Hace casi cuatro siglos, las armas españolas protagonizaron un hecho que tuvo gran repercusión entre las cancillerías europeas de época. Contra todo pronóstico, la ciudad de Breda se rinde.
Todo parecía estar en contra de Ambrosio Spínola. Hacía apenas tres años había sufrido un severo revés cuando intentaba ocupar el puerto de Bergen-op-Zoom. Las finanzas del Estado español estaban en uno de sus peores momentos y esto se declinaba en retrasos sistemáticos en el pago de los sueldos a los tercios. La situación política impedía cualquier acción rápida e incluso la infanta Isabel Clara Eugenia, esposa del archiduque Alberto de Austria, pensaba que era una empresa arriesgada, costosa y de incierto futuro.
Breda es una ciudad casi equidistante entre Bruselas y Ámsterdam, y estaba conectada con el mar mediante una amplia red de canales. Las fortificaciones eran modernas y habían sido reforzadas recientemente. Sin embargo Spínola, consiguió mediante una mezcla de ingeniería militar, organización administrativa y espionaje, que la ciudad capitulara en algunos meses.
Las consecuencias para España fueron más bien efímeras y contraproducentes. La organización de los tercios ya no era la de los tiempos de Carlos V y la victoria tal vez impidió una reorganización del ejército y prolongó una situación cuyo final se certificó en Rocroi el 1643.
Pero el acontecimiento provocó un hecho cultural de primer orden. Tal vez poca gente sepa donde se encuentra Breda, pero todo el mundo conoce el famoso cuadro de Velázquez «La rendición de Breda», una obra maestra de la pintura.
Manuel de Francisco.
Fuentes consultadas: