A mediados del siglo XIX la situación en España era caótica. Reinaba Isabel II en un país que había salido de una larga guerra de independencia para sacarse de encima a la familia Bonaparte solo para entrar en otra guerra para decidir quién debía ser el jefe del estado. En ambos casos el perfil de los enfrentamientos había sido de índole fratricida y llegado hasta los más recónditos pueblos de España. El tipo de lucha había favorecido el bandolerismo. A veces era difícil distinguir a un patriota de un simple ladrón que se aprovechaba de las circunstancias y del vacío de poder para aumentar su patrimonio personal.
Aunque el problema de la falta de seguridad en las zonas rurales, era verdaderamente urgente, el nacimiento de la Guardia Civil se produjo en dos pasos. Un primer Real Decreto de 28 de marzo de 1844 y un posterior de 13 de mayo del mismo año, donde se sentaron las bases definitivas.
El artífice del nuevo cuerpo fue el mariscal de campo D. Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II Duque de Ahumada. Nacido en Pamplona en el seno de una familia de militares, pocos saben que era descendiente en decima generación del emperador azteca Moctezuma (su abuelo paterno se llamaba Jerónimo Girón y Moctezuma).
El Duque de Ahumada, recibió el encargo porque su proyecto era el más económico de todos los presentados, a pesar de que proyectaba unos salarios más altos para los nuevos reclutas. O sea eficacia frente a “café para todos”.
Las ideas de Giron y Ezpeleta eran relativamente simples, pero bien adaptadas a la situación. Una organización de corte militar pero sometida a la autoridad civil. Con bases rurales, distribuida de forma granular. La familia de los guardias civiles, vivían dentro de los cuarteles, con lo que se conseguían diversos objetivos, economía de recursos y protección de los familiares. Había también otra consecuencia. Los guardias civiles no se integraban dentro de la población que protegían y por tanto eran más difícilmente sobornables.
El proceso de elección fue bastante peculiar, se redactaron pliegos detallados para seleccionar a los futuros guardias. Se buscaban hombres honorables, disciplinados, competentes, a poder ser con experiencia militar, leales humildes y que supieran leer y escribir. Ahumada trató de evitar que los políticos pusieran sus sucias manos en su obra y una forma de evitarlo fue promoviendo que su gente fuera de origen humilde.
Los éxitos del nuevo cuerpo fueron espectaculares y aunque en un principio su presencia fue impuesta, muy pronto fueron reclamados sus servicios ahí donde todavía no se habían desplegado. Tan solo 10 años más tarde, en 1854, Facundo Infante, segundo inspector general del cuerpo, declaraba que un asalto a una diligencia era motivo de asombro cuando en el pasado no llamaba en absoluto la atención.
El nuevo cuerpo no tuvo una tarea fácil ni la realizó en un santiamén, pero consiguió que lentamente la ley y el orden se restablecieran en toda la península. Desde su primera intervención en Navalcarnero, el 12 de septiembre de 1844, al evitar el asalto a la diligencia de Extremadura, la lucha contra el bandolerismo continúa con éxito con la defensa de carruajes, servicio de escoltas y protección de vías y caminos.
En 1849 el conocido después como Curro Jiménez, el barquero de Cantillana (Andrés López), perece en un enfrentamiento con la Guardia Civil. Le siguieron otras figuras populares del mal vivir como el Tempranillo, Luis Candelas y otros, que dejaron de ser una amenaza para la seguridad de bienes y personas. El fenómeno del bandolerismo continuó hasta principios del siglo XX, en 1907 son abatidos por la Guardia Civil el Pernales y el Niño del Arahal, pero desde finales del XIX su intensidad fue muy baja.
Manuel de Francisco Fabre