dentro del continente americano. También se acogió a refugiados de origen francés que habían sido expulsados por los ingleses del territorio de Canadá. El territorio terminó en manos de los americanos en 1802, cuando Napoleón, buen general pero mediocre estadista, aprovechando la debilidad de la España europea, vendió el territorio aunque realmente Francia no tenía ningún derecho a hacerlo.
Sin el marasmo provocado en la península por la guerra de independencia contra los franceses, la historia hubiera sido tal vez bastante distinta. La Luisiana del siglo XVIII formaba una franja que impedía la expansión americana hacia el Oeste. Permanecer ahí durante el principio del siglo XIX, hubiera dado un respiro a los mejicanos que no hubieran cedido tan fácilmente Tejas, Nuevo Méjico, Arizona y California. Fue un error monumental de Napoleón. Mal que pese a algunos, en el siglo XVIII hubo españoles con talento y decisión suficientes para afrontar empresas que hoy parecen imposibles. En el fondo somos enanos a hombros de gigantes.
Manuel de Francisco Fabre